Read Lo que no te mata te hace más fuerte Online

Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

Lo que no te mata te hace más fuerte (26 page)

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
8.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Venga, Ed, no te subestimes.

—No me subestimo una mierda. Pero, como ya sabes, me importa un bledo quién esté arriba y quién abajo, o quién piense esto o lo otro. Yo me concentro en lo mío. Yo protejo nuestros sistemas, y lo único que me impresiona es la habilidad profesional.

—Ya lo sé. Reclutarías al mismísimo diablo si fuera un buen técnico informático.

—En todo caso, siento respeto por cualquier enemigo siempre y cuando sea bueno en lo suyo. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—Empiezo a pensar que somos iguales, él y yo. Y que estamos en lados opuestos por pura casualidad. Como sin duda sabrás, un RAT ha entrado en nuestro servidor y ha conseguido colarse en la intranet, y ese programa espía, Alona…

—¿Sí?

—Es pura música. Una creación extraordinaria, muy compacta y elegante.

—Te has topado con un digno enemigo.

—Sin duda, y a mis chavales les pasa lo mismo. Se hacen los ofendidos, o los patriotas, o lo que haga falta. Pero en realidad lo único que desean es conocer a ese tipo para luego pavonearse de ello. Hubo un momento en el que yo también intenté pensar: «¡Vale, bien, olvídalo, supéralo!, al fin y al cabo el daño que se ha hecho tampoco es tan grande». Es sólo un genio solitario que quiere lucir sus habilidades de
hacker
, y es posible que al final salga algo bueno de todo esto, pues al intentar cazar a ese tipo hemos aprendido un montón sobre nuestra propia vulnerabilidad. Pero luego…

—¿Sí?

—Luego empecé a pensar si no había sido engañado en eso también, si toda la exhibición de talento que desplegó no sería más que una cortina de humo, una tapadera para ocultar que su objetivo era otro.

—¿Cuál?

—Averiguar ciertos datos.

—Ahora me ha picado la curiosidad.

—Y más que te va a picar. Hemos averiguado lo que el
hacker
buscaba exactamente, y todo gira alrededor de lo mismo: la red de la que tú te ocupas, Alona. ¿No se hacen llamar Spiders?

—The Spider Society, para ser exactos. Pero eso tal vez sólo sea de broma.

—El
hacker
pretendía obtener información sobre ese grupo y su colaboración con Solifon, y entonces pensé que quizá él mismo perteneciera a esa red y que quisiera conocer lo que sabíamos de ellos.

—Bueno, no es una teoría muy descabellada. Según parece, le sobran aptitudes.

—Pero luego empecé a dudar de nuevo.

—¿Por qué?

—Porque creo que el
hacker
también quería enseñarnos algo. Consiguió agenciarse un estatus de superusuario que le permitió leer documentos a los que tal vez ni siquiera tú hayas podido acceder, documentos con una confidencialidad muy alta, aunque el archivo que copió y descargó presenta un cifrado tan sofisticado que ni él ni nosotros mismos tenemos ninguna posibilidad de descifrarlo si el cabrón que lo escribió no nos da las claves para abrirlo, pero aun así…

—¿Qué?

—El
hacker
reveló a través de nuestro propio sistema que nosotros también colaboramos con Solifon. ¿Lo sabías?

—¡Hostias, no!

—Me lo imaginaba. Por desgracia, parece ser que, al igual que ellos, nosotros contamos con gente en el grupo de Eckerwald. Los servicios que Solifon presta a Spiders nos los prestan también a nosotros. La empresa forma parte de nuestro espionaje industrial; por eso, sin duda, tu investigación ha gozado de tan baja prioridad. Temen que la mierda también nos salpique a nosotros.

—¡Qué hijos de puta!

—En eso estoy de acuerdo contigo, y supongo que no es improbable que a partir de ahora te aparten de forma definitiva de la investigación.

