Los clanes de la tierra helada (43 page)

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—¿Cómo?

—¿En qué terreno es más fuerte Snorri?

Thorleif agachó la cabeza, pensativo, y enseguida le vino al recuerdo la escena en que el
gothi
Snorri entregó la bolsa de plata a Thorolf, mucho tiempo atrás.

—En la asamblea —repuso—. En el terreno de la ley.

—Así es. Entonces debes arrebatarle esa salida. —Señaló a Thorgils—. Aquí tienes el resultado de una vida de lealtad al
gothi
Arnkel. Se ha deshecho de él y lo ha reducido casi a la condición de siervo. Ten por seguro que la misma suerte te aguarda a ti si te alias con ese hombre. O peor. No tienes más que acordarte de Ulfar.

Thorgils se volvió al oír el ruido de los caballos. Se desviaron un poco para hablar con él, pero aunque los saludó cortésmente siguió trabajando, descargando martillazos en la siguiente piedra. Ya había levantado cincuenta pasos de pared, hasta la altura de la rodilla, y aún le quedaba por hacer el doble.

—Parece resistente esta pared, Thorgils —alabó Thorbrand.

Thorgils asintió mudamente.

—Iré a buscar turba para rellenarla cuando haga un poco más de calor —explicó con desapego y la voz apagada, como si aquella conversación careciera de todo interés para él.

Illugi y Freystein llegaron entonces a su altura y saludaron con la mano a Thorgils.

—Nos enteramos de lo del hijo de Auln, Thorgils —comentó Thorleif, percibiendo su pena—. Es horrible. ¿Está bien Auln?

Thorgils descargó con violencia el martillo, sin levantar la vista.

—Han pasado tres semanas desde que murió el niño y aún llora por las noches.

—Es mejor que un niño débil muera pronto que después, cuando se han gastado en él comida y cuidados —sentenció Thorbrand. Sin dar muestras de acusar la mirada de rabia que le asestó Thorgils, remachó—: Deberían haber dejado al niño fuera en el frío cuando nació.

Thorleif se apresuró a tirar de la camisa de su padre para ponerlo en marcha, despidiéndose con un ademán de Thorgils.

Prosiguieron camino hacia Bolstathr.

—El niño era rollizo y fuerte, padre —afirmó Illugi—. Yo mismo lo tuve en brazos. Pero Auln lo encontró ahogado esa mañana, el mismo día en que encontraron a la madre del
gothi
Arnkel en el bosque.

Incluso bajo el luminoso sol, la alusión les produjo un escalofrío de aprensión. La avidez del inframundo era una maldición a la que toda persona estaba sujeta, y los intentos de controlarla conducían al desastre. Todos sabían lo que había ocurrido: Arnkel había entregado a su propia madre para matar al niño.

Cuando se aproximaron, los hombres que trabajaban en el campo de Bolstathr corrieron hacia la cerca. Dos de ellos empuñaban lanzas en ambas manos, como si quisieran atacar. Uno de ellos era Gizur, que reparó con recelo en las lanzas de Illugi y Freystein.

—¿Qué asunto os trae aquí? —preguntó.

—¡Menuda bienvenida! —exclamó Thorbrand—. Venimos con nuestros mejores atavíos para hablar cortésmente con el
gothi
y nos encontramos con que sus esclavos nos amenazan. ¿Acaso seguimos enfrentados todavía?

Gizur escupió al suelo y abarcó con un gesto a sus acompañantes.

—Aquí no hay ningún esclavo, Thorbrand. Todos somos
bondi.

—¿
Bondi
, eh? —replicó con desdén—. Pues bien, hombre libre, ve a decirle al
gothi
que Thorbrand y sus hijos, los dueños del estuario de Swan, han venido a hablar con él.

