Los Bufones de Dios (45 page)

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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

BOOK: Los Bufones de Dios
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Roberta Saracini vertió café en la taza de él y se la alcanzó a través de la mesa. Le ofreció coñac. El lo rechazó. Ella explicó cuidadosamente:

—Como sabe, soy banquera. Y como tal tengo acciones en una multitud de empresas muy diversas: minas, fábricas, agencias de viaje, empresas de publicidad, de diversiones, de comunicaciones. De tal forma que una vez que se sienta seguro de lo que tiene que decir…

—Siempre he estado seguro de lo que tengo que decir.

—Entonces podemos encontrar cien maneras diferentes, mil veces distintas para dar a conocer la noticia.

—Pero eso le costará una fortuna.

—¿Y si es así qué más da? ¿Quién se preocupa por lo que ocurrirá a las cuentas corrientes después del Día R?

—¿Y qué sabe usted del Día R?

—Tengo mis fuentes. ¿O cree que yo me muevo a ciegas en el mercado?

—No, supongo que no.

Pero él, a pesar de que la explicación le pareció sensata, continuaba, no obstante inquieto. Personalmente, él jamás nombraría sus fuentes, ni aun ante un amigo muy querido y próximo.

—Hay muchos fondos disponibles para cualquier cosa que intente hacer. Desearía presentarlo a algunas personas que trabajan conmigo en asuntos de publicidad, televisión y anuncios. Considérelos como altoparlantes para su voz. Dígales lo que desea decir. Y se sorprenderá de las ideas que verá emerger… Pero parece dudar. ¿Por qué? ¿Dónde estaría el papado moderno sin la televisión? O, para el caso, ¿dónde estaría la presidencia americana? ¿No es acaso un deber moral usar todos los medios que se ponen a nuestra disposición?

Una vez más, y con mayor fuerza en esta ocasión le vino a la mente el recuerdo de aquella muchacha de Siena que, en el siglo XIV le había escrito a Pietro Roger de Beaufort-Turenne, Gregorio XI… Siatemi uomo, virile e non timoroso… " Sea para mí un hombre, viril y no cobarde".

Por unos minutos, permaneció silencioso, considerando la decisión a tomar.

—¿Cuándo podría ver a sus expertos?

—Mañana por la mañana.

—¿Hasta qué punto puedo confiar en ellos?

—En los que yo siente a esta mesa podrá confiar como confía en mí.

—Entonces le ruego que conteste a la pregunta que le hice cuando veníamos hacia acá: ¿por qué motivo desea ayudar a un hombre que está anunciando el fin del mundo?

Ella no jugó con su respuesta, ni la adornó sino que se la entregó directa y sencilla.

—Porque es un hombre y nada más que por eso. Toda mi vida he estado esperando por alguien que sea capaz de enfrentar la tormenta y de gritar contra el viento. Esta mañana, en el banco, lo observé. Estaba tan enojado que pensé que iba a estallar allí mismo, pero en cambio tuvo la gracia de pedir disculpas por sus malos modales. Y para mí, esa es una razón suficiente.

—No para mí —dijo Jean Marie Barette—. Nadie puede ser tan fuerte sin vacilar. Nadie dura tanto tiempo… No construya nada sobre mí, Roberta. Construya sobre sí misma. Usted no es una devota cualquiera en la mitad de su menopausia. Y yo no soy un inquieto e inestable sacerdote que se pregunta por qué ha derrochado su vida en la soledad de la soltería.

—Dígame entonces quién es usted —dijo Roberta Saracini con súbita ira—. Dejemos de ser buenos jesuitas y definamos los términos.

—He recibido un llamado para proclamar que los últimos días están próximos y en consecuencia la Segunda Venida del Señor. He respondido a ese llamado. Y ahora busco los medios para hacer esa proclamación. Usted me ha ofrecido un asilo y los medios y los expertos capaces de ayudarme. Lo he aceptado con gratitud, pero no tengo nada para darle a cambio de lo que me ha ofrecido.

