Las huellas imborrables (18 page)

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Authors: Camilla Läckberg

BOOK: Las huellas imborrables
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–Pero Gösta –dijo Paula reconviniéndolo al ver que le daba la espalda al desaguisado y volvía a sentarse–. No pensarás dejarlo así. Tienes que limpiarlo.

Gösta echó una ojeada a la cafetera y entonces sí pareció darse cuenta del charco que se había formado en la encimera.

–Vaya, sí, lo típico, las mujeres siempre igual. Siempre tan puntillosas.

Paula estaba a punto de replicarle y clavarle un aguijón cuando oyeron un ruido. Un ruido que no se contaba entre los habituales en la comisaría. El alegre parloteo de un niño.

Martin estiró el cuello con gesto esperanzado.

–Debe de ser… –empezó a decir. Pero antes de que concluyese la frase, vio a Patrik en la puerta. Con Maja en brazos.

–¡Hola a todos!

–¡Hola! –respondió Martin encantado–. Vaya, no podías aguantar más sin venir por aquí, ¿verdad?

Patrik sonrió.

–Bueno, más bien es que la pequeña y yo hemos pensado pasarnos a comprobar que de verdad estáis trabajando. ¿A que sí, cariño? –Maja se puso a manotear corroborando sus palabras con un alegre gorjeo. Luego empezó a retorcerse, clara señal de que quería liberarse. Patrik la dejó en el suelo y Maja emprendió una carrera inmediata y tambaleante. Derecha a donde se encontraba Martin.

–Hola, Maja, bonita. Ajá, ¿así que te acuerdas del tío Martin? Con el que estuviste mirando flores. ¿Sabes qué? El tío Martin te va a traer una caja de juguetes. –Dicho esto, se levantó y fue a buscar la caja que tenían en la comisaría, precisamente por si alguien se presentaba con niños a los que hubiera que distraer un rato. Maja se puso contentísima al ver el cofre del tesoro lleno de objetos divertidos y maravillosos que se materializó en la cocina.

–Gracias, Martin –dijo Patrik. Se sirvió una taza de café y se sentó a la mesa–. Y bien, ¿qué tal os van las cosas? –quiso saber haciendo una mueca al probar el primer sorbo. Era obvio que no le había llevado más de una semana olvidar lo repugnante que era el café de la comisaría.

–Pues un poco lento sí que va –admitió Martin–. Pero tenemos alguna que otra pista. –Y lo puso al corriente de la conversación mantenida con Frans Ringholm y con Axel Frankel. Patrik lo escuchaba asintiendo con interés.

–Y el viernes pasado Gösta fue a sacar las huellas dactilares y de pisadas de uno de los chicos. Sólo nos queda obtener también las del otro muchacho para poder descartarlos de la investigación.

–¿Y qué dijo? –preguntó Patrik–. ¿Vieron algo interesante? ¿Por qué eligieron justo la casa de los Frankel? ¿Averiguasteis algo sobre lo que podamos seguir investigando?

–Qué va, no conseguí sacarle nada útil –respondió Gösta enojado. Era como si Patrik estuviese cuestionando su modo de hacer el trabajo, y no le hizo ninguna gracia. Sin embargo, al mismo tiempo, Patrik desencadenó en su cerebro una serie de cuestiones… Algo se movía allí dentro, algo que él sabía y que debería poder sacar a la luz. Claro que quizá sólo fuesen figuraciones suyas. Y, además, si decía algo más al respecto, Patrik se saldría con la suya.


Summa summarum
, que, por ahora, no salimos del círculo. Lo único interesante que tenemos es la vinculación con los Amigos de Suecia. Por lo demás, Erik Frankel no parecía tener enemigos, no hemos descubierto ningún otro móvil para que lo asesinaran.

–¿Habéis mirado sus extractos bancarios? Quizá ahí encontréis algo interesante, ¿no? –sugirió Patrik pensando en voz alta.

