Read Las Estrellas mi destino Online
Authors: Alfred Bester
El correo sacó una pequeña perla plateada, una unidad de memoria, repitió ante ella las instrucciones de Presteign y partió sin más palabras. Presteign se volvió hacia su telefonista.
—Póngame con Regis Sheffield —ordenó.
Diez minutos más tarde le habían comunicado con la oficina del abogado Regis Sheffield, y un joven pasante apareció en la plataforma de jaunteo particular de Presteign, y fue revisado y admitido a través del laberinto. Era un joven despierto de rostro brillante y con la expresión de un conejo alegre.
—Perdone el retraso, Presteign —dijo—. Recibimos su llamada en Chicago, y soy tan sólo un clase D de quinientos kilómetros. Me llevó un tiempo llegar hasta aquí.
—¿Lleva su jefe un caso en Chicago?
—En Chicago, New York y Washington. Ha estado jaunteando de juzgado en juzgado toda la mañana. Lo suplimos cuando está en otra corte.
—Deseo contratarlo.
—Nos honra, Presteign, pero el señor Sheffield está realmente ocupado.
—No lo bastante para Piros.
—Lo siento, señor; pero no acabo de...
—No, usted no lo comprende, pero Sheffield lo entenderá. Dígale tan sólo: Piros, y el montante de sus honorarios.
—¿Qué serán...?
—Un cuarto de millón de entrada y un cuarto de millón garantizado contra el diez por ciento de la cantidad total arriesgada.
—¿Qué es lo que se espera del señor Sheffield?
—El preparar todos los trucos legales conocidos para raptar a un hombre y retenerlo contra el ejército, la marina y la policía.
—Bien. ¿Quién será el hombre?
—Gulliver Foyle.
El pasante murmuró rápidas notas en una perla memorizadora, se la colocó en el oído, escuchó, asintió y partió. Presteign abandonó el estudio y ascendió por las lujosas escaleras hasta el aposento de su hija para ofrecerle su saludo matutino.
En las casas de los ricos, las habitaciones de los miembros femeninos de la familia eran ciegas, sin ventanas o puertas, abiertas tan sólo al jaunteo de los miembros íntimos de la familia. Así se mantenía la moralidad y se defendía la castidad. Pero como Olivia Presteign era a su vez realmente ciega, ella no podía jauntear. Consecuentemente, a su estancia se entraba por puertas cuidadosamente vigiladas por sirvientes de confianza ataviados con los colores del clan de los Presteign.
Olivia Presteign era maravillosamente albina. Su cabello era seda blanca, su piel blanco satén, sus uñas, sus labios y sus ojos eran de coral. Era bella y extrañamente ciega, pues podía ver tan sólo los infrarrojos, de las bandas de los 7500 angstroms a un milímetro. Veía las ondas caloríferas, los campos magnéticos, las ondas radiales, el radar, el sonar y los campos electromagnéticos.
Se acababa de levantar y se hallaba en el vestidor de sus aposentos. Se sentaba en un sillón cubierto de brocados, sorbiendo té, guardada por su dueña, celebrando su audiencia y hablando con una docena de hombres y mujeres que estaban en pie a su alrededor. Parecía una exquisita estatua de mármol y coral, brillándole los ojos mientras veía y al mismo tiempo no lo hacía.
Veía la habitación como un flujo pulsante de emanaciones caloríferas que iban desde calientes brillos a frías sombras. Veía las cegadoras tramas magnéticas de los relojes, teléfonos, luces y cerraduras. Veía y reconocía a la gente por las configuraciones características del calor radiado por sus rostros y cuerpos. Veía, alrededor de cada cabeza, un aura de la débil emanación electromagnética del cerebro y, chisporroteando a través de la radiación calorífica de cada cuerpo, la siempre cambiante tonalidad de los músculos y nervios.
A Presteign no le importaban los artistas, músicos y otros bohemios que Olivia mantenía a su alrededor, pero le agradó ver a un puñado de figuras de la alta sociedad aquella mañana. Había un Sears-Roebuck, un Gillet, el joven Sidney Kodak que un día sería el Kodak de Kodak, un Houbigant, el Buick de Buick y R. H. Macy XVI, cabeza del poderoso clan Saks-Giinbel.
Presteign saludó a su hija y salió de casa. Partió hacia el cuartel general de su clan, en el 99 de Wall Street, en una carroza tirada por cuatro caballos y conducida por un cochero asistido por un palafrenero, ambos usando la marca registrada de Presteign en rojo, negro y azul. La negra «P» en un campo de escarlata y cobalto era una de las marcas registradas más antiguas y distinguidas en el registro social, rivalizando con el «57» del clan Heinz y la «RR» de la dinastía Rolls-Royce en antigüedad.
El cabeza del clan Presteign era ya familiar a los jaunteadores neoyorkinos. De cabellos gris acero, elegante, arrogante, impecablemente vestido y cuidadoso en un estilo tradicional, Presteign de Presteign era el epítome de los elegidos sociales, pues estaba en una posición tan exaltada que usaba cocheros, palafreneros, mozos de cuadra, herreros y caballos para realizar una función que los hombres ordinarios resolvían jaunteando.
