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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (10 page)

BOOK: Las muertas
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—Te la doy —le dijo a Teófilo— para que le des con ella al que se quiera llevar las vacas.

Vacas no había entonces ni las hubo después.

El día 14 de julio las hermanas Baladro hicieron un día de campo en el rancho Los Ángeles. Invitaron a un sacerdote que bendijo las tierras que ellas acababan de comprar y las bautizó con su nuevo nombre —anteriormente el rancho se había llamado El Pitayo—. La lista de los hombres que asistieron a esta fiesta refleja el cambio en la fortuna de las hermanas Baladro. En vez de diputados locales, presidentes municipales, líderes obreros y gerentes de banco, estuvieron el capitán Bedoya, un ayudante suyo llamado el Valiente Nicolás, el Escalera, Ticho y Teófilo Pinto. Asistieron también quince mujeres. Mientras esperaban que llegara el sacerdote que iba a bendecir las tierras, hombres y mujeres formaron dos equipos mixtos y jugaron fútbol con una pelota que llevaba el Escalera en la cajuela del coche.

Cuando el sacerdote se fue —tenía que celebrar un bautizo— los asistentes abrieron botellas y brindaron, comieron tarde, mole rojo hecho por la Calavera y arroz hecho por Eulalia, el Escalera tocó la guitarra, las mujeres cantaron. No llovió.

Tres días después murió Blanca.

10
HISTORIA DE BLANCA

1

(Blanca N: Ticomán, 1936 - Concepción de Ruiz, 1963.)

En Ticomán la arena es blanca, suelta, los pies se hunden al caminar. La playa es ancha. Hay un río pedregoso que desemboca en el mar. En el lecho de este río los habitantes del lugar han cavado pozos en tiempo de secas desde que alcanza la memoria. La gente de Ticomán es de tierra adentro y vive de espaldas al mar. Los hombres trabajan en las milpas que están en la falda del cerro, las mujeres dan de comer a los puercos que están en el corral. Nadie sabe nadar, nadie se atreve a meterse en el mar, nadie espera nada de él. Lo único que aprovechan del mar es la leña: esperan a que el río en tiempo de aguas la arrastre al mar y que el mar la arroje a la playa.

En el mar olvidado se ven, a lo lejos, dos peñascos blancos, y más lejos, barcos que pasan y nunca llegan a Ticomán.

Las familias son numerosas. Los hombres adultos, cuando se emborrachan, dicen que quisieran irse a trabajar en otra parte. Los hijos varones, cuando crecen, se van. Las mujeres se quedan, aunque no todas.

Podemos imaginar que Blanca, de niña, hizo lo que hacen en Ticomán las de su edad: caminó en la playa con un perro, recogió leña a la orilla del mar, sacó agua del pozo, etc., hasta que llegó a Ticomán una vieja, de rebozo, que dio por sentarse en las tardes en una silla de tule y quedarse mirando el mar. Vio pasar a la niña que llevaba una brazada de leña.

De la playa, la historia brinca a la feria de Ocampo. A esta feria asiste mucha gente devota, que va a cumplir mandas hechas a la Virgen de Ocampo. Unos, por hacer penitencia, bajan cargando vigas desde la Ermita —que es donde está el manantial de aguas milagrosas—, otros caminan descalzos un trecho sobre pencas de nopal, las mujeres cruzan de rodillas el atrio del santuario, que tiene piso de piedra pómez y cien metros de largo. El caso es llegar sangrando ante la imagen venerada: sólo así se tiene la seguridad de que ha sido uno perdonado o de que se le va a conceder el milagro.

Muchos no van a la feria por motivos religiosos, sino por el comercio que hay. En Ocampo, durante los días de la feria se compra y se vende de todo: incienso, cirios pascuales, milagritos de plata, triduos, caballos, gallos de pelea, una yunta de bueyes, una mujer.