—¿Es que acaso le he pedido yo algo?

—No, pero debo advertirle —y créame que hacerlo es un acto de amor— que nunca debe esperar poseer nada mío, ninguna parte de mí ni tampoco manejarme de ninguna manera.

—¡Por el amor de Dios! ¿Y por qué cree necesario advertirme eso?

—Porque la primera vez que conversamos, afirmó que se sentía muy mística acerca de su propio pasado, acerca de la conexión de su familia con Santa Catalina de Siena. Me pareció que era aquel un preludio muy significativo. Me estaba ofreciendo la misma clase de ayuda que ella le había ofrecido a Gregorio XI para traerlo de regreso de Avignon a Roma. Pero la historia no puede repetirse, así como tampoco pueden duplicarse las relaciones personales. Gregorio era un hombre superficial, vacilante y cobarde. Yo tengo muchos defectos, pero no soy un hombre de ese tipo. Y he sido llamado a caminar en el desierto. —Ella quiso protestar, pero él la detuvo con un gesto. —Hay mucho más, de manera que permítame decirlo. Conozco la vida y los trabajos de su pequeña Santa. Mi tesis para el doctorado versó precisamente sobre las grandes mujeres místicas. He leído el Diálogo y el Epistolario. Catalina escribió mucho, y muy bellamente, sobre el amor humano y divino. Sin embargo, hay momentos de su vida que ninguno de sus biógrafos ha explicado plenamente. Para mi gusto, ella es demasiado exótica, tal vez porque soy francés y a ella nunca le gustaron los franceses. Pero creo que en una o dos ocasiones, ella llevó demasiado lejos a los muchachos de su
cenacolo
. Ella soñaba con el amor divino cuando ellos luchaban todavía para dar un sentido a las variedades del amor humano, y es por eso que ocurren las tragedias. De manera que… —sonrió y se encogió de hombros— nos hemos portado como buenos jesuitas: hemos definido los términos y delimitado las reglas del juego. ¿Estoy perdonado?

—Sí. Pero no crea que tan fácilmente. —Levantó su copa en un silencioso brindis y bebió el resto del vino. —Es tarde. Debo levantarme mañana temprano para trabajar.

—Yo también tengo que salir. Tengo una reunión con el ministro de Agricultura de Rusia.

—¿Petrov? He tenido que tratar con él algunos asuntos bancarios. Es duro pero decente. De todos modos, ahora se encuentra en una situación desesperada. Si no logra reunir el alimento necesario para el invierno, es un hombre perdido.

—Y en ese caso nuestro mundo se encontrará una hora más cerca de la medianoche.

Se levantó y retiró la silla de ella. Cuando ella a su vez se puso de pie, se dio vuelta, cogió la mano de él y se la besó a la antigua usanza.

—Buenas noches, monsieur Grégoire.

Él aceptó el gesto sin comentarios.

—Buenas noches, madame, y gracias por el techo que me ha ofrecido en su casa.

Capítulo 11

En la habitación 508 del hotel Meurice, Jean Marie Barette, ex-papa, conversaba con Sergei Andreivich Petrov, ministro de Agricultura de la U.R.S.S. Petrov se veía cansado y sobre todo desastrado, como si la noche anterior hubiera dejado caer sus ropas en el suelo y a la mañana siguiente se hubiera limitado a echárselas encima recogiéndolas allí donde se encontraban. Tenía los ojos enrojecidos y húmedos, la voz ronca y áspera y su piel exhalaba un leve vaho de licor. Aun su sentido del humor parecía estar en decadencia.

—…¿Piensa que parezco un despojo humano? Pues lo soy. Durante semanas y por doce, quince horas al día he estado viajando, hablando, rogando, gritando como un papagayo hambriento para tratar de obtener algún alimento para mi país. Pero nadie quiere venderme nada. De manera que ahora desciendo un nivel y comienzo la fase dos de mi operación. ¿Qué pido ahora? Intervención, mediación, lo que en los negocios se suele llamar buenos oficios. Y se me ha ocurrido que en este plano tal vez esté dispuesto a ayudarme.

