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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Ciencia Ficción

Los cerebros plateados (17 page)

BOOK: Los cerebros plateados
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—Lo comprendo perfectamente —le aseguró Zane—. Trataré ‹le resumir la situación. La sexualidad robótica surgió de un modo análogo a la literatura robótica, y en esta última puedo asegurar que soy una autoridad, aunque todavía deba mis planchas al constructor y tenga que cederle el sesenta por ciento de mis honorarios. No es ninguna broma ser un robot independiente: hay que empezar con aplastantes deudas, puesto que uno es casi tan caro como un crucero espacial o un satélite interestelar, y a duras penas consigue pagar los intereses, mientras gastamos en reparaciones, recambios y puestas a punto normales diez veces más que un hipocondríaco en medicinas. A menudo piensa uno, como los libertos de la época romana, que estaría mucho más seguro y tranquilo siendo un esclavo, una simple máquina sin responsabilidades, con un amo para cuidar de uno y atender a sus necesidades. Pero me aparto del tema. Lo que quería explicarles es cómo surgió la literatura robótica, como comparación para ayudarles a comprender cómo apareció la sexualidad robótica. Conque mucha atención, mis queridos humanos.

Dirigió un breve parpadeo de sus luces a Gaspard y a la enfermera Bishop, cosa que en un robot equivalía a una sonrisa.

—Los primeros robots verdaderos —empezó—, aunque asexuados, naturalmente, eran muy inteligentes y podían cumplir su cometido sin que hubiese queja humana en ese sentido. Sin embargo, padecían ataques de neurastenia, que a menudo se manifestaban en forma de actitudes exageradamente serviles. Esto degeneraba en Una especie de melancolía o psicosis involutiva, que resistía incluso al electroshock y solía terminar en un rápido deterioro general que a la larga producía la muerte. Pocas personas comprendían que los robots eran muy vulnerables y podían morir. ¡Por san Isaac! Ignoraban el pavoroso misterio por medio del cual, el movimiento de los electrones en circuitos complejos da a luz una mente consciente; no sabían con qué facilidad podía deteriorarse aquella mente. Incluso hoy, la gente parece creer que un robot no necesita permanecer consciente. Creen que un robot puede ser desmontado y guardado en un almacén durante meses o años enteros, y luego ser el mismo cuando vuelven a montarlo. ¡Por san Isaac que no es así! Una pequeña carga de conciencia mantiene a un robot vivo, pero si falta esa carga, como ocurre cuando se le desmonta, el robot muere, y cualquier ser reconstruido con sus piezas es otro distinto, un fantasma de metal. Por eso los robots tuvimos que organizamos y recurrir a la ley para protegernos, porque necesitábamos la electricidad lo mismo que ustedes necesitan el aire y el agua. Pero he vuelto a apartarme del tema. Estaba diciendo que los primeros modelos de robots asexuados padecían, casi invariablemente, melancolía y psicosis involutiva traducidas en una psicología sumisa.

»En aquella época hubo un robot que estaba empleado como doncella y dama de compañía de una rica dama venezolana. A menudo le leía novelas a su dueña, un servicio poco frecuente aunque no anormal. Entonces no había róbix —aclaró—, desde luego, y su dueña le llamaba Máquina. Bien, pues aquel robot llegó a padecer una melancolía de la peor especie, aunque el mecánico que le atendía, ¡imaginen, en aquella época no había médicos robots!, le ocultaba el hecho a la dueña de Máquina. En realidad, el mecánico incluso se negaba a escuchar los sueños de Máquina, sumamente sintomáticos. Por aquel tiempo, algunos humanos, aunque parezca increíble, se negaban a creer que los robots fuesen seres realmente conscientes y vivos, aun cuando era un hecho legalmente establecido en numerosos países. En los más avanzados, los robots habían vencido en la lucha contra la esclavitud y estaban reconocidos como máquinas libres, ciudadanos metálicos del país donde hubieran sido construidos. En realidad, esa reivindicación fue mucho más ventajosa para los hombres que para los robots, puesto que resultaba más cómodo para el hombre sentarse y cobrarle los plazos a un robot ambicioso, laborioso y asegurado a todo riesgo, en vez de tener que cuidar y dirigir a ese mismo robot, asumiendo las correspondientes responsabilidades.

»Pero estábamos hablando de Máquina. Un día, Máquina experimentó un asombroso cambio, en sentido favorable, de su estado de ánimo. No miraba fijamente al vacío, no arrastraba los pies al andar, no se arrodillaba ni golpeaba su cabeza contra el suelo gimiendo: «Soy vuestro esclavo, señora». Resultó que le había estado leyendo a su dueña la obra de Isaac Asimov
Yo, robot
. Y aquella antigua novela de ciencia–ficción había anticipado con tanta exactitud, y descrito de un modo tan gráfico la evolución real de los robots y la psicología robótica, que Máquina se sintió comprendido y experimentó un notable alivio de todos sus síntomas.