A medida que los hombres subían por la escala de la sociedad, demostraban su posición por su negativa a jauntear. Los recién adoptados por un clan comercial viajaban en una costosa bicicleta. Un miembro del clan en alza conducía un coche deportivo. El jefe de un linaje era transportado en una antigualla conducida por un chófer, reliquia de los viejos tiempos, tal como un Bentley, o un Cadillac, o un enorme Lagonda. Un heredero que se encontrase en línea directa de sucesión en la jefatura de un clan mantenía un yate o un avión. Y Presteign de Presteign, cabeza del clan Presteign, poseía carrozas, coches, yates, aviones y trenes. Su posición en la sociedad era tan excepcional que no había jaunteado en los últimos cuarenta años. Secretamente despreciaba a los bulliciosos nuevos ricos tales como los Dagenhams y los Sheffields, que aún jaunteaban sin avergonzarse por ello.
Presteign entró en la fortaleza, en la que tan sólo se abrían aspilleras, que era el Castillo Presteign. Estaba guardado y servido por su famosa Guardia Jaunteadora, uniformada con los colores del clan. Presteign caminó con el pausado paso de un rey mientras entraba al son de trompetas en su oficina. En realidad era más grande que un rey, como un inoportuno empleado gubernamental que esperaba audiencia descubrió para su desmayo. El desafortunado hombre se adelantó de la suplicante masa de peticionarios cuando pasó Presteign.
—Señor Presteign —comenzó—. Soy del Departamento de Impuestos, y tengo que verle esta maña...
Presteign lo cortó con una gélida mirada.
—Hay millares de Presteign —declamó—. A todos ellos se les da el título de Señor. Pero yo soy Presteign de Presteign, jefe de la casa y tribu, primero en la familia y líder del clan. Se me llama Presteign. No «señor» Presteign. Presteign tan sólo.
Se giró y entró en su oficina, en donde sus ayudantes lo saludaron a coro:
—Buenos días, Presteign.
Presteign saludó con la cabeza, sonrió su sonrisa de basilisco, y se sentó en el trono tras su escritorio, mientras la Guardia Jaunteadora hacía sonar trompetas y atabales. Presteign hizo una señal para que se iniciase la audiencia, mientras el Maestresala se adelantaba con un pergamino. Presteign desdeñaba las perlas memorizadoras y todos los artefactos mecánicos de oficina.
—Informe sobre las empresas del clan Presteign —entonó el Maestresala—. Acciones ordinarias: alza —201 1/2, baja —201 1/4. Medias de Nueva York, París, Ceilán, Tokio...
Presteign agitó irritadamente su mano. El Maestresala se retiró, siendo sustituido por el Ujier Mayor.
—Otro señor Presto que ha de ser investido, Presteign.
Presteign contuvo su impaciencia y pasó por toda la tediosa ceremonia de aceptar el juramento del cuatrocientos noventa y sieteavo señor Presto de la jerarquía de los Prestos del clan Presteign, que dirigían las tiendas de la división de venta al público de Presteign. Hasta hacía poco, aquel hombre había tenido un rostro y un cuerpo que le eran propios. Ahora, tras años de cuidadosas pruebas e indoctrinación, había sido elegido para unirse a los Prestos.
Tras seis meses de cirugía y psico-condicionamiento, era idéntico a los otros cuatrocientos noventa y seis señores Presto y al retrato idealizado del señor Presto que colgaba tras el estrado de Presteign... un bondadoso y honesto hombre que se asemejaba a Abraham Lincoln, un hombre que instantáneamente inspiraba afecto y confianza. En todo el mundo, los compradores entraban en idénticas tiendas Presteign y eran saludados por un director idéntico: el señor Presto; que era imitado, pero no igualado, por el señor Kwik del clan Kodak, y el Tío Monty de Montgomery Ward.
Cuando se hubo completado la ceremonia, Presteign se alzó abruptamente para indicar que la investidura oficial había terminado. Se vació la oficina, quedando tan sólo los empleados de mayor jerarquía. Presteign caminó arriba y abajo, reprimiendo su impaciencia. Nunca juraba, pero su contención era más aterradora que una retahíla de exabruptos.
—Foyle —dijo con una voz sofocada—. Un vulgar marino. Basura. Heces. Residuos de cloaca. Ese hombre se alza entre mí...
—Por favor, Presteign —interrumpió tímidamente el Ujier Mayor—. Son las once hora del Este, las ocho hora del Pacífico.
—¿Y qué?
—Por favor, Presteign, ¿me permite recordarle que hay una ceremonia de botadura a las nueve hora del Pacífico? Tiene usted que presidirla en los astilleros de Vancouver.
—¿Botadura?
—De nuestro nuevo carguero, el Princesa de Presteign. Llevará cierto tiempo el establecer un contacto tridimensional con el astillero, así que será mejor...
—Iré en persona.
—¡En persona! —El Ujier Mayor casi se desmayó—. Pero no podemos volar hasta Vancouver en una hora, Presteign. No...
—Jauntearé —cortó Presteign de Presteign. Tal era su agitación.
