Libro de maravillas para niñas y niños

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Authors: Nathaniel Hawthorne

Tags: #Cuento, Infantil y juvenil

BOOK: Libro de maravillas para niñas y niños
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En 1838, Nathaniel Hawthorne le propuso a Henry Wadsworth Longfellow escribir juntos una versión infantil del mito clásico de la caja de Pandora, pero aquel proyecto nunca se materializó. Unos años más tarde, Hawthorne escribió este
Libro de maravillas
, en el que nos ofrece una adaptación libre y vivaz de seis leyendas de la mitología griega. El autor se propuso modernizarlas y despojarlas de lo que definió como «la fría luz de la luna», aquello que, con el paso de los siglos, las había hecho languidecer. Los seis mitos escogidos fueron: la historia de Perseo y la Medusa («La cabeza de la Gorgona»); la fábula del codicioso rey Midas («El toque de oro»); el mito de la caja de Pandora («El paraíso de los niños»); el viaje de Hércules al jardín de las Hespérides («Las tres manzanas de oro»); el amor de Baucis y Filemón («La jarra milagrosa») y el encuentro entre el mítico caballo alado Pegaso y su único jinete, Belerofonte («La Quimera»).

Nathaniel Hawthorne

Libro de maravillas

Para niñas y niños

ePUB v1.0

namb
30.08.12

Título original:
A Wonder Book for Girls and Boys

Nathaniel Hawthorne, 1852.

Traducción: Marcelo Cohen

Ilustraciones: Walter Crane

Editor original: namb (v1.0 a v1.x)

ePub base v2.0

NOTA INTRODUCTORIA

E
S probable que una lectura atenta de los libros de Hawthorne baste al lector corriente para inferir que el autor sentía un interés vital por la vida infantil; por lo demás, numerosas observaciones de los Cuadernos de Notas que se han publicado muestran su disposición a escribir para niños. De modo natural, tras casarse y empezar a formar una familia propia, ese interés por los desarrollos tempranos de la mente y el carácter se hizo mucho más activo. Hawthorne se acostumbró a observar a sus hijos muy de cerca. Existen manuscritos del autor con registros exactos de lo que el hijo pequeño o la hija mayor decían hora a hora; sentado en la habitación de los juegos, el paciente padre apuntaba todo lo que sucedía.

A ese hábito del examen atento y comprensivo podemos atribuir en parte el notable ingenio, la afortunada facilidad de adaptación al entendimiento inmaduro y la hábil invocación a la frescura imaginativa que caracteriza los cuentos de Hawthorne para los más jóvenes. Tacto natural y penetración inspiraban estas producciones, y un estudio fiel de la realidad las asistía.

Cuando aún vivía en Lenox, y poco después de publicar
La casa de los siete tejados
, en una carta al señor James T. Fields del 23 de mayo de 1851 esbozó del modo siguiente el plan de la obra que esta nota acompaña:

En las próximas seis u ocho semanas me propongo escribir un libro de cuentos hechos a la manera de los mitos clásicos. Los temas son: la historia de Midas y su toque de oro, la caja de Pandora, la búsqueda de Hércules de las manzanas de oro, Belerofonte y la Quimera, Baucis y Filemón, Perseo y la Medusa; creo que serán suficientes para formar un volumen. El marco lo brindará un estudiante universitario que cuenta las historias a sus primos, hermanos y hermanas durante las vacaciones, a veces en el bosque o en una cañada. Si no me equivoco mucho, estas antiguas ficciones servirán admirablemente a este propósito; y trataré de darles un cierto tono gótico o romántico, o algún otro por el estilo que me guste más, para evitar la frialdad clásica que repele como el tacto del mármol.

Hawthorne se atuvo a su plan con tal rigor que el 15 de julio escribía el prefacio al volumen completo. Pero no estaba acostumbrado a trabajar con semejante rapidez, ni siquiera a trabajar en la estación veraniega; y acaso este esfuerzo que realizó inmediatamente después de terminar la novela, tuviera relación con la languidez creciente que ya había empezado a sentir y que en otoño le indujo a marcharse de Lenox. Mientras vivió en Berkshire tuvo compañía más o menos literaria, y a ella alude en sus Cuadernos de Notas y en el capítulo final del
Libro de maravillas
, donde también habla de sí mismo de esta forma:

—¿No tenemos un escritor en el vecindario?—preguntó Prímula—. Ese hombre taciturno que vive en la vieja casa de ladrillo rojo cerca de la avenida Tanglewood, al que a veces nos encontramos en el bosque o en el lago con dos niños. Me parece haber oído que ha escrito no sé qué poema, o una novela, o un manual de aritmética o de historia.

El manuscrito del
Libro de maravillas
es el único de los libros concluidos por Hawthorne cuyo original pertenece a uno de sus familiares. El libro está escrito en hojas bastante grandes de papel azul ligero, y por ambas caras. De principio a fin apenas hay correcciones ni tachaduras; y, allí donde el autor alteró algo, es evidente que lo hizo tan de inmediato que no esperó a que se secara la tinta, porque la primera palabra está meramente emborronada, hasta resultar ilegible, y reemplazada por otra. Parece muy probable que, si bien Hawthorne meditaba largamente lo que se proponía hacer y no se apresuraba a publicar, cuando se ponía a escribir procedía con rapidez y corregía muy poco, y en muchos casos probablemente casi no reescribía. Su correspondencia privada muestra la misma fluidez compositiva en oraciones de notable elaboración; algo que se contrata mucho, por ejemplo, con los procedimientos del historiador Motley, quien incluso en las cartas solía corregir palabras en todas las páginas.

