Las sirenas de Titán (20 page)

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Authors: Kurt Vonnegut

BOOK: Las sirenas de Titán
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Dentro de la nave reinaba un silencio apenas menos sombrío. Unk y Boaz sentían que lo que les estaba ocurriendo, que lo que estaba ocurriendo era indecible.

Sentían justamente que iban a ser enterrados vivos. La nave se sacudió bruscamente, tumbando a Boaz y a Unk.

La violencia produjo un violento alivio.

—Por fin en casa —gritó Boaz—. ¡Bienvenidos a casa! Luego empezó de nuevo la lúgubre sensación de una caída como
de
hojas.

Veinte minutos terrestres después, la nave seguía cayendo suavemente.

Los sacudones fueron más frecuentes.

Para protegerse de ellos, Boaz y Unk se fueron a la cama. Se tendieron boca abajo, las manos aferradas a los soportes de acero de las literas.

Para que el suplicio fuera completo, el piloto automático decretó que la noche cayera en la cabina.

Un ruido desgarrador sobre la cabina de la nave, obligó a Unk y a Boaz a volver los ojos de las almohadas a las troneras. Ahora había afuera una pálida luz amarilla.

Unk y Boaz gritaron de alegría, corrieron a las troneras. Llegaron justo a tiempo para caer al suelo nuevamente, pues la nave, liberada de una obstrucción, iniciaba otra vez su caída.

Un minuto terrestre más tarde, la caída se detuvo.

El piloto automático produjo un golpecito seco, modesto. Después de transportar su carga segura de Marte a Mercurio, como se le había indicado, se había apagado a sí mismo.

Había entregado su cargamento en el piso de una caverna situada a ciento veinte kilómetros por debajo de la superficie de Mercurio. Se había abierto camino a través de un tortuoso sistema de chimeneas hasta que no pudo seguir bajando.

Boaz fue el primero en llegar a una tronera, mirar afuera y ver la alegre bienvenida de diamantes amarillos y aguamarinas que los harmoniums habían organizado en las paredes.

—¡Unk! —dijo Boaz—. ¡Te juego cualquier cosa a que nos ha metido justo en un
night
club
de Hollywood!

En este punto corresponde hacer una recapitulación de las técnicas de respiración Schliemann para que se pueda entender bien lo que sucedió después. Unk y Boaz, en la cabina presurizada, habían sacado oxígeno de las bolas de aire que tenían en el intestino delgado.

Pero estando en una atmósfera bajo presión, no necesitaban taponarse la nariz y las orejas ni mantener la boca bien cerrada. Esto sólo era necesario en el vacío o en una atmósfera venenosa.

Boaz tenía la impresión de que fuera de la nave espacial reinaba la atmósfera saludable de su Tierra nativa.

En realidad, no había sino el vacío.

Boaz abrió de golpe, con gran descuido, las puertas interior y exterior de la escotilla, convencido de que afuera la atmósfera era propicia.

Fue retribuido con la explosión de la pequeña atmósfera de la cabina en el vacío exterior.

Cerró de un golpe la puerta interior, pero no antes de que él y Unk tuvieran una hemorragia en el momento de gritar de alegría.

Sufrieron un colapso, y el sistema respiratorio les sangró profusamente.

Lo que los salvó de la muerte fue un sistema de emergencia totalmente automático que respondió a la explosión con otra, normalizando de nuevo la presión de la cabina.

—Madre mía —dijo Boaz cuando se recobró—. Carajo, esto parece el infierno y no la Tierra. Unk y Boaz no se asustaron.

Restauraron sus fuerzas con comida, descanso, bebida y bolas de aire.

Y después se taponaron las orejas y las narices, cerraron la boca y exploraron las cercanías de la nave. Decidieron que su tumba era profunda, tortuosa, interminablemente sin aire, deshabitada por nadie remotamente humano e inhabitable para cualquiera remotamente humano.

Observaron los harmoniums, pero no pudieron descubrir nada alentador en la presencia de esas criaturas, que parecían lúgubres.

Unk y Boaz no creían realmente que estuvieran en semejante lugar. El no creerlo era lo que los salvaba del pánico. Volvieron a la nave.

—Okey —dijo Boaz con calma—, ha habido algún error. Nos hemos hundido demasiado en el suelo. Tenemos que retroceder hasta donde están los edificios. Te lo digo francamente, Unk, no me parece que esto sea la Tierra. Debe de haber habido algún error, como digo, y tenemos que preguntar dónde estamos a la gente de los edificios. —Okey —dijo Unk.

—Aprieta el botón de marcha —dijo Boaz— y volaremos como un pájaro.

—Okey —dijo Unk.

—A lo mejor —dijo Boaz— allá arriba la gente de los edificios ni siquiera sabe que hay esto aquí abajo. Quizá descubrimos algo que los dejará pasmados.

—Claro —dijo Unk. El alma de Unk sentía la presión de kilómetros de roca, y sentía también la verdadera naturaleza del trance en que estaban. Por todos lados y por arriba había pasadizos que se bifurcaban, se bifurcaban y se bifurcaban. Las ramas se abrían en ramitas y las ramitas se abrían en pasadizos no más anchos que un poro humano.