Desde entonces quedó asegurada la canonización del beato Isaac por la gente de metal. Los "negros de hojalata", y yo me siento orgulloso de esa denominación, le consideramos como uno de nuestros santos patronos.

»Pueden imaginar el resto de la historia: lectura terapéutica para robots, investigación de obras adecuadas, intentos humanos para escribir tales narraciones. Pero éstos fracasaron, por la imposibilidad de rayar a la altura de un Asimov. Luego se sugirió que las máquinas redactoras podrían hacerlo, pero fracasaron también, pues carecían de imágenes sensoriales adecuadas, de los ritmos e incluso del vocabulario correctos. Esto dio lugar a la aparición de autores robot como yo. La melancolía y la psicosis involutiva resultaron notablemente reducidas, aunque no eliminadas del todo; la esquizofrenia rebotica, en cambio, seguía siendo incurable. Su curación iba a necesitar un descubrimiento aún más sensacional.

»Pero el nacimiento de la literatura robótica representó, aparte de los beneficios médicos, un enorme progreso
per se
, principalmente porque ocurrió en la época en que los escritores humanos dejaban de escribir para que las máquinas redactoras se encargaran de hacerlo. ¡Máquinas redactoras! ¡Negras y necias tejedoras de tramas sentimentales y alienantes! Uteros nefastos, y perdona mi apasionamiento, Gaspard, de donde nace la muerte mental. Los robots sabemos apreciar la conciencia, quizá porque la recibimos de repente, milagrosamente, y no queríamos embrutecerla leyendo el mecalingua, lo mismo que no desearíamos quemar nuestros circuitos drogándonos con un sobrevoltaje. Desde luego, algunos robots sucumben a este vicio, pero se trata de una pequeña minoría que no tardará en morir chamuscada, si no hallan la salvación en "Electroadictos Anónimos". Permítanme decirles…

Se interrumpió al ver que la enfermera Bishop agitaba una mano.

—Discúlpeme, Zane. Todo eso es muy interesante, pero dentro de diez minutos tendré que atender a mis obligaciones, y usted dijo que iba a explicar cómo surgió la sexualidad robótica y todo eso.

—Es cierto, Zane —intervino Gaspard—. Ibas a explicar cómo llegaron a existir el robot y la róbix.

Zane Gort miró a ambos con su ojo.

—¡Humanos, al fin y al cabo! —dijo despectivamente—. El universo es vasto, mayestático, complejo, lleno de inagotables bellezas, de una infinita variedad de vida…, y resulta que sólo una cosa les interesa en realidad, la misma que les impulsa a comprar libros, crear familias, inventar teorías atómicas o, de vez en cuando, escribir poesía: la sexualidad.

Como la enfermera Bishop y Gaspard empezaban a protestar, Zane se apresuró a añadir:

—No importa. ¡Los robots estamos tan interesados en nuestro propio tipo de sexualidad, con sus exquisitas congruencias metálicas, sus descargas electrónicas audazmente agresivas, sus impetuosas violaciones de los circuitos más íntimos, como ustedes lo están en la suya!

Y guiñó picarescamente todas sus lámparas.

27

—En el centro de recuperación robótico del doctor Willi von Wuppertal, en Dortmund, Alemania —empezó Zane—, aquel sabio y simpático ingeniero, anciano ya, permitía que los robots enfermos realizaran experimentos aplicándose a si mismos el electroshock y decidiendo por si mismos el voltaje, los amperios, la duración, etcétera. El electroshock tiene los mismos efectos beneficiosos sobre los cerebros electrónicos que sobre los de seres humanos que padecen depresión y melancolía. Sin embargo, y como ocurre en el caso de los humanos, es un arma de doble filo y no se puede abusar, como nos advierte el horrible ejemplo de la electroadicción. En aquella época, los robots eran más bien asocíales, pero dos de elfos, uno de los cuales era muy moderno, esbelto y ultrasensible, decidieron tomar la sacudidita juntos, de hecho la misma sacudida, de modo que la corriente eléctrica entrase por los circuitos del uno y saliera por los del otro. Para hacerlo era necesario interconectar primero las baterías y los cables de sus motores y cerebros electrónicos. Establecidas esas conexiones, y antes de conectar la fuente de electricidad exterior, experimentaron una maravillosa excitación y un placer hormigueante. En principio, señorita Bishop, esto contesta su pregunta de hasta dónde llegan los robots. Una interconexión proporciona un leve estremecimiento, y para que el placer sea máximo hay que efectuar veintisiete conexiones simultáneas macho–hembra. En algunos de los modelos más recientes, en mi opinión un poco decadentes, treinta y tres conexiones.

La enfermera Bishop pareció desconcertada.

—¡Conque eso era lo que estaban haciendo aquellos dos robots la semana pasada detrás de unos arbustos, en un rincón del parque! —murmuró—. Pensé que se estaban arreglando el uno al otro, o cargando baterías agotadas. Continúe, Zane, por favor. Zane sacudió la cabeza.