En la feria de Ocampo de 1950, Jovita N, la mujer que se sentaba en las tardes en la silla de tule y se quedaba mirando al mar, vendió a las hermanas Arcángela y Serafina Baladro una niña de catorce años, llamada Blanca, en trescientos pesos.

Según la Calavera, que presenció la transacción, ésta tuvo lugar en una de las galeras que hay en Ocampo en las que se hospedan los peregrinos. Las Baladro inspeccionaron minuciosamente a la niña antes de cerrar el trato y no le encontraron más defecto que los dientes manchados —así los tienen todos los de Ticomán, por beber el agua que sacan de los pozos cavados en el lecho del río—, lo cual fue motivo de regateo. La señora Jovita pedía cuatrocientos pesos.

Ese mismo día ocurrió algo que, según lo recuerda la Calavera muchos años después, tiene todas las características de un mal presagio. Fue así. A la misma fonda en que comían las Baladro durante los días que pasaron en Ocampo acostumbraban ir dos muchachas hermanas que habían llegado a aquel pueblo acompañando a su padre, que estaba cumpliendo una manda. Serafina, que necesitaba entonces mujeres para la casa del Molino, las encontró de buen ver, y aprovechó un rato en que el padre estaba ausente para entablar conversación con ellas. Les dijo que era dueña de una zapatería en Pedrones y que necesitaba dependientas. Les ofreció trabajo, un sueldo de doscientos pesos al mes, casa y comida. Pareció que a las muchachas, que venían de Pueblo Viejo, la perspectiva de ir a vivir en Pedrones les interesó y quedaron de resolver al día siguiente. Es decir, el día en que las Baladro compraron a Blanca. Después de comprar a ésta y pagarla, la llevaron a comer en la fonda. Estaban las cuatro —la cuarta es la Calavera— comiendo el arroz, cuando llegó el hombre que estaba haciendo la manda, acompañado, en vez de por sus dos hijas, por dos gendarmes, que se llevaron a Serafina a jalones. Estuvo detenida en la cárcel municipal veinticuatro horas, acusada de intento de perversión de menores. Arcángela tuvo que pagar doscientos cincuenta pesos para que la pusieran en libertad. El presagio, explica la Calavera, consiste en que el primer día que pasaron con Blanca acabó en la primera noche que Serafina pasó en la cárcel.

2

Carácter de Blanca:

Fue apartada de su familia con engaños, vendida y comprada, iniciada en la prostitución a los catorce años y sin embargo, todo parece indicar que fue feliz.

No se sabe qué le ofreció la señora Jovita a Blanca —o la señora Jovita a la madre y la madre a Blanca— para inducirla a acompañarla los cuatrocientos kilómetros que separan Ticomán de Ocampo. Lo más probable es que no haya cumplido su promesa. Sin embargo, en el momento del desengaño, cuando las Baladro inspeccionaron a Blanca entre los camastros del galerón de los peregrinos, ésta, dice la Calavera con admiración, no dio señales ni de sorpresa ni de vergüenza, se fue con las Baladro sin protestar cuando, cerrado el trato, Jovita le dijo, “acompaña a las señoras”, y no perdió el apetito cuando los gendarmes se llevaron a Serafina: fue la única que tuvo ánimos de comer el postre. Días después, en el México Lindo, cuando Arcángela le explicó en qué iban a consistir sus obligaciones —según la Calavera es el momento en que muchas lloran—, contestó sin inmutarse, “como usted diga, señora”.

En los años en que ejerció la prostitución no se recuerda que haya habido contra ella ninguna queja, y en cambio, sí muchos elogios.

Tuvo varios nombres. En el Padrón Antivenéreo del Estado de Mezcala estuvo registrada como María de Jesús Gómez, María Elena Lara, Pilar Cardona, Norma Mendoza y, por fin, con el nombre que conservó hasta su muerte y con el que se le recuerda hasta la fecha: Blanca Medina.

