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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (11 page)

BOOK: Las muertas
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Los documentos de salida del Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar dan la impresión de que la enferma fue recogida por unos parientes —hay una firma ilegible—. Ese mismo día Blanca ingresó en el Hospital Civil de San Pedro de las Corrientes con el nombre de María Méndez —el único que llevó en su vida que no inventó ella misma—, sin que en la ficha aparezca referencia a ningún pariente ni al doctor Abdulio Meneses.

En enero, el Libertino quiso visitar a Blanca, y la recepcionista del Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar le informó que la enferma había sido dada de alta y recogida por sus parientes. El Libertino supuso que Blanca estaría, sana y viviendo con las Baladro y no insistió en buscarla. Confiaba en que las hermanas no tardarían en reaparecer, abriendo un negocio ya fuera en San Pedro o en algún otro pueblo de la región, y en que cuando esto ocurriera se comunicarían con él que era uno de los clientes más asiduos. Las Baladro, por su parte, olvidaron a Blanca por un tiempo, con las angustias de la muerte de Beto, la clausura del México Lindo y el trastorno de la mudanza. Cuando la recordaron por fin, la supusieron en el Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar, con una cuenta de gastos muy larga que Serafina se había comprometido a liquidar. Esta última consideración las hizo no intentar visitarla, ni averiguar cómo estaba.

Así llegó marzo, mes en que el Libertino tuvo que ir a Concepción de Ruiz a cobrar una cuenta morosa —vende refacciones de coches—. Terminado el negocio, en un arranque de nostalgia erótica, quiso ver otra vez la fachada del Casino del Danzón. Dejó el coche en la Plaza de Armas, caminó hasta la calle de Independencia, y estaba parado frente a la puerta sellada, cuando vio con sorpresa que por la puerta de la casa de junto salía la Calavera, que iba a comprar manteca. Se abrazaron como viejos amigos que eran, la Calavera le contó dos mentiras —que salía de visitar a la señora Benavides que era su amiga, y que ella y las demás mujeres estaban viviendo en Muérdago—, el Libertino le preguntó por Blanca, ella le contestó que estaba en el Sanatorio de Nuestra Señora del Pilar… Así fue como se dieron cuenta de que Blanca había desaparecido. Mientras caminaban juntos hacia la carnicería decidieron buscarla, al Libertino se le ocurrió dar aviso a la policía, la Calavera le suplicó que no lo hiciera —para explicarle por qué era necesaria tanta discreción, tuvo que decirle dónde estaban viviendo las Baladro, ella y las demás mujeres—, el Libertino accedió a buscar a Blanca él mismo, con discreción y comunicar los resultados, cuando los hubiera, al teléfono del sitio de coches donde trabajaba el Escalera.

Tres días después de esta conversación el Libertino encontró a Blanca en el primer lugar en que la buscó: en la sala de mujeres del Hospital Civil. No era ni la sombra de la mujer que él había conocido: el rostro de la enferma se había vuelto grotesco y sus facultades mentales habían sido afectadas. Le costaba trabajo conocer y recordar. Su voz, por estar la mitad de la boca paralizada, era casi ininteligible.

El Libertino quedó tan trastornado por su hallazgo, que avisó a la Calavera por la vía que habían acordado, y no quiso saber nada más de Blanca.

5

La Calavera visitó a Blanca al día siguiente. El director del hospital, al ver que la enferma María Méndez tenía una visitante, llamó a la Calavera aparte y le dijo que la otra estaba desahuciada, que por favor dijera a los parientes que se la llevaran, porque había casos más meritorios que el de ella que estaban esperando la cama.

Al día siguiente, las hermanas Baladro llegaron al Hospital Civil en el coche del Escalera, firmaron los papeles que hubo necesidad de firmar, y se llevaron a Blanca a vivir con ellas en el Casino del Danzón.

Según los testimonios, dos mujeres bajaban todas las mañanas a Blanca de su cuarto y la llevaban al corral en donde la dejaban que tomara el sol un rato, acurrucada en una artesa. Después volvían a subirla a su cuarto. Estaba esquelética, se alimentaba de atoles que hacía la Calavera, no daba señales de entender lo que oía, ni nadie entendía lo que ella decía.

