Los clanes de la tierra helada (34 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
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—¿Lucharías contra Falcón, hijo —preguntó Snorri en voz baja—, en el caso de que él se volviera contra mí?

Oreakja miró a Falcón, el hombre a quien más admiraba de todos, con excepción de su padre, y luego adoptó una expresión resuelta.

—Si fuera mi enemigo, sí. —Falcón lo observó con dureza y Oreakja se estremeció levemente, pero mantuvo su posición—. Aunque sería una lucha reñida —acabó reconociendo.

Los demás se echaron a reír.

—Falcón, ¿lucharías tú contra el
gothi
Arnkel? —planteó Snorri.

El aludido hurgó el fuego con una rama.

—No si puedo evitarlo. —Miró a Oreakja—. Arnkel es un guerrero de verdad.

—Y también dispone del apoyo de otros —añadió Snorri—. Aunque no tiene tantos seguidores como yo, hay más de uno que no dudaría en matar a un par de jóvenes que durmieran solos por la noche, lejos del abrigo de unos muros y sin testigos. No tienes más que preguntarles a los hijos de Thorbrand qué tal es eso de mantener una pugna con Arnkel. —Miró a Oreakja—. Que los reyes jueguen la carta de la batalla si así les place; yo no lo pienso hacer. El resultado es demasiado incierto.

—Sí —abundó Falcón—, ellos no pudieron asistir a la fiesta de otoño en Helgafell. Temían que, si se ausentaban, al volver encontrarían el estuario de Swan reducido a cenizas.

Kjartan, Sam y Styrmir movieron la cabeza con aire comprensivo, pues sabían lo que representaba perderse los grandes banquetes y jolgorios del encuentro de otoño. Aquella reunión anual era de las pocas distracciones de las que disponían en sus duras vidas.

—Tanto más motivo para poner fin al enfrentamiento —insistió, enrabietado, Oreakja. Tomó asiento—. Podemos abatirlo como hemos hecho hoy con el oso. —Enseñó la garra a su padre, a modo de provocación.

—Lo que nos interesa no es solo un final, sino la victoria. Solo en la victoria hay honor.

Los demás lo miraron con extrañeza, todos salvo Falcón, que conocía bien a su jefe. El
gothi
esbozó una lúgubre sonrisa y señaló con el índice a los dos muchachos.

—Como habéis estado escuchando en torno al fuego todas esas historias de héroes que luchan en vano hasta la muerte, ahora pensáis que eso es lo mejor de la vida, lo que constituye a un hombre. Creéis que lo que cuenta es la lucha, el valor y la voluntad, no el resultado, porque este solo depende de los dioses.

Los chicos observaron al
gothi
, confusos, perplejos.

—Solo los necios mueren cuando luchan sabiendo que van a perder, o cuando se han equivocado valorando sus posibilidades. No hay ninguna gloria en la derrota. ¿Dónde reside el honor de ser vencido?

La conversación se acabó allí. Al poco rato, montaron a los caballos y regresaron a Helgafell.

Más tarde, esa misma noche, Hrafn se hallaba sentado al lado del
gothi
junto al hogar de la sala.

—Por fin creo que empiezo a entenderte,
gothi
—declaró el mercader.

—¿Sí? —dijo, sonriendo, Snorri. Luego le llenó educadamente el cuerno, mientras su larga cabellera blanca le caía como una cortina delante de los ojos. Ambos habían bebido mucho vino y cerveza.

Hrafn inclinó el torso con aire confidencial, haciendo resbalar el codo que apoyaba en la rodilla.

—Sí. Se me ocurre que los hijos de Thorbrand se habrían llevado una sorpresa de haber visto lo que yo he visto hoy, allá arriba entre los ventisqueros. La opinión que tienen de ti habría mejorado.

El
gothi
guardó silencio y tomó un sorbo del cuerno. A su alrededor, otros hombres charlaban entre sí en voz baja sentados en bancos. En el otro extremo de la sala, Kjartan hacía el bufón relatando cómo habían dado muerte al oso delante de los niños y mujeres, que lo escuchaban boquiabiertos y embelesados. Oreakja aguardaba agazapado detrás de un banco, con una piel de cabra en la cabeza, para asustarlos en el momento oportuno.

—Pero a ti te importa poco eso, ¿verdad? —prosiguió Hrafn con cara de asombro.

—Yo soy como los otros hombres, Hrafn —le aseguró el
gothi
—. Yo también deseo recibir respeto y estima. Ahora bien, la reputación es una simple herramienta que cada cual puede utilizar para sus fines, un arma afilada con la que uno mismo se puede cortar si no la usa como es debido. Veo por tu semblante que no estás de acuerdo conmigo.

—La reputación de un hombre lo es todo —exclamó Hrafn—. Es lo único que tiene en la vida.

—Pues eso lo traiciona si lo convierte en la esencia de su vida —disintió Snorri—. La reputación limita a un hombre a actuar de determinada manera: lo debilita, Hrafn. —El
gothi
se inclinó hacia el mercader, efectuando el gesto de demanda de secreto, juntando dos dedos de la mano. Este asintió, sabiendo a lo que se comprometía—. Los hijos de Thorbrand piensan que no los ayudo porque tengo miedo. ¿Tú qué crees, amigo?