Los gritos habían atraído afuera a varias personas, entre las que se encontraba el
gothi
, que observaba la discusión con los brazos en jarras. Gizur subió a toda prisa la cuesta para hablar con él. Luego regresó despacio, mientras el
gothi
volvía a entrar en la casa.

—El
gothi
os da la bienvenida y os pide que lo acompañéis en la comida de la mañana —anunció Gizur de mala gana—. Debéis dejar las lanzas fuera, y también ese garrote. —Señaló el cinturón de Freystein.

Thorleif dedicó una ojeada a su padre, que efectuó un leve gesto afirmativo. Después de atar los caballos junto a la puerta, apoyaron las armas en la pared de tepe.

—Que nadie las toque —advirtió Freystein a los presentes, agitando su recio dedo índice.

—Entonces más vale que te quedes aquí fuera y te ocupes de ello —le dijo Thorbrand.

Freystein golpeó con impotencia el suelo con la bota, arrepintiéndose de no haberse mantenido callado delante de Thorbrand. Gastaba un apetito voraz y se había hecho ilusiones con la comida en perspectiva. Illugi se rio de él, y luego le prometió en voz baja guardarle algún bocado.

—Si me acuerdo —añadió en son de burla.

El radiante sol que entraba por los orificios de salida del humo iluminaba las largas mesas servidas con jarras de
skyr
y cuencos de queso y mantequilla. En una bandeja había buey macerado en suero, cortado a pedazos, listo para comer con las manos.

El
gothi
salió a recibirlos cuando traspasaron la puerta. Tomó el brazo que le tendía Thorbrand y luego los dos permanecieron quietos un momento, observándose.

—Traigo la condolencia de mi familia por la muerte de tu madre,
gothi
Arnkel —dijo Thorbrand—. Gudrid era una mujer noble.

—Sí, gracias por tus palabras, Thorbrand. Ven a sentarte aquí a mi derecha y cuéntame cosas de Gudrid. Tú la conociste de joven. Háblame de ella. Los niños recuerdan las cosas de manera diferente que los adultos y yo por entonces era muy pequeño.

Se instalaron en torno a las largas mesas a comer, mientras Thorbrand les hablaba de Gudrid, de su pasión por la vida y su vivo genio, y del amor que Einar sentía por ella. También aludió a la exasperación que provocaba en este su voluntad de hierro y su insistencia en salirse siempre con la suya, y de su afición a supervisar el trabajo de todo el mundo en ausencia de su padre.

—Aún no tenía doce años y ya los criados y esclavos temían su llegada, incluso más que la de Einar, que siendo un hombre jovial perdonaba fácilmente la holgazanería.

Los hombres de Arnkel se rieron al escuchar aquello, porque el
gothi
se parecía mucho a su madre, aunque nadie se atrevió a destacarlo. El propio Thorbrand rayaba ya el insulto a la memoria de Einar con sus comentarios. Agarrado a su bastón a la altura de la mejilla y la cara oculta tras la cortina de su largo cabello blanco, no parecía advertir el efecto que sus palabras tenían en el
gothi
. Este sabía lo que pensaban los suyos y le complacía que lo consideraran un amo exigente en el trabajo. En aquel momento, no obstante, abatió la cabeza y se puso a llorar. Todos guardaron silencio para dejar que el
gothi
desahogara su dolor por la muerte de su madre.

—Al final, Einar la confió a tu padre, Thorolf, creyendo que solo su belleza y su fuerza podrían amansarlo y hacer que disminuyera su violencia, pero todos conocemos cómo acabó la cosa.

Los presentes exhalaron un suspiro de alivio al ver que Thorbrand evitaba entrar en detalles, pues todos sabían la ferocidad que aquello podía suscitar en el
gothi
. Todos habían visto el estado en que salió Thorolf de Bolstathr, trastabillando, con la cara cortada como una pieza de carne.

—Ha sido agradable oír rememorar a mi madre, pero parece que tenemos otras cuestiones que tratar —dijo Arnkel, enjugándose las lágrimas.

