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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

Lo que no te mata te hace más fuerte (49 page)

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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—¡Mi querido amigo! —le saludó Holger en la puerta—. ¡Qué alegría tan grande! Pero te veo pálido.

—Llevo unos días durmiendo mal.

—No me extraña, es lo que pasa cuando le disparan a uno… Lo leí en el periódico. Una historia espeluznante.

—Pues sí.

—¿Ha pasado algo más?

—Ahora te lo cuento —dijo Mikael mientras se acomodaba en un bonito sofá amarillo de tela que había cerca del balcón y esperaba a que Holger, con no poco trabajo, se sentara a su lado en una silla de ruedas.

Luego Mikael le contó lo sucedido a grandes rasgos. Pero cuando llegó a la parte de la repentina certeza, o la corazonada, o lo que fuese que le asaltó subiendo con esa mujer por Bellmansgatan, Holger le interrumpió en el acto.

—Pero ¿qué me dices?

—Creo que era Camilla.

Holger se quedó de piedra.

—¿Esa Camilla?

—La misma.

—¡Dios mío! —exclamó Holger—. ¿Y qué pasó?

—Se esfumó. Pero después sentí como si el cerebro me hirviera.

—Te entiendo. Yo creía que a Camilla se la había tragado la tierra de una vez por todas.

—A mí ya casi se me había olvidado que eran dos.

—Claro que eran dos, dos hermanas gemelas que se odiaban entre sí.

—Sí, eso ya lo sabía —continuó Mikael—. Pero ha sido necesario que ese encuentro me haya avivado la memoria para que empiece a reflexionar en serio. Como ya te he comentado, llevaba tiempo dándoles vueltas a los posibles motivos por los que Lisbeth se comprometía tanto con esta historia. ¿Por qué alguien como ella, la experta
superhacker
, se interesaría por una simple intrusión informática?

—Y ahora quieres que yo te ayude a entenderlo.

—Más o menos.

—Vale —empezó Holger—. Bueno, en líneas generales ya conoces la historia, ¿no? La madre, Agneta Salander, trabajaba de cajera en Konsum Zinken y vivía con sus dos hijas en Lundagatan. Quizá pudieran haber llevado una vida bastante buena juntas. No había mucho dinero en la casa, y Agneta era muy joven y no había tenido la oportunidad de estudiar, pero era cariñosa y atenta. Quería darles a sus hijas una buena infancia. Sólo que…

—Que a veces el padre iba allí de visita.

—Sí, a veces iba allí el padre, Alexander Zalachenko, y las visitas casi siempre terminaban de la misma manera. El padre maltrataba y violaba a Agneta mientras las hijas estaban en la habitación de al lado oyéndolo todo. Un día Lisbeth encontró a su madre tirada en el suelo, inconsciente.

—Y fue entonces cuando se vengó por primera vez.

—Por segunda vez. En la primera le clavó a Zalachenko un cuchillo en el hombro.

—Es verdad, pero en esta ocasión le arrojó un cartón de leche lleno de gasolina cuando él estaba dentro del coche y luego le pegó fuego.

—Exacto. Zalachenko ardió como una antorcha y sufrió graves quemaduras; tuvieron que amputarle un pie. Y a Lisbeth la encerraron en una clínica psiquiátrica infantil.

—Y la madre acabó en la residencia de Äppelviken.

—Sí, para Lisbeth eso fue lo más doloroso. Por aquel entonces la madre sólo tenía veintinueve años. Ya nunca volvió a ser la misma. Permaneció catorce años en esa residencia con una lesión cerebral grave y profundamente atormentada. A menudo no era capaz de comunicarse con su entorno de ninguna manera. Lisbeth la visitaba siempre que le resultaba posible, y sé que soñaba con que su madre se curaría algún día y que podrían volver a cuidarse mutuamente y a hablar entre ellas. Pero eso nunca sucedió. Ése, y no otro, es el auténtico punto oscuro de Lisbeth. Vio a su madre marchitarse y morir poco a poco.

—Sí, ya lo sé, es terrible. Pero nunca he entendido muy bien el papel de Camilla en toda esta historia.

—Es más complicado, y en cierto sentido creo que hay que perdonarla. No era más que una niña, y antes de que ni siquiera tuviera conciencia de ello se convirtió en una pieza más del juego.

—¿Qué pasó?