Su anonadado equipo realizó apresurados preparativos. Partieron jaunteando mensajeros para avisar a las oficinas de Presteign de todo el país, y las plataformas de jaunteo privadas fueron dejadas vacías. Presteign fue guiado hasta la plataforma de su oficina de Nueva York. Era una plataforma circular en una habitación tapizada de negro sin ventanas: condición necesaria para evitar que personas no autorizadas descubriesen y memorizasen las coordenadas. Por la misma razón, todas las casas y oficinas tenían ventanas transparentes en un solo sentido y laberintos destinados a confundir tras las puertas.
Para jauntear era necesario (entre otras cosas) que la persona supiese exactamente dónde estaba y a dónde iba... de lo contrario tenía pocas esperanzas de llegar a cualquier lugar con vida. Era tan imposible jauntear de un punto de partida no determinado como lo era el llegar a un destino desconocido. Como cuando se dispara una pistola, uno tenía que saber a dónde apuntar y por dónde coger la pistola. Pero una mirada a través de una ventana o puerta podía ser suficiente para permitir que una persona memorizase las coordenadas L-E-S de un lugar.
Presteign subió a la plataforma, visualizó las coordenadas de su destino en la oficina de Filadelfia, viendo claramente la imagen y la posición. Se relajó y puso toda su energía en un concentrado acto de volición y fe hacia su destino. Jaunteó. Hubo un momento de náusea en el que sus ojos se desenfocaron. La plataforma de Nueva York desapareció y apareció la de Filadelfia. Notó una sensación de caer y luego de subir. Llegó. El Ujier Mayor y otros miembros de su equipo llegaron un respetuoso momento más tarde.
Así, en jaunteos de cien o doscientos kilómetros cada uno.
Presteign cruzó el continente y llegó a los astilleros de Vancouver exactamente a las nueve de la mañana hora del Pacífico. Había abandonado Nueva York a las once, había ganado dos horas de luz solar. Esto era corriente en un mundo que jaunteaba.
Los kilómetros cuadrados de concreto no vallado (¿qué valla detendría a un jaunteador?) que constituían el astillero semejaban una blanca mesa cubierta por oscuras monedas cuidadosamente dispuestas en círculos concéntricos. Pero, mirando más de cerca, las monedas se agrandaban hasta convertirse en las bocas, de treinta metros de diámetro, de negros pozos cavados en las profundidades de la tierra. Cada boca circular estaba rodeada por edificios de concreto: oficinas, talleres de comprobación, cantinas, vestuarios.
Ésos eran los pozos de despegue y aterrizaje, los diques secos y pozos de construcción de los astilleros. Las espacionaves, como los veleros, nunca habían sido diseñadas para soportar su propio peso contra la fuerza de gravedad sin ayuda. La fuerza de gravedad normal de la Tierra destrozaría la estructura de una astronave como si fuera la cáscara de un huevo. Las naves eran construidas en profundos pozos, alzándose verticalmente en una red de andamios y pasarelas, apuntaladas y soportadas por pantallas antigravitatorias. Despegaban de pozos similares, alzándose sobre haces antigravitatorios como motas de polvo subiendo por el haz de un proyector, hasta que al final alcanzaban el Límite de Roche y podían partir con sus propios cohetes. Las astronaves que aterrizaban cortaban la propulsión cohete y bajaban por los mismos haces hacia los pozos.
Mientras la corte de Presteign entraba en los astilleros de Vancouver, podían ver qué pozos se hallaban en uso. De algunos de ellos surgían las proas y cascos de las naves, alzadas en un cuarto o la mitad de su longitud sobre el suelo por las pantallas antigravitatorias, mientras que, en los pozos, sus secciones posteriores quedaban a un cierto nivel de trabajo. Tres transportes Presteign de la clase V: el Vega, el Vestal y el Vorga, se alzaban parcialmente cerca del centro del complejo, sometidos a reconstrucción parcial, tal como indicaban los chisporroteos de los soldadores alrededor del Vorga.
Ante el edificio de concreto señalizado con la palabra: ENTRADA, la corte de Presteign se detuvo frente a un cartel que decía:
SI ENTRA EN ESTE RECINTO ILEGALMENTE PONE EN PELIGRO SU VIDA. ¡YA LE HEMOS ADVERTIDO!
Se distribuyeron contraseñas de visitantes entre el grupo, y hasta Presteign de Presteign recibió la suya. Se la colocó cuidadosamente, pues sabía bien cuál sería el resultado de entrar sin una de esas señales protectoras. La corte continuó, siguiendo su camino por entre los pozos, hasta que llegó al 0—3, cuya boca estaba decorada con banderolas con los colores de Presteign y en la que se había erigido una pequeña tarima.
Dieron la bienvenida a Presteign, y éste, a su vez, saludó a varios directivos. La banda Presteign inició los sones del himno del clan, sonoro y pomposo, pero uno de los instrumentos parecía haberse vuelto loco. Tocaba una nota metálica que sonaba más y más fuerte, hasta que apagó a toda la banda y las sorprendidas exclamaciones. Tan sólo entonces se dio cuenta Presteign de que no era el sonido de un instrumento, sino la alarma del astillero.