Las esferas de sueños (42 page)

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Authors: Elaine Cunningham

BOOK: Las esferas de sueños
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Su estudio privado reforzaba esa impresión. Aunque el mobiliario era escaso y práctico, en las paredes colgaban multitud de cuadros, a cuál más inquietante: visiones oscuras y retorcidas nacidas de una mente desequilibrada. Danilo fingió admirar una visión de dos dragones rojos entrelazados que se apareaban furiosamente sobre los restos humeantes de una aldea.

—Fascinante —murmuró—. ¿Es una pintura del natural?

Arilyn le lanzó una mirada admonitoria. No era muy probable que Simón Ilzimmer tuviera un desarrollado sentido del humor.

—Estamos tratando de localizar las mercancías que fueron robadas a la caravana aérea —declaró con toda franqueza, harta ya de tanta charla insustancial. Además no veía el momento de alejarse del noble Ilzimmer—. Cualquier cosa que nos digáis podría sernos de utilidad.

La tormenta que acechaba en los oscuros ojos del hombre prendió y se desató.

—¿Osas acusarme en mi propia casa?

—Nadie te acusa de nada —intervino Danilo, conciliador—. Simplemente, estamos tratando de reunir las piezas del rompecabezas. Puesto que también la familia Ilzimmer ha sufrido pérdidas, deberíamos colaborar para aclarar este asunto.

Simón lo miró con astucia de loco.

—Lady Cassandra es muy lista. Enviarte aquí para que husmees ha sido una idea genial. Todo el mundo sabe que no participas en los negocios de la familia y que eres su hijo favorito. Un modo muy brillante por su parte de negar cualquier participación.

—¿Por qué tendría ella que hacer tal cosa? Los Thann no organizaron el asalto — afirmó Danilo en su tono más convincente—. De hecho, lady Cassandra ni siquiera sabe que estoy aquí.

El mago resopló. Iba a añadir algo cuando abrió desmesuradamente los ojos en una mezcla de sorpresa y horror. Se puso de pie de un salto y señaló a Danilo con un dedo tembloroso.

—Me estás amenazando, ¿no? ¡Aquí, en mi propia casa nada más y nada menos!

¡No lo pienso tolerar! ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¡Largo! —El tono de voz fue subiendo hasta alcanzar cotas de histerismo.

—Deberíamos hacer lo que dice —dijo Danilo en voz baja—. Es mago y no puedo enfrentarme a él.

Arilyn no necesitó más. Se volvió para marcharse de allí enseguida, pero algo la dejó petrificada.

Estuvo a punto de chocar con la fantasmagórica imagen de un mago elfo. Era alto, con el pelo plateado recogido en diminutas trenzas. Sostenía una hoja de luna de silueta imprecisa, con la punta hacia abajo, y se apoyaba en la empuñadura del mismo modo que otro hechicero podría apoyarse en un báculo. Sus traslúcidos ojos azules reflejaban una expresión vigilante y estaban fijos en Simón con una serena intensidad, que avivó el temor del mago humano.

Rápidamente, abandonaron la mansión, seguidos por el fantasmal mago que caminaba en silencio tras ellos. Tan pronto como hubieron dejado atrás la verja, Arilyn ordenó a la manifestación de la sombra elfa que regresara a la espada. Para su alivio, la fantasmal figura se disolvió en motas plateadas, que se arremolinaron para formar una línea perfecta y fueron desapareciendo una a una en la espada, como una hilera de patitos que esperaran para meterse en un estanque.

—Esto se nos está yendo de las manos —masculló Arilyn mientras regresaban apresuradamente a casa de Danilo.

—Al menos, la sombra elfa ha desaparecido. Eso significa que aún controlas la espada —dijo en el tono de alguien que trata de ser positivo en las circunstancias más adversas.

