Read Los confidentes Online

Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Relato

Los confidentes (19 page)

BOOK: Los confidentes
6.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Randy sufrió una sobredosis hace una semana (creo que fue hace una semana). Bueno, por lo menos de eso es de lo que dicen que murió. Todos me dijeron que Randy tuvo una sobredosis, pero Sean, yo vi la habitación donde le encontraron y había mucha sangre. La había por todas partes. Había sangre en el techo, Sean. ¿Cómo puede haber sangre en el techo si tienes una sobredosis? Y en cualquier caso, ¿cómo puede llegar hasta allí? (Scotty dice que sólo si explotas.) Bien, fui a la playa con Lance (un punkie atractivo de verdad que trabaja en Poseur, en Melrose) y Lance me dio Seconal, que me ayudó mucho. Ahora me siento mucho mejor. De verdad.

Estuve hablando con mi madrastra sobre quedarme aquí. No quiero vivir con mis abuelos sino en casa de Randy (ya está limpia del todo, así que no te preocupes) con Carlos. Y también tengo el Ferrari de Randy, de modo que no me he quedado sin nada. Pero todavía nada es definitivo. No he pensado demasiado en ellos. ¿Vas a escribir?

Te quiere,

Anne

29 enero 1984

Querido Sean:

¿No parece que hace muchísimo que no te escribo? Supongo que ya no me apetece. Bueno, todavía sigo viva, de modo que no te preocupes. ¿Puedes creer que de hecho me quede aquí? ¿Que lleve aquí cinco meses? Dios santo. Bien, supongo que en otoño no voy a volver a Camden. Me he acostumbrado a las cosas de aquí. He andado mucho en coche y a veces voy a los estudios. A veces voy a Palm Springs. Por la noche no hay ruido.

Estoy colaborando en un guión con un tipo que conocí en los estudios que se llama Tad. No puedo hablar mucho del guión pero es sobre un campamento de verano y una serpiente enorme y da miedo de verdad. (A lo mejor te mando una copia.) Tad es un artista de verdad (pinta unos murales fantásticos en Venice) pero quiere escribir guiones de cine. Hace semanas que a Carlos no le ha visto nadie. Lo último que oí es que estaba en Las Vegas, aunque otra persona me dijo que encontraron sus dos brazos dentro de una bolsa en La Brea. Iba a escribir el guión conmigo. Le he enseñado una parte del guión a mi abuela. A ella le gustó. Dijo que era comercial.

Te quiere,

Anne

9

OTRA ZONA GRIS

Estoy como mirando a Christie que baila junto a la enorme pantalla del televisor. Fun Boy 3's cantan en la MTV
Nuestros labios están sellados,
y Christie baila rítmicamente, totalmente pasada, con las manos deslizándose por el bikini, los ojos cerrados. Me aburro, pero no lo quiero admitir y Randy está tumbado en el suelo, inmóvil, mirando a Christie, y Christie casi le pisa, los dos totalmente para allá. Estoy en una butaca beige junto al sofá beige en el que está tumbado Martin. Martin lleva puestos unos shorts Dolphin, unas Wayfarer, y hojea el último número de GQ. El vídeo termina y Christie se deja caer al suelo soltando risitas, murmurando que está muy colocada. Randy enciende otro canuto y aspira profundamente y tose y se lo tiende a Christie. Yo vuelvo a mirar a Martin. Martin sigue mirando una foto concreta de la revista. Ahora en la MTV salen los Pólice en blanco y negro y la enorme cabeza rubia de Sting nos mira directamente a los cuatro y se pone a cantar. Aparto la vista de la pantalla y miro a Christie. Randy me tiende el canuto y yo doy una calada y cierro los ojos pero llevo tal colocón que la calada no me hace ningún efecto, sólo me lleva a hacer la pseudocomprobación de que estoy en algún punto más allá de cualquier posible comunicación.

–Dios santo, Sting es muy atractivo -dice Christie con un gemido, o a lo mejor se trata de Randy.

