Sonó el teléfono. Lotte dejó su tejido y fue a contestarlo. Era Georg Rainer. Cuando Mendelius tomó el tubo Rainer se lanzó inmediatamente en un apretado monólogo.
—… Estoy en Zurich. Volé hasta aquí nada más que para hacer este llamado ya que no me es posible confiar en los circuitos italianos. Ahora, escuche atentamente y no haga comentarios. ¿Recuerda que en nuestra última reunión hablamos sobre una lista?
—Sí.
—¿La tiene consigo?
—Arriba en mi estudio. No cuelgue.
Mendelius corrió a su estudio, abrió su vieja caja fuerte y buscó la lista de Jean Marie. Regresó al teléfono.
—Listo. La tengo frente a mí.
—¿Está ordenada por países?
—Sí.
—Voy a mencionar cuatro nombres para cuatro países. Quiero saber cuáles son los nombres que están en su lista, ¿Entendido?
—Adelante.
—U.R.S.S.… ¿Petrov?
—Sí.
—U.K.… ¿Pearson?
—Sí.
—U.S.A… ¿Morrow?
—Sí.
—Francia… ¿Duhamel?
—Sí.
—Bien. Eso significa que mi informante es alguien confiable.
—Está hablando muy misteriosamente, Georg.
—Le estoy enviando una carta desde el correo central de Zurich. Le explicará los misterios.
—Pero usted llegará el miércoles.
—Así es. Pero soy un hombre pesimista. Vivo esperando lo mejor y preparándome para lo peor. Desde el sábado me tienen sometido a vigilancia. Pía pensó, incluso, que había alguien espiándonos en el aeropuerto, de manera que es muy posible que aun en Zurich esta vigilancia continúe.
Trataremos de burlar a nuestros perseguidores usando el auto para llegar a Tübingen en lugar del avión. ¿Puede usted recibirnos a los dos? No querría por ningún motivo, dejar a Pía sola en Roma.
—Por supuesto. Todo esto parece muy siniestro, Georg.
—Yo le advertí que podría resultar así. Permanezca alerta y prenda una vela por nosotros.
Auf Wiedersehen
.
Mendelius dejó descansar el tubo en la horquilla y comenzó a hojear distraídamente las páginas mecanografiadas de la lista de Jean Marie. Desde el primer momento había aceptado con respecto a ella la despreciativa descripción de Anneliese Meissner que la había calificado de ayuda memoria sacada de un archivo. En ningún momento se había detenido a considerar el alcance y la fuerza que representaba esta amistad entre hombres tan altamente colocados. Pero Rainer había comprendido inmediatamente esta importancia que a él se le había escapado; Rainer, en consecuencia, se había lanzado en un nuevo campo de investigaciones y ahora, por eso, estaba en peligro… Lotte asomó su cabeza por la puerta y preguntó.
—¿Qué quería Rainer?
—Fue bastante críptico. Deseaba confirmar la existencia de cuatro nombres en la lista de Jean Marie. También deseaba decirme que llegaría a Tübingen en auto y que traería consigo a Pía.
Tuvo en la punta de la lengua decir que Rainer estaba sometido a vigilancia, pero lo pensó mejor y se calló.
—Oh Dios —Lotte se transformó instantáneamente en dueña de casa—, eso complica las cosas. Voy a tener que cambiar los cuartos. ¿Crees que podremos acomodar a Lars Larsen aquí arriba en tu estudio?
—Lo que a ti te parezca,
schatz
… ¿Hay alguna posibilidad de más café?
—Chocolate —dijo Lotte con firmeza—. No tengo ningún deseo de verte dando vueltas toda la noche. —Dejó su tejido y lo besó al salir.
Mendelius regresó a su carta. Se sintió tentado de referirse al llamado de Rainer y de pedir mayores explicaciones sobre la importancia de la lista, pero después de pensarlo, resolvió no hacerlo. El correo italiano nunca había sido seguro y no deseaba tampoco ser demasiado específico.
"De manera que, repetidas veces y con insistencia volví a examinar tanto su carta como los anexos de modo de familiarizarme con el problema para encontrar así la mejor forma de presentar sus ideas al público. Me gustaría saber algo más sobre lo que usted mismo desearía al respecto, como por ejemplo en lo que se refiere a las personas incluidas en su lista…
"¿En qué términos es posible discutir la Parusía con una amplia audiencia de creyentes y no creyentes? Me pregunto, mi querido Jean Marie, si no habremos acaso corrompido de tal modo el sentido de este misterio que ya no sea posible reconocerlo, es decir que se haya perdido para siempre. Hablamos de triunfo, de juicio, del Hijo del Hombre "que vendrá sobre las nubes del cielo, en plena Gloria y Majestad".