Luego abarcó con un ademán a los jóvenes Illugi y Halla que, sentados a ambos extremos de la mesa, no apartaban la vista el uno del otro.

—Sí —confirmó Thorbrand—. Mi hijo busca esposa y Halla parece una buena candidata. Además, por lo que se ve, ambos están de acuerdo y, aunque eso no sea necesario, siempre da más garantías de que vayan a ser felices juntos, para que así no se precise llegar a un divorcio más adelante, con todos los inconvenientes que eso reporta.

El
gothi
asintió y al cabo de poco ya estaban concentrados discutiendo el precio de la novia. Halla debía ser vendida, de manera similar al ganado, y el
gothi
quería obtener una valoración máxima.

—¡Cincuenta vacas! —exclamó Thorbrand.

—Mi hija es un trofeo digno de poseer, Thorbrand —objetó Arnkel con sequedad.

Después tocó afectuosamente la mejilla de la muchacha, que le correspondió con una sonrisa.

—No me cabe duda de ello,
gothi
, pero ese precio apenas podemos permitírnoslo —replicó Thorbrand—. Podríamos empobrecernos y hasta llegar a sufrir hambre. —Adelantó la cabeza, frunciendo los labios—. La dote de la novia debería ser considerable para compensar eso.

El
gothi
Arnkel se arrellanó masticando despacio la carne, como si rumiase la riqueza con la que mandaría a su hija al hogar de otro hombre, a fin de procurarle una vida cómoda.

Thorbrand se inclinó hacia Thorleif, sin dejar de mirar con expectación al
gothi.

—Cincuenta vacas. El Crowness tiene un gran valor para él, pero ahora es nuestro.

La última frase se la susurró al oído mientras Arnkel se levantaba de su sitial y se enjugaba la boca con una manga. Después posó la vista en Thorbrand y su hijo.

—Orlygstead —dijo. Luego sonrió.

En la sala se hizo el silencio. Thorbrand y sus hijos miraron con asombro al
gothi
. Al cabo de un momento, el anciano salió de su pasmo, luchando con toda su fuerza de voluntad para que la rabia no se manifestara en su rostro.

Thorleif permaneció callado. Aunque debería haberse sentido consternado, lo único que experimentaba para sus adentros era una fría hilaridad por la expresión de su padre.

—Mi hija y el muchacho podrían vivir allí y trabajar la tierra —prosiguió el
gothi
, reclinando la barbilla en la mano—. Es una tierra verde y fértil, buena para las ovejas. De todas mis propiedades, es la mejor que puedo ceder a los novios.

Thorleif observó a Illugi y lo compadeció. El muchacho solo veía las ceñudas caras de su hermano mayor y de su padre sin acabar de comprender. Halla miraba frenéticamente a unos y a otros, percibiendo la acritud que se había instalado en el ambiente.

—Esa dote no sería adecuada —replicó con aspereza Thorbrand, antes de levantarse de la mesa. Thorleif siguió su ejemplo—. No puedes darla porque no es tuya.

Illugi seguía sentado, con su habitual alegría tornada en pesadumbre. No tardó, no obstante, en ponerse en pie para reunirse con su hermano y su padre. Con la cara desencajada por el remordimiento, miró una vez más a Halla antes de desviar la vista.

Los hombres del
gothi
también se habían levantado, y Gizur y Hafildi y otros más fueron a tomar las lanzas apoyadas en la pared.

—Me entristece que tengamos que volver de nuevo al mismo punto —declaró en voz bien alta, con adusto gesto—. ¿Acaso todas mis legítimas reivindicaciones sobre mi tierra deben acabar en sangre?

Thorleif lo observó mientras bajaba del estrado, consciente de que aquello no era más que una representación.

Luego el
gothi
clavó la mirada en él.