El alma de Unk tenía razón al sentir que ninguna de las diez mil ramas llevaba hasta la superficie.

La nave espacial, gracias al dispositivo sensible brillantemente concebido que tenía en el fondo, había percibido su camino hacia abajo fácilmente, por una de las pocas vías de ingreso, bajando, bajando y bajando por una de las poquísimas vías de salida.

Lo que Unk no había sospechado todavía era la estupidez congénita del piloto automático cuando tuviera que subir. Nunca se les había ocurrido a los diseñadores que la nave podía tropezar con problemas cuando se tratara de subir. Después de todo, se suponía que las naves marcianas debían despegar en Marte de una pista sin obstáculos, para ser abandonadas luego de aterrizar en la Tierra. Por lo tanto no había en la nave un dispositivo que solucionara los problemas de la subida.

—Hasta la vista, vieja caverna —dijo Boaz.

Con displicencia, Unk apretó el botón de marcha.

El piloto automático zumbó.

En diez segundos terrestres se había calentado.

La nave despegó del piso de la caverna con un susurro, fácilmente, tocó una pared, raspó sus bordes contra ella con un chirrido penetrante, golpeó el techo de la cabina contra algo que se proyectaba arriba, retrocedió, volvió a golpear el techo, volvió a retroceder, rozó la protuberancia, trepó de nuevo zumbando. Después se produjo otro fuerte chirrido que esta vez venía de todos lados.

Todo movimiento ascendente se había detenido.

La nave estaba incrustada en la roca sólida.

El piloto automático lanzaba quejidos.

Soltó una ráfaga de humo color mostaza que subió entre las planchas del piso de la cabina.

El piloto automático dejó de quejarse.

Se había recalentado y ésa era una señal de que debía sacar a la nave de un lío inextricable.

Procedió a hacerlo, entre chirridos. Las piezas de acero gimieron. Los remaches estallaron como disparos de rifle.

El piloto automático sabía cuando lo habían derrotado. Volvió a bajar la nave al piso de la caverna, aterrizando con un beso.

El piloto automático se desconectó a sí mismo.

Unk apretó el botón para hacerlo funcionar otra vez.

La nave subió de nuevo a tumbos por un pasaje ciego, se retiró de nuevo, de nuevo se asentó en el suelo y se desconectó a sí misma.

El ciclo se repitió unas doce veces, hasta que fue evidente que la nave sólo conseguiría hacerse polvo. La carrocería estaba ya bastante abollada.

Cuando la nave se asentó en el piso de la caverna por duodécima vez, Unk y Boaz estaban destrozados. Se echaron a llorar.

—¡Estamos muertos, Unk, estamos muertos! —dijo Boaz.

—Que yo recuerde, nunca he estado vivo —dijo Unk, brusco—. Pensé que por fin viviría un poco.

Unk se acercó a una tronera y miró hacia afuera con los ojos anegados.

Vio que las criaturas que estaban cerca de la tronera habían dibujado en aguamarina una letra T, perfecta, de un amarillo pálido.

El diseño de una T estaba dentro de los límites de probabilidad de criaturas sin cerebro distribuidas al azar. Pero entonces Unk vio que la T estaba precedida por una S perfecta. Y la S por una perfecta E.

Unk movió la cabeza hacia un lado y miró oblicuamente a través de la tronera. El movimiento le dio una perspectiva de cincuenta metros de pared infestada de harmoniums.

Unk se quedó pasmado al ver que los harmoniums formaban un mensaje con letras deslumbrantes.

El mensaje era éste, en amarillo pálido bordeado de aguamarina:

¡ES UN TEST DE INTELIGENCIA!

9 - Un acertijo resuelto

«En el principio Dios se hizo los cielos y la tierra... Y dijo Dios: 'Sea yo la luz', y Él se hizo luz».

WINSTON NILES RUMFOORD

Biblia autorizada y revisada

«Si quiere hacer deliciosos bocadillos para el té, arrolle harmoniums tiernos y rellénelos con queso blanco de Venus».

BEATRICE RUMFOORD

Libro de cocina galáctica

«En lo que respecta a sus almas, los mártires de Marte no murieron al atacar la Tierra sino cuando fueron reclutados para la máquina bélica marciana».

WINSTON NILES RUMFOORD

Breve Historia de Marte

«Me encontré un lugar donde puedo hacer el bien sin hacer daño».

BOAZ, EN EL LIBRO DE SARAH HORNE CANBY

Unk y Boaz en las cuevas de Mercurio

El libro de más venta en los últimos tiempos ha sido la
Biblia revisada y autorizada de
Winston Niles Rumfoord.
Le sigue en popularidad esa falsificación deliciosa que es el
Libro
de cocina galáctica de Beatrice Rumfoord.
El tercero es la
Breve Historia de Marte,
por Winston Niles Rumfoord. El cuarto, un libro para niños,
Unk y Boaz en las cuevas de
Mercurio,
por Sarah Horne Canby.