(Si no siguió cambiando de nombre, advierte la Calavera, no fue porque le faltaran ganas, sino porque el doctor Arellano, que era el que llevaba el Padrón, se exasperó, y le dijo muy enojado que no podía seguir cambiándoselo).

La variedad de nombres parece haber correspondido a los diferentes aspectos de su personalidad que, aunque elemental, fue multitudinaria. Según la describen los que la conocieron, su gran talento y el secreto de su éxito, consistió en la habilidad de permitir aflorar ante cada hombre ciertas cualidades que él, sin darse cuenta, esperaba. A esto se deben las contradicciones que hay en los relatos de sus admiradores: a uno lo hizo esperar dos horas, en la barra, solo, mientras ella, en una mesa, también sola, fingía esperar a «un novio», que no existía y que por supuesto nunca llegó. Después fingió estar despechada, fue por el que estaba en la barra, lo llevó a su cuarto y se le entregó en una especie de catalepsia erótica que al otro le pareció formidable. En cambio, a otro, un abogado, le rasgó la corbata al desnudarlo, de un empujón lo echó en la cama y se lanzó sobre él. Este cliente también quedó satisfecho.

Unos dicen que sabía escuchar con atención y en silencio, y que tenía paciencia para oír las historias que le contaban, por largas que fueran. Otros la describen locuaz: el Libertino, por ejemplo, dice que durante una temporada de varios meses, cada vez que la visitó, ella le contó un nuevo episodio de una historia inventada. Lo que más admira al Libertino es que durante la misma temporada Blanca estaba contándole otra historia muy diferente y también inventada a un amigo de él que también la visitaba. En cambio, un ingeniero minero que estuvo con Blanca una sola vez asegura que tuvieron un forcejeo inolvidable, que duró dos horas, durante las cuales ella no dijo una sola palabra.

Sus compañeras la recuerdan con admiración y afecto. A pesar de ser la que más fichas ganaba no dio motivo de envidias. Recomendaba los servicios de sus compañeras menos afortunadas y cedía el paso a cualquiera que tuviera los visos de una oportunidad. Nadie la recuerda jalándose las greñas con otra por celos o por avaricia. Regalaba a otras su ropa cuando todavía estaba en buen estado. Las patronas y la Calavera la adoraron.

Se sabe que la única inhibición de Blanca se la producían los dientes manchados, los cuales iban a dar origen a su único lujo. Ahorró durante años y cuando tuvo lo suficiente fue con un dentista famoso de Pedrones que le puso cuatro dientes de oro en vez de los incisivos superiores. Esta innovación ha de haber modificado la apariencia de Blanca, pero no la desfiguró. Según el Libertino, que la conoció con los dientes manchados, sin dientes —en los días entre que le quitaron unos y le pusieron los otros—, y con dientes de oro, no sabe decir cómo le gustaba más. El brillo dorado no hizo más que resaltar su belleza exótica: Blanca era negra.

3

La historia que Blanca le contó al Libertino:

Blanca dijo que había salido a la calle, había llegado a la Plaza de Armas y se había sentado en una banca. Pasó un hombre que a ella le pareció muy guapo, y volvió a pasar y volvió a pasar, hasta que se sentó en la banca de enfrente y se le quedó mirando. Blanca regresó a la casa, sin que el otro se atreviera a hablarle. Al día siguiente, Blanca volvió a la Plaza de Armas y el hombre a pasear frente a ella, a sentarse y a mirarla. Al tercer día el hombre se le acercó y le dijo que era futbolista y le preguntó quién era ella. Ella le dice que es mesera en un restaurante. Él le dice que quiere casarse con ella. Ella le dice que es imposible, porque tiene una madre enferma (?).

Siguen muchos episodios en que el hombre, que insiste y la persigue, está a punto de descubrir la verdadera profesión de ella. Por ejemplo: la invita a una ostionería y ella se toma varias cervezas, pierde la memoria, y cuando vuelve en sí siente la angustia de no saber si durante la obnubilación dijo: «¡Ay, jaraija, soy puta!». O bien, el hombre llega con otros futbolistas al México Lindo y ella tiene que esconderse debajo de una mesa, etc.