En mayo, Arcángela, que se quejaba constantemente de los gastos tan grandes que tenían que hacer para mantener tantas bocas y de la falta de ingresos, decidió que puesto que Blanca no podía masticar, lo mejor sería quitarle los dientes de oro y venderlos, en compensación de los trabajos que estaban pasando por su culpa. Con este fin entró una mañana en el cuarto de Blanca y quiso arrancarle los dientes, pero la otra cerró la boca de tal manera que Arcángela, después de forcejear un rato, tuvo que desistir de su intento.

El 5 de julio la Calavera hizo un viaje a Pedrones y consultó a una señora Tomasa N, que es curandera famosa, sobre el remedio de la parálisis. Fue Tomasa N quien le explicó el tratamiento que se verá más adelante y se lo recomendó como eficaz. De regreso a Concepción de Ruiz, la Calavera pidió a sus patronas permiso para intentar una cura y ellas se lo concedieron.

(Pasan varios días en que la Calavera y otras mujeres están ocupadas preparando el mole que va a consumirse en la bendición del rancho).

Llega el 17 de julio. Ticho une con alambre las patas de tres mesas para darles rigidez y las coloca en el centro del cabaret, que es el lugar que la Calavera ha considerado más propicio para llevar a cabo la curación. Hecho esto, Ticho sale a la calle y no sabe lo que ocurrirá después. A las once se encienden dos braseros y se colocan a los lados de las mesas. Marta, Rosa, Evelia y Feliza, que actúan como ayudantes de la Calavera, bajan a la enferma de su cuarto, la desnudan y la colocan sobre las tres mesas. Mientras las ayudantes ponen a calentar en los braseros seis planchas de hierro, la Calavera fricciona el cuerpo de la enferma con una tintura de corteza de cazahuate. Las asistentes atan a la enferma de las mesas con dos sábanas. Las Baladro presencian la curación desde el balcón que hay en la parte alta del cabaret. Las asistentes cubren el cuerpo de la enferma con una manta ligera de franela. Marta, con un jarrito en la mano, está encargada de rociar la manta, sobre la cual la Calavera aplica las planchas calientes, Rosa es la que cambia las planchas cuando se enfrían, Evelia y Feliza sujetan a la enferma cuando se retuerce.

La receta dice: aplicar las planchas bien calientes, en la manta humedecida, sobre el lado paralizado de la enferma, hasta que la manta adquiera un color café oscuro.

Al principio pareció que la curación iba a tener éxito. La enferma no sólo gritó con más coherencia que la que había tenido al hablar en los últimos meses, sino que al serle aplicadas las planchas se notó que movía músculos que habían estado inmóviles mucho tiempo. Después, la enferma perdió el conocimiento. Las que la curaban trataron de hacerla volver en sí dándole un poco de Coca cola, pero no lograron hacérsela tragar: se le escurría por entre los labios. Por un momento, la Calavera dudó entre suspender la curación o seguir adelante. Optó por lo segundo y siguió aplicando las planchas hasta que la manta adquirió el color café oscuro que había recomendado la señora Tomasa. Intentaron otra vez darle Coca cola sin resultado. Al retirar la manta del cuerpo de la enferma vieron, con sorpresa, que la piel se había quedado adherida a la tela.

—¡Tápenla, tápenla! —dicen que gritó Serafina desde el balcón.

Una mujer fue corriendo por otra manta. Las otras desataron a la enferma. Cuando estuvo otra vez cubierta, entre todas la subieron a su habitación y la acostaron en la cama. No volvió en sí. Las que habían intentado curarla y las patronas la acompañaron hasta las doce de la noche, hora en que dejó de respirar.

11
VISTAS VARIAS

1

María del Carmen Régulez dice de aquel día que después del almuerzo la Calavera dijo a ella y otras tres mujeres:

—Salgan a pasear, den una vuelta, si les sobra tiempo vayan al mercado y quédense un rato mirando las verduras. No regresen a esta casa antes de las cinco de la tarde.

