Las aventuras de Huckleberry Finn (2 page)

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Authors: Mark Twain

Tags: #Narrativa, Aventuras, Clásico

BOOK: Las aventuras de Huckleberry Finn
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Bueno, cuando Tom y yo llegamos al borde del cerro miramos desde allí arriba hacia el pueblo y vimos tres o cuatro luces que parpadeaban, donde quizá había gente enferma, y por encima las estrellas brillaban estupendas, y al lado del pueblo pasaba el río, que medía toda una milla de ancho y que corría grandioso en silencio. Bajamos del cerro y nos reunimos con Joe Harper y Ben Rogers y dos o tres chicos más, que estaban escondidos en las viejas tenerías. Así que desamarramos un bote y bajamos dos millas y media por el río, donde estaba la gran hendidura entre los cerros, y desembarcamos.

Fuimos a una mata de arbustos y Tom hizo que todo el mundo jurase mantener el secreto, y después les enseñó un agujero en el cerro, justo en medio de la parte más espesa de los arbustos. Después, encendimos las velas y entramos a cuatro patas. Recorrimos unas doscientas yardas y después la cueva se abrió. Tom estudió los pasadizos y en seguida se metió debajo de una pared donde no se notaba que había un agujero. Pasamos por un sitio muy estrecho y salimos a una especie de sala, toda húmeda, sudorosa y fría, y allí nos paramos. Entonces va Tom y dice:

—Ahora vamos a fundar una banda de ladrones que se llamará la Banda de Tom Sawyer. Todo el que quiera ingresar tiene que hacer un juramento y escribir su nombre con sangre.

Todos querían. Entonces Tom sacó una hoja de papel en la que había escrito el juramento y lo leyó. Cada uno de los chicos juraba ser fiel a la banda y no contar nunca ninguno de sus secretos, y si alguien le hacía algo a algún chico de la banda, el chico al que se le ordenara matar a esa persona y su familia tenía que hacerlo, y no podía comer ni dormir hasta haberlos matado a todos y marcarles con el cuchillo una cruz en el pecho, que era la señal de la banda. Nadie que no perteneciese a la banda podía utilizar esa señal, y si lo hacía había que denunciarlo, y si volvía a hacerlo, había que matarlo. Y si alguien que pertenecía a la banda contaba los secretos, había que cortarle el cuello y después quemar su cadáver, tirar las cenizas por todas partes y borrar su nombre de la lista con sangre, y nadie de la banda podía volver a mencionar su nombre, sino que quedaba maldito y había que olvidarlo para siempre.

Todo el mundo dijo que era un juramento estupendo y le preguntó a Tom si se lo había sacado de la cabeza. Dijo que sólo una parte, pero que el resto lo había sacado de libros de piratas y de ladrones y que todas las bandas de buen tono tenían un juramento.

Algunos pensaron que estaría bien matar a las familias de los chicos que contaran los secretos. Tom dijo que era una buena idea, así que sacó un lápiz y la escribió. Entonces va Ben Rogers y dice:

—Pero está Huck Finn, que no tiene familia; ¿qué haríamos con él?

—Bueno, ¿no tiene un padre? —preguntó Tom Sawyer.

—Sí, tiene padre, pero últimamente no lo encuentra nadie. Antes estaba siempre borracho con los cerdos en las tenerías, pero hace un año o más que no lo ve nadie. Siguieron hablando del tema, y me iban a dejar fuera de la banda, porque decían que cada chico tenía que tener una familia o alguien a quien matar, porque si no no sería justo para los demás. Bueno, a nadie se le ocurría nada que hacer; todos estaban callados y pensativos. Yo estaba por echarme a llorar, pero en seguida se me ocurrió una salida y les ofrecí a la señorita Watson: podían matarla a ella. Todos dijeron:

—Ah, estupendo. Eso está muy bien. Huck puede ingresar.

Después todos se clavaron un alfiler en un dedo para sacarse sangre para la firma y yo dejé mi señal en el papel.

—Bueno —va y dice Ben Rogers—, ¿a qué se va a dedicar esta banda?

—Nada más que robos y asesinatos —dijo Tom.

—Pero, ¿qué vamos a robar? Casas o ganado, o...

—¡Bah! Robar ganado y esas cosas no es robar de ver dad; ésos son cuatreros —va y dice Tom Sawyer—. No somos cuatreros. Eso no resulta elegante. Somos salteadores de caminos. Paramos las diligencias y los coches en la carretera, con las máscaras puestas, y matamos a la gente y les quitamos los relojes y el dinero.

—¿A la gente hay que matarla siempre?

—Pues claro. Es lo mejor. Algunas autoridades no están de acuerdo, pero en general se considera que lo mejor es matar a todos... salvo a algunos que se pueden traer aquí ala cueva y tenerlos hasta que queden rescatados.

—¿Rescatados? ¿Qué es eso?

—No lo sé. Pero eso es lo que hacen. Lo he visto en los libros, así que desde luego es lo que tenemos que hacer nosotros.

—Pero, ¿cómo vamos a hacerlo si no sabemos lo que es?

—Bueno, maldita sea, tenemos que hacerlo. ¿No os he dicho que está en los libros? ¿Queréis hacerlo distinto de los libros y que salga todo al revés?

—Bueno, Tom Sawyer, eso está muy bien decirlo, pero, ¿cómo diablos van a quedar rescatados esos tipos si no sabemos cómo se hace? Eso es lo que me gustaría saber a mí. ¿Qué crees tú que es?

—Bueno, no sé. Pero a lo mejor si nos quedamos con ellos hasta que queden rescatados significa que nos tenemos que quedar con ellos hasta que se hayan muerto.

—Bueno, algo es algo, es una respuesta. ¿Por qué no podías haberlo dicho antes? Nos los quedamos hasta que se queden muertos de un rescate, y vaya una pesadez que van a resultar: comiéndolo todo y tratando de escaparse todo el tiempo.

—Qué cosas dices, Ben Rogers. ¿Cómo van a escaparse cuando hay una guardia que los vigila dispuesta a pegarles un tiro si mueven un dedo?

—¡Una guardia! Ésa sí que es buena. O sea que alguien tiene que quedarse sentado toda la noche sin dormir nada, sólo para vigilarlos. Me parece una bobada. ¿Por qué no podemos darles un garrotazo y que se queden rescatados en cuanto los traigamos?

—Porque no es lo que dicen los libros, por eso. Vamos, Ben Rogers, ¿quieres hacer las cosas bien o no? De eso se trata. ¿No crees que la gente que ha escrito los libros sabe lo que está bien hacer? ¿Crees que tú vas a enseñarles algo? Ni mucho menos. No, señor, vamos a rescatarlos como está mandado.

—Bueno. Me da igual; pero de todas maneras digo que es una tontería. Oye, ¿matamos también a las mujeres?

—Mira, Ben Rogers, si yo fuera tan ignorante como tú trataría de disimularlo. ¿Matar a las mujeres? No; nadie habrá visto nada parecido en los libros. Las traes a la cueva y te portas con ellas de lo más fino del mundo, y poco a poco se enamoran de ti y ya no quieren volver a sus casas.

—Bueno, si es así, estoy de acuerdo, pero tampoco me dice mucho. En seguida tendremos la cueva tan llena de mujeres y de tipos esperando al rescate que no quedará sitio para los ladrones. Pero adelante, no tengo nada que decir.

El pequeño Tommy Barnes ya se había dormido, y cuando lo despertaron tenía miedo, se echó a llorar y dijo que quería volver a su casa con su mamá y que ya no quería ser bandido.

Así que todos se rieron mucho de él, y cuando lo llamaron llorón él se enfadó y dijo que iba a contar todos los secretos. Pero Tom fue y le dio cinco centavos para que se callase y dijo que todos nos íbamos a casa y nos reuniríamos la semana que viene para robar a alguien y matar a alguna gente.

Ben Rogers dijo que no podía salir mucho, sólo los domingos, así que quería empezar el domingo que viene; pero todos los chicos dijeron que estaría muy mal hacerlo en domingo, y se acabó la discusión. Decidieron reunirse para determinar la fecha en cuanto pudieran y después elegimos a Tom Sawyer primer capitán y a Joe Harper segundo capitán de la banda y nos fuimos a casa.

Subí por el cobertizo a rastras hasta mi ventana justo antes del amanecer. Mi ropa nueva estaba toda llena de manchas de barro, y yo, cansado como un perro.

Capítulo 3

B
UENO
, por la mañana la vieja señorita Watson me echó una buena bronca por lo de la ropa, pero la viuda no me riñó, sino que limpió las manchas y el barro, y parecía estar tan triste que pensé que si podía, me portaría bien durante un tiempo. Después la señorita Watson me llevó al gabinete a rezar, pero no pasó nada. Me dijo que rezase todos los días y que todo lo que pidiera se me daría. Pero no era verdad. Lo intenté. Una vez conseguí un sedal para pescar, pero sin anzuelos. Sin anzuelos no me valía para nada. Probé a conseguir los anzuelos tres o cuatro veces, pero no sé por qué aquello no funcionaba. Así que un día le pedí a la señorita Watson que lo intentase por mí, pero me dijo que era tonto. Nunca me explicó por qué y yo nunca pude entenderlo.

Una vez fui a sentarme en el bosque a pensarlo con calma. Me dije: «Si uno puede conseguir todo lo que pide cuando reza, ¿por qué no le devuelven al diácono Winn el dinero que perdió con lo de los cerdos? ¿Por qué no le devuelven a la viuda la cajita de plata para el rapé que le robaron? ¿Por qué no puede engordar la señorita Watson? No, me dije, todo eso no tiene sentido». Fui y se lo conté a la viuda, y me dijo que lo que podía conseguirse rezando eran los «bienes espirituales». Aquello era demasiado para mí, pero me explicó lo que significaba: tenía que ayudar a otra gente y hacer todo lo que pudiera por ellos y cuidar siempre de los demás y no pensar nunca en mí mismo. Según me pareció, aquello incluía a la señorita Watson. Fui al bosque y me lo estuve pensando mucho tiempo, pero no le veía la ventaja, salvo para la otra gente; así que por fin calculé que no me iba a preocupar más, sino que lo olvidaría. A veces la viuda me llevaba con ella y me hablaba de la Providencia de forma que se le hacía a uno la boca agua, pero a lo mejor al día siguiente la señorita Watson lo volvía a deshacer todo. Me pareció que podía ser que hubiera dos Providencias y que a uno, pobrecillo, le iría muy bien la Providencia de la viuda, pero que si era la de la señorita Watson, no tenía nada que hacer. Me lo pensé todo y calculé que si ella quería, me iría con la de la viuda, aunque tampoco veía qué iba a sacar con tenerme de su lado que no tuviera antes, dado lo ignorante y lo poca cosa y corrientucho que era yo.

A padre hacía más de un año que nadie lo veía, y yo tan contento; no quería volver a verlo. Siempre me atizaba cuando estaba sereno y podía echarme mano, aunque cuando él andaba cerca yo solía largarme al bosque. Bueno, hacia entonces lo encontraron en el río ahogado, unas doce millas arriba del pueblo, decía la gente. Por lo menos, creían que era él; decían que aquel ahogado medía igual que él y estaba vestido de harapos y llevaba el pelo muy largo, todo igual que padre, pero por la cara no sabían nada, porque llevaba tanto tiempo en el agua que ya no parecía en absoluto una cara. Dijeron que flotaba de espaldas en el agua. Lo sacaron y lo enterraron en la ribera. Pero yo no me quedé tranquilo mucho tiempo, porque se me ocurrió una cosa. Sabía muy bien que un ahogado no flota de espaldas, sino de cara. Así que entonces comprendí que no era padre, sino una mujer vestida de hombre. Y volví a ponerme nervioso. Pensé que el viejo aparecería algún día, aunque por mí ojalá que no.

Jugamos a los bandidos durante un mes, de vez en cuando, y después yo me salí. Todos los chicos hicieron lo mismo. No habíamos robado a nadie, no habíamos matado a nadie, no habíamos hecho más que fingir. Salíamos de un salto del bosque y cargábamos contra los porqueros y las mujeres que llevaban las cosas de sus huertos al mercado en carros, pero nunca les hacíamos nada. Tom Sawyer llamaba a los cerdos «lingotes» y a los nabos y eso «joyas», y nos íbamos a la cueva y hablábamos de lo que habíamos hecho y de cuánta gente habíamos matado y marcado con nuestra señal. Pero yo no le veía ninguna ventaja. Una vez Tom mandó a un chico que fuera corriendo por el pueblo con un palo encendido que él decía que era una «consigna» (señal de que la banda tenía que reunirse) y después dijo que sus espías le habían mandado noticias secretas de que al día siguiente un montón de comerciantes españoles y árabes ricos iba a acampar en la Boca de la Cueva con doscientos elefantes y seiscientos camellos y más de mil mulas de carga, todas transportando diamantes, y que sólo llevaban una guardia de cuatrocientos soldados, así que teníamos que ponerles una emboscada y matarlos a todos. Dijo que debíamos preparar las espadas y las escopetas y estar listos. Nunca podía llevarse ni siquiera una carreta de nabos, pero se empeñaba en que las espadas y las escopetas estuvieran todas limpias, aunque, como no eran más que listones de madera y palos de escoba, podía uno limpiarlas hasta morirse del aburrimiento y no valían ni un centavo más que antes. Yo no creía que pudiéramos vencer a tantos españoles y árabes, pero quería ver los camellos y los elefantes, de forma que al día siguiente, que era sábado, me presenté a la emboscada, y cuando nos dio la orden salimos corriendo del bosque y bajamos el cerro. Pero no había españoles ni árabes ni camellos ni elefantes. No había más que una gira de la escuela dominical, y encima de los de primer curso. Los dispersamos y perseguimos a los niños por el cerro, pero no sacamos más que mermelada y unas rosquillas, aunque Ben Rogers se llevó una muñeca de trapo y Joe Harper un libro de himnos y un folleto de propaganda, y entonces llegó corriendo el maestro y nos hizo dejarlo todo y salir corriendo. No vi ningún diamante, y se lo dije a Tom Sawyer. Me contestó que de todos modos los había a montones y que también había árabes y elefantes y cosas. Entonces le dije que por qué no podíamos verlos. Me dijo que si no fuera tan ignorante y hubiera leído un libro que se llamaba
Don Quijote,
lo sabría sin preguntar. Dijo que todo lo hacían por arte de magia. Dijo que allí había cientos de soldados y elefantes y tesoros y todo eso, pero que teníamos enemigos que él llamaba magos y que lo habían convertido todo en una escuela dominical para niños, sólo por despecho. Entonces yo dije que bueno, que lo que teníamos que hacer era atacar a los magos. Tow Sawyer me llamó palurdo.

—Hombre —dijo—, un mago puede llamar a un montón de genios, que te podrían hacer picadillo en medio minuto. Son igual de altos que árboles y cuadrados como armarios de tres cuerpos.

—Bueno —digo yo—, zy qué pasa si conseguimos que algunos de esos genios nos ayuden a nosotros? ¿No podríamos vencer entonces a los otros?

—¿Cómo vas a conseguirlo?

—No sé. ¿Cómo lo consiguen ellos?

—Pues frotan una lámpara vieja de estaño o un anillo de hierro, y entonces llegan los genios, acompañados de truenos y rayos y de todo el humo del mundo y van y hacen todo lo que se les dice que hagan. Les resulta facilísimo arrancar de cuajo una torre y darle en la cabeza con ella a un superintendente de escuela dominical, o a cualquiera.

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