Las esferas de sueños (41 page)

Read Las esferas de sueños Online

Authors: Elaine Cunningham

BOOK: Las esferas de sueños
9.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Tengo que averiguar quién mató a Lilly —soltó Danilo.

Arilyn le lanzó una larga y apreciativa mirada. Inmediatamente, se volvió y se acodó en el muro del jardín.

—¿Acaso he tratado yo de disuadirte?

—No, no. Claro que no, pero debes dejarme que continúe solo.

La semielfa se irguió en toda su estatura y fijó en él una mirada desafiante.

—Ni hablar.

—¿Es que no lo ves? —Danilo se había sacado de la bota la pequeña esfera luminosa—. Hay algo que está alterando la magia. Tienen que ser estas esferas de sueños.

Los ojos del joven bardo se posaron en el borde más alejado del tejado. Thassitalia había desaparecido casi por completo; lo único que quedaba de ella era una débil silueta, solamente visible si uno miraba de soslayo.

—Desde que Lilly murió he llevado encima esta esfera, y ello ha interferido gravemente con la magia de tu espada.

—Lo mismo ha ocurrido con tus hechizos. Eso es lo que pasó en la fiesta organizada por tu familia. Oth llevaba encima varias esferas de sueños para mostrárselas a un grupo de magos y nobles comerciantes.

—Y yo le quité una a Isabeau —añadió Danilo—. Sí, ahora lo entiendo.

Arilyn dio un paso hacia él.

—Yo soy más que mi espada —declaró con firmeza—. Y tú eres más que tu magia.

El joven la contempló con una leve sonrisa.

—Tú siempre has sostenido que en Aguas Profundas hay demasiada magia.

Parece que ahora tenemos la oportunidad de actuar sin ella.

—Vamos a ello. Tenemos que partir del supuesto de que Lilly estaba relacionada con los bandidos que asaltaron la caravana aérea.

Avanzaron por los tejados en dirección a la mansión Gundwynd. A medida que se acercaban, Danilo avistó a varios destacamentos de la guardia que patrullaban.

Resultaban muy llamativos con sus uniformes de piel verde y negra.

De un salto, se plantaron en la calle y caminaron hasta la mansión.

—Nadie puede entrar ni salir —les informó la mujer de gesto adusto apostada junto a la entrada lateral.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Dan.

La guardia fulminó al joven con la mirada.

—Por favor, circulen. La familia Gundwynd no recibe visitas.

Danilo se volvió a Arilyn, pero la semielfa había desaparecido. Tras saludar

educadamente a la guardia con una inclinación de cabeza, bordeó el muro de la mansión fijándose en el emplazamiento de los árboles de la calle. Se detuvo a dos manzanas de distancia y se sentó bajo un majestuoso roble.

Transcurrieron varios segundos hasta que percibió un débil crujir de ramas. Alzó la vista a tiempo de ver cómo Arilyn descendía a la rama más baja y saltaba ágilmente al suelo.

—¿Y bien? —le preguntó.

—Uno de los criados ha encontrado a Belinda Gundwynd, la hija menor, muerta en las cuadras. Estaba junto a un mozo de cuadra elfo; de hecho, el único elfo que no se había despedido. Parece que tenía una razón personal para no querer irse. Corrían rumores acerca de Belinda y su amante. Los criados oyeron cómo la familia discutía por ello y trataban de persuadir a Belinda de que cortara la relación. Ahora los Gundwynd afirman que ambas muertes fueron un pacto entre amantes.

—Pero tú no lo crees.

—Los criados que encontraron los cuerpos dijeron que estaban en el heno, no colgados de las vigas.

—¿Es razón suficiente para afirmar que la familia Gundwynd se equivoca?

—Me alegra comprobar que últimamente no has estrangulado a nadie —replicó Arilyn con sequedad—. Es algo que exige una considerable fuerza y voluntad. No sería nada fácil si uno está distraído por algo, por ejemplo porque trata de estrangularse a uno mismo simultáneamente. Es imposible que se mataran el uno al otro y se suicidaran al mismo tiempo.

