Las pruebas

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

BOOK: Las pruebas
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Resolver el laberinto se suponía que era el final. No más pruebas, no más huidas. Thomas creía que salir significaba que todos recobrarían sus vidas, pero ninguno sabía a qué clase de vida estaban volviendo. Árida y carbonizada, gran parte de la tierra es un territorio inservible. El sol abrasa, los gobiernos han caído y una misteriosa enfermedad se ha ido apoderando poco a poco de la gente. Sus causas son desconocidas; su resultado, la locura.

En un lugar infestado de miseria y ruina, y por donde la gente ha enloquecido y deambula en busca de víctimas, Thomas conoce a una chica, Brenda, que asegura haber contraído la enfermedad y estar a punto de sucumbir a sus efectos. Entretanto, Teresa ha desaparecido, la organización CRUEL les ha dejado un mensaje, un misterioso chico ha llegado y alguien ha tatuado unas palabras en los cuellos de los clarianos. La de Minho dice «el líder»; la de Thomas, «el que debe ser asesinado».

James Dashner

Las pruebas

El corredor del laberinto (2 de 3)

ePUB v1.0

Dirdam
28.02.12

Título original: «The Scorch Trials»

Traducción: Noemí Risco Mateo

Edita: Nocturna Ediciones

Publicación: 12 de septiembre de 2011

ISBN: 978-84-939200-0-5

Para Wesley, Bryson, Kayla y Dallin.

Los mejores niños del mundo.

Capítulo 1

Le habló antes de que el mundo se desmoronara:

Eh, ¿aún estás despierto?

Thomas cambió de postura en la cama y sintió una oscuridad a su alrededor, como si el aire se volviera sólido y le apretara. Al principio le entró el pánico; los ojos se le abrieron de golpe cuando se imaginó de vuelta en la Caja, aquel horrible cubo de frío metal que le había llevado hasta el Claro y el Laberinto. Pero había una luz tenue y unas oscuras sombras fueron apareciendo poco a poco en la enorme habitación. Literas. Cómodas. Las suaves respiraciones y los gorjeantes ronquidos de los chicos que dormían profundamente.

Una sensación de alivio le inundó. Ahora estaba a salvo en su dormitorio. Ya no había preocupaciones. Ya no había laceradores. Ya no había muerte.

¿Tom?

Sonó una voz en su cabeza, la de una chica. No era audible ni visible. Pero, aun así, la oía, aunque nunca podría haberle explicado a nadie cómo funcionaba. Exhaló después de inspirar profundamente y se relajó sobre la almohada; sus nervios de punta se calmaron tras aquel momento de terror. Respondió, formando las palabras con sus pensamientos:

¿Teresa? ¿Qué hora es?

No tengo ni idea
—contestó—,
pero no puedo dormir. Probablemente me haya echado una cabezada de una hora. Tal vez más. Esperaba que estuvieras despierto para hacerme compañía.

Thomas intentó no sonreír. Aunque no pudiera verle, seguiría siendo embarazoso.

No me has dejado muchas más opciones, ¿no? Es un poco difícil dormir cuando alguien te está hablando directamente dentro de tu cráneo.

Llorica. Vuelve a dormir, entonces.

No, estoy bien
—se quedó mirando a los pies de la litera que había encima de él, sin ninguna característica especial y algo borrosa en la sombra, donde Minho respiraba como si tuviera la garganta llena de flemas—.
¿En qué has estado pensando?

¿Tú qué crees?
—por alguna razón, proyectó un toque de cinismo en sus palabras—.
Sigo viendo a los laceradores. Su repugnante piel y sus cuerpos grasientos con todos aquellos pinchos y brazos de metal. Estaban demasiado cerca para sentirme cómoda, Tom. ¿Cómo vamos a quitarnos algo así de la cabeza?

Thomas sabía lo que pensaba. Aquellas imágenes no se les borrarían nunca. A los clarianos les perseguirían el resto de sus vidas las cosas horribles que habían sucedido en el Laberinto. Se figuró que la mayoría, si no todos, tendría problemas psicológicos importantes. Quizás hasta se volvían tarados.

Y sobre todo, tenía una imagen grabada a fuego en su memoria como si se la hubieran marcado al rojo vivo. Su amigo Chuck, apuñalado en el pecho, sangrando y muriéndose mientras Thomas lo sostenía.

Sabía que nunca lo olvidaría, pero lo que le dijo a Teresa fue:

Se te pasará. Tan sólo necesitas un poco de tiempo, eso es todo.

