Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin (13 page)

Read Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin Online

Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin
8.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡En absoluto! —exclamó esta—. Regresare pronto, en cuanto le haya echado una mirada a
Tim
y a papá a la hora fijada.

Subió a toda prisa a hacer su cama. Julián y Dick marcharon en busca de sus libros y cuadernos. Ana arregló también su cama y volvió a bajar a fin de ayudar a su tía. Al cabo de un rato, Jorge gritó:

—¡Adiós!

Y salió de la casa como un torbellino.

—¡Vaya terremoto! —exclamó su madre—. Esta chiquilla no sabe andar cuando hay la menor posibilidad de correr. Ana, por favor, colócame la ropa en tres montones, en uno las piezas inservibles, en otro las que estén algo gastadas y en el tercero las ropas que estén aun en buen uso.

Antes de dar las diez y media, Julián subió a su cuarto para observar, desde la ventana, las señales de su tío. Espero pacientemente. Pocos segundos después de la hora convenida se iniciaron los destellos: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Estaba bien. Ahora Jorge se quedaría tranquila para el resto del día y, a lo mejor, podrían por la tarde ir a explorar la cantera. Julián retorno a sus libros y pronto se sumergió en su trabajo, mientras Dick, a su lado, no cesaba de gruñir.

Serían las once menos cinco, cuando se oyó el ruido producido por alguien que se acercaba corriendo y el rumor de una respiración jadeante. Instantes después aparecía Jorge en la puerta del cuarto de estar, donde los dos chicos estaban haciendo sus deberes. Ambos levantaron la cabeza sorprendidos.

La niña tenía la cara sofocada y el pelo alborotado. A duras penas consiguió recobrar el aliento suficiente para comunicarles:

—¡Julián! ¡Dick! Algo ha ocurrido.
Tim
no estaba allí.

—¡Caramba! ¿Qué dices? —preguntó Julián, estupefacto.

Jorge se derrumbó sobre una silla, resoplando todavía. Los muchachos pudieron advertir que estaba temblando.

—Algo muy grave ha debido pasar, Julián. Te digo que
Tim
no estaba en la torre cuando se hicieron las señales.

—Bueno, ¿y qué? Eso no significa más que tu padre se olvidó de subirlo con el —manifestó Julián, con tono tranquilo y compasivo—. ¿Qué es lo que viste exactamente?

—Yo tenía el ojo pegado al telescopio —explicó su prima—, cuando vi que alguien penetraba en la habitación de cristal, en lo alto de la torre. Traté de descubrir a
Tim,
pero os aseguro que no había ni rastro de él. Conté los destellos y el hombre desapareció. Eso fue todo. ¡Ni sombra de mi perro! ¡Oh, Julián, me siento tan inquieta!

—Bueno. No es para tanto —respondió Julián procurando calmarla—. Escucha, ya te he dicho lo que me figuro que ha ocurrido. Tu padre se olvidó de
Tim.
Nada más. Puesto que le viste él, no hay duda de que todo marcha normalmente.

—No me preocupa papá en este momento —sollozó Jorge—. Él debe encontrarse bien, ya que hizo las señales. Pero, ¿y
Tim
? Sabes muy bien que aunque papá se olvidase de él, el perro lo hubiera seguido.

—Tu padre puede haber cerrado la puerta de la escalera de la torre, impidiendo así que
Tim
entrase detrás de él.

—Es posible —concedió su prima frunciendo el ceño—. No había pensado en ese detalle. Pero te aseguro, Julián, que ahora estaré preocupada todo el día. ¿Por qué no me habré quedado con
Tim
? ¿Qué voy a hacer ahora?

—Espera hasta mañana por la mañana —propuso Dick—. Entonces verás al viejo
Tim
sano y salvo.