—Lo dudo —repuso Arilyn, que lanzó un rápido vistazo por encima del hombro—. Aún tengo la sensación de que nos siguen. La magia de la hoja de luna es cada vez menos estable. ¿Cómo puedo estar tranquila sabiendo que uno de mis antepasados puede materializarse en cualquier momento?

—Mira la parte positiva.

—¿Cuál es?

—Que al menos no nos siguen los tren.

—No estés tan seguro de eso —replicó Arilyn en tono sombrío, echando una fugaz mirada a los adoquines de la calle—. Recuerda que eres el sexto hijo y yo soy tu compañera semielfa. ¿Se te ocurren dos peones más prescindibles sobre los que tomar represalias?

Por un momento, pareció que Danilo iba a protestar, pero enseguida su rostro adoptó una expresión meditabunda.

—Belinda era la hija menor de los Gundwynd.

—Ya lo había pensado —repuso la semielfa, mirándolo con total seriedad.

—Esa mujer es una auténtica maravilla —murmuró Elaith al empezar a leer la nota que Myrna Cassalanter le había hecho llegar a través de un mensajero de total confianza, montando un rápido caballo.

Incluso los rumores menos probables de Myrna habían dado fruto. Ese mismo día, apenas hacía unas horas, la guardia había arrestado a Simón Ilzimmer por el asesinato

de una cortesana en uno de los establecimientos de Elaith, nada menos. Aunque Simón pertenecía a la nobleza y los hombres y mujeres que estaban dispuestos a testificar contra él no eran más que plebeyos, al final el resultado sería el mismo: un insignificante lord Ilzimmer colgaría de las murallas de la ciudad.

A Elaith no le importaba en lo más mínimo que Simón Ilzimmer fuese inocente de ese crimen en particular. Con su muerte se haría justicia, incluso aunque los hechos no encajaran perfectamente. Y sobre todo, nadie podría culparlo a él de la muerte del noble. Sus servidores darían un testimonio veraz y serio de lo que habían visto, o de lo que se imaginaban que habían visto. El interrogatorio mágico lo confirmaría. La reputación de Simón le daría el último empujón que se necesitaría para arrojarlo por el Salto del Ahorcado.

Mientras centraba de nuevo su atención en la nota, Elaith se dijo que todo estaba saliendo a pedir de boca. No tardarían en sucederse las represalias que mantendrían muy ocupada a la nobleza de Aguas Profundas en el futuro inmediato.

Unas arrugas se le formaron en la frente al seguir leyendo. Myrna informaba con fruición del asesinato de una moza de taberna, hija bastarda de Rhammas Thann. Según los rumores, Danilo Thann había reclamado el cuerpo y había insistido en que fuese sepultado en el mausoleo familiar.

Elaith tiró de la campanilla. Su mayordomo elfo acudió prontamente.

—Envía un mensaje a lord Thann pidiéndole que se reúna de inmediato conmigo en... —El elfo pensó rápidamente y agregó—: En la escalinata del templo del Panteón.

El mayordomo se retiró con una inclinación de cabeza. Elaith se dirigió a toda prisa al complejo del templo, esperando que Danilo interpretara correctamente el mensaje tácito. El joven bardo tenía motivos para desconfiar de él, especialmente si había reconstruido la historia de la Mhaorkiira. Sin duda, Bronwyn le habría informado sobre el rubí cargado de magia que había hallado en Luna Plateada y en el que Elaith estaba muy interesado. Era muy probable que Arilyn reconociera la kiira a partir de las descripciones y que supiera que quien la poseía corría el riesgo de ser corrompido por el mal. Desde luego, era una razón para preocuparse, al menos para quienes solamente conocían de la kiira lo que decía la leyenda.

Encontró un lugar tranquilo en el patio, justo en el arranque de la amplia escalinata de mármol, y fingió ensimismarse en la contemplación de una estatua de alguna que otra diosa. Su aparente calma no reflejaba en absoluto su estado de ánimo, pero era la habitual entre los elfos que acudían al templo para darse unos minutos de respiro del frenético ritmo de la ciudad humana.