Martin meneó la cabeza irritado por no haber caído en la cuenta él mismo.

–Lo haremos tan pronto como sea posible –aseguró–. Y también deberíamos preguntarle a Axel si había alguna mujer en la vida de Erik. Bueno, o algún hombre, claro. Alguien a quien quizá se confiase en la cama. Y otra cosa que haremos hoy mismo es hablar con la mujer de la limpieza de Erik y Axel.

–Bien –aprobó Patrik asintiendo conforme–. Quizá ella pueda explicar por qué no ha ido a limpiar en todo el verano. Razón por la cual no descubrió el cadáver de Erik.

Paula se puso de pie.

–¿Sabéis qué? Voy a llamar a Axel ahora mismo para preguntarle si Erik tenía pareja –dijo encaminándose a su despacho.

–¿Tenéis aquí las cartas que Frans le envió a Erik? –preguntó Patrik.

Martin se puso de pie.

–Claro, voy a buscarlas. Porque supongo que lo que quieres es echarles un vistazo, ¿no?

Patrik se encogió de hombros con fingida indiferencia.

–Sí, bueno, ya que estoy aquí…

Martin se echó a reír.

–Imposible borrarle las rayas a la cebra, ¿eh? ¿Tú no estabas de baja paternal?

–Ya, ya, ya verás cuando te toque a ti. El número de horas que uno es capaz de pasar en el cajón de arena es limitado. Y Erica trabaja en casa, así que lo mejor para ella es que nos quitemos de en medio.

–Sí, bueno, pero ¿estás seguro de que Erica quería que os quitarais de en medio viniendo a la comisaría? –insistió Martin con un brillo jocoso en la mirada.

–Bueno… Puede que no, pero sólo he venido a echar un vistazo, a comprobar que os portáis bien.

–Ya, en ese caso, será mejor que vaya a buscar las cartas, para que puedas ojearlas…

Unos minutos después volvía Martin con las cinco cartas, guardadas en fundas de plástico. Maja alzó la vista de la caja de juguetes y alargó el brazo en busca de los papeles que Martin llevaba en la mano, pero este los apartó y se los entregó a Patrik.

–No, cariño, esto no es un juguete.

Maja recibió la noticia con gesto ofendido, pero volvió a sumergirse en la investigación de la caja de juguetes.

Patrik extendió las cartas sobre la mesa una junto a otra. Las leyó en silencio, arrugando el entrecejo.

–No puede decirse que sea nada concreto. Y lo que más hace es repetirse. Dice que Erik debería andarse con cuidado, puesto que ya no puede protegerlo. Que hay fuerzas en el seno de los Amigos de Suecia que no piensan, sino que actúan –Patrik siguió leyendo–. Y en esta me da la impresión de que Erik ha contestado, porque Frans le dice: «Considero que te equivocas en eso que dices. Hablas de consecuencias. De responsabilidad. Yo hablo de enterrar el pasado. De mirar al futuro. Tú y yo tenemos posiciones y puntos de partida distintos. En el fondo se arrastra el mismo monstruo. Y, a diferencia de lo que tú opinas, pienso que sería una insensatez despertar a la vida monstruos de antaño. Hay huesos que es mejor no tocar. Te di mi parecer sobre lo sucedido en la carta anterior, y no me pronunciaré más al respecto. Y te recomiendo que hagas lo propio. En estos momentos he optado por actuar como un protector, pero si la situación cambiara, si el monstruo sale a la luz, quizá me incline por otra cosa».

Patrik miró a Martin.

–¿Le habéis preguntado a Frans qué quiso decir con eso? ¿A qué «monstruos de antaño» se refiere?

–No, aún no hemos podido preguntarle, pero hablaremos con él en más ocasiones.

Paula apareció de nuevo en el umbral.

–He logrado localizar a la mujer fundamental en la vida de Erik. Hice lo que proponía Patrik, he llamado a Axel. Y me dijo que, los últimos cuatro años, Erik había tenido una «buena amiga», según dijo, llamada Viola Ellmander. También he hablado con ella. Puede recibirnos hoy mismo, a lo largo de la mañana.