Le dio un peso a cada una para que comieran. A las mujeres les extrañó la orden, pero la obedecieron. Las cuatro se fueron caminando por la calle Cuauhtémoc y pasaron por un taller mecánico en donde trabajaban tres muchachos que las conocían, que al verlas pasar las siguieron “diciéndoles groserías”. Ellas salieron del pueblo y se fueron rumbo al ojo de agua, en donde los muchachos las alcanzaron y “abusaron de ellas” detrás de unos carrizos. Después de comer en el mercado, dieron vueltas en la Plaza hasta que dieron las cinco.

Cuando regresaron al Casino del Danzón entraron en la cocina con intención de avisar a la Calavera que habían regresado. No había nadie en la cocina ni rastros de comida, la lumbre no estaba encendida, no había carbón en la hornilla.

María del Carmen salió al corral a quitar una ropa que había dejado colgada en el tendedero. Notó que la artesa de Blanca no estaba debajo del limonero, sino junto a la puerta cerrada del cabaret.

Cuando regresó a la cocina encontró a otras mujeres que también habían salido a la calle y estaban de regreso —aquel día salieron once mujeres a la calle, cosa que ocurría muy rara vez—.

Dice que cuando subió a su cuarto oyó voces en el de Blanca, que sintió curiosidad, pero que no se atrevió a entrar por parecerle que entre las voces se oían las de las patronas. Que estuvo en su cuarto un rato, que después oyó ruido en el corredor, que entreabrió la puerta y vio por la rendija a Arcángela y la Calavera que caminaban hacia la escalera. Que oyó que Arcángela decía:

—Tú tuviste la culpa.

Aquella noche no hubo cena, nomás té de hojas de naranjo. Varias mujeres le preguntaron a Feliza qué había pasado, pero ella no les quiso decir. Corrió el rumor de que Blanca había empeorado. Cuando subió a su cuarto —dice María del Carmen— notó que la artesa ya no estaba junto a la puerta del cabaret.

Dice que durmió un rato, pero el hambre la despertó. Oyó ruido de voces y pasos. Quiso levantarse a ver qué pasaba, pero antes de hacerlo se quedó dormida profundamente otra vez.

En la mañana, María del Carmen despertó temprano —otra vez con hambre— y bajó a la cocina. La Calavera había encendido la lumbre y estaba dándole de comer a Ticho un desayuno de chicharrones en salsa verde. María del Carmen preguntó si Blanca se había puesto más enferma y la Calavera contestó:

—Tan enferma que tuvimos que llevarla al hospital otra vez.

Dice María del Carmen que durante unos días creyó ser verdad lo que la Calavera le había dicho.

Dice Ticho, refiriéndose a los sucesos ocurridos el día y la noche anteriores, que después de amarrar las patas de las mesas y de colocar éstas donde la Calavera le ordenó, pidió permiso a ella para irse a trabajar. (Desde la clausura del México Lindo, las Baladro no pagaban sueldo a Ticho, por lo que tenía que hacer trabajos de cargador a destajo).

Cuenta que fue a la bodega de los hermanos Barajas y estuvo cargando cajas de jitomate, bolsas de chile seco y costales de papas, de cuartos que tenían goteras a otros que estaban secos, que suspendió el trabajo a las dos de la tarde para cruzar la calle al mercado y comerse un taco de tripa, que regresó a la bodega y que estuvo cargando bultos hasta las ocho de la noche, hora en que el encargado se dio por satisfecho y le entregó los veinte pesos que le había prometido.