Christie da otra calada al canuto, se tumba boca abajo y mira a Martin. Pero Martin se limita a asentir con la cabeza y se ajusta sus gafas de sol. Christie continúa mirándole. Martin no ha dicho ni palabra durante los últimos doce vídeos. He llevado la cuenta. Christie es mi novia, una modelo que creo que es de Inglaterra.

Me levanto, me siento, me vuelvo a levantar, me pongo los shorts y salgo a la terraza y me quedo allí con las manos en la barandilla, mirando Century City. El Sol se está poniendo y el cielo es naranja y púrpura y parece que va a hacer más calor. Respiro hondo, tratando de recordar cuándo llegaron Christie y Randy, cuándo los dejó entrar Martin, cuándo pusieron la MTV, cuándo se comieron la primera pina tropical, cuándo encendieron el segundo canuto, el tercero, el cuarto. Pero ahora, dentro, ha cambiado el vídeo y a un chico se lo chupa una nube gigante en forma como de televisión, con los colores del arcoiris. Christie está encima de Martin, en el sofá. Martin todavía tiene las gafas de sol puestas. El ejemplar de GQ que estaba mirando Martin ahora está en el suelo beige. Paso junto a ellos, luego por encima de Randy y entro en la cocina y saco una botella de zumo de albaricoque y arándano de la nevera y salgo al patio. Termino el zumo y veo que el cielo se oscurece más y cuando me doy la vuelta, veo que Martin y Christie probablemente estén en la habitación de Martin, probablemente desnudos encima de las sábanas beige con el estéreo encendido.

Jackson Browne canta suavemente. Me dirijo a Randy y le miro.

–¿Quieres salir a comer algo? – pregunto.

Randy no dice nada.

–¿Quieres salir a comer algo?

Randy se empieza a reír, con los ojos todavía cerrados.

–¿Quieres salir a comer algo? – vuelvo a preguntar.

Agarra el GQ y, sin dejar de reír, se lo pone encima de la cara.

–¿Quieres salir a comer algo? – pregunto.

En la portada está John Travolta y casi parece como si John Travolta estuviera tumbado en el suelo, riéndose, totalmente pasado, con unos pantalones vaqueros con las perneras cortadas. Me aparto y miro la pantalla de la tele: un avión de juguete con una estrella del rock dentro que trata de controlar los paneles con una mueca de desesperación y le canta a una chica que no le mira, que se pinta las uñas. Salgo del apartamento y conduzco hacia Wilshire y luego voy a un café de Beverly Hills que se llama Café Beverly Hills donde pido una ensalada y un té frío.

Me despierto de una especie de sopor a las once y veinte y cuando entro en la cocina en busca de una naranja o unas cerillas para mi pipa de agua encuentro una nota escrita en papel del Beverly Hills Hotel que dice que tengo que almorzar con alguien en una casa de las colinas de encima de Sunset donde alguien está dirigiendo un vídeo de un grupo que se llama los English Prices. Alguien ha dejado una dirección e indicaciones y después de cerca de una hora tumbado en la terraza, fantaseando bajo el sol en calzoncillos, oyendo el sonido de los vídeos, decido ver a esa persona para almorzar. Antes de irme, llama Spin y dice que desde que Lance se marchó a Venezuela le ha costado mucho trabajo encontrar buena coca y que hay montones de personas asustadas en la ciudad y que quizás abandonará la USC en otoño si no encuentra el Mercedes adecuado y que el servicio en Spago está empeorando.

–Pero ¿qué es lo que quieres? – pregunto, apagando la tele.

–Necesito algo de coca. Lo que sea. Cuatro, cinco onzas.

–Yo te la puedo conseguir, bueno… -me interrumpo-. El sábado.

–Colega -dice Spin-. La necesito antes del sábado.

–¿El sábado no? ¿Entonces cuándo?

–Esta noche por ejemplo.

–¿Y el viernes?

–Mañana.