"Me pregunto en qué forma el poder y la majestad y la gloria y si acaso esa forma no será completamente distinta de todo lo que hayamos imaginado. Recuerdo la frase de su carta "un momento de exquisita agonía" y cómo usted me explicaba eso como una súbita y luminosa percepción de la total unidad de las cosas… como el moribundo Goethe, yo clamo por más luz. Soy un hombre sensual, sobrecargado con un exceso de conocimientos y una muy escasa comprensión de lo real. Sé que al fin de un largo día me siento ampliamente satisfecho con el chocolate caliente que me sirve Lotte y con sus brazos en torno de mi cuello en la oscuridad de nuestro cuarto… "
Lars Larsen, brusco, vivaz y voluble, llegó una hora antes de mediodía, después de un vuelo nocturno desde Nueva York y una loca carrera en auto desde Frankfurt. Dentro de los quince minutos siguientes se había encerrado con Mendelius para ofrecerle una evidente y necesaria lección sobre los hechos de la vida en el campo de la edición literaria.
—…Sí, estoy dispuesto a ser el representante de ustedes dos, Rainer y usted, pero no sin que antes hayan firmado entre ustedes un contrato satisfactorio para ambos, lo cual significa que la proporción deberá ser de sesenta-cuarenta en favor suyo. Pero aún antes de llegar a eso Rainer deberá revelar la naturaleza y el alcance de sus compromisos con Die Welt. Si él pertenece al equipo dirigente de la empresa, el grupo Springer puede reclamar para sí la plena posesión y uso de todo lo que él haga con relación a este proyecto… De manera que, para comenzar, yo hablaré solo con Rainer, y usted quedará fuera de la discusión hasta que hayamos arreglado eso… No, no me dé argumentos, Carl. Cincuenta y cincuenta no me parece justo ni aceptable. Usted debe controlar este asunto y no puede hacerlo a menos que posea la mayoría de los votos… Además, usted es la persona que interesa a los clientes. He obtenido tres licitaciones por un millón y medio en total para los derechos mundiales de la publicación en fascículos y en libro, y el negocio se ha basado en su nombre y su asociación con Gregorio XVII, no en Rainer. Ahora, cuando vea lo que usted tiene aquí, podremos alzar el precio hasta dos millones… más una cantidad de agradables agregados. Así pues, es preciso que todo quede muy claro, Carl. Usted está transformando a Rainer en un hombre muy rico. No tiene por qué pedirle disculpas por los términos en que se arregle este contrato…
—No estaba pensando en Rainer —Mendelius, bruscamente, se había ensombrecido—; estaba pensando en mí. Creo que cuando se publique esta historia habrá mucha gente que intentará desacreditarme así como han desacreditado a Jean Marie. Dos millones de dólares podrán hacerme aparecer como un Judas bastante caro.
—Si usted hiciera esto gratis —dijo Lars Larsen— todo mundo pensaría que es un estúpido, que todo el asunto es obra de locos de manera que nadie le prestaría fe. El dinero, en cambio, siempre huele bien, es limpio. De todos modos, si eso lo molesta consulte con su abogado y tal vez él pueda aconsejarle que funde una institución en favor de las mujeres pecadoras. Bueno, pero ése es problema suyo, no mío. El dinero que yo he conseguido para usted le garantiza que sus editores se esforzarán por alcanzar al mayor público posible… y eso, en fin de cuentas, es precisamente lo que usted quiere obtener, ¿no es así? Ahora, ¿podríamos ver esos documentos, por favor?
Mendelius abrió su vieja caja fuerte y extrajo de ella el sobre que contenía la carta de Jean Marie y la encíclica. Larsen echó una mirada a los documentos y preguntó abruptamente.
—¿Son auténticos?
—Sí.
—¿Puede dar fe de la autenticidad de esta letra?
—Por supuesto y además he verificado cada sentencia personalmente con el autor.
—Espléndido. Deseo que haga con respecto a esto una declaración ante notario. También deseo fotografiar algunos pasajes significativos… pero no necesariamente los más importantes. Cuando está en juego un volumen tan grande de dinero, los clientes exigen ser plenamente protegidos. Y lo último que desearíamos es entrar en conflicto con el Vaticano a propósito de declaraciones o escritos que no sean exactos y que ellos puedan sostener que son falsos.
—Nunca lo había visto tomar tantas precauciones, Larsen.
—Sólo estamos comenzando, Carl —Larsen no parecía divertido—. Una vez que esta historia salga a la luz pública, su pasado y su presente serán examinados al microscopio. Lo mismo le ocurrirá a Rainer, y profesionalmente al menos, sería preferible que su historial estuviese inmaculado… Ahora le agradecería que me consiguiera otra taza de café y que me dejara solo para estudiar este asunto…
—Bien. Ya que se va a dedicar a eso —dijo Mendelius con una sonrisa— aproveché para escribir algunas notas que puedan servirle de evidencia interna: la letra manuscrita, el pulido estilo francés, la calidad del razonamiento y la forma de transmitir las emociones personales.
—Sé lo que es la evidencia interna —dijo Larsen secamente—. Uno de mis primeros clientes fue un maestro en el arte de plagiar… Le siguieron un juicio por un millón y lo perdió. Y tuve que volver a trabajar en comisiones… Bueno, y ahora ¿qué hay de mi café?