—Sí, la sincronización tendría que ser perfecta —convino Danilo—. Así pues, la guardia no se ha tragado la historia de los Gundwynd, ¿verdad?

—No han escuchado ninguna otra versión. Los criados que han hablado conmigo han recibido órdenes de no decir nada. Sigamos adelante; hay un vigilante ahí que está empezando a fijarse en nosotros.

Mientras caminaban, Danilo trataba de hallar algún sentido a lo que acababa de explicarle Arilyn. También él dudaba de que Belinda Gundwynd y su amante se hubieran matado el uno al otro.

Pero si no ellos, ¿quién? ¿La familia Gundwynd para evitar una posible alianza de su casa con los elfos? Si eso era cierto, entonces Danilo había pasado toda su vida entre criaturas más crueles que los tren.

—Ellos se comen entre sí. Es una cuestión de honor —murmuró.

Arilyn le lanzó una penetrante mirada de preocupación.

—¿De veras crees que eso es lo que ha ocurrido?

—Es una posibilidad que no podemos descartar. Si sospecho que mi propia familia es capaz de eliminar a alguien para evitar alianzas con elfos, ¿por qué los Gundwynd no?

—Eso no explicaría la muerte de Oth —apuntó Arilyn.

—No, no la explica. Lo ocurrido avivará el escándalo sobre los Gundwynd y el pueblo elfo. Esto podría significar la ruina de la familia.

Danilo se interrumpió al recordar la pelea protagonizada por lord Gundwynd y lady Cassandra.

—Sí, podría significar su ruina —repitió—. La muerte de Belinda y de su amante elfo da fundamento a todos los rumores que han circulado sobre esa familia. ¿Quién tendría una razón para hacer tal cosa?

—A mí se me ocurre alguien: alguien que vio cómo en la emboscada morían elfos y que tal vez quiere castigar a Gundwynd por ello.

Danilo negó con la cabeza.

—Elaith no. Es absurdo.

—Tal vez no. Recuerda que ahora tiene la Mhaorkiira. En el pasado, aquellos que caían bajo el poder de la gema oscura actuaban de modos retorcidos, que no tenían sentido para nadie, excepto para ellos.

—Es posible —concedió Danilo—. Desde luego, algunos lo admitirían como cierto, pero lord Gundwynd no. Él buscará culpables en otra parte.

—¿Qué quieres decir? —inquirió la semielfa cautelosamente.

—Thann, Ilzimmer, Gundwynd, Amcathra —recitó Danilo, contando con los dedos—. Ésas fueron las cuatro familias que financiaron la malhadada caravana. Se acusarán entre sí de traición y robo. Quizá los tren no son los únicos que emprenden venganzas por ataques contra su clan.

Arilyn asintió lentamente, siguiendo el razonamiento del joven bardo.

—Si es así, ninguna de las recientes heridas ha sido autoinfligida.

—Si es así, es posible que las guerras de las Cofradías no tarden en reproducirse.

Arilyn reflexionó largo rato sobre las palabras de Danilo mientras dejaba atrás la mansión Gundwynd.

—Si tienes razón, sospecho que ésta será una guerra de cariz muy distinto —dijo al fin—; sin ejércitos ni derramamiento de sangre en las calles. Tal como Cassandra señaló, las familias nobles son muy conscientes de esos tiempos y desean evitar a toda costa que se repitan. Cualquier clan que osara atacar abiertamente sería aplastado con rapidez.

Danilo pensó sobre ello e hizo un gesto de asentimiento. Había participado en suficientes reuniones de los Señores Secretos de Aguas Profundas para darse cuenta de que Arilyn tenía razón. Los Señores se elegían de entre todos los estratos sociales y barrios de la ciudad, y el resultado de ello era que apenas sucedía nada que no llegara a oídos de los gobernantes secretos. Las decisiones que éstos tomaban eran impuestas por la guardia, así como por un reducido ejército permanente formado por soldados y algunos de los más poderosos magos del Norland. Los días en los que podía librarse una guerra declarada dentro de los muros de la ciudad habían quedado muy atrás.