Dice que al regresar al Casino del Danzón no encontró a nadie a quien poder darle aviso de su regreso —es decir, las Baladro o la Calavera—, que entró en la cocina, vio que no había comida y entró en la covacha del carbón, que es donde habita. Se echó sobre el catre y se quedó dormido. Dice:

No sé decir qué horas eran cuando desperté. La Calavera estaba en la puerta de la covacha con una lámpara de petróleo en la mano. Le dije “Calaverita” y empecé a levantarle las enaguas. Pero ella no quiso. Nomás me dijo “vente” y se fue. Creí que iba a darme de comer y me fui tras de ella, pero en vez de llevarme a la cocina me llevó al patio, allí se paró y me dijo:

—Ve al armario y trae la pala y el pico. Cuando la Calavera vio que yo traía las herramientas en las manos, empezó a caminar y yo la seguí. No había más luz que la de la lámpara; no alcanzaba a verse más que las enaguas de la Calavera. Llegamos al otro lado del corral (el ángulo noroeste) en donde ella puso la lámpara en el suelo y me dijo:

—Quiero que hagas un trabajo calladito. (Le ordenó que excavara un agujero rectangular de dos pasos de largo por uno de ancho y de una profundidad tal que Ticho parado adentro tuviera los sobacos a la altura de la superficie. Después de dar estas indicaciones, la Calavera regresó a la casa. Ticho excavó con facilidad en la tierra blanda del corral, pero cuando el zapapico empezó a golpear contra el tepetate, salieron de la casa Arcángela y la Calavera y le ordenaron que suspendiera el trabajo). El agujero no tenía ni un metro de profundidad. Sigue Ticho:

La señora Arcángela dijo:

—Déjalo como está. Peor es que despiertes a los vecinos.

La Calavera me llevó a la cocina, me hizo un huevo frito y me dio un jarro de té de hojas de naranjo al que le echó un chorro de alcohol. Yo volví a decirle «Calaverita» y ella volvió a no querer, por lo que regresé a la covacha y me quedé dormido otra vez.

Desperté cuando estaba clareando. La Calavera estaba en la puerta de la covacha con la lámpara de petróleo en la mano. Le dije “Calaverita” otra vez y ella volvió a zafarse y a decirme “vente”.

Fuimos al otro lado del corral. Me di cuenta de que alguien había estado echando tierra en el agujero que yo había hecho, hasta medio cubrirlo.

—Quiero que acabes de tapar este agujero —me dijo la Calavera— y que apisones la tierra con el tronco del mezquite. Si algo de tierra te sobra, óyeme bien, quiero que la riegues con la pala por el corral, de manera que nadie se dé cuenta de que aquí hubo un agujero.

Hice el trabajo tal como me lo ordenaron. Cuando la Calavera vio que el agujero estaba tapado, la tierra apisonada y las sobras regadas por el corral, era de día. Me llevó a la cocina y me dio un almuerzo de chicharrones que ella acababa de guisar. Cuando estaba comiéndomelos entró en la cocina una muchacha y le preguntó a la Calavera cómo seguía Blanca. La Calavera contestó que se había puesto tan enferma que habían tenido que llevarla otra vez al hospital. Hasta entonces comprendí lo que había estado haciendo toda la noche.

Dice el capitán Bedoya:

El 17 de julio lo tengo presente porque fue un día muy atrabancado. El mayor Marín, que traía la paga, se atrasó dos días y llegó al cuartel de Concepción de Ruiz a la misma hora que el camión del forraje, que debía haber llegado el día veinte. (Explica que se atrasó la maniobra de descarga porque de acuerdo con la ordenanza el destacamento tiene que formarse en cuadro y pasar revista antes de recibir la paga). Salí del cuartel apenas a tiempo para llegar corriendo a la oficina de telégrafos antes de que cerraran el despacho de giros. (El capitán Bedoya compró uno de cincuenta pesos a nombre de la niña Carmelita Bedoya —su hija— y lo acompañó de un mensaje que dice “
RECIBE FELICITACIONES DE PAPACITO MOTIVO ONOMÁSTICO
”. Está dirigido a una calle en Atzcapozalco. El capitán Bedoya no envió ni cuelga ni mensaje a su esposa, que también se llama Carmen. Nótese que el capitán, que tenía dinero en el banco, prefirió esperar a que llegara el mayor Marín con la paga de la quincena y enviar el regalo de su hija con un día de retraso). De la oficina de telégrafos —sigue Bedoya— me fui a la casa de Serafina.

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