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Authors: Fernando Savater

Tags: #Ensayo, Filosofía

Los diez mandamientos del siglo XXI (14 page)

BOOK: Los diez mandamientos del siglo XXI
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Marcos Aguinis es muy claro en su consideración sobre el tema:

«Yo creo que esta idea está vinculada con el esfuerzo que se debe hacer para no apropiarse de lo ajeno, en dejar que cada uno tenga el mérito que le corresponde y reconocérselo. Aceptar que cada individuo es fuente de riquezas que no deben ser quitadas, que son de su autoría porque son parte también del estímulo y la dignidad. Por ejemplo, algunas teorías colectivistas y autoritarias tratan de establecer una especie de anonimato. En el arte es donde se ve con precisión la importancia singular del ser humano. Nadie podría haber escrito la
Novena sinfonía
si no hubiese sido Beethoven, nadie habría escrito
Los hermanos Karamázov
si no hubiese sido Dostoievski».

Para el escritor Marcelo Birmajer «el alma humana necesita la individualidad, como el cuerpo requiere de comida. Tenemos que poder decir: esto lo inventé yo, esto lleva mi nombre. Porque mi escaso consuelo es saber cuál fue mi creación, en esta tierra de desconcierto, donde el único que sabe lo que ocurre es Dios o el misterio, y yo no sé nada».

Vivimos una época dominada por los desarrollos tecnológicos. En relación con este mandamiento y los derechos de autor, estamos frente a situaciones que todavía no se han definido, pero que están cambiando todo lo conocido hasta ahora. Hoy cualquiera puede obtener a través de internet el texto del último libro, grabaciones musicales o de una película aún no estrenada.

Me pregunto cómo el concepto tradicional de derecho de autor podrá resistir esta extraordinaria facilidad actual para el plagio. También es cierto que en la actualidad es cada vez más fácil que uno haga sus propios libros o discos al margen de las empresas. Así disminuyen los beneficios de las grandes corporaciones, que a veces son abusivos.

Pero, por otra parte, el artista queda desprotegido, porque ¿qué posibilidades tiene él de obtener los beneficios de su trabajo y qué sentido tiene para él mismo desarrollarlo, si cualquiera va a poder disfrutarlo de forma gratuita?

Creo que el tema de los derechos de autor, relacionado con internet y con las nuevas formas de reproducción tecnológica, va a cambiar en buena medida nuestro concepto del plagio, del robo intelectual. ¿Hasta qué punto vamos a poder seguir llamando robo a este comportamiento que quizá termine por convertirse en algo habitual? Cuando empezó a popularizarse la fotocopiadora ocurrió algo similar. Hoy la fotocopia de libros es normal, y nadie se siente culpable ni ladrón por haber fotocopiado el libro de un amigo para poder disfrutarlo, en lugar de comprarlo en un comercio.

El robo está entre nosotros

Como hemos visto, el séptimo mandamiento se refería originalmente a no robar almas, personas. Luego su significado se amplió: no expoliarás, no desvalijarás, no abusarás de la credulidad o la ingenuidad de tu prójimo para quitarle lo que lo beneficia de forma legítima. También surge la pregunta sobre si puede haber robos justificados por la necesidad o por otros robos anteriores de los que uno ha sido víctima y lo han dejado en situación de indefensión. Los Estados también se caracterizan por no cumplir con la séptima ley de Moisés cuando sustraen buena parte de sus ganancias a los contribuyentes y no lo revierten en beneficios para la sociedad. Finalmente, el robo de las ideas es una acción mucho más sutil que el sustraer objetos físicos, como también ocurre con los fraudes especulativos y financieros.

Se trata de un mandamiento que abarca todos los campos, relacionado con la moral de las sociedades y los individuos ya que muchas veces tan sólo una delgada línea separa al robo de lo que no lo es.

VIII
No levantarás falsos testimonios ni mentirás

Yavhé y el filósofo piden no mentirse mutuamente

«No levantarás falsos testimonios ni mentirás.» Pero ¿estás seguro de que uno puede hablar sin mentir? Ya sabes lo que dijo Goethe, que tú nos concediste la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos. Por lo menos, el efecto ha sido ése: la palabra se utiliza para enmascarar, en parte o todo, lo que no se quiere decir.

Esto ocurre en todos los ámbitos y muchas veces lo hemos visto entre tus representantes. Cuando se trata de la mentira, es casi inevitable recordar las cosas que, a lo largo de los siglos, hemos tenido que escuchar a tus lenguaraces sobre la tierra. Me refiero a algunos que, según ellos, tienen una gran relación contigo y no son ejemplos de probidad ni veracidad. Para mí hay algo que no funciona.

Sí... me lo has dicho... ya sé que tú te propusiste como la verdad, el verbo. Pero ¿cómo logramos casar esa realidad con la palabra? ¿Somos amos de lo que decimos? Se afirma que uno domina sus silencios y no sus palabras. Es probable que sea así, que seamos más dueños de lo que callamos que de lo que decimos. Cuando hablamos entramos de forma inmediata en el mundo del subterfugio, de la ficción, del malentendido... y en nuestro tiempo dominado por la publicidad... bueno ya sé que son cosas que tú y Moisés no pensasteis al propagar este mandamiento. Por aquellos años no existían los publicitarios, internet, los políticos en campaña electoral, y todas aquellas cosas que llegaron con
lo que llamamos la era de la información. Todo muy difícil de prever, incluso para ti.

El contexto de la mentira

Hay mentiras que pueden ser incluso de cortesía, poéticas, que no tienen que escandalizar ni perturbar. Muy al contrario, algunas se encuentran ya integradas en el juego social. Lo importante de la mentira es el contexto y a quién se miente.

Pero también hay mentiras que son graves y dañinas para la mutua confianza de una sociedad. Son las que entran en el contexto oficial, por ejemplo las del político, las del periodista que tiene que dar información o del maestro que tiene que educar. Esas son las mentiras peligrosas, las que no pueden ser pasadas por alto.

Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento.

Anatole France

El problema no es que todo el mundo mienta, sino que determinadas mentiras queden impunes en el contexto oficial. Lo importante es que no sean utilizadas para ir en contra de la justicia, del interés público o individual.

En ese sentido, el mundo anglosajón, con todos sus defectos y sus licencias, suele ser muy estricto. Hemos visto cómo reacciona la sociedad en algunos casos donde está involucrada la máxima magistratura, como el ejemplo de Bill Clinton con la becaria Mónica Lewinsky. Aparte de que el asunto nos parezca más o menos chusco, el problema era la mentira, el hecho de que el presidente hubiera faltado en algún momento a la verdad. Lo mismo ocurrió con Richard Nixon y el caso Watergate. La verdadera acusación es que, cuando sus votantes, el pueblo, esperan la verdad del servidor público, éste no la dice. El funcionario miente sentado ante un tribunal, cuando habla a la nación, o cuando se dirige a un grupo de personas que esperan ser informadas. Ese es el verdadero problema y a eso alude el mandamiento.

Mentira, ficción y cortesía

El arte, el teatro, el cