Abigail
: Soy sensible al calor, John, y el tuyo me ha arrastrado hasta mi ventana y te he visto mirando hacia arriba, ardiendo en tu soledad. ¿Vas a decirme que no has mirado hacia mi ventana?
Proctor
: Puede haber mirado.
Abigail
(ablandándose): Con seguridad, John. No eres de invernadero. Te conozco, John. Yo te conozco. (Está llorando.) Los sueños no me dejan dormir; en cuanto empiezo a soñar me despierto y camino por la casa como si fuera a encontrarte viniendo por alguna puerta. (Lo abraza desesperadamente.)
Proctor
(apartándola suavemente, con gran compasión pero firmemente)
: Niña...
Abigail
(en un arranque de ira): ¡Cómo me llamas niña!
Proctor
: Puede que te recuerde con dulzura de cuando en cuando, Abby. Pero me cortaré una mano antes que volver a tocarte. Bórralo de la mente. Nunca nos hemos tocado, Abby.
Abigail
: Es que sí nos tocamos.
Proctor
: Es que no nos tocamos.
Abigail
(con amargo enojo): Oh, me admira que un hombre tan fuerte pueda permitir que una esposa tan débil...
Proctor
(enojado..., como si también se lo dijese a sí mismo)
: ¡No dirás nada de Elizabeth!
Abigail
: ¡Ella está ensuciando mi nombre en el pueblo! ¡Anda diciendo mentiras de mí! ¡Es una mujer fría y llorona, y tú te sometes a ella! Deja que te convierta en...
Proctor
(sacudiéndola)
: ¿Quieres que te azote?
(De abajo llegan voces entonando un salmo.)
Abigail
(entre lágrimas): ¡Quiero a John Proctor, el que interrumpió mi sueño y abrió los ojos de mi corazón! Yo no sabía lo hipócrita que era Salem, ni me daba cuenta de las mentiras que me enseñaban todas esas mujeres beatas y sus aliados esposos. Y ahora pretendes que me arranque esa luz de los ojos. ¡No lo haré, no puedo! ¡Me amaste, John Proctor, y por más pecado que sea, aún me amas! (El se vuelve bruscamente para salir. Ella corre tras él.) ¡John, piedad...; ten piedad de mí!
(Al oírse las palabras del salmo «yendo hacia Jesús», Betty se tapa súbitamente los oídos y se queja en voz alta.)
Abigail
: ¡Betty!
(Corre hacia Betty que ahora está sentada, chillando. Mientras Abigail trata de bajarle las manos, Proctor se acerca diciendo «Betty!")
Proctor
(con creciente nerviosidad)
: ¿Qué estás haciendo? Niña, ¿qué te ocurre? ¡No grites así!
(El canto se ha detenido y ahora irrumpe Parris en la habitación.)
Parris
: ¿Qué ocurrió? ¿Qué le estáis haciendo? ¡Betty!
(Corre hacia el lecho gritando «¡Betty, Betty!» Entra Ann Putnam, con curiosidad febril y, tras ella, Thomas Putnam y Mercy Lewis. Parris, junto al lecho, palmotea suavemente el rostro de Betty, mientras ella gime y trata de levantarse.)
Abigail
: Os oyó cantar y de pronto se levantó gritando.
Ann
: ¡El salmo, el salmo! ¡No soporta que se pronuncie el nombre del Señor!
Parris
: No, no lo permita Dios. ¡Mercy, corre a lo del médico! ¡Cuéntale lo que ocurrió aquí!
(Mercy Lewis sale corriendo.)
Ann
: ¡Un indicio! ¡Ved en ello un indicio!
(Entra Rebecca Nurse, de setenta y dos años de edad, de cabellera blanca, apoyándose en su bastón.)
Putnam
(señalando a la sollozante Betty)
: ¡Este es un evidente indicio de brujería desatada, Rebecca Nurse, un prodigioso indicio!
Ann
: ¡Mi madre me lo dijo! Cuando no pueden soportar que el nombre del Señor sea...
Parris
(temblando)
: Rebecca, Rebecca, acude a ella, estamos perdidos. Repentinamente, no soporta que el nombre del Señor sea...
(Entra Giles Corey, de ochenta y tres años, musculoso, digno, inquisitivo, poderoso todavía.)
Rebeca
: Hay un enfermo grave aquí, Giles Corey, haz el favor de guardar silencio, pues.
Giles
: No he dicho una palabra. Ninguno de los presentes puede acusarme de haber dicho una palabra. ¿Va a volar otra vez? Dicen que vuela.
Putnam
: ¡Cállate, hombre!
(Todo es silencio. Rebecca cruza la habitación hacia el lecho; rebosa dulzura. Betty, con los ojos cerrados, solloza quedamente. Rebecca simplemente se ha plantado ante la niña, quien se aquieta gradualmente.)
(Y mientras están tan absortos, podemos decir algo sobre Rebecca.
Rebecca era la esposa de Francis Nurse quien, según todas las referencias, era uno de esos hombres a quien las dos partes de una discusión tienen que respetar. Era llamado, cual si fuese un juez extraoficial, para intervenir como árbitro en las disputas y Rebecca también gozaba de la alta opinión que la gente tenía de él.
Por la época del drama, poseían doscientas hectáreas y sus hijos estaban instalados en casas separadas dentro de la misma propiedad. Originariamente, Francis había arrendado el lugar y hay una teoría que sostiene que mientras lo fue pagando, y de este modo elevando su condición, hubo quienes vieron su progreso con resentimiento.
Otra sugerencia para explicar la sistemática campaña contra los Nurse se encuentra en la guerra que, por sus tierras, sostuvieron contra sus vecinos, uno de los cuales era un Putnam. Esta pendencia creció hasta adquirir proporciones de batalla en un encuentro entre partidarios de ambos bandos y se dice que duró dos días.
En cuanto a Rebecca misma, era tan elevada la opinión general acerca de su carácter, que para explicar cómo se atrevió alguien a acusarla de bruja —y más, cómo es que gente adulta pudo llegar a ponerle la mano encima
—
, debemos fijarnos en las tierras de aquel tiempo y sus divisiones.
Como hemos visto, el candidato de Thomas Putnam para el ministerio de Salem, era Bayley. El plan de Nurse había figurado en la facción que impidió el nombramiento de Bayley. Por añadidura, ciertas familias vinculadas a los Nurse por lazos de sangre o por amistad, y cuyas granjas eran contiguas o vecinas de la de Nurse, se aliaron para romper con la autoridad municipal de Salem, y fundaron una entidad nueva e independiente, Tops
field, cuya existencia provocó el enojo de los viejos salemitas.
Que la mano que movía los hilos del escándalo era la de Putnam, queda indicado por el hecho de que, tan pronto como el mismo empezó, esa facción Topsfield—Nurse se ausentó de la iglesia en señal de protesta
e
incredulidad. Fueron Edward y Jonathan Putnam quienes firmaron la primera demanda contra Rebecca; y la pequeña hija de Thomas Putnam fue la que cayó en trance durante la audiencia y señaló a Rebecca como su atacante.
Como culminación de todo eso, la señora Putnam —que ahora está con la mirada fija en la embrujada niña del lecho
—,
pronto acusó al espíritu de Rebecca de «tentarla a la iniquidad», acusación que encerraba más verdad de la que la señora Putnam podía sospechar.)
Ann
(atónita)
: ¿Qué has hecho?
(Rebecca, pensativa, se aleja del lecho y se sienta.)
Parris
(maravillado y aliviado)
: ¿Qué piensas de esto, Rebecca?
Putnam
(ansiosamente)
: Rebecca Nurse, ¿irás a ver a mi Ruth y tratarás de despertarla?
Rebecca
(sentada)
: Creo que despertará a su tiempo. Por favor, calmaos. Tengo once hijos y soy veintiséis veces abuela y los he acompañado a todos en sus temporadas bobas y cada vez que les agarraba, sus diabluras dejaban chiquito al mismo Demonio. Creo que despertará cuando se canse de esto. El alma de una criatura es como una criatura, nunca podréis alcanzarla corriendo tras ella; hay que quedarse quieto y pronto volverá por sí misma, en busca de cariño.
Proctor
: Sí, Rebecca, ahí está la verdad.
Ann
: Rebecca, esto no es ninguna temporada boba. Mi Ruth está aturdida, Rebecca; no puede comer.
Rebeca
: Tal vez no esté hambrienta todavía.
(A Parris.)
Espero que no estéis decidido a salir en busca de espíritus errantes, señor Parris. He oído anunciarlo afuera.
Parris
: En la parroquia se extiende la creencia de que el Diablo puede hallarse entre nosotros y estoy dispuesto a cumplir con ellos demostrándoles que están equivocados.
Proctor
: Entonces hablad claro y decidles que están equivocados. Antes de llamar a ese ministro a que busque demonios, ¿habéis consultado con los consejeros?
Parris
: ¡No viene a buscar demonios!
Proctor
: Entonces, ¿a qué viene?
Putnam
: ¡En el pueblo hay niños muñéndose, caballero!
Proctor
: No veo morirse a ninguno. Esta comunidad no ha de ser un juguete para que lo agitéis a vuestro gusto, señor Putnam.
(A Parris.)
¿Habéis convocado a sesión antes de...
Putnam
: ¡Estoy harto de sesiones! ¿Es que el pobre hombre no puede volver la cabeza sin tener que convocar a sesión?
Proctor
: Puede volver la cabeza, pero no hacia el Infierno.
Rebeca
: Te ruego, John, cálmate.
(Pausa. El cede ante ella.)
Señor Parris, creo que lo mejor será que, tan pronto como venga, mandéis al reverendo Hale de vuelta. Esto nos va a traer nuevas disputas en la comunidad y habíamos quedado en que este año habría paz. Creo que ahora deberíamos confiar en el médico y en una buena plegaria.
Ann
: ¡Rebecca, el doctor está desconcertado!
Rebeca
: Entonces, si lo está, acudamos a Dios. Hay un peligro monstruoso en ponerse a buscar espíritus errantes. Lo temo, lo temo. Es mejor que busquemos la culpa en nosotros y que...
Putnam
: ¿Cómo hemos de culparnos a nosotros? Yo soy uno de nueve hijos; la semilla de los Putnam ha poblado esta región. Y sin embargo, de ocho criaturas sólo me queda una... y esa una se está marchitando.
Rebeca
: Esto no puedo desentrañarlo yo.
Ann
(con un creciente dejo de sarcasmo)
: ¡En cambio yo debo! ¿Crees que es obra de Dios el que tú jamás pierdas un hijo, ni un nieto, y que yo en cambio deba enterrarlos a todos menos a uno? Hay ruedas moviendo ruedas en este pueblo, y fuegos nutriendo fuegos.
Putnam
(a Parris)
: Cuando llegue el reverendo Hale, procederéis a buscar rastros de brujería en esto.
Proctor
(a Putnam)
: No podéis dar órdenes al señor Parris. En esta comunidad el voto es por persona y no por hectárea.
Putnam
: Nunca os he notado tan preocupado por esta comunidad, señor Proctor. No creo haberos visto en nuestras reuniones sabáticas desde las últimas nevadas.
Proctor
: Bastantes preocupaciones tengo sin viajar cinco millas para escucharle predicar no más que tormentos infernales y condenación eterna.
Creed en lo que os digo, señor Parris. Hay muchos otros que hoy se apartan de la iglesia porque ya casi nunca mencionáis a Dios.
Parris
(excitado)
: ¡Cómo! ¡Esta es una acusación muy grave!
Rebeca
: Hasta cierto punto es verdad; hay muchos que no se animan a traer a sus hijos...
Parris
: No predico para niños, Rebecca. No son los niños quienes descuidan sus obligaciones para con este ministerio.
Rebeca
: ¿Realmente hay quienes las descuidan?
Parris
: Yo diría que más de la mitad del pueblo de Salem...
Putnam
(interrumpiendo)
: Y más que eso...
Parris
: ¿Dónde está mi leña? Mi contrato estipula que se me provea de toda mi leña. ¡Desde noviembre estoy esperando una astilla, y aún en noviembre mismo tuve que andar exhibiendo mis manos heladas como un mendigo cualquiera!
Giles
: Se os asigna seis libras anuales para comprar vuestra leña, señor Parris.
Parris
: Considero esas seis libras como parte de mi salario. Bastante poco se me paga sin que gaste seis libras en leña...
Proctor
: Sesenta, más seis para leña...
Parris
(interrumpiéndolo)
: ¡El salario es de sesenta y seis libras, señor Proctor! No soy ningún predicador de campaña con el librito bajo el brazo; soy diplomado del colegio de Harvard.
Giles
: ¡Así es, y bien versado en aritmética!
Parris
: ¡Señor Corey, deberéis buscar mucho para encontrar un hombre de mi clase por sesenta libras anuales! No estoy acostumbrado a esta miseria; abandoné un buen negocio en Barbados para servir al Señor. No alcanzo a desentrañarlo: ¿por qué se me persigue aquí? No puedo proponer nada sin que se produzca un alboroto de gritos y discusiones. Me he preguntado a menudo si no estaría el Diablo en esto; de otro modo no puedo comprenderos.
Proctor
: Señor Parris, sois el primer párroco que ha exigido el título de propiedad de esta casa...
Parris
(interrumpiendo)
: ¡Hombre! ¿Es que un párroco no merece una casa donde vivir?
Proctor
: En donde vivir, sí. Pero pretender la propiedad es como si fueseis dueño de la misma capilla; en la última asamblea a la que acudí hablasteis tanto de escrituras e hipotecas que creí estar en un remate.
Parris
: ¡Pretendo una prueba de confianza, eso es todo! Soy vuestro tercer predicador en siete años. No quiero ser echado como el gato cada vez que ése sea el capricho de cualquier mayoría. Vosotros parecéis no comprender que un ministro es el representante del Señor en la parroquia; a un ministro no se le ha de perturbar ni contradecir con tanta ligereza.
Putnam
: ¡Eso es!
Parris
: ¡Habrá obediencia, o la Iglesia arderá como arde el Infierno!
Proctor
: ¿Es que no podéis hablar un minuto sin que vayamos a parar al Infierno nuevamente? ¡Estoy harto del Infierno!
Parris
: No sois vos quien decidirá lo que os conviene oír.
Proctor
: ¡Creo que puedo decir lo que pienso!
Parris
(furioso)
: ¿Qué, somos cuáqueros acaso? Todavía no somos cuáqueros aquí, señor Proctor. Y podéis decírselo así a vuestros partidarios.
Proctor
: ¡Mis partidarios!