Legado (25 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
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Las formas con ruedas desafían toda explicación práctica desde el punto de vista de la biología de la Tierra. Sin embargo, no debemos olvidar que es muy probable que los vástagos no se generen a partir de semillas que contienen sus propias instrucciones genéticas, sino que se ensamblen en fábricas biológicas. Es posible que las ruedas y las criaturas que las utilizan no se fabriquen juntas y al mismo tiempo, sino en diferentes momentos y ocasiones. La dificultad de imaginar una criatura que puede desarrollar y mantener ruedas se supera. Las ruedas incluso pueden considerarse como vástagos apañe, o como construcciones realizadas con materiales orgánicos, pero que ya no están vivos.

El estudio de la Zona de Kandinsky, en Tasman, indica la presencia de vástagos de este tipo, que pueden crear sus ruedas a partir de tejidos rendados y compactados de arbóridos ofítidos, y que reemplazan o reparan las ruedas gastadas cuando lo necesitan...

Volví al diario de Nkwanno.

... que remueven el suelo y lo preparan para la ocupación. Pero entre estas formas se mueven muchas variedades de ladrones y defensores, algunos vistos en la silva, aunque con poca frecuencia, y otros totalmente desconocidos.

Los ladrones y defensores hacen lo que han hecho siempre, pero a una escala y con una frecuencia insólitas. Los defensores —serpientes y artrópodos, úrsidos traslúcidos de cinco patas con relucientes dientes de sable en las patas delanteras— se mantienen detrás del viejo límite de la zona de tregua, capturando y ejecutando a los vástagos que cruzan desde el lado opuesto. Pero cada vez cruzan más vástagos, y los defensores ya no pueden con todos. Hemos visto defensores agotados, sentados en la silva modificada como guerreros exhaustos, temblando y derramando fluido por sus articulaciones desgarradas, mientras en derredor circulan vástagos extranjeros, felices de su nueva libertad. Pero los vástagos muertos cubren la silva en ambos lados. Es como si se combinara una guerra con una orgía.

Cruce 29, 136

Se nos ha acabado la comida y corremos el riesgo de morir de hambre antes de regresar a Claro de Luna. Sin embargo nos hemos quedado.

La carnicería ha alcanzado tal nivel que nos cuesta imaginar el desenlace. ¿Los ecoi se han embarcado en una lucha a muerte? ¿ Una reina o madre seminal se ha ofendido por las acciones de su vecina y ha iniciado una destrucción que inevitablemente será mutua?

Lo que teme Shevkoti —y sus temores se nos contagian fácilmente, en medio del hambre y del terror— es que los vástagos de Liz que hemos identificado como comestibles o útiles sean destruidos, lo que reduciría nuestra provisión de alimentos.

Cruce 29,137

Nuevos transportadores han llegado para llevarse los vástagos muertos o moribundos. Los terrenos otrora fértiles de la zona de tregua y de las inmediaciones del Mareotis han sido despojados, o están cubiertos de cadáveres de vástagos que no se descompondrán. Gusanos rosados rodean a los caídos, consumiendo los restos, pero luego los gusanos mismos mueren y cubren el suelo. El proceso no se completa jamás, y sólo podemos ver hectáreas sin fin de desolación y muerte.

Cruce 29,139

Hemos comenzado a buscar vástagos muertos. Con nuestra pequeña radio nos mantenemos en contacto con Mareotis, y la destrucción también llega hasta allí. Los aldeanos están aterrados. Hemos luchado contra defensores y transportadores que intentaban llevarse vástagos comestibles, pero carroñeros del tamaño de hormigas entran en nuestros depósitos y se llevan nuestros alimentos, por muy procesados que estén. Es una purga, y todas las formas viejas deben desaparecer.

Me he puesto enfermo tratando de masticar restos de vástagos que reunimos como muestras. Afortunadamente, nada de lo que he comido me ha causado otra cosa que náuseas, y me he recuperado rápidamente. Shevkoti es menos afortunado, y tiene ampollas en la boca y las encías.

Es como si empezáramos de nuevo, en una nueva Lamarckia, con nuevos peligros.

Comienzan a llegar transportadores más pequeños, llenos de jóvenes vástagos inmóviles cuya forma definitiva apenas entrevemos. Shevkoti, aun en su agonía, ha descubierto jóvenes arbóridos y los ha clasificado como combinaciones de elementos de los arbóridos de Liz y los de Calder. Cree que en este conflicto Liz se ha impuesto. Sin embargo vemos muchos vástagos nuevos que nos resultan bastante familiares, aunque presentan algunos cambios de diseño.

Cruce 29, 141

Debemos regresar a Claro de Luna para compartir nuestro destino con el de nuestros vecinos. Ni siquiera podemos comer los vástagos nuevos más conocidos, que están proliferando y cubriendo de nuevo la silva. Moriremos dentro de pocos días si nos quedamos.

La zona de tregua ha sido borrada. La zona uno y la zona dos se han fusionado. Desde Claro de Luna, por radio, oímos que los científicos de Athenai creen que esto puede ser una especie de acto sexual. Describen este acontecimiento como «sexación y flujo».