—Así pues, ¿qué?

La semielfa le dirigió una mirada apreciativa.

—Supongo que juegas al ajedrez.

—Sólo cuando no puedo evitarlo sin derramamiento de sangre —repuso Dan secamente—. ¿Es eso lo que crees que es esto? ¿Una partida de ajedrez?

—Es posible. Aguas Profundas es una ciudad muy grande, en cuyas calles se juegan miles de partidas simultáneamente. ¿Quién va a fijarse en la pérdida de un simple peón en un tablero? Incluso la muerte de Oth Eltorchul puede explicarse de ese modo. Él tenía vínculos con la caravana y dispuso que las esferas de sueños entraran de contrabando en la ciudad.

—Plan que lord Gundwynd ejecutó en contra de la decidida oposición de lady Cassandra y contraviniendo los acuerdos tomados por las familias. —Danilo suspiró y miró de soslayo a Arilyn—. Según tu teoría, ¿cómo debe interpretarse la muerte de Belinda? ¿Como una advertencia?

—Probablemente, eso mismo es lo que pensará el clan Gundwynd.

—No puedo aceptar tu argumento —declaró Danilo en voz baja—. Lo que insinúas es que las familias nobles comerciantes mantienen el orden actuando de manera brutal. ¿Por qué? Aguas Profundas cuenta con leyes suficientes, así como con muchos personajes poderosos que vigilan que se cumplan.

Arilyn guardó unos instantes de silencio.

—Acabas de responder a tu propia pregunta —dijo al fin.

Dan enarcó una ceja con gesto altanero.

—¿Eso crees? Tal vez debería empezar a escucharme más atentamente.

—Deja que lo diga de otra manera: ¿conoces el viejo dicho sobre el honor entre ladrones? Yo no iría tan lejos, pero desde luego existe un código de conducta entre ellos. Lo mismo puede decirse de los asesinos. Si uno de ellos se vuelve demasiado avaricioso o descuidado, los demás lo retiran de la circulación de manera temporal o definitiva. No pueden permitirse que sus acciones llamen demasiado la atención, ¿comprendes?

—Pues claro, pero ¿qué quieres decir con eso? ¡Estamos hablando de algunas de las familias nobles más respetadas de Aguas Profundas!

—Estamos hablando de comerciantes. Si se negaron a respaldar el negocio con las esferas de sueños de Oth fue porque sabían el tipo de atención que atraerían. Los magos se hubieran opuesto a ellos incluso antes de averiguar que las esferas alteran la magia y habrían sacado a la luz todos los trapos sucios del comercio. ¿Quién sabe qué habrían descubierto?

Danilo se tomó su tiempo antes de responder. Se apartó de la trayectoria de dos golfillos que corrían ruidosamente en una carrera tan antigua como Aguas Profundas:

haciendo rodar con un palo viejos aros de barril, con una sonrisa de oreja a oreja en su mugrienta faz. Su despreocupada inocencia atrajo la atención de Danilo y, por un momento, los contempló añorando sus ilusiones perdidas.

—Me cuesta aceptar lo que dices —murmuró al fin.

—Podría estar equivocada. —Vaciló antes de añadir—: Pero explicaría por qué tu madre se inquietó tanto cuando quisiste relacionar a Lilly con la familia Thann tras su muerte.

A Danilo se le ocurrió que tal vez Cassandra no había comprendido toda la verdad.

—Lilly ya estaba relacionada con la familia antes de su muerte. Por eso, fue asesinada —declaró con amargo convencimiento—. Fue un golpe contra la familia. El asesino eliminó un peón.