—Se podría decir que eligieron dos bandos opuestos en la batalla. Bien es cierto que las chicas son gemelas, bueno, lo más correcto sería decir mellizas, pues nunca se han parecido en nada, ni en el aspecto físico ni en su forma de ser. Lisbeth nació primero. Camilla veinte minutos más tarde, y al parecer ya desde el primer momento fue una delicia para la vista. Mientras Lisbeth era una criatura agresiva, Camilla provocaba que todo el mundo exclamara «¡Ay, qué niña tan guapa!», así que es probable que no fuera ninguna casualidad que Zalachenko, ya desde un principio, tuviera mayor tolerancia con ella. Digo «tolerancia» porque no se trataba de otra cosa, ni siquiera en los primeros años. Para él, Agneta no era más que una puta, y sus hijas, en consecuencia, no eran más que las hijas de una puta, unas sabandijas que se entrometían en su vida, que le molestaban. Y a pesar de eso…

—¿Sí?

—A pesar de eso, incluso Zalachenko se vio obligado a constatar que, en cualquier caso, una de las niñas era muy guapa. Lisbeth solía decir que había un error genético en su familia, y aunque al menos desde un punto de vista médico suene más que dudoso, habría que admitir que Zala dejó tras de sí unos hijos muy especiales. Conociste a Ronald, el hermanastro de Lisbeth, ¿no? Era rubio y gigantesco, y sufría de analgesia congénita, esa incapacidad de sentir dolor, por lo que se convirtió en el perfecto matón y asesino, mientras que Camilla… Bueno, en su caso el error genético se hallaba en el simple hecho de que era extraordinariamente guapa, tan guapa que rozaba lo absurdo, si me apuras, lo que no hizo más que empeorar según se fue haciendo mayor. Digo «empeorar» porque estoy bastante convencido de que era una especie de desgracia, y hasta es posible que se acentuara aún más por tener una hermana que siempre parecía estar malhumorada y enfadada. Cuando los adultos veían a Lisbeth torcían el gesto, pero en cuanto descubrían a Camilla sus caras se iluminaban y no cabían en sí de gozo. ¿Te puedes imaginar cómo debe de haberle afectado eso?

—Tiene que haber sido muy duro, pobre chica.

—No, no estaba pensando en Lisbeth. Creo que nunca he visto en ella el menor atisbo de envidia; Lisbeth se habría alegrado por la belleza de su hermana. No, me refería a Camilla. ¿Te puedes imaginar cómo le afecta a una niña que no tiene el sentido de la empatía muy desarrollado que le digan a todas horas que es una maravilla y que es divina?

—Se le sube a la cabeza.

—Le da una sensación de poder. Cuando ella sonríe nosotros nos derretimos. Cuando no lo hace nos sentimos rechazados, y entonces estamos dispuestos a lo que sea para volver a verla brillar. Camilla aprendió muy pronto a aprovecharse de aquello. Se convirtió en toda una maestra, una maestra en el arte de la manipulación. Tenía unos enormes y expresivos ojos de ciervo.

—Todavía los tiene.

—Lisbeth me contó que Camilla se pasaba horas y horas delante del espejo ensayando la mirada. Sus ojos constituían un arma fantástica. Podían hechizar a la vez que repudiar, hacer que los niños, o incluso los adultos, se sintiesen elegidos y especiales un día y rechazados al siguiente. Era un don malvado. Como te puedes imaginar, fue una niña inmensamente popular en el colegio. Los niños querían estar con ella, algo de lo que se aprovechaba de todas las formas posibles. Cada día se aseguraba de que sus compañeros de clase le dieran pequeños regalos: canicas, chucherías, monedas, perlas, broches. Y a los que no lo hacían, o no se comportaban como a ella le complacía, no los saludaba ni los miraba, y todos los que alguna vez se habían hallado dentro de su radio de acción sabían lo doloroso que eso resultaba. Los de su clase hacían todo lo que podían para estar a bien con ella, la adulaban. Todos menos una persona, claro.

—Su hermana.

—Exacto, y por eso Camilla azuzaba a sus compañeros contra Lisbeth. Puso en marcha una serie de infernales ataques y acosos, que incluían, entre otras cosas, introducir la cabeza de Lisbeth en el váter o que la llamaran engendro, marciana y no sé cuántos insultos más. Y así continuaron hasta que descubrieron con quién se las estaban viendo. Pero ésa es otra historia, y ya la conoces.

—Lisbeth no es precisamente alguien que ponga la otra mejilla.