—¡Hasta mañana! ¡Dios mío, es demasiado tiempo! Me parecerá un siglo la espera —se lamentó la pobre chica. Escondió la cara entre sus manos, sollozando—. Nadie comprende cuanto quiero a
Tim.
Puede que te mostrases más comprensivo si tuvieses un perro tuyo, Julián. Siento un no se qué. No lo puedo explicar. Pero es muy triste… ¡Mi pobre
Tim
! ¿Te encontraras bien?

—¡Desde luego que está bien! —gritó impaciente Julián—. No seas cursi. Reacciona, por favor.

—Tengo el presentimiento de que algo terrible está pasando —prosiguió Jorge con obstinación—. Perdona, Julián, pero creo que mi obligación es marcharme en seguida a la isla.

—¡De ninguna manera! —contestó Julián con energía—. ¡Basta ya de estupideces! No seas absurda, Jorge. Nada malo ocurre, excepto que tu padre es un sabio distraído. Nos ha transmitido la señal de que todo marcha bien. Eso es suficiente. No hay motivo para que le armes una trifulca a tu padre, ¡Sería desastroso!

—Bueno… Trataré de tener paciencia —dijo la niña con insospechada mansedumbre. Sin embargo, parecía abrumada.

Julián prosiguió con voz algo más dulce:

—¡Anímate, Jorge! ¡Siempre has de tomar las cosas por la tremenda!

CAPÍTULO XV

En medio de la noche

Jorge no hizo ya más aspavientos y se guardó para sí misma sus preocupaciones. Subió al piso superior con una mirada trágica en sus ojos azules, pero tuvo el buen sentido de no manifestar a su madre lo preocupada que se hallaba a causa de la ausencia de
Tim
en la habitación de cristal en tanto su padre efectuaba las señales. Se limitó a mencionar el hecho, sin ningún comentario. Su madre fue de la misma opinión que Julián.

—Seguro que se olvidó de su promesa de subir al perro consigo. ¡Es tan distraído tu padre cuando se absorbe en su trabajo…!

Los niños decidieron ocuparse aquella tarde en la exploración del extraño túnel que
Tim
había descubierto debajo de la repisa formada por la roca saliente en la cantera. Se pusieron en camino después del almuerzo. No obstante, cuando llegaron allí, no se atrevieron a descender por las rocas. La lluvia del día anterior había hecho varios estropicios y la bajada resultaba peligrosa al estar todo el terreno mojado y resbaladizo.

—¡Mirad! —dijo Julián, señalando unos arbustos y plantas pequeñas, que aparecían arrancados—. Apuesto a que este es el lugar por donde Martín se cayó ayer. ¡Caramba! Podía haberse desnucado.

—Si… Será mejor que no tratemos de descender hasta que este seco como el otro día.

Los chicos se sentían muy desilusionados. Habían llevado linternas, cuerdas y picos para hacer espeleología y estaban ansiosos por vivir aquella aventura, nueva y excitante.

—Bueno, ¿y que hacemos ahora? —preguntó Julián.

—Yo me marcho a casa, estoy cansada —respondió Jorge de modo inesperado—. Vosotros podéis dar un paseo.

Ana miro a su prima y se apercibió de que estaba muy pálida.

—Yo te acompañaré, Jorge —le dijo, pasándole el brazo por encima de los hombros. Ella se apartó de su lado y rechazo su oferta.

—No, gracias, Ana. Necesito estar sola.

—Como quieras. Nosotros iremos hacia el acantilado —decidió Julián—. Aquella parte estará ya seca y se respira muy bien. Hasta luego, Jorge.

Así lo hicieron. Los tres hermanos se encaminaron hacia el mar, mientras su prima se dirigía a «Villa Kirrin».

Al llegar a casa, comprobó que su madre había salido y Juana estaba arriba, en su dormitorio. La niña entro en la despensa y se apodero de varias provisiones. Hizo un paquete con ellas y volvió a salir de la casa con todo sigilo.

Acto seguido fue en busca de Jaime, el hijo del pescador:

—Jaime, te necesito —le dijo—. Por favor, no digas nada a nadie. Tengo que ir a la isla de Kirrin esta noche sin falta. Estoy preocupada por
Tim,
desde que lo dejamos allí. Prepara mi barca para las diez de la noche.