—Como me hagan eso cojo y los…

—Tranquila, tranquila, hay otra salida. Y ésa es la razón por la que he arrastrado mi maltrecho cuerpo hasta tu mesa. Podrías empezar a trabajar para mí.

—¿Qué quieres decir?

—Ese maldito
hacker
sabe cosas de los Spiders, así que si conseguimos revelar su identidad habremos hecho sin duda un avance importante, y entonces tendrás la oportunidad de decir todas las verdades que desees.

—Creo que ya sé adónde quieres ir a parar.

—¿Eso es un sí?

—Quizá —dijo ella—. Pienso seguir concentrando mis esfuerzos en averiguar quién mató a Frans Balder.

—Pero ¿me mantendrás informado?

—Claro.

—Muy bien.

—Oye —continuó ella—, si resulta que ese
hacker
es tan bueno, habrá sabido eliminar el rastro que ha dejado, ¿no?

—Puedes estar tranquila. Por muy listo que sea, lo encontraremos y lo despellejaremos vivo.

—¿Qué ha pasado con ese respeto tuyo hacia tu enemigo?

—Lo sigo teniendo, amiga. Pero vamos a acabar con ese cabrón y lo vamos a enchironar de por vida. Nadie se mete en mi sistema sin pagar las consecuencias.

Capítulo 13

21 de noviembre

Tampoco en esa ocasión Mikael Blomkvist pudo dormir demasiado. Los acontecimientos de esa noche le perseguían, así que a las 11.15 horas se incorporó en la cama y se dio por vencido.

Fue a la cocina y se preparó dos sándwiches de queso
cheddar
y
prosciutto
, y un plato de yogur con
müsli
. Pero comió poco. No tenía mucho apetito y pensó que le sentarían mejor el café y algo para el dolor de cabeza, de modo que se tomó un par de pastillas de Alvedon con cinco o seis vasos de agua Ramlösa. Luego cogió una libreta con tapas plastificadas para intentar hacer un resumen de lo acontecido. No escribió mucho, pues los teléfonos empezaron a sonar sin cesar y aquello se convirtió en un pequeño infierno. Tardó bien poco en comprender lo que había sucedido.

La noticia había estallado, y la noticia era que «el reportero estrella Mikael Blomkvist y el actor Lasse Westman» se habían encontrado en medio de un «misterioso» drama criminal, misterioso justamente porque nadie parecía ser capaz de deducir por qué Westman y Blomkvist —¡de entre todas las personas del mundo!—, juntos o cada uno por su lado, habían acabado en aquel lugar en el preciso instante en el que un catedrático sueco era asesinado de dos tiros en la cabeza. Había algo insinuante en las preguntas, razón, con toda seguridad, por la que Mikael accedió a reconocer abiertamente que, a pesar de la hora que era, había acudido a casa de Frans Balder porque al parecer éste tenía algo importante que contarle.

—Fui hasta allí para ejercer mi profesión —contestó.

Le sonó demasiado a justificación, pero se sentía acusado y quería explicarse, aunque eso supusiera que otros reporteros comenzaran a interesarse por la misma historia. Por lo demás, se limitó a decir «sin comentarios», que no era tampoco una respuesta ideal. Pero lo bueno de esas palabras residía en que al menos eran claras y directas. Luego apagó el móvil y, tras ponerse de nuevo su viejo abrigo de piel, bajó a la calle y se encaminó a Götgatan.

La actividad de la redacción le hizo acordarse de los viejos tiempos. Por doquier, en cada rincón, había compañeros trabajando muy concentrados. Seguro que Erika les había echado alguna arenga para animarlos; se palpaba la gravedad. Y no sólo porque no quedaran más que diez días para el
deadline
, sino también debido a que flotaba en el ambiente la amenaza de Levin y Serner, y el equipo entero sin excepción se mostraba dispuesto a darlo todo en la batalla. Por ello, al verlo aparecer se levantaron de inmediato de sus sillas para preguntarle por Balder y por lo que había pasado esa noche, así como por su reacción ante las declaraciones de los noruegos. Pero Mikael quería dar ejemplo y ponerse también a trabajar.