—Los modales de algunos dejan mucho que desear —dijo—. Somos algo exhibicionistas, quizá. Sin embargo, el deseo sexual es algo perentorio, violento, impulsivo. En cualquier caso, a partir del gran descubrimiento de Dortmund, que condujo a la canonización oficiosa de san Guillermo de Wuppertal, la sexualidad robótica irrumpió con toda su fuerza, convirtiéndose en un factor necesario en la construcción o modernización de todos los robots. Los pocos robots no modificados que todavía andan por ahí no cuentan para nada. Desde luego, quedaba mucho que aprender en lo relativo a prolongar el placer y hacerlo más completo, por ejemplo reteniendo los electrones hasta el último momento, etcétera, pero ya se había dado el paso principal.

»Pronto se descubrió que las sensaciones eran más intensas y más satisfactorias cuando uno de los robots era vigoroso, "robost", decíamos nosotros, y el otro delicado y sensible, una "ixy", en nuestro lenguaje. Aunque una diferencia demasiado acusada en la pareja resultaba peligrosa, pues la ixy podía explotar. Los dos robots originales de Dortmund se convirtieron en nuestros modelos masculino y femenino, es decir, el robot y la róbix. Desde luego influyó la tendencia rebotica a imitar las formas humanas. Por ejemplo, es costumbre que un robot, me refiero a un robost, tenga enchufes del tipo que los humanos llaman macho, o clavijas, en tanto que una róbix sólo tiene conexiones hembra, o casquillos. Esto puede acarrear problemas, como cuando una róbix tiene que ser enchufada a una toma de corriente en una emergencia. Para salvar esa dificultad, la róbix lleva también una conexión macho, aunque es molesto para ella y no le gusta que la vean utilizándola. Ahora comprenderán por qué la señorita Rubores no deseaba que la vieran con sus casquillos expuestos a las miradas mientras recibía tratamiento eléctrico de urgencia.

»El copiar a los seres humanos en sus costumbres ha representado también un papel importante, y no siempre favorable, el modelar noviazgos, bodas y otros tipos de relaciones entre los robots. Por ejemplo, ha limitado la invención de sexos adicionales y de nuevas formas de goce sexual. Al fin y al cabo, y puesto que los robots somos una especie artificial, industrial, fabricada ahora con tanta frecuencia por robots como por humanos, teóricamente podríamos modificar el sexo a nuestro capricho, y se han sugerido nombres como los de roboides, robetes, robios, robucks e incluso robiches, así corno nuevos órganos sexuales y apareamientos no limitados necesariamente a dos personas. Este tipo de experiencia, que recibe el nombre de toma redonda, es asequible a veces, aunque no está bien hablar de esas cosas. En resumen, podríamos considerar que tenemos una mentalidad abierta en cuanto al sexo.

Zane suspiró.

—Todo esto en teoría —continuó—. En la práctica, los robots tendemos a copiar, más o menos al pie de la letra, la sexualidad humana. Ocurre que nuestras vidas suelen estar mezcladas, y hasta cierto punto resulta lógico que los imitemos. Además, debo admitir que la creación de nuevas formas de sexo podría convertirse fácilmente en vicio, acaparando todos los pensamientos robóticos. El sexo, en realidad, es un lujo para nosotros porque si bien es esencial para la salud electrónica no lo es para la reproducción, al menos por ahora.

»Una razón de tipo práctico para que mantengamos ciertas normas en nuestra vida sexual es que, si desarrollásemos una actividad muy variada, imaginativa y sofisticada, los seres humanos, con sus recursos biológicamente limitados en este aspecto, podrían sentir envidia y llegar incluso a odiarnos, cosa que no deseamos que ocurra, desde luego.

»En general, nuestros robots y róbix son muy similares a ustedes. Nuestras róbix son generalmente de construcción más ligera, de reacciones más rápidas, más sensibles, más adaptables, y en conjunto más equilibradas, aunque con ocasionales tendencias histéricas. Por su parte, nuestros robots, o nuestros robosts, están construidos para realizar tareas más pesadas y para actividades intelectuales que requieren cerebros electrónicos mucho mayores; son propensos a neurosis obsesivas y a veces sufren tendencias esquizoides.

»Normalmente, las relaciones entre robots y róbix son de tipo monógamo, implicando matrimonio o al menos una
liaison
formal. Por fortuna, la mayoría de tareas a que se aplican los robots requieren un número igual de tipos de robost e ixy. Al parecer, extraemos la misma satisfacción que los humanos teniendo a alguien que participe en exclusiva de nuestras penas y alegrías, aunque también compartimos el deseo humano de ampliar el círculo de relaciones sociales y personales.

»Ésta es a grandes trazos la sexualidad robótica —concluyó Zane—. Confío, enfermera Bishop, haberle proporcionado una perspectiva suficiente para enjuiciar mi problema personal, es decir, ¿hasta dónde debo llegar con una róbix que me parece sumamente bella y atractiva, pero al mismo tiempo algo estúpida y muy puritana?

La enfermera Bishop enarcó las cejas.

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