El
Libro de maravillas
resultó un éxito tanto comercial como literario, y muy pronto fue traducido y publicado en Alemania.

GEORGE PARSONS LATHROP

PREFACIO

D
ESDE hace mucho tiempo el autor considera que gran número de mitos clásicos podrían reescribirse como lectura fundamental para los niños. A partir de esta idea, el breve volumen que aquí se ofrece al público reelabora media docena de estos mitos. El plan demandaba una gran libertad, pero cualquiera que intente adaptar estas historias en su forja intelectual observará que son prodigiosamente independientes de modos y circunstancias históricas. En esencia, siguen siendo las mismas después de haber pasado por cambios que afectarían la identidad de casi cualquier otra cosa.

El autor, por lo tanto, no se declara culpable de sacrilegio si a veces ha modelado de nuevo unas formas santificadas por una antigüedad de dos o tres mil años. Ninguna época puede reclamar derechos de autor sobre estas fábulas inmortales. Parece que no tuvieran origen y, sin duda, mientras exista el hombre es imposible que perezcan, pero, por esta misma indestructibilidad, son legítimamente susceptibles de que cada época las vista con su propio atuendo de modos y sentimientos y les infunda su propia moral. En la versión presente quizá han perdido mucho de su aspecto clásico (o bien el autor no tuvo el cuidado de conservarlo), y tal vez han adoptado un aspecto gótico o romántico.

Al llevar a cabo esta placentera tarea —pues realmente ha sido una labor idónea para el tiempo caluroso, y una de las más placenteras literariamente que hayamos emprendido—, el autor no siempre consideró necesario rebajar el nivel para facilitar la compresión de los niños. En general ha permitido que el tema se elevara, cada vez que a eso tendía y cuando él mismo tenía el suficiente aliento para seguirlo sin esfuerzo. En imaginación y sentimiento, los niños tienen una enorme sensibilidad para todo lo propfundo o lo elevado, mientras también sea sencillo. Lo único que les desconcierta es lo artificioso y lo complejo.

Lenox, 15 de julio de 1851

LA CABEZA
DE LA GORGONA

EN EL PORCHE

DE TANGLEWOOD

INTRODUCCIÓN A

«LA CABEZA DE LA GORGONA»

Una hermosa mañana de otoño, bajo el porche de una casa solariega, un alegre grupo de niños estaba reunido alrededor de un joven de elevada estatura. Habían planeado ir a recoger frutos secos, y esperaban con impaciencia que se levantara la niebla en las laderas y el sol derramara la calidez del veranillo de San Martín en campos y prados y en los claros de los bosques multicolores. Se esperaba que aquél sería el día más espléndido que jamás habría alegrado el aspecto de este mundo hermoso y acogedor. Por el momento, Sin embargo, la bruma matinal cubría a lo ancho y a lo largo el valle sobre el cual, en un promontorio de suave pendiente, se alzaba la casa.

El manto de vapor blanco se extendía a menos de cien metros de la casa. Más allá, lo ocultaba todo por completo, salvo unas copas amarillas o rojizas que surgían aquí y allá y que los primeros rayos de sol glorificaban tanto como a la vasta Superficie de la niebla. Seis o siete kilómetros hacia el sur, como si flotara en una nube, se elevaba la cumbre del monte Monument. Unos veinte kilómetros más lejos en la misma dirección aparecía la majestuosa cima de las montañas Taconic, azul, indistinta y no tan compacta como el mar vaporoso que prácticamente la engullía. Las colinas más cercanas, que bordeaban el valle, estaban sumergidas a medias y moteadas de nubecitas que serpenteaban desde la base hasta la cima. En conjunto, había muchas nubes y tan poca tierra firme que causaba el efecto de una aparición.

Pues bien, todos aquellos niños llenos de vida seguían apiñándose en el porche de Tanglewood, correteaban por el sendero de grava o surcaban la hierba fresca bañada por el rocío. No podría precisar cuántas de estas personitas había; no obstante, no eran menos de nueve o diez, ni más de una docena, de niños y niñas de todo tipo, talla y edad. Eran hermanos, hermanas y primos, además de unos pocos amiguitos que el señor y la señora Pringle habían invitado a Tanglewood a pasar parte de aquella temporada deliciosa con sus hijos. Pero como me consta que a veces los autores se meten en problemas al nombrar por casualidad a los personajes de sus libros como personas reales, temo deciros cómo se llamaban y hasta darles nombres de los que llevan otros niños. Así que, aunque estos nombres serían más adecuados para una pandilla de duendes que para un grupo de niños de carne y hueso, voy a llamarlos Prímula, Vinca, Salvinio, Dienteleón, Jacinta, Trébol, Arándano, Alfalfa, Borraja, Almendro, Llantén y Begonia.

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