—No, desde luego que no. Pero lo interesante de esta historia, desde el punto de vista psicológico, es que Camilla aprendió a dominar y a manipular a los de su entorno. Aprendió a controlarlos a todos excepto a dos personas importantes en su vida: Lisbeth y su padre. Y eso la irritaba. Invirtió mucha energía en intentar ganar también esas batallas, pero, como es lógico, éstas requerían estrategias muy diferentes. Nunca pudo poner a Lisbeth de su parte, aunque, si he de serte sincero, tampoco creo que le interesara. A sus ojos, Lisbeth no era más que una tipa rara, una criatura malhumorada y borde. En cambio, el padre…

—Que era el mal personificado…

—Era malvado, aunque también el centro de gravedad de la familia, la persona en torno a la cual giraban todas ellas, a pesar de que rara vez se hallaba presente. Era el padre ausente, y un padre así puede adquirir, incluso en circunstancias normales, una importancia auténticamente mítica para un niño. Pero en este caso la cosa iba mucho más allá.

—¿Qué quieres decir?

—Supongo que quiero decir que Camilla y Zalachenko constituían una combinación muy desafortunada. Creo que a Camilla, ya entonces, sin que ni ella misma fuese muy consciente de ello, sólo le motivaba el poder. Y el padre… Bueno, de él sería posible afirmar muchas cosas, pero lo que está claro es que poder no le faltaba. Demasiadas personas han dado testimonio de ello, los pobres policías de la Säpo, por ejemplo. Por muy decididos que se mostraran a la hora de protestar y exigir un determinado comportamiento, cuando se hallaban ante él, frente a frente, se encogían y se transformaban en un rebaño de corderos asustados. Zalachenko irradiaba una espeluznante grandiosidad que, evidentemente, sólo se veía reforzada por el hecho de que no pudiesen tocarle y de que diera igual todas las veces que lo denunciaran a los servicios sociales. La Säpo siempre le cubría las espaldas, y era eso lo que Lisbeth advertía y lo que la convenció de que debía encargarse ella misma del asunto del maltrato. Pero para Camilla se trataba de algo distinto.

—Quería ser igual.

—Sí, creo que sí. El padre representaba el ideal; ella también quería irradiar la misma inmunidad y fuerza. Aunque a lo mejor lo que deseaba, más que otra cosa, era que él le prestase atención. Que la considerara una hija digna.

—Pero ella tendría que haber sido consciente del terrible trato al que sometía a su madre.

—Sí, lo sabía, claro. Y aun así se decantó por el padre. Por la fuerza y el poder, en definitiva. De pequeña ya decía que despreciaba a la gente débil.

—O sea, que tambien despreciaba a su madre; ¿es eso lo que estás diciendo?

—Por desgracia, creo que así era. Una vez, Lisbeth me contó algo que nunca he podido olvidar.

—¿Y qué es?

—Nunca se lo he contado a nadie.

—¿Y no te parece que ya va siendo hora?

—Sí, quizá, aunque en tal caso antes necesitaré tomarme algo fuerte. ¿Te apetece un coñac del bueno?

—Excelente idea. Pero tú quédate ahí, ya voy yo a por la botella y las copas —dijo Mikael antes de acercarse al mueble bar de caoba que había en un rincón, junto a la puerta de la cocina.

Buscaba entre las botellas cuando sonó su iPhone. Era Andrei Zander, o al menos ése fue el nombre que le apareció en pantalla. Pero cuando Mikael contestó no oyó nada. Lo más probable era que Andrei se hubiera confundido de número, se dijo, y algo pensativo sirvió dos copas de Rémy Martin y volvió a sentarse al lado de Holger Palmgren.

—Bueno, venga, cuéntamelo.

—No sé muy bien por dónde empezar. Si no recuerdo mal, era un bonito día de verano; Camilla y Lisbeth estaban encerradas en su habitación.

Capítulo 23

Tarde del 23 de noviembre

August volvió a quedarse rígido. Ya no podía contestar. Los números eran demasiado altos y, en vez de coger su lápiz, apretó los puños con tanta fuerza que los dorsos se le pusieron blancos. Incluso golpeó la mesa con la cabeza. Lisbeth, naturalmente, debería haberlo tranquilizado o, al menos, haberse asegurado de que no se hiciera daño.

Pero no era del todo consciente de lo que estaba pasando. Pensó en su archivo encriptado y se dio cuenta de que tampoco por esa vía iba a poder avanzar, lo que por otra parte no debería haberla sorprendido. ¿Por qué August iba a triunfar allí donde los superordenadores habían fracasado? Eran unas esperanzas estúpidas desde el principio; lo que el niño había hecho resultaba ya de por sí bastante impresionante. Y pese a ello, Lisbeth se sentía decepcionada, por lo que salió a la terraza y se puso a contemplar —todo lo que la oscuridad reinante le permitió— el salvaje y yermo paisaje. Por debajo de la empinada pendiente quedaban la playa y un campo cubierto de nieve donde había un granero abandonado que se usaba como local de baile.