En la solapa del libro de Mrs. Canby, el editor da una explicación lisonjera de su éxito:

«¿A qué chico no le gustaría embarcarse en una nave espacial con un cargamento de hamburguesas, salchichas, salsa picante, artículos de deportes y bebidas gaseosas?»

El doctor Frank Minot, en
¿Son adultos los harmoniums?
ve algo más siniestro en el gusto de los niños por el libro. «¿Diremos, pregunta, cuan cerca están Unk y Boaz de la experiencia cotidiana de los niños, cuando Unk y Boaz tratan solemne y respetuosamente con criaturas que en realidad son obscenamente gratuitas, insensibles y estúpidas?» Minot, al trazar un paralelo entre los padres humanos y los harmoniums, se refiere a las relaciones de Unk y Boaz con los harmoniums. Los harmoniums deletrearon para Unk y Boaz un nuevo mensaje de esperanza o velada irrisión cada catorce días terrestres, durante tres años.

Naturalmente, los mensajes eran escritos por Winston Niles Rumfoord, que se materializaba brevemente en Mercurio cada catorce días. Manoteaba unos harmoniums aquí, recogía otros allá y formaba con ellos las letras de imprenta.

En el cuento de Mrs. Canby, la primera insinuación a propósito de que Rumfoord se da una vuelta por las cuevas de vez en cuando, aparece en una escena muy próxima al final, escena en la cual Unk encuentra las huellas de un gran perro en el polvo.

En ese punto de la historia es forzoso que si un adulto está leyéndola en voz alta a un niño, le pregunte con voz deliciosamente ronca: «¿Quién ela el pelo?»

El pelo ela Kazak. El pelo ela de Winston Niles Rumfoord, el gran perrazo infundibulado crono-sinclásticamente.

Hacía tres años terráqueos que Unk y Boaz estaban en Mercurio cuando Unk encontró las huellas de las patas de Kazak en el polvo del piso de una cueva. Mercurio había llevado a Unk y Boaz doce veces y media alrededor del sol.

Unk encontró las huellas en un piso a diez kilómetros por encima de la cámara donde estaba la mellada y abollada nave espacial incrustada en la roca. Unk no siguió viviendo en la nave y Boaz tampoco.

La nave espacial les servía simplemente de base común de abastecimientos a la que volvían en busca de provisiones más o menos una vez por mes terrestre.

Unk y Boaz rara vez se encontraban. Se movían en círculos muy diferentes.

Los círculos en que se movía Boaz eran pequeños. Tenía una residencia fija y bien provista. Estaba al mismo nivel que la nave espacial, a sólo medio kilómetro de distancia.

Los círculos en que se movía Unk eran vastos e inquietos. No tenía casa. Viajaba ligero y lejos, trepando cada vez más alto hasta que lo detenía el frío. Cuando el frío detenía a Unk, detenía también a los harmoniums. En los niveles superiores por los que erraba Unk, los harmoniums eran desmedrados y escasos.

En el confortable nivel inferior donde vivía Boaz, los harmoniums eran abundantes y crecían rápido.

Boaz y Unk se habían separado después de pasar juntos un año terrestre en la nave espacial. En ese primer año habían llegado a la conclusión de que no saldrían de allí si algo o alguien no venía a buscarlos. La conclusión era clara aunque las criaturas continuaban deletreando en las paredes nuevos mensajes, insistiendo en la corrección del test al que estaban siendo sometidos Unk y Boaz, en la facilidad con que podían escapar, si sólo pensaran un poco más intensamente, y con un poco más de sutileza. «¡PIENSA!», decían las criaturas. Unk y Boaz por separado se volvieron locos temporalmente. Unk había tratado de asesinar a Boaz. Boaz había entrado en la nave espacial con un harmonium que era exactamente igual a los demás y había dicho: «¿No es una cosita encantadora, Unk?» Unk le había saltado a la garganta.

Unk estaba desnudo cuando encontró las huellas del perro. El uniforme verde liquen y las botas de fibra negra de la Infantería Marciana de Asalto se habían hecho trizas y polvo en contacto con la piedra.

Las huellas del perro no entusiasmaron a Unk. Ni la música de la sociabilidad ni la luz de la esperanza llenaron su alma cuando vio las huellas de una criatura de sangre caliente, las huellas del mejor amigo del hombre. Y tuvo muy poco que decirse a sí mismo cuando las huellas de un hombre bien calzado se unieron a las del perro.

Unk estaba en guerra con su medio ambiente. Había llegado a considerarlo o malévolo o cruelmente mal administrado. Su respuesta era combatirlo con las únicas armas a mano: la resistencia pasiva y muestras francas de desdén.

Las huellas le parecieron los movimientos iniciales de otro juego estúpido que quería hacerle su medio. Seguiría las huellas, pero sin entusiasmo, perezosamente. Las seguiría sólo porque no tenía nada más previsto para ese momento. Las siguió.

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