—Dispuesto, claro que estoy —contestó Jean Marie sin vacilar—. La utilidad de mi intervención es ya otro asunto muy distinto. En las democracias la voz del jefe de la oposición es siempre muy fuerte y muy grande su capacidad de negociación. Pero conmigo la cosa es diferente. Soy nada más que un
pasteur en retraite
. Digámoslo de otra manera. ¿Cómo reaccionaría usted si yo llegara a Moscú solicitándole favores?

—Mejor de lo que usted cree. Es usted una persona generalmente muy respetada. ¿Querría tratar de ayudar? La posición nuestra es desesperada. El hambre es un horror que nadie comprende hasta que sucede. Mire lo que ha ocurrido en África. Y sin embargo las señales de advertencia estaban allí desde hacía mucho tiempo, pero nadie les prestó atención… Desde el Sahara hasta el Sachel y hasta el Horn, bruscamente miles de hombres, mujeres y niños comenzaron a morir. Es el mismo tipo de amenaza que ahora está suspendida sobre nosotros con la diferencia de que para nosotros ocurrirá en invierno. Sobreviviremos como podamos, pero en cuanto lleguen los deshielos, yo le prometo que los cohetes partirán de sus rampas de lanzamiento, que nuestros ejércitos avanzarán hacia el sur, hacia los campos petroleros del golfo, hacia el oeste a través de las llanuras húngaras, y por el mar hacia la India, las Filipinas y Australia. Es como un axioma matemático. La única forma de disciplinar los desórdenes que amenazan en el interior es marchar hacia el enemigo en el exterior… Las potencias occidentales y China se han dedicado a ese peligroso juego que los ingleses llaman
brinkmanship
y que es un juego de equilibrio y de destreza que no se puede jugar con un estómago vacío. De manera que, una vez más se lo pido: ¿querría ayudarme?

—Sí, por supuesto, trataré de hacerlo, pero no puedo trabajar sin alguna base de donde partir. Necesito que me informen. Necesito una lista de lo que su gente está dispuesta a conceder a cambio de los alimentos más urgentes. Ustedes también gustan de jugar sobre el borde del precipicio y pueden llegar a ser tan estúpidos como los occidentales. De manera que necesito un informe escrito, aunque sea elemental, que me otorgue la autoridad suficiente para actuar como corredor en el mercado.

—Eso podría ser difícil.

—Sin eso, no obstante, el resto es imposible. Vamos, camarada Petrov. Puedo hacer declaraciones a la prensa, sermones, llamados de auxilio. Lo hice cada domingo en la Plaza de San Pedro. En cada una de mis giras nunca dejé de hacer discursos diplomáticos. Pero eso sería lo mismo que los discursos que ustedes pronuncian en el Primero de Mayo sobre la ideología marxista leninista y la solidaridad de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. No agrega nada a nada. En cambio, si yo tuviera en mi poder un documento que me otorgara a la vez información y representación, un documento que usted podría repudiar si la cosa no resultara, bien, por lo menos me permitiría ser recibido con respeto en mi calidad de emisario.

—¿Estaría preparado a ir a Moscú?

—Sí, siempre que fuera invitado al más alto nivel y en forma amistosa de manera de no sufrir la agotadora vigilancia de los hombres del K.G.B.

—Le prometo que eso no sucederá.

—¿Cuándo desea que vaya?

—Tan pronto como sea posible, pero mientras tanto debo mantener mis pies en el agua para tener la certeza de que no hay cangrejos dispuestos a morderme. ¿Cómo podré ponerme en contacto con usted?

—A través de mi hermano Alain, en el Banco Halévy Frères et Barette. —Garabateó la dirección en un papel y se la pasó a Petrov. —Alain no sabrá dónde me encuentro, pero me mantendré en contacto con él.