Seguro que en verano aquello se convertía en un hervidero de gente. Pero ahora se encontraba desierto. Se habían sacado los barcos del agua y no se veía ni un alma; en la otra orilla ninguna luz iluminaba las casas. El viento arreciaba de nuevo. A Lisbeth le gustaba el lugar. Al menos en esa época, a finales de noviembre. No estaba mal como escondite.

Era verdad que a duras penas advertiría el ruido de un motor si alguien acudiera de visita. El único espacio posible donde aparcar un coche estaba abajo, junto al sitio habilitado para bañarse, de modo que para acceder al chalé había que subir por la escalera de madera que discurría siguiendo la inclinación de la pendiente. Al amparo de la oscuridad nocturna seguro que sería posible sorprenderlos, pero Lisbeth creía que esa noche la dejarían dormir. Lo necesitaba. Todavía sufría las secuelas de su herida de bala; tal vez fuera por eso por lo que reaccionó con una decepción tan grande a algo en lo que nunca había creído. Pero cuando volvió a entrar en la casa se dio cuenta de que su sentimiento también estaba relacionado con otra cosa.

—Por regla general, Lisbeth no es una persona a la que le preocupe el tiempo que hace o lo que sucede a su alrededor —continuó Holger Palmgren—. Su mirada selecciona sólo lo esencial y elimina lo superfluo. Pero mencionó, curiosamente, que en aquella ocasión el sol brillaba en Lundagatan y en el parque de Skinnarvik. Oía reír a los niños. Al otro lado de la ventana la gente era feliz; es posible que fuera eso lo que deseaba decir. Quería señalar el contraste. La gente normal tomaba helados y jugaba con cometas y pelotas. Camilla y Lisbeth, en cambio, se hallaban encerradas en su habitación escuchando cómo su padre violaba y maltrataba a su madre. Creo que eso sucedió poco tiempo antes de que Lisbeth le devolviera el golpe a Zalachenko, aunque no controlo muy bien el orden cronológico: la pobre mujer sufrió muchas violaciones, y todas seguían el mismo ritual. Zala aparecía por las tardes o las noches, bastante borracho, y en algunas ocasiones le alborotaba el pelo a Camilla y le decía lindezas del tipo «¿Cómo es posible que una niña tan guapa tenga una hermana tan repugnante?». Acto seguido, las encerraba con llave en su habitación y se dirigía a la cocina, donde se sentaba para seguir bebiendo. Solía tomar sus vodkas a palo seco, y al principio se limitaba a permanecer callado y a chasquear con la lengua de vez en cuando, como una fiera hambrienta, para luego soltar frases a Agneta del calibre de «¿Cómo está mi putita hoy?», que podían sonar casi hasta cariñosas. Pero entonces ella hacía algo que no le gustaba o, mejor dicho, Zalachenko decidía fijarse en algo que no le agradaba, y de buenas a primeras llegaba el primer golpe, casi siempre una bofetada, seguida de las palabras «Yo pensaba que hoy mi putita iba a portarse bien». A continuación, la metía a empujones en el dormitorio, donde seguía golpeándola. Por el ruido, Lisbeth percibía el momento en que las bofetadas se transformaban en puñetazos, y no sólo eso sino también dónde se los daba. Los sentía con la misma intensidad que si hubiese sido ella la maltratada. Después llegaban las patadas. Zala pateaba a Agneta, la lanzaba contra la pared y le gritaba «guarra», «zorra» y «puta», y eso le excitaba. Le ponía verla sufrir. Y cuando ya estaba totalmente maltrecha y la veía sangrando procedía a violarla, y en el momento de correrse profería insultos aún peores que los de antes. Luego se hacía el silencio. No se oía nada aparte de los sollozos ahogados de Agneta y la respiración pesada de Zalachenko. Después se levantaba y se tomaba otro trago de vodka mientras no cesaba de murmurar maldiciones y palabrotas y de escupir al suelo. A veces abría la puerta de la habitación de Camilla y Lisbeth, y decía algo parecido a «Ahora mamá ha vuelto a portarse bien». Y se marchaba dando un portazo tras de sí. Ése era el patrón habitual de sus visitas. Pero aquel día en concreto pasó algo.

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