–Vaya, sí que has sido rápida –observó Patrik con una sonrisa alentadora.

–¿No te vienes con nosotros? –preguntó Martin en un impulso, aunque, después de echarle una ojeada a Maja, que estaba examinando a fondo los ojos de la muñeca, añadió–: No, claro, no puede ser.

–Claro que puede ser, puedes dejármela a mí –se oyó una voz desde la puerta. Annika miraba a Patrik esperanzada y le dedicó a Maja una amplia sonrisa que fue recompensada con otra de las mismas proporciones. A falta de hijos propios, Annika aprovechaba de mil amores la ocasión para tomar uno prestado.

–Pues… –comenzó Patrik mirando a Maja pensativo.

–¿Es que no me crees capaz de hacerlo bien? –objetó Annika cruzándose de brazos y fingiéndose ofendida.

–No, no es eso… –repuso Patrik, aún un tanto indeciso. Pero la curiosidad ganó la batalla y, al final, asintió–: Vale, lo haremos así. Iré con vosotros, pero ida y vuelta, así estaré de regreso antes del almuerzo. Y llámame enseguida si surge algún problema. Ah, por cierto, tiene que comer alrededor de las once y media. Y todavía le gusta la comida bien triturada, aunque creo que traigo un tarro de salsa de carne picada que puedes calentar en el micro, y después de comer suele entrarle sueño, pero no tienes más que acostarla en el cochecito y pasearla un poco, y no olvides el chupete y el oso de peluche, que lo quiere a su lado para dormir y…

–¡Para, para! –Annika alzó las manos muerta de risa–. Estoy segura de que Maja y yo nos las arreglaremos perfectamente. No hay problema. Procuraré que no se muera de inanición mientras esté bajo mi cuidado, y lo de la siestecita también lo bordaremos.

–Gracias, Annika –dijo Patrik poniéndose de pie. Se acuclilló junto a su hija y le dio un beso en la cabecita rubia–. Papá va a salir un momento. Te quedarás con Annika, ¿de acuerdo? –Maja lo miró un instante atónita, pero enseguida volvió a concentrarse en los juguetes y a intentar arrancarle las pestañas a la muñeca. Patrik se levantó, algo decepcionado, y observó:

–Ajá, ya ves lo imprescindible que es uno. Bueno, pues nada, que lo paséis bien.

Le dio un abrazo a Annika y se encaminó a la cochera. Una maravillosa sensación de euforia lo invadió en cuanto se sentó al volante del coche de policía, con Martin en el asiento del acompañante. Paula se sentó detrás, con una nota en la que llevaba escrita la dirección de Viola. Patrik dio marcha atrás para sacar el coche y puso rumbo a Fjällbacka. Era tal el placer que sentía que tuvo que reprimir el deseo de ponerse a tararear una cancioncilla.

Axel colgó despacio el auricular. De repente, todo se le antojaba irreal. Era como si aún siguiese en la cama y estuviese soñando. La casa sin Erik estaba tan vacía… Siempre procuraron tener cada uno su espacio. Hicieron lo posible por no invadir la esfera privada del otro. A veces podían pasar días enteros sin hablarse. Solían comer a horas distintas y mantenerse cada uno en las habitaciones que les correspondían en distintas partes de la casa. Pero eso no significaba que no se quisieran. Se querían. O se quisieron, se apresuró a corregirse. Porque el silencio actual era distinto al de antes. Un silencio diferente al que reinaba cuando Erik leía abajo, en la biblioteca. Entonces siempre tenían la oportunidad de romper el silencio intercambiando unas palabras. Si así lo hubieran querido. Este silencio, en cambio, era total, infinito. Sin fin.