Eso es una tontería
—replicó ella.

Lo sé
—¡qué ridículo era que le encantara oírle decir algo así, que su sarcasmo significara que las cosas se arreglarían! «Eres idiota», se dijo a sí mismo, y luego esperó que ella no hubiera oído ese pensamiento.

Odio que me hayan separado de vosotros
—dijo Teresa.

Aunque Thomas entendía por qué lo habían hecho. Era la única chica y el resto de los clarianos eran adolescentes, una panda de pingajos en los que todavía no confiaba.

Supongo que ha sido para protegerte.

Sí, supongo
—al oír aquellas palabras, la melancolía, pegada a ellas como sirope, se filtró en su cerebro—.
Pero es un rollo estar sola después de todo por lo que hemos pasado.

Por cierto, ¿adónde te han llevado?

Teresa sonaba tan triste que casi le entraban ganas de levantarse e ir a buscarla, pero fue más sensato.

Justo al otro lado de esa gran sala común donde comimos anoche. Es una habitación pequeña con unas cuantas literas. Estoy segurísima de que cerraron la puerta con llave cuando se marcharon.

¿Ves? Te he dicho que querían protegerte
—después, añadió enseguida—:
No es que te haga falta precisamente. Apostaría mi dinero por ti contra al menos la mitad de estos pingajos.

¿Sólo la mitad?

Vale, contra tres cuartos. Incluido yo.

A continuación hubo un largo silencio, aunque de alguna manera Thomas seguía percibiendo su presencia. La sentía. Era similar al modo en que, pese a no poder ver a Minho, sabía que su amigo estaba tumbado a tan sólo unos centímetros encima de él. Y no era sólo por los ronquidos. Cuando alguien está cerca, lo sabes.

A pesar de todos los recuerdos de las últimas semanas, Thomas estaba sorprendentemente calmado y el sueño no tardó en vencerle de nuevo. La oscuridad dominó su mundo, pero ella estaba allí, cerca de él en muchos sentidos. Casi… tocándolo.

No notaba el paso del tiempo mientras se encontraba en aquel estado. Estaba medio dormido, medio disfrutando de su presencia y de la idea de que les habían rescatado de aquel lugar horrible. Estaban a salvo, y Teresa y él podían volver a encontrarse. Aquella vida podía estar bien.

Sueño dichoso. Confusa oscuridad. Calor. Un resplandor físico. Casi flotaba.

El mundo parecía desvanecerse. Todo se volvió dulce y adormecido. Y la oscuridad, de algún modo, era reconfortante. Se deslizó hacia un sueño.

• • •

Es pequeño. ¿Tiene cuatro años, tal vez? ¿Cinco? Está tumbado sobre una cama, tapado con las mantas hasta la barbilla.

Hay una mujer sentada junto a él, con las manos en el regazo. Tiene el pelo largo y castaño, y su rostro comienza a mostrar los primeros signos de la edad. Tiene los ojos tristes. Lo sabe a pesar de que ella se esfuerza mucho por ocultarlo con una sonrisa.

Quiere decir algo, hacerle una pregunta; pero no puede. No está allí de verdad. Tan sólo lo presencia desde un sitio que no entiende del todo. La mujer empieza a hablar con un tono a la vez dulce e irritado que le molesta:

—No sé por qué te han elegido, pero sí sé que eres especial. Nunca lo olvides. Tampoco olvides nunca… —la voz se le quiebra y las lágrimas le recorren el rostro—, nunca olvides cuánto te quiero.

El chico responde, pero no es Thomas quien habla. Aunque en realidad sí es él. Nada tiene sentido.

—¿Te vas a volver loca como toda esa gente que sale en la tele, mamá? ¿Como… papá?

La mujer extiende la mano y le pasa los dedos por el pelo. ¿La mujer? No, no puede llamarla así. Es su madre. Es… mamá.

—No te preocupes por eso, cariño —dice—. No estarás aquí para verlo.

Su sonrisa ha desaparecido.

• • •

El sueño se convirtió en oscuridad demasiado rápido y dejó a Thomas sumido en un vacío, con nada más que sus pensamientos. ¿Había visto otro recuerdo salido de las profundidades de su amnesia? ¿De verdad había visto a su madre? Había dicho algo acerca de que su padre se había vuelto loco. Thomas sintió en su interior un profundo y persistente dolor e intentó refugiarse en el olvido.

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