Incluso la embotada sensibilidad de los humanos captaba una pequeña parte de la tranquilidad y la calma de ese refugio elfo. Quienes paseaban por allí frenaban el paso y se callaban. Elaith observó cómo Danilo detenía la montura a respetuosa distancia, desmontaba y se aproximaba tranquilamente hacia él.

—El mensajero ha dicho que era un asunto urgente —fue su saludo.

Elaith vio que el humano no tenía buen aspecto. En comparación con la tez de un elfo de la luna, difícilmente se le podría llamar pálido, pero su rostro reflejaba los signos de varias noches en blanco, y su mirada era de profunda tristeza. Sólo tristeza. La calidez, el humor y la creciente amistad que para el elfo significaba más de lo que estaba dispuesto a admitir habían desaparecido.

De pronto, la tarea se le antojó mucho más dura de lo que había previsto. Se volvió a un lado y enlazó las manos a la espalda.

—He oído la pérdida que ha sufrido tu familia. Lo siento.

Un velo de dolor empañó los ojos de Danilo y en ellos se encendió una chispa de ira.

—Para mi familia, no ha sido ninguna pérdida; sólo hemos salido perdiendo Lilly y yo. Gracias por tu simpatía.

—La simpatía es un regalo que se otorga con facilidad. Yo en tu lugar preferiría la venganza. Tienes el aspecto de un sabueso que acaba de encontrar el rastro de un zorro.

—Más bien de una mofeta. Pero sí; pienso acabar con esa alimaña.

Era una respuesta que Elaith había anticipado, aunque no le gustó la expresión sombría y resuelta del humano. Era una expresión de obstinación absoluta e implacable, que conocía muy bien. En una ocasión, esas mismas características le habían salvado a él la vida, pero en el caso de Danilo temía que pudieran significar su muerte.

—Tal vez yo pueda ayudarte —dijo.

Hizo un esfuerzo para no sentirse culpable por la súbita mirada de esperanza y gratitud que vio en los ojos de Dan. Su ayuda sería para el zorro, no para el sabueso. Era preferible despistar a Danilo para que siguiera otro rastro a permitir que se aproximara demasiado al corazón del asunto. Su razonamiento era que si el sabueso sobrevivía para salir de caza otro día, el amo de la Mhaorkiira le daría un uso adecuado.

—Ya sabes que tengo bastantes negocios en el distrito de los muelles, y resulta que conocía bastante a la muchacha en cuestión. Le gustaba el juego, por lo que de vez en cuando se dejaba caer en alguno mis antros. Puesto que insisto en conocer el nombre de mis clientes, averigüé su nombre de pila, aunque no su apellido. Eso sí, tenía más en común contigo que lo que parece.

—Te lo ruego, ve al grano —imploró el humano.

—No te gustará oírlo —le advirtió Elaith—. En más de una ocasión, la vi acompañada de un noble. Amigo tuyo, creo.

El destello de pasmada comprensión, la dolorosa expresión de pérdida, así como la súbita llamarada de furia, dijo a Elaith que no era necesario pronunciar el nombre. No obstante, lo pronunció.

—Se sabe que Regnet Amcathra solía ir de vez en cuando a El Pescador Borracho.

Fue visto en compañía de Lilly allí y en otros locales.

El elfo dejó que Danilo absorbiera la noticia, tras lo cual se sacó de los pliegues de una manga un paquete de pequeñas dimensiones y lo desenvolvió. Dentro había una daga ennegrecida.

—Uno de mis almacenes se incendió. La estructura aguantó, pero todo lo que había dentro se quemó. Sin duda, ésa era la intención de los incendiarios. Encontré esta daga entre las costillas chamuscadas de un empleado de la familia Ilzimmer.

¿Reconoces el trabajo?

Danilo tomó la daga y le dio vueltas entre las manos. Tras una breve inspección, la devolvió.