Petrov dobló el papel y lo colocó en su cartera. Dijo:

—¿Quiere beber algo conmigo?

—Gracias, pero es un poco temprano para mí.

—Yo necesito un trago. En las últimas semanas he recibido golpes muy duros y ¿qué puede hacer un hombre al final de otro piojoso día gastado dando vueltas por ahí con la canasta de las limosnas en la mano? En este negocio no hay medallas ni recompensas, lo único que se consigue son ojos enrojecidos y algunas palabras, "tut-tut camarada, después de todo debe ser posible hacer algo constructivo". Yo sé que nada se puede hacer y ellos también lo saben; pero ellos están a salvo en el Kremlin dando vueltas a sus papeles mientras que yo gasto mis zapatos y mi paciencia.

—Pensé que había alguna esperanza para ustedes, con Pierre Duhamel.

—Hasta aquí eso es todo lo que hemos obtenido: esperanzas. El está tratando de ayudarnos con un esquema muy complicado en el cual nosotros compramos algunos barcos ya cargados en tránsito en alta mar y los desviamos hacia los puertos bálticos. Lo que dificulta las cosas es el tamaño de la operación; a menos, claro, que Duhamel esté jugando sucio… ¿Qué opinión tiene de él?

—Creo que está tratando de jugar limpio en un juego sucio.

—Podría ser. ¿Y qué me dice de ese trago?

—Una sugerencia —dijo Jean Marie Barette.

—Veamos de qué se trata.

—Olvide el trago. Ordene café para dos. Déme sus medidas y bajaré a comprarle una camisa nueva y ropa interior. Luego envíe su traje a planchar y mientras espera que se lo tengan listo, toma un largo, largo baño caliente.

Petrov se quedó mirándolo incrédulo y estupefacto.

—¿Me está diciendo que estoy sucio?

—Le estoy diciendo, querido camarada, que si yo me encontrara con el revólver al pecho como está usted me cambiaría de ropa dos veces al día, no bebería nunca nada hasta el atardecer y haría saber que quienquiera se considerara capaz de hacer mi trabajo mejor que yo sería bienvenido por mí y le daría plenas facilidades para que intentara hacerlo.

—Esa receta tiene, no obstante, un grave inconveniente.

—¿Cuál es?

—Quienquiera que asuma mi cargo deseará también mi cabeza y la verdad es que prefiero, por el momento, conservarla, sobre, mis hombros. En cuanto al resto, tiene razón. Mi talla es el 40. Vaya a comprar la ropa. Yo ordenaré el café. De todos modos el servicio siempre se demora.

—Pensé que estaría alojado en la embajada —dijo Jean Marie Barette.

—Estoy alojado allí —dijo Sergei Petrov—, pero guardo esta habitación para mis contactos privados.

—¿Y está seguro de que son privados?

—Tan seguro como se puede estar seguro de algo. Por lo menos sé que este cuarto no tiene micrófonos escondidos… Por otra parte, el hecho de no ser vigilado me asusta terriblemente.

—¿Por qué?

—Porque significa que a nadie le importa nada de lo que yo hago. Lo mismo podría yo ser un pato sentado esperando que alguien le corte la cabeza… No es que, por otra parte, eso tenga mucha importancia. Porque la verdad es que la raza humana tiene un futuro muy limitado.

—¿Cuan largo es ese futuro, tal como usted lo ve?

—Veamos. Estamos ahora en septiembre. Si no logro conseguir alimentos antes del invierno, el ejército se pondrá en marcha inmediatamente después de los deshielos de primavera. Si obtengo los cereales y el trigo, eso significará una pequeña tregua, que de ninguna manera será demasiado larga porque el problema del combustible y de la energía continuará vivo y candente y cada gran nación ha trazado sus planes que contemplan ataques preventivos para el caso en que los campos petrolíferos se encuentren amenazados… La estimación más pesimista nos da de seis a ocho meses y la más optimista, dieciocho. No es un pensamiento agradable.

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