La historia termina la noche en que el Libertino llega al cabaret y encuentra a Blanca triste, le pregunta la causa de la tristeza y ella le dice que el futbolista ha muerto. A continuación describe, con lujo de detalles naturalistas, un accidente sangriento ocurrido en la carretera. A partir de esa noche, Blanca no vuelve a mencionar al futbolista y el Libertino no se atreve a preguntarle por el difunto.

4

Su enfermedad:

En el mes de septiembre de 1962 —los burdeles del Plan de Abajo han sido clausurados, todas las mujeres viven y trabajan en el México Lindo— Blanca se dio cuenta de que estaba embarazada. No era la primera vez. Como en ocasiones anteriores, pidió ayuda a la Calavera y ésta —según propia declaración— preparó una infusión de hojas de abrótano macho y de ruda, que la paciente tomó, caliente, una taza, tres veces al día. Este remedio, que la Calavera había preparado muchas veces y que había sido usado con excelentes resultados por la mayoría de las mujeres que trabajaban con las Baladro, era considerado infalible para provocar el aborto. Blanca lo tomó durante dos meses sin ningún efecto, en vista de lo cual decidió consultar su caso con las hermanas Baladro. Serafina le aconsejó someterse a una operación y le dijo que ella y su hermana pagarían al médico.

El doctor Arellano, cuya firma aparecía al pie de varios documentos que estaban en poder de Arcángela, aceptó provocar el aborto a cambio de éstos, después de hacerse del rogar y de advertir que la operación era peligrosa por estar el embarazo muy avanzado. Operó a Blanca en la habitación de ésta, ayudado por la Calavera, un día de noviembre. El éxito fue parcial, porque se provocó el aborto, pero también una hemorragia abundante y persistente, que el médico atribuyó a la inestabilidad sanguínea que tenía la enferma causada por el tratamiento a base del abrótano macho y la ruda. Para parar la hemorragia tuvo que administrar a la paciente ocho inyecciones de vitamina K. A las once de la noche, la hemorragia cesó y todos creyeron que Blanca estaba salvada. El doctor se retiró a su casa después de que Arcángela le entregó sus documentos. Serafina y Arcángela fueron a atender el cabaret y la Calavera, los cuartos. La enferma se quedó sola, dormida. Al día siguiente, cuando la Calavera entró en el cuarto con un vaso de jugo de naranja, notó que las facciones de Blanca habían perdido la simetría. La inspección que se hizo después demostró que el costado izquierdo de Blanca estaba paralizado.

El doctor Arellano se negó a visitar a la enferma, por lo que Serafina, contra la voluntad de Arcángela, que temía el gasto y las complicaciones, llamó al doctor Abdulio Meneses, quien examinó a Blanca y después de hacer varias preguntas torpes sobre el origen de la enfermedad —que han de haber recibido respuestas más torpes— dispuso la hospitalización de la paciente en su sanatorio particular, con el objeto de someterla a un tratamiento intenso.

Blanca fue admitida en el Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar —que tenía fama de ser de los mejor atendidos de la región— el 4 de diciembre de 1962. En los documentos de ingreso Serafina Baladro aparece como su parienta más cercana y la responsable de pagar la cuenta. Los días 5 y 6, varias compañeras de trabajo de Blanca la visitaron y la encontraron muy mejorada, el 7, el Libertino le llevó un ramo de rosas rojas, y no pudo reprimir —dice una enfermera que lo vio— un gesto de horror al verla tan deformada, la noche del 8 asesinaron a Beto, el 10 se clausuró el México Lindo, el 11 el doctor Meneses desesperó de cobrar la cuenta y dispuso que se suspendiera el tratamiento de Blanca y que se le diera de alta.

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