—Mi primera espada fue una Amcathra. Casi no poseo otro tipo de armas. No tienen igual.

—Son casi tan buenas como las armas elfas —convino con él Elaith.

Reparó en la súbita mirada de sorpresa y especulación en los ojos de Dan y se preguntó qué podría significar. Recuperó la determinación tan repentinamente como la había perdido, atemperada por una capa de pesar.

—Siento ser el portador de malas noticias. No sé qué significa.

—Tranquilo. Lo descubriré.

El suspiro de resignación de Elaith y su mirada de preocupación no fueron del todo fingidos.

—Ya me lo imaginaba. Ve con cuidado. El clan Amcathra es sutil y astuto.

¿Quién los hubiera creído capaces de algo así?

Esas palabras contenían una porción de verdad suficiente para enmascarar el

engaño del elfo y ocultar otra verdad más profunda. Elaith era perfectamente consciente de que el clan Amcathra merecía su excelente reputación, por lo que no había presa mejor contra la cual lanzar a ese sabueso. Danilo seguiría el rastro con obstinada determinación, lo cual lo quitaría a él —y de paso a Arilyn— de en medio. Desde luego, Danilo perdería a su más viejo amigo, aunque, en opinión de Elaith, Regnet Amcathra era un peón totalmente prescindible.

—Regnet Amcathra. ¿Quién lo hubiera creído? —dijo Danilo, esbozando una leve sonrisa de amargura—. Sé que no habrá sido nada fácil para ti. Te doy las gracias. —El humano le tendió una mano.

Elaith se la estrechó y sostuvo la mirada del humano.

—¿Para qué están los amigos? —repuso con fingida calidez y deliberada ironía.

Regnet Amcathra vivía en el distrito del mar, un barrio muy tranquilo de la ciudad, aunque cercano a la burbujeante vida de los muelles. Era un contraste que, según Danilo, iba como anillo al dedo a su amigo Regnet. La familia Amcathra era indecentemente rica, y Regnet —como Dan— era el benjamín y no participaba directamente en los negocios familiares. Aunque a Regnet le gustaba el lujo y estaba tan satisfecho de sí mismo como tantos otros nobles, la aventura lo atraía. Pocos años atrás, había fundado los Hondos Hurgadores, un grupo de jóvenes nobles aburridos que se dedicaban a bajar a los túneles de Aguas Profundas en busca de aventuras.

Dan siempre había admirado ese empeño, aunque de pronto comenzaba a preguntarse si ese afán de recorrer el subsuelo de Aguas Profundas no sería más que una coincidencia. Muchas veces tras el afán de aventuras lo que en realidad se escondían eran actividades criminales, y cualquier conexión con Bajomonte, en general, y Puerto Calavera, en particular, era muy sospechosa. Con toda sinceridad, esperaba que Regnet no se hubiera ensuciado las manos ni con la muerte de Lilly ni con los acontecimientos que habían llevado a su asesinato.

Después de dejar el caballo en manos del mozo de cuadra, atravesó la verja de hierro de enormes proporciones, que imitaba tres pares de pegasos encabritados. La casa de Regnet era pequeña en comparación con los edificios del distrito del mar; antiguamente, esa casa había sido las cocheras de un acaudalado mago que poseía una pequeña flota de pegasos. La mansión había ardido hasta los cimientos años atrás —una víctima más de la magia creada sin pensar en las posibles consecuencias— y nunca se había reconstruido.

La puerta se abrió antes de que Danilo pudiera llamar. Dan sonrió al mayordomo halfling: desde que en el círculo social de Danilo se corrió la voz de las excelencias de Monroe, los mayordomos halfling hacían furor. Ese halfling en concreto llevaba el uniforme azul y rojo típico de los empleados de los Amcathra, y tenía el pelo tan amarillo como un diente de león. En ese momento, la comparación era especialmente acertada, pues lo tenía de punta, como si se hubiera pasado repetidamente la mano por él con mucha agitación.

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