Jaime se mostraba siempre dispuesto a lo que fuese con tal que se lo pidiese Jorge. Aprobó con la cabeza y no formuló ninguna pregunta indiscreta.

—De acuerdo, señorita Jorge. Estará preparada puntualmente. ¿Hay que cargar algo dentro?

—Si, este paquete —contestó la chica—. Pero, por lo que más quieras, no me traiciones, Jaime. Estaré de regreso mañana por la mañana si encuentro bien a
Tim.

Regresó a toda prisa a su casa, abrigando la esperanza de que Juana no se diera cuenta de la falta de víveres.

«No puedo remediarlo. No sé si hago mal o bien —pensaba—. Lo único de que estoy segura es de que algo no funciona respecto a
Tim
y tampoco se puede afirmar que a mi padre no le ocurra nada. A pesar de lo distraído que es, le creo incapaz de haber olvidado su solemne promesa de subir a
Tim
con el cada vez que hiciera las señales. No tengo más remedio que ir a la isla. Lo siento si me juzgan mal. Pero sé que debo hacerlo.»

Entre tanto, sus primos regresaban de su paseo. Se sentían intranquilos por el mal humor de Jorge, ¡Era una niña tan inquieta e inconstante! Sin embargo, nada dijeron. Merendaron juntos y después se dedicaron con ardor a trabajar en el jardín de tía Fanny. Jorge intervino también en la tarea. No obstante, su cabeza estaba muy lejos de lo que hacía, y por dos veces su madre tuvo que llamarle la atención, pues arrancaba sin discriminación brotes y malas hierbas.

Así fue pasando la última parte del día hasta que llegó la hora de ir a la cama. Las chicas se acostaron cerca de las diez, concretamente a las diez menos cuarto. Ana estaba muy cansada y se durmió de modo instantáneo. Tan pronto como oyó que su prima respiraba con regularidad, demostrando que se hallaba profundamente dormida, Jorge se volvió a vestir. Se puso el jersey más grueso y de mayor abrigo que poseía, recogió su impermeable, sus
katiuskas
y una gruesa manta y salió de la casa.

Una vez en el exterior, se sumergió en la oscuridad de la noche. El cuarto creciente iba ya bastante adelantado, por lo que la luna alumbraba más de lo que había esperado la niña. Se alegró al comprobarlo. Así encontraría mejor el camino entre las rocas, aunque estaba segura de poder gobernar su barca incluso en la mayor oscuridad. Jaime la estaba esperando, con la barca preparada.

—Todo está a bordo —susurró—. Yo la empujare. Pero tenga mucho cuidado, señorita, y si nota que ha rozado alguna roca, reme cuanto pueda para ir más de prisa. De este modo llegara antes de que se llene de agua y estará a salvo. ¿Lista?

Jorge se adentró en el mar, oyendo el chapoteo del agua contra los costados del bote. Suspiro con alivio al verse lejos de la playa y se puso a remar con todas sus fuerzas para acercarse a la isla. Mientras remaba, la asalto el pensamiento de que quizá no llevaba lo que necesitaba:

«A ver: dos linternas, mucha comida, un abrelatas, algo para beber, una manta para abrigarme en la noche…», repaso.

En tanto Jorge proseguía su travesía, en «Villa Kirrin» Julián permaneció en guardia, esperando las señales de cada noche.

«Las diez y media —pensaba—. Es hora de las señales… Ya empiezan: una, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Correcto. Seis y ninguna más.»

Se sentía muy extrañado de que su prima fallara esta noche. Siempre acudía a su habitación para vigilar con ellos.

Se levantó y acercándose a la puerta del cuarto de las chicas, la entreabrió y metió la cabeza:

—Jorge —dijo en voz baja—. Todo va bien. He visto las señales de tu padre.