—Luego os lo cuento —dijo, para acto seguido, acercarse a Andrei Zander.

Andrei Zander tenía veintiséis años y era el colaborador más joven de la redacción. Había empezado haciendo prácticas en la revista y se había quedado, unas veces —como ahora— haciendo sustituciones y otras como
freelance
. A Mikael le daba pena que no se le hubiera podido ofrecer un contrato fijo, sobre todo porque a Emil Grandén y a Sofie Melker sí se lo hicieron. En realidad, Mikael habría preferido atar a Andrei, pero aún no se había hecho un nombre y tal vez todavía le quedara algun tiempo para escribir con el nivel de los demás.

Trabajaba fantásticamente en equipo, algo que le iba de perlas a la revista, aunque no tanto a él. No en la dura realidad del periodismo. El chaval no tenía la suficiente vanidad para hacerse un hueco en ese mundillo, y eso que no le faltaban motivos. Físicamente se parecía a un joven Antonio Banderas, y su cabeza funcionaba con más agilidad que la de la mayoría. Pero no estaba dispuesto a realizar cualquier cosa para abrirse camino. Sólo quería hacer buen periodismo, y
Millennium
le entusiasmaba. Mikael se dio cuenta, de repente, de hasta qué punto quería a la gente que quería a
Millennium
. Un día de estos haría algo grande por Andrei Zander.

—Hola, Andrei —le saludó—. ¿Qué tal?

—Bien. Muy liado.

—No esperaba menos. ¿Qué has podido sacar?

—Bastante. Está sobre tu mesa, y te he hecho un resumen. Pero ¿te puedo dar un consejo?

—Un buen consejo es justo lo que necesito ahora.

—Pues ve a Zinkens väg y habla con Farah Sharif.

—¿Quién?

—Una catedrática de tecnología informática que vive en esa calle y que tiene el día libre. Y que además es muy guapa.

—¿Me estás diciendo que lo que en realidad necesito ahora mismo es una mujer muy guapa y muy inteligente?

—No exactamente. Es que acaba de llamar diciendo que se ha enterado de que Frans Balder te iba a contar algo, y ha comentado que se imagina de qué se trata. Quiere hablar contigo. Quizá incluso para hacer realidad el último deseo de Balder. Suena a un inicio perfecto.

—Y aparte de su cargo y de su dirección, ¿has comprobado quién es?

—Claro que sí y, vale, no podemos excluir que tenga intenciones ocultas, pero es cierto que su relación con Balder era muy estrecha. Estudiaron juntos en la facultad y han colaborado en un par de artículos científicos. También he encontrado unas fotos en las que se les ve juntos. Además, es toda una figura en su campo.

—Vale, pues voy ahora mismo. ¿La llamas y se lo dices?

—Hecho —respondió Andrei antes de darle la dirección exacta, y Mikael, igual que el día anterior, se marchó de la redacción nada más llegar.

Mientras bajaba hacia Hornsgatan leyó el material compilado sin apenas aminorar el paso. Chocó dos o tres veces con algunas personas, pero caminaba tan concentrado en lo suyo que ni se le ocurrió pedir perdón, y por eso le sorprendió que en vez de ir directamente a casa de Farah Sharif decidiera parar en Mellqvist Kaffebar, donde se tomó dos
espressos
dobles seguidos, de pie; y no sólo para acabar con el cansancio de su cuerpo.