—Conociéndote como te conozco ahora, diría que optas por no ayudarlos porque crees que van a perder incluso con tu favor.

—No, opto por no ayudarlos porque dispongo de una manera mejor de ganar, una cierta manera. A ellos no les interesa, por supuesto, así que debo darles un motivo que justifique mi falta de respaldo para que no abandonen mi servicio. Su respeto implica una gran exigencia. Para mantenerlo, tendría que obrar de una manera que no es la más conveniente. ¿Dónde estaría la sensatez en esa opción?

Oreakja efectuó su aparición con un rugido y los niños lanzaron gozosos gritos de terror, escondiendo la cara en las faldas de sus madres. Falcón acudió corriendo para fingir que le clavaba una lanza, y el chico exhaló grandes aullidos. Hrafn y Snorri se sumaron a las risas de los demás y siguieron observando la intervención de Kjartan, que tras identificarse como el poderoso
gothi
, mató a la fiera con un hacha que en realidad era un hueso de la pierna de una vaca. Oreakja cayó desplomado al suelo y luego los niños se precipitaron sobre él.

Snorri reanudó, sonriente, su diálogo con Hrafn.

—Si he saltado sobre el oso, ha sido porque debía hacerlo, para salvar a mi hijo, nada más. Lo que me ha impulsado a obrar así ha sido la necesidad, no la vanidad, y también ha sido la necesidad la que me ha colocado en la hoya para atraer al oso. Como yo soy el menos diestro en el manejo de la lanza, era el más indicado para actuar de anzuelo. Eso descontándote a ti, amigo Hrafn, pero tú eras mi invitado y no podía pedirte que asumieras esa carga.

El
gothi
se echó a reír al ver la expresión del mercader.

—Eres un hombre curioso,
gothi
Snorri —dijo en voz baja.

—No te imaginas hasta qué punto, amigo.

Siguieron bebiendo hasta altas horas de la noche.

X

Primavera

De Thorolf, enterrado de nuevo para su eterno descanso

Aquel invierno había sido el más duro del que nadie guardaba memoria en el fiordo de Swan, no solo por el rigor del tiempo, que había sido frío, y las grandes cantidades de nieve caída que habían dificultado los desplazamientos, sino también por las tensiones provocadas por las enemistades y por el terror que suscitaba el espectro de Thorolf.

La brevedad de los días acentuaba el agobio, pues nadie se atrevía a salir a oscuras después de que encontraran a Kili despedazado a hachazos en el pasto. Thrain Egilson aseguraba que Thorolf lo persiguió en la oscuridad y que consiguió escapar de él gracias a que cayó en un agujero entre dos rocas. Desde allí escuchó aterrado los pasos de Thorolf sobre la nieve y luego oyó el escalofriante aullido vengativo que exhaló el fantasma mientras se alejaba entre la niebla. Solo el
gothi
Arnkel se atrevía a salir de su casa después del anochecer, arguyendo con voz de trueno que su padre no lograría después de muerto la venganza que ansiaba en vida. Obligaba a los esclavos o a los clientes a acompañarlo a trabajar a Hvammr y Orlygstead. Muchas veces iba él solo, cuando todos los demás yacían extenuados, pese a que su esposa y su madre le rogaban que se quedara, por temor al espectro o a una posible emboscada de los hijos de Thorbrand. Él se zafaba con obstinación de sus brazos y salía de todos modos, pero siempre regresaba sin percance, con lo cual todos empezaron a creer que era inmune a la maldad de Thorolf.

Thorgils dormía siempre en Hvammr, aunque Arnkel no estaba de acuerdo.

—Te dije que quería que te quedaras en Ulfarsfell —le recordó con siniestro tono en una ocasión.

Sus monturas caracoleaban con la tenue luz gris del amanecer en la loma que dominaba por un lado Hvammr y por el otro Bolstathr. Advertido por Hafildi de las idas y venidas de Thorgils, Arnkel acudió a sorprenderlo cuando regresaba al trabajo.

—Mientras Thorolf pretenda dar muerte a Auln, me quedaré en Hvammr todas las noches —afirmó Thorgils con terquedad.

—¡Por la sangre de Odín que no vas a hacer tal cosa!

Arnkel asestó a su capataz una mirada amenazadora, cargada de inconfundible hostilidad, y este se esforzó por dominar la burbuja de miedo que crecía en su interior.

—Sí —reiteró.

Arnkel se quedó mirándolo un momento y después espoleó el caballo y se fue.

A partir de ese día apenas se dirigieron la palabra.

Entre las gentes del fiordo de Swan se propagó la creencia de que Thorolf erraba por la tierra porque anhelaba la devolución del bosque de Crowness, y no descansaría hasta que volviera a ser propiedad de la familia.

Como ocurre siempre con los rumores, nadie alcanzaba a concretar quién fue el primero que planteó la idea, pero lo cierto es que fue rápidamente adoptada por todos cuantos necesitaban una explicación para la existencia del fantasma. Por otra parte, aunque nadie se atrevía a hablar claramente del trato infligido por Arnkel al cadáver de su padre, también corrió la voz de que aquella era la causa de todo.