—Tú ya has visto adónde nos va a conducir siempre esto, hijo de Thorbrand —vociferó, con unos ojos que parecían carbones azules encendidos de rabia—. Kjartan dice que te fuiste del Crowness antes de que yo llegara y yo mismo, cuando te vi en la colina, pensé que eras sensato. Creí que acatarías el dictamen de los propios dioses, que se muestran de mi parte.

—El dictamen de los hombres será otro cantar —contestó Thorbrand enfurecido—. Todos sabemos que el
gothi
Snorri ha presentado una queja formal por la muerte de Falcón. Tendrás que enfrentarte a él en la asamblea de Thorsnes, y perderás bastante. —Abrió una pausa con un amargo rictus—. Habríamos podido sacar algo aquí, algo de valor.

—Me tiene sin cuidado el dictamen de los hombres —afirmó Arnkel—. ¿Quién va a hacer cumplir la decisión de la asamblea? ¿Snorri? —El
gothi
emitió un despreciativo bufido—. Un hombre debe poseer la fuerza necesaria para imponer lo que la ley dice que es suyo. Él no posee esa fuerza, ni vosotros tampoco. El bosque de Crowness es mío. Orlygstead es mío. Ulfarsfell es mío. —Volvió a centrar la mirada en Thorleif y dio un paso al frente con aire retador—. ¿Fue una muestra de sensatez, Thorleif? ¿O fue cobardía?

Thorleif no contestó. Pensó que debería haber sentido miedo, al ver aquel individuo de deífica apariencia que se disponía a darle muerte. O tal vez debería haber sentido rabia. Un guerrero debía de sentir rabia, se dijo. En realidad solo sintió una calma glacial. Las turbias carcajadas de los hombres del
gothi
no eran nada para él. Thorbrand le lanzó una ojeada y después escupió a los pies del
gothi.

—¿Y tú hablas de cobardía? Primero nos haces desprender de nuestras lanzas y después nos retas habiendo comido carne en la paz de tu sala. ¡Esto sí que es valentía!

—Marchaos entonces —respondió, con un pomposo ademán, Arnkel—. Idos en paz hoy, pues mañana ya no habrá tregua entre nosotros.

Regresaron al estuario de Swan.

Thorleif iba en cabeza a buen ritmo y Thorbrand no puso objeción a que asumiera la posición de jefe. Le había bastado con verle la cara al salir de la sala para tranquilizarse.

—No puede ganar, hijo —le dijo durante el trayecto de regreso—. Snorri reunirá a quienes le apoyen en su contra y perderá en el juicio.

Thorleif no dijo nada.

A su llegada a la granja, una vez hubieron desmontado, salió no obstante de su mutismo.

—¿Y a nosotros en qué nos beneficia que Snorri gane? El que asuma por ley la propiedad del Crowness y reciba una multa por la muerte de Falcón, ¿en qué nos ayuda a nosotros? ¿Hacia dónde se volcará entonces Arnkel para compensar sus pérdidas? —Thorbrand lo escuchó atentamente en silencio—. Tus palabras eran más sabias, padre, cuando me reprendiste por mi lealtad hacia Snorri, hace tiempo, y también cuando me has aconsejado atacar a Snorri en su punto más débil. —Se volvió hacia Freystein e Illugi—. Id a buscar a Ragnall y Egil. Poned en la barca comida y agua suficiente para salir al mar y bordear la costa.

Luego les expuso su propósito y lo que quería que hicieran, con parsimonia y aplomo. Ellos lo escucharon con asombro y hasta Thorbrand pestañeó al oírlo.

A continuación fue al establo, donde ensilló un caballo y preparó una montura de carga. En la casa, se puso un jubón de cuero y un grueso sombrero, también de cuero, y salió pertrechado con un escudo y una lanza. Thorbrand acudió a su encuentro afuera, cuando subía al caballo antes de irse. Freystein le había ensillado los otros cuatro caballos, que ató en una reata al que montaba Thorleif.

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