Nuestros campos de Claro de Luna han sido pisoteados por vástagos intrusos, y nuestros huertos destruidos. Los edificios de la aldea están dañados. Creo que esto puede ser el fin, a menos que logremos trasladar a Tasman a todos los habitantes de Tierra de Elizabeth. Pero esa tarea resultará imposible.

Apagué la pizarra y permanecí sentado en la oscuridad, pensando en los terrores y penurias que había afrontado la gente de Lenk. Tenía una idea general del desenlace de la sexación y el flujo entre Liz y Calder. No había explicaciones muy completas acerca de lo sucedido, pero Calder ya no existía y Liz había cambiado para siempre.

Aferré la pizarra con una emoción que jamás había experimentado en mi breve y equivocada vida, algo semejante a la reverencia. Aquel cadáver del muelle había sido un hombre fuerte y experimentado, en ciertos sentidos mejor que yo. Y lo habían asesinado sin piedad.

No podía asimilarlo. Mi mente estaba atestada y me sentía mareado de tristeza y confusión.

Pero sobrevivieron. Sin mi ayuda, sin la ayuda del Hexamon, la gente de Lenk sobrevivió y recuperó la prosperidad.

Parecía que al fin me vencería el sueño. Caí en un vacío oscuro y nuboso; no estaba ni cómodo ni preocupado por la comodidad. Los pensamientos iban y venían mientras mi conciencia se diluía en algo más profundo y elemental. No había dormido desde hacía muchos años, y la sensación era más perturbadora que los ruidos de la costa, o que lo que acababa de leer en los diarios de Nkwanno.

Oí golpes cerca. Por un momento creí que eran amigos en mi apartamento de Alexandria, en Thistledown, tratando de reparar un juguete roto golpeándolo suavemente contra el canto de la mesa. Abrí los ojos. Vi la cara redonda de Shirla, medio oculta por la cortina de mi litera.

—Bien —dijo—. Estás despierto. Randall, Shankara, el segundo oficial y otros están hablando en cubierta. Pensaron que querrías participar.

Me pregunté vagamente si querían incluirme en un motín. El día no había sido tan terrible, sin embargo, y el capitán no había demostrado ineptitud en el ejercicio de sus funciones. Me levanté, me puse los pantalones y seguí a Shirla hasta la cubierta de proa.

Un grupo de nueve rodeaba dos faroles eléctricos: Randall, Shatro y el segundo oficial, el velero Meissner, en representación de los artesanos, Talya Ry Diem y Shankara en representación de los marineros y Shimchisko y yo, supuse, en representación de los aprendices. Más allá de la proa, perfilada contra las estrellas y las nubes que fulguraban a la luz de una sola luna, se erguía la distante sombra negra del monte Pascal. Tras haberme llevado a cubierta a petición de Ry Diem, Shirla se apartó de la luz del farol.

—El capitán duerme —dijo Randall—. Tiene una ligera indisposición. Prolongó en exceso su estancia en el monte Pascal. Nos pidió a ser Sotcrio, a ser Shatro y a mí que habláramos de lo que haremos si no podemos completar este viaje... Si toman Jakarta, en definitiva, y si los brionistas invaden Tierra de Elizabeth.

—Lo cual puede suceder pronto —dijo sombríamente Shatro.

Randall se aclaró la garganta y habló con voz ronca.

—El capitán invirtió su fortuna personal en este barco. Yo he aportado lo poco que puedo ofrecer. Los demás reciben una paga adecuada... pero si nos hacemos a la mar no habiendo nada seguro en tierra, al regresar podríamos encontrarnos con que nuestro dinero no tiene validez, que Brion se ha apropiado de todo y cambiado la moneda. No lo sabemos, ya que, francamente, no tenemos mucha experiencia en estas cosas. Así que os hemos reunido, pues sois tripulantes de fiar e inteligentes, para pediros vuestra opinión, para ver si este viaje es viable. Si no podemos seguir más allá de Jakarta, es preciso saberlo ahora.

Shatro se puso en el centro del grupo y dijo:

—Es posible que algunos tripulantes incluso simpaticen con Brion y esperen sumarse a sus fuerzas.

Miró a cada tripulante y, deteniéndose en mi rostro, entornó los ojos.

—No sé mucho sobre Brion, excepto que ha tomado Hsia y ha robado y matado —murmuró Ry Diem, mirando a los demás.

—El capitán tenía la esperanza de que pudiéramos pasar unos días explorando el desierto de Chefla —dijo Randall—, esperando hasta ver si los brionistas se marchaban. Luego habríamos entrado en Jakarta y recogido las provisiones y a los investigadores. Eso no es posible. Parece que los brionistas mantendrán un largo asedio para forzar un convenio. Jakarta nos aconseja que nos alejemos, puesto que esto podría conducir a la guerra.

—No estamos equipados para una guerra —murmuró Soterio.

—Deberíamos seguir viaje hasta la Estación Wallace y recoger a ser Salap —dijo fatigosamente Ry Diem—. Deberíamos ir y hacer lo que podamos.