No hubo contestación. Julián escuchó un momento y oyó la respiración regular del sueño, sin advertir que el sonido correspondía a una sola persona. Volvió a su cuarto. Las chicas estaban ya profundamente dormidas. Bueno. Eso demostraba que Jorge no estaba tan preocupada por
Tim
como se temían. Julián se metió en su cama. No podía imaginarse que la de Jorge estuviera vacía. Y menos aún que, en aquel momento, ella se encontrase luchando contra las olas que rodeaban la isla de Kirrin.

La travesía estaba resultando, en efecto, más dificultosa de lo que ella había calculado, porque la luna no daba, en realidad, tanta claridad como necesitaba y además había adquirido la mala costumbre de ocultarse tras una nube justo en los momentos en que más se la necesitaba. Merced a su habilidad y a su buen instinto, se abrió camino por el derrotero que se había trazado mentalmente. A Dios gracias, la marea estaba alta, por lo que la mayor parte de las rocas quedaban sumergidas y no era difícil sortearlas. Por último, arribó a la isla y logró enfilar la barca hacia la pequeña ensenada. Allí el agua aparecía en perfecta calma. Bogando un poco, se adentró con la barca por encima de la fina arena que formaba la reducida playa. Rodeada por las más profundas tinieblas, pensó: «¿Qué voy a hacer ahora?» Desconocía por completo el lugar donde su padre había establecido su escondite. Sin embargo, estaba segura de que la entrada tenía que estar en algún lugar cerca de la habitación de piedra. ¿Se dirigiría hacia allí? Si, eso sería lo mejor. Aquel constituía el único refugio para guarecerse durante la noche. Encendería la linterna tan pronto como se hallase allí dentro. Buscaría la entrada y, si la encontraba, entraría para dar una sorpresa a su padre. Cuando
Tim
la viese, se volvería loco de alegría.

Recogió el pesado paquete, se echó la manta sobre el brazo y se puso en camino. No se atrevió a encender la linterna por si acaso el enemigo desconocido merodeaba por allí. Al fin y al cabo, su padre afirmaba su existencia. Lo había oído toser. Jorge no sentía el menor miedo. Ni siquiera se le ocurrió pensar en tenerlo. Todos sus pensamientos se dirigían hacia su perro, obsesionada por la necesidad de asegurarse de que continuaba sano y salvo.

Llego a la habitación de piedra, que aparecía completamente oscura. Ni un pequeño rayo de luna lograba penetrar en su interior. Tuvo que encender la linterna. Deposito su paquete en el suelo, adosado al muro, cerca de la chimenea. Se envolvió en la manta, se sentó a descansar y apago la linterna.

Al cabo de un rato se levantó con precaución y volvió a encenderla. Empezó a buscar el escondite. ¿Dónde demonios podía estar aquella misteriosa puerta? Dirigió el haz de su linterna a cada baldosa del suelo. Ni una sola parecía haber sido removida. No había la menor huella de una posible entrada subterránea.

Recorrió las paredes y las examino con gran atención. No encontró señales de que una puerta secreta se ocultara entre aquellas piedras que formaban los muros. ¡Era desesperante! No se le ocurría ninguna otra idea.

Se arrebujo en la manta, con objeto de meditar un poco. Hacia frió en la estancia y se estremeció, mientras, sentada en la oscuridad, trataba de desentrañar el misterio de la entrada invisible.

De súbito se dejó oír un ruido extraño. Dio un brinco y se quedó como petrificada, conteniendo la respiración. Primero pareció como si rascasen, luego un ligero golpe. Los sonidos procedían de la campana de la chimenea. Jorge se mantuvo inmóvil, con los ojos y los oídos en excitada tensión.

Other books

Knot (Road Kill MC #2) by Marata Eros
The Horror in the Museum by H.P. Lovecraft
Losing Control by Desiree Wilder
Bereavements by Richard Lortz
The haunted hound; by White, Robb, 1909-1990
Mr. Monk in Outer Space by Goldberg, Lee