–El viernes -suspiro-. Te la podría conseguir para esta noche pero la verdad es que no me apetece.

–Colega -suspira él-. No me gusta pero vale.

–¿Vale? Déjate caer por aquí el viernes -digo yo.

–¿El viernes? Vale. Te lo agradezco. Hay montones de personas asustadas en esta ciudad, colega.

–Sí. Lo sé -le digo-. Creo que entiendo más o menos de lo que hablas.

–El viernes, ¿vale? – pregunta él.

–Eso es.

Aparco el coche junto a la casa y subo los escalones que llevan a la puerta principal. Dos chicas, jóvenes y bronceadas y rubias, que llevan camisetas desgarradas y cintas en la cabeza, están sentadas en los escalones mirando las musarañas, sin decirse nada una a la otra, y me ignoran cuando paso a su lado para entrar en casa. Oigo música que llega de arriba y luego se interrumpe. Subo lentamente al piso de arriba y entro en una gran habitación que parece ocupar toda la segunda planta de la casa. Me detengo a la entrada y veo que Martin habla con un cámara y señala a Leon, que es el cantante solista de los English Prices y está fumando un pitillo y empuñando una pistola de juguete en una mano, y en la otra tiene un espejito en el que se retoca el pelo. Detrás de Leon hay una mesa alargada sin nada encima y detrás de ella el resto del grupo y han pintado el telón del fondo de detrás del grupo de un color rosa claro con rayas verdes y Martin se dirige a Leon, que deja el espejo de mano después de que Martin le dé un golpecito en la muñeca y Leon le entrega a Martin la pistola de juguete. Yo entro en la habitación y me apoyo en una pared, teniendo cuidado de no pisar los cables. Hay una chica sentada sobre un montón de almohadones cerca de donde estoy de pie y es joven y rubia y está bronceada y lleva una camiseta desgarrada y una cinta rosa en la cabeza sujetándole el pelo y cuando le pregunto qué hace aquí me dice que conoce algo a Leon y no me mira cuando dice esto y yo me aparto de ella y miro a Martin que ahora está encima de la mesa y se revuelca sobre ella y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Leon se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Martin se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Leon se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete. Ahora Leon está de pie, con las manos en jarras, sacudiendo la cabeza, y Martin se tumba en el suelo alzando la vista hacia la cámara y me ve y se levanta y se me acerca, dejando la pistola en el suelo, y Leon la agarra y la huele y aquí básicamente no hay nadie.

–¿Pasa algo? – pregunta Martin.

–Me dejaste una nota -digo yo-. Algo sobre un almuerzo.

–¿La dejé?

–Sí -digo yo-. Me dejaste una nota.

–No creo que la haya dejado.

–He visto la nota -digo yo, inseguro.

–Bueno, a lo mejor la dejó alguien. – Martin tampoco parece demasiado seguro-. Si tú lo dices, colega… Pero si crees que la dejé yo, me dejas tieso, colega.

–Estoy seguro de que había una nota -digo yo-. Puede que tenga alucinaciones, pero hoy no.

Martin mira cansinamente a Leon.

–Bien, bueno, vale, bueno, sí. Podré dejar esto en unos veinte minutos y, bueno. – Llama al cámara-. ¿Todavía está averiado el aparato del humo?

El cámara está ahora en el suelo y responde, sin entonación:

–El aparato del humo está averiado.

–Vale, bien. – Martin mira su Swatch y dice-: Tenemos que hacer bien esta toma y… -la voz de Martin se alza pero sólo un poco- Leon está siendo un carapijo de verdad. ¿No es verdad, Leon? – Martin se frota la cara con la mano, lentamente.

En el otro extremo de la habitación Leon alza la vista de la pistola y avanza muy despacio hacia Martin.

–Martin, yo no voy a saltar de esa puta mesa al puto suelo y mirar a la puta cámara y pestañear. Nada de eso, coño. Es una puta mierda.

–Has dicho puta cuatro veces, cacho mierda -dice Martin.