—Sí, aunque obviamente Lilly presintió el peligro. Si no, ¿por qué acudió a tu padre después de tantos años sin darse a conocer? Hasta entonces, ninguno de vosotros tenía la más mínima idea de su existencia.

—Pero alguien sí lo sabía; alguien a quien Lilly conocía bien y en quien confiaba.

Ambos reflexionaron en silencio. Arilyn lo rompió.

—He estado pensando en cómo fue asesinada. Todo indica que fue obra de un tren, pero su asesino no siguió la... costumbre.

Danilo apretó los labios con fuerza al pensar en cuál era esa costumbre.

—Cierto. ¿Y?

—Pues que tal vez no la mató un tren. ¿Y si fue alguien que adoptó la forma de un tren para desviar las sospechas, o bien para divertirse de manera perversa?

—Divertirse de manera perversa —repitió Dan, clavando en ella la mirada al comprender qué quería decir—. ¿Por casualidad estaba Simón Ilzimmer presente en la presentación de Oth la noche del Baile de la Gema?

—Posiblemente. Su primo Boraldan estaba allí. Oí varias voces que no reconocí.

Una era muy grave, con una especie de vibración profunda que recordaba el modo de hablar de los enanos.

—Seguramente era Simón. ¿Reconocerías esa voz si la oyeras de nuevo?

—Creo que sí.

Dan apenas sonrió.

—A juzgar por tu expresión, preferirías darte otro paseíto por las cloacas de la

ciudad.

Arilyn no lo negó. De hecho, eso era lo que sentía. Buena parte de sus contactos en la ciudad eran mujeres empleadas en las tabernas y las casas de baños. Por lo que le habían contado sobre lord Ilzimmer, no se imaginaba charlando de forma educada con él mientras bebía tranquilamente una copa de vino.

A Danilo no parecía importarle tanto. Se dirigieron directamente hacia la inquietante mansión de reducidas dimensiones habitada por Simón Ilzimmer. Las campanas del cercano templo de Ilmater tañían solemnemente mientras Danilo entregaba su tarjeta de visita al criado. Arilyn contó las retumbantes campanadas preguntándose por qué alguien querría consagrar su vida a un credo tan lúgubre como el del dios del sufrimiento. Cuando la llamada a los fieles se extinguió, el criado regresó para anunciarles que lord Ilzimmer los recibiría.

A primera vista, Simón Ilzimmer no hacía justicia a su tenebrosa reputación. Era un hombre alto y corpulento, que, por su aspecto, parecía familiarizado con las disciplinas de la esgrima y la equitación. Hacía gala de unos modales impecables y los recibió con extremada cortesía. Él y Danilo se dedicaron a beber a pequeños sorbos zzar caliente mientras conversaban con aparente candor y buen humor sobre conocidos comunes y sobre los últimos acontecimientos.

Pese a su amistosa actitud, Simón era uno de los nobles comerciantes que habían participado en la reunión celebrada en la villa Thann. Arilyn reconoció fácilmente su voz grave y resonante. No obstante, frente a frente, Simón Ilzimmer era un hombre inescrutable. De hecho, a Arilyn le pareció que no estaba del todo en sus cabales. Sus ojos tenían una mirada vacía, y era del todo imposible establecer ninguna conexión entre lo que decía y cualquier emoción discernible. Por otra parte, Arilyn percibía en el hombre una energía reprimida; su mirada, aunque no se moviera, tampoco permanecía fija, y poseía una tenebrosa fuerza que le recordaba la profética calma del mar que augura tempestad. Era como si fuese dos hombres distintos: uno, excesivamente controlado —apenas una cáscara vacía—, y el otro, terriblemente violento, capaz de atacar sin previo aviso.

Other books

Alamut by Judith Tarr
Crush by Crystal Hubbard
Jaguar Sun by Martha Bourke
A Wedding for Julia by Vannetta Chapman
Grace Remix by Paul Ellis
Mystery of Smugglers Cove by Franklin W. Dixon