También pensó que el chute de cafeína sería bueno para su dolor de cabeza. Pero después se preguntó si había sido una buena idea, porque cuando abandonó el café se sintió en peor estado que cuando había entrado, aunque, bien mirado, la culpa no la tenían los
espressos
, sino todos los idiotas que se habían enterado por la prensa de lo acontecido la noche anterior y que, al reconocerle, aprovecharon para soltarle una sarta de comentarios estúpidos. Se dice que lo que más desean los jóvenes es ser famosos. ¿Cómo explicarles que eso no era, en absoluto, algo a lo que hubiera que aspirar? Nada más lejos: sólo te saca de quicio, en particular cuando no has dormido y has visto cosas que ningún ser humano tendría que ver.

Mikael Blomkvist siguió subiendo por Hornsgatan y pasó ante McDonald’s y Coop. Cruzó la calle en diagonal para enfilar Ringvägen y miró a la derecha. Al hacerlo, hubo algo que lo detuvo durante un instante y le inquietó, como si se tratara de algo importante. Pero ¿qué había de importante por allí? ¡Nada! Un cruce de calles con un aire contaminado en exceso y un lamentable número de accidentes. Nada más. Luego cayó en la cuenta.

Era el semáforo. El mismo semáforo que Frans Balder había dibujado con una nitidez matemática. Mikael reflexionó de nuevo sobre ese extraño motivo. Ni siquiera como paso de peatones era especial; resultaba más bien deslucido y anodino. Aunque por otra parte, quizá fuera eso precisamente lo que había provocado su elección.

Lo importante no era el motivo. Lo importante era lo que uno veía en él. La obra de arte se halla en el ojo del espectador. Fuera como fuese, todo aquello no tenía nada que ver con ese asunto; tan sólo revelaba que Frans Balder tal vez había estado allí, sentado en una silla, estudiando el semáforo. Mikael siguió andando, pasó el estadio de Zinkensdamm y torció a la derecha por Zinkens väg.

La inspectora de la policía criminal, Sonja Modig, había trabajado con intensidad durante toda la mañana. Ahora se encontraba en su despacho contemplando una fotografía enmarcada que había sobre su mesa. Era de su hijo Axel, de seis años, eufórico tras haber marcado un gol en un partido de fútbol. Sonja era madre soltera y le costaba Dios y ayuda hacer que todas las piezas de su vida encajaran. Daba por sentado, fríamente, que de ahora en adelante la situación no mejoraría en ese aspecto. Llamaron a la puerta. Era Bublanski. Por fin; así le pasaría la máxima responsabilidad de la investigación. Aunque él no daba la impresión de querer asumir la responsabilidad de nada.

Iba insólitamente bien vestido: americana, camisa azul recién planchada y corbata. Se había peinado para cubrirse la calva con el pelo. Su mirada se veía soñadora y ausente; parecía estar pensando en cualquier cosa menos en resolver casos de homicidios.

—¿Qué te ha dicho el médico?

—Que lo importante no es creer en Dios, Dios no es tan mezquino. Lo importante es entender que la vida es un don y que va en serio. Debemos apreciarla, y también intentar hacer del mundo un lugar mejor. El que encuentra el equilibrio entre esas dos ideas siente la proximidad de Dios.

—O sea, que has ido a ver a tu rabino.

—Sí.

—Bueno, Jan, no sé si seré capaz de ayudarte mucho en eso de apreciar la vida, pero sí puedo ofrecerte un trozo de chocolate suizo con sabor a naranja que por casualidad tengo guardado en el cajón. Y si detenemos al hombre que mató a Frans Balder, entonces, definitivamente, estaremos haciendo del mundo un lugar mejor.

—En cualquier caso, chocolate suizo con sabor a naranja y un asesinato resuelto son un buen comienzo.

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
8.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Another Broken Wizard by Dodds, Colin
The Dragon Lord's Daughters by Bertrice Small
Latin Heat by Wyant, Denise L.
Epic by Ginger Voight
The Icing on the Corpse by Mary Jane Maffini
Sutherland's Secret by Sharon Cullen
Secret Ingredient: Love by Teresa Southwick
Ollie Always by John Wiltshire