—Eso piensa el capitán —dijo Randall al cabo de un momento.

Shatro reflexionó.

—Tiene sentido —convino.

—Pero tendremos a muy pocos investigadores —observó Randall.

—Salap y yo podemos hacer el trabajo —dijo Shatro—. Tal vez podamos pedir a otra gente de Wallace que nos acompañe.

Evidentemente, Shatro veía una oportunidad de ascender rápidamente. Pero Randall no parecía convencido.

—¿Creéis que la tripulación aceptará que sigamos por la costa hasta la Estación Wallace, y que una vez allí planeemos el rumbo a seguir?

Ry Diem sacudió su melena gris.

—No somos aficionados —dijo—. Hablando en nombre de los marineros, hacemos nuestro trabajo. A mí me parece un trabajo digno.

Shimchisko y yo nos miramos, y él cabeceó.

—Los aprendices no tenemos otras obligaciones urgentes —dijo—. Adondequiera que vayamos puede haber guerra.

—Estoy de acuerdo —convine.

Randall parecía aliviado.

—Se lo comunicaré al capitán por la mañana —dijo.

8

Mientras sorteábamos Jakarta y navegábamos por la escabrosa costa de Cheng Ho, el capitán se mantuvo en comunicación constante por radio con Salap, en Wallace; con menos frecuencia recibía instrucciones o boletines de Jakarta y Athenai.

Rara vez comunicaba estos escasos datos; le pasaba alguno a Randall o a Soterio para consumo del resto de la tripulación.

Las noticias no eran alentadoras. Tal vez Keyser-Bach quería que nos sintiéramos aislados de la historia que se desarrollaba en Jakarta. En parte lo consiguió. Nos concentrábamos en tripular el Vigilante, aunque siempre nos manteníamos atentos por si aparecían naves brionistas.

Al sur de Jakarta no vimos naves. Había poco tráfico por aquellas aguas. La costa del norte y del sur de Jakarta se encontraba en la Zona de Petain, que había sido explorada por sembradores y agrimensores bajo la dirección de Jorge Sao Petain meses después de la llegada de los inmigrantes. Habían navegado en toscas embarcaciones por la costa de Cheng Ho, al sur de Jakarta, aventurándose tierra adentro a intervalos regulares; habían encontrado pocas cosas de interés desde el punto de vista de los recursos minerales.

Mientras que la Zona de Elizabeth, bendecida con precipitaciones constantes, parecía limitarse a una espesa silva con cuatro tipos principales de vástagos arbóridos y tal vez treinta tipos de fítidos, la Zona de Petain, con muchos climas diversos, era muy variada, tanto en tierra como en el mar, su ámbito favorito. La variedad era mayor en mares y ríos. La tierra del sur de Jakarta estaba cubierta con una deslucida y uniforme moqueta de fítidos negros llamados matas de hollín, que rara vez llegaban al medio metro de altura. Cuando el capitán reanudó sus charlas, nos mostró fotografías y dibujos de estas formas y sus asistentes: moscas-cuervo azules, ptéridos del tamaño de la mano humana, que funcionaban como limpiadores, carroñeros y defensores; árboles-cornamusa, cubiertos con encogidas bayas grises o blancas que servían como nutrientes de varios vástagos artrópodos, entre ellos las moscas-cuervo; y una docena de cosas más, ninguna tan grande ni difundida como las formas pelágicas.

El principal triunfo de Jiddermeyer había consistido en demostrar la teoría original de los exploradores —valiéndose de especímenes aportados por Petain y analizados con equipo médico estándar— según la cual la zona uno era un organismo individual y la zona cinco otro.

Jiddermeyer había sido el primero en establecer los principios de la biología de Lamarckia, derribando siglos de teoría evolutiva con esta excepción a las reglas establecidas. No había competencia entre lo que él denominó «vástagos» dentro de un ecos, porque formaban parte de un mismo organismo, un individuo genético, generado de manera desconocida para desempeñar papeles específicos y realizar ciertas tareas.

Sus colegas y alumnos —incluidos el joven Baker y Shulago— habían tratado de establecer el ciclo vital de los vástagos; se habían internado en las silvas para encontrar la fuente, la cuna o el hábitat de todos los vástagos.

Nunca lo habían conseguido. Habían descubierto que los arbóridos y los fítidos comenzaban siendo formas grises semejantes a babosas (llamadas «prevástagos» o «neonatos») y que viajaban o eran transportados cientos o miles de kilómetros, guiados por el canto de la silva para hallar vástagos enfermos o moribundos y reemplazarlos. Los arbóridos y los fítidos cumplían la función de las plantas terrícolas, y constituían el noventa y ocho por ciento de los vástagos catalogados de Liz. Los vástagos móviles, que se alimentaban en estomas especiales en vez de consumir a sus camaradas, cuidaban los bosques, limpiaban el entorno, consumían y eliminaban vástagos muertos, preparaban el suelo y cultivaban arriates, y en general cumplían la función de jardineros expertos.

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