A dos semanas de la celebración de la asamblea de Thorsnes, los clientes de Arnkel se lamentaban de que la enemistad con los hijos de Thorbrand impediría asistir a más de uno al acontecimiento culminante del año. Muchos de ellos hablaban con Hafildi y Gizur cuando los encontraban fuera, para animarlos a que pidieran al
gothi
que hiciera pronto las paces con los hermanos y así pusiera fin a una disputa perjudicial con la que no salían ganando nada.

Thorgils casi nunca iba a Bolstathr. Se mantenía atareado en Ulfarsfell y cuando acudía apenas hablaba, limitándose a informar del estado de la granja antes de volverse a marchar. Al cabo de un tiempo, dejó de ir del todo.

Una bonita mañana en que el sol brillaba con fuerza, comenzando a fundir las grandes acumulaciones de nieve de los alrededores, llegaron a Bolstathr una docena de jinetes.

La mayoría provenían del valle de al lado, pero cuatro de ellos eran parientes de Kili, «la Víctima del Espíritu», tal como lo llamaban ahora. Entre ellos se contaba Thrain, un hombre inteligente y elocuente que atraía bastantes antipatías con su vivo ingenio. Se trataba de una visita improvisada, que se les había ocurrido realizar a los familiares de Kili durante la fiesta que celebraron la noche anterior. Thrain había sacado a colación el tema, aportando argumentos, y en su calidad de anfitrión que servía la cerveza los demás lo dejaron hablar. Cargados de bebida, los hombres decidieron de madrugada ir a hablar al
gothi
y aportar la paz a su malhadado primo y de paso a sus propios hogares, contentos de ver que Thrain asumía la iniciativa. Se habían ido a buscar otros acompañantes y encontraron unos cuantos dispuestos a interrumpir sus labores para sumarse a ellos.

Arnkel salió a su encuentro en el campo contiguo a la casa, con expresión airada, el hacha en una mano y el torso recubierto con un jubón de cuero, de tal forma que al verlo armado de ese modo los recién llegados titubearon un poco. Ellos se habían imaginado una recepción con cuernos de cerveza en el interior de la sala. Hafildi y Gizur se encontraban cerca, con las lanzas en la mano, como si hubieran previsto la llegada del grupo.

Los parientes de Kili, encabezados por Thrain, estaban muy borrachos. Eran ellos los que se encontraban delante, con la esperanza de que la bebida les infundiera valor para afrontar al
gothi
. Detrás, los otros se preguntaban si había sido sensato atraer sobre sí la atención de Arnkel. Habían corrido rumores de que el fantasma de Thorolf elegiría como presas a aquellos que contrariaban a Arnkel, tal como había hecho Kili al negarse a transportar su cadáver.

Thrain se adelantó, impulsado por los demás.

—¿Por qué habéis abandonado vuestro trabajo, clientes? —preguntó Arnkel con recia voz—. Los días son demasiado cortos para desperdiciar las horas de luz.

—Venimos a pedirte dos cosas,
gothi
—repuso Thrain—. La primera tiene que ver con los hijos de Thorbrand.

—Ese no es asunto de vuestra incumbencia, sino mía —replicó fríamente Arnkel.

Los miembros de la comitiva se quedaron helados al percibir el peligro que anidaba en la mirada del
gothi.

—Sí es de nuestra incumbencia,
gothi
—insistió Thrain—. Nosotros nos encontramos atrapados a causa de esa enemistad. Los hijos de Thorbrand mataron a dos hombres tuyos, de los más fuertes, y de eso se deduce que son de temer. Nosotros debemos vivir juntos en una granja, todos los parientes, por miedo a ellos, y eso solo nos acarrea un derroche de tiempo e incomodidades, y nuestras esposas se quejan de las apreturas e inconvenientes. ¡Hace todo un invierno que eso dura,
gothi
! Y ahora que llega la asamblea de Thorsnes, nos has dicho a muchos que quizá no podremos ir, porque tendremos que quedarnos a proteger Bolstathr.

Aquellas palabras suscitaron un sincero coro de murmullos en todos los recién llegados, y Hafildi y Gizur cambiaron una mirada de preocupación. Arnkel guardó silencio, mirando solo con furia a Thrain.

—¿Y el otro asunto?

Thrain se mordió el labio y al final se decidió a hablar con precipitación.

—Tu padre,
gothi.

Arnkel avanzó y los demás retrocedieron, con excepción de Thrain.

—¿Qué hay de él? —inquirió, deteniéndose.

—Debemos apaciguar su espíritu,
gothi
. Debes reclamar la propiedad del bosque de Crowness, eso está claro. —Sus acompañantes asintieron, manifestando su acuerdo—. Aparte, hay que trasladar el cadáver de Thorolf. El valle de Thorswater no es un sitio seguro para un espectro tan agitado. Debes llevarlo a un lugar alejado, a fin de que se pierda y no encuentre el camino de regreso al fiordo de Swan.

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