–Mira, chico -dice Leon.

–Lo vas a hacer, tío -dice Martin como si le amenazase.

–No, Martin. No lo voy a hacer. Es una puta mierda y no lo voy a hacer.

–Pero si apareciste en un vídeo con unas ranas que cantaban -protesta Martin-. Saliste en un vídeo donde te convertías en un árbol, en un plato lleno de agua y en un plátano enorme que hablaba una cosa detrás de otra.

Uno de los miembros del grupo dice:

–Ha dado en el clavo.

–¿Y qué? – Leon se encoge de hombros-. Y tú has agarrado un herpes vírico, Rocko.

–¿Habéis olvidado que quien dirige esto soy yo? – pregunta Martin en general.

–Oye, tío, pero la puta canción la compuse yo, esclavo. – Leon mira a la chica que le conoce algo, que está sentada en el montón de almohadones. La chica sonríe a Leon. Leon la mira, confuso, luego aparta la vista, luego vuelve a mirar a la chica, luego vuelve a apartar la vista, luego vuelve a mirar, luego aparta la vista.

–Leon -está diciendo Martin-. Escucha, el vídeo carece de sentido sin esta toma.

–Pero es que te confundes, tío, pues la cuestión es que yo no quiero que tenga sentido. No necesita tener sentido -dice Leon-. ¿De qué coño estás hablando? ¿Sentido? Dios. – Leon me mira-. ¿Sabes lo que es tener sentido?

–No -digo yo.

–¿Ves? – dice Leon acusadoramente a Martin.

–¿Quieres que todos esos subnormales de como se llame, de Nebraska, vean tu vídeo en la MTV con la boca abierta, sin darse cuenta de que todo es una broma, pensando que después de que le pegues un tiro en la cabeza a tu novia y al tío con el que se lo pasaba tan bien, quieres decir precisamente eso? ¿Eh? No, no quieres decir eso, Leon. A ti te gusta la chica a la que le pegas un tiro en la cabeza. La chica a la que le pegas un tiro en la cabeza para ti es una flor, Leon. Tu imagen, Leon. Sólo te ayudo a dar forma a tu imagen, ¿vale? ¿Qué le pasa a un tipo agradable de Anaheim para que esté tan jodidamente confuso? Vamos a hacerlo de ese modo. Le llevó cuatro meses a un tipo escribir el guión, lo que bien pensado es bastante impresionante… y es tu imagen -insiste Martin-. Imagen, imagen, imagen, imagen.

Me llevo las manos a la cabeza y miro a Leon, que no está muy distinto de cuando le vi con Tim en Madame Wong's el martes pasado sino sólo un poco distinto, de un modo que no estoy seguro de cómo es.

Leon está mirando el suelo y suspira y luego mira a la chica y luego a mí y luego a Martin y tengo la sensación de que no voy a poder almorzar con Martin, y eso me da un poco de pena.

–Leon -dice Martin-, te presento a Graham, Graham te presento a Leon.

–Hola -digo yo, blandamente.

–¿Sí? – murmura Leon.

Hay una larga pausa, ésta en concreto distinta. El cámara se pone de pie, luego se vuelve a sentar en el suelo y enciende un pitillo. El grupo sigue allí quieto, sin dar pruebas de que vaya a moverse, mirando atentamente a Leon. El cámara dice otra vez:

–El aparato del humo está averiado.

Una de las chicas de fuera entra y pregunta si alguien ha visto su camiseta de KAJAGOOGOO tirada por alguna parte y luego a Martin si ya no necesita usarla.

BOOK: Los confidentes
6.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ivory Innocence by Susan Stevens
The Babylon Rite by Tom Knox
Gilded Lily by Isabel Vincent
Bratfest at Tiffany's by Lisi Harrison
Being by Kevin Brooks
Not Another Bad Date by Rachel Gibson
A Baby Changes Everything by Marie Ferrarella
Young May Moon by Sheila Newberry