Cuando bajó a almorzar, a la una y media, Larsen parecía otro hombre, conmovido y a la vez sometido. Comió distraídamente y habló en forma inconexa.
—…Habitualmente suelo guardar mis distancias con relación a lo que leo. Eso es para mí una necesidad… Si no, sería imposible sobreponerme al impacto de esas personalidades tan estudiadas y clamando, a través de las páginas, hacia usted… Pero esa carta, Lotte… Me hizo llorar. Jamás voy a una iglesia, excepto para los matrimonios y los funerales. Mi abuelo, el padre de mi madre, era un luterano sueco a la antigua usanza. Cuando yo era pequeño solía sentarme en sus rodillas y leerme la Biblia… Allá arriba me pareció estar oyéndolo de nuevo…
—Comprendo muy bien lo que está tratando de expresar —Lotte parecía ansiosa por participar en la discusión—. Es por eso que he estado insistiendo con Carl sobre la necesidad de guardar una total fidelidad al texto de Jean Marie y creo que eso sólo puede hacerse con mucho amor… No debe permitirse que nadie pueda hacer de esta historia algo barato o vulgar.
—¿Qué piensa entonces de Georg Rainer?
—No lo conozco sino superficialmente. Es encantador y muy ingenioso. Creo que sabe mucho sobre Italia y el Vaticano. Sin embargo creo que el control del proyecto debe quedar completamente en manos de Carl.
—Aclaremos bien este punto —Mendelius súbitamente se molestó y habló con acrimonia e irritación—. Georg Rainer llega esta tarde y será nuestro huésped. Es importante que él y yo podamos trabajar juntos armónica y eficientemente. No quiero que esta relación se eche a perder por discusiones monetarias. Y tampoco deseo ofrecerle una bienvenida a medias.
—
Jawohl, Herr Professor!
—Lotte lo miró burlonamente, riéndose de su solemnidad.
—Confíe en mí, Carl —dijo a su vez Lars Larsen, sonriéndole—. Soy un espléndido cirujano. Opero en forma limpia y precisa y todos mis pacientes se reponen espléndidamente… Ahora necesito que me preste su teléfono por un par de horas. En Nueva York, ésta es hora de trabajo y de negocios. Y después de lo que acabo de leer, ¡oh mi Dios! ¡Qué negocios vamos a hacer!
Más tarde, en la cocina, Lotte, comentando el almuerzo con Mendelius, no podía evitar reírse.
—Lars es tan divertido. En cuanto comienza a hablar de dinero, da la impresión de que se ha conectado a una corriente eléctrica. Le brillan los ojos y uno espera a cada momento que se le ericen los cabellos… Estoy segura de que él se asombraría si tú le contaras la impresión que produce, pero la verdad es que me recuerda a esos hombres gordos que están en las puertas de los circos y gritan a voz en cuello vendiendo sus entradas para el día del juicio final.
La campaña de ventas de Larsen continuó durante toda la tarde. A las cinco y media, en posesión de ofertas que llegaban hasta dos millones y un cuarto, cerró el negocio. Le explicó a Mendelius que ahora se sentía bien pues tenía una hermosa garantía en dinero contante y sonante lo que le permitiría iniciar en un muy buen pie sus negociaciones con Georg Rainer. Pero Georg Rainer estaba atrasado. A las siete de la tarde llamó por teléfono de un lugar en el camino veinte millas al sur de Tübingen. Explicó que había sido seguido desde Zurich, que poco antes de llegar a la frontera había logrado burlar a sus perseguidores y que desde entonces había dado vueltas por la mitad de los caminos de Suavia para estar seguro de que había logrado despistar a quienquiera que fuera que iba detrás de él. A las ocho y media, acompañado de Pía, llegó, agotado y completamente despeinado por el viento. Una hora más tarde, repuesto y relajado por la abundante cena de Lotte, procedió a explicar el melodrama que acababa de vivir.
—…Lo más extraordinario respecto de esta abdicación, fue el total secreto en el que se llevó a efecto. Nadie, pero absolutamente nadie, parecía dispuesto a hablar sobre el tema… Lo que naturalmente nos llevó, a los chicos de la prensa, a creer que Gregorio XVII no sólo debía de haber tenido enemigos muy poderosos sino también que por alguna razón u otra, debía de haberse distanciado de sus amigos tanto adentro como afuera del Vaticano. Lo conocíamos, usted bien lo sabe Carl, como un hombre de extraordinario encanto. Nos preguntamos entonces dónde estaban sus amigos… Fue en ese momento cuando usted me habló de esta lista y por eso me pareció que ella podría tener una singular importancia… usted me había dicho que estaba mecanografiada. Eso significaba que había salido de algún archivo. Me pregunté a mí mismo quién podría estar al tanto de los archivos privados de Gregorio XVII y así llegué a su secretario privado… Yo sabía que se llamaba monseñor Bernard Logue y que, a pesar de su nombre irlandés, es en realidad un francés, descendiente de uno de aquellos patos salvajes que volaron a Francia para luchar contra los ingleses… De manera que hice averiguaciones sobre lo que había ocurrido con este hombre después de la abdicación…