Erik jamás llevó a Viola a casa. Ni tampoco habló nunca de ella. Las únicas veces que Axel habló con ella fue cuando llamaba y él respondía al teléfono. Entonces, Erik solía desaparecer un par de días. Hacía una pequeña maleta con lo imprescindible, se despedía brevemente y se marchaba. A veces Axel sentía cierta envidia cuando veía a su hermano partir así. Envidia de que tuviese a alguien. Axel no había tenido suerte con ese aspecto de la vida. Claro que había habido mujeres, por supuesto que sí. Pero nada que perdurase más allá del primer enamoramiento. Siempre fue culpa suya. De eso no le cabía la menor duda, pero no había nada que pudiese hacer. La otra faceta de su vida era demasiado fuerte, demasiado absorbente. Con los años, se había convertido en una amante exigente que no dejaba espacio para nada más. El trabajo era su vida, su identidad, el núcleo de su ser. No sabía cuándo empezó a ser así. Aunque, no, eso era mentira.

En el silencio del hogar, Axel se sentó en la silla almohadillada que había en la consola de la entrada. Por primera vez desde la noticia de la muerte de su hermano, se abandonó al llanto.

Erica disfrutaba de la calma reinante. Incluso podía tener abierta la puerta del despacho sin que la molestasen los ruidos de fuera. Puso los pies en la mesa pensando en la conversación mantenida con el hermano de Erik Frankel. Había abierto una especie de ventanuco en su interior. Una curiosidad enorme, inconmensurable por las facetas que, obviamente, ni conocía ni había sospechado jamás en su madre. Al mismo tiempo tenía la intuición de que sólo había oído una milésima parte de lo que Axel Frankel sabía de Elsy. Pero ¿por qué iba a molestarse en ocultarle nada a ella? ¿Cuál era la parte del pasado de su madre que el anciano se resistía a contarle? Alargó el brazo en busca de los diarios y continuó leyendo donde lo había dejado hacía unos días. Sin embargo, la lectura no le proporcionó ninguna pista, sólo pensamientos y el día a día de una adolescente. Nada de grandes revelaciones, nada que justificase la curiosa expresión que advirtió en los ojos de Axel cuando hablaba de su madre.

Erica siguió leyendo, rebuscando entre las páginas algo que le llamase la atención. Algo, cualquier cosa, que pudiera calmar aquel desasosiego que la dominaba por dentro. Sin embargo, hubo de esperar hasta las últimas páginas del tercer diario para encontrar algo que indicase una conexión más o menos relevante con la persona de Axel.

Enseguida supo lo que tenía que hacer. Bajó los pies, cogió los diarios y los guardó en el bolso con mucho cuidado. Después de abrir la puerta para comprobar qué tiempo hacía, se puso una chaqueta fina y se marchó caminando a paso ligero.

Tomó la empinada escalera que conducía al Badis y se detuvo en el último peldaño, sudorosa tras el esfuerzo. El viejo restaurante parecía desierto y abandonado ahora que había pasado la aglomeración estival, aunque, a decir verdad, incluso en verano el establecimiento llevaba ya varios años arrastrando una magra existencia. Una lástima. La situación no podía ser mejor: el restaurante coronaba la montaña que se erguía por encima del muelle, y tenía vistas sobre todo el archipiélago de Fjällbacka. Pero el edificio se había deteriorado considerablemente con los años y, con toda probabilidad, se requerían inversiones millonarias para hacer del Badis algo decente.

La casa que buscaba Erica se veía un trecho más allá del restaurante, y había decidido probar suerte con la esperanza de que la persona a la que quería ver estuviese en casa.

Un par de ojos despiertos la recibieron en cuanto se abrió la puerta.

–¿Sí? –preguntó la señora que la miraba curiosa desde la entrada.

–Soy Erica Falck –vaciló un instante…–. Soy hija de Elsy Moström.

Un destello fugaz cruzó la mirada de Britta. Tras unos minutos de silencio en los que permaneció inmóvil, la mujer sonrió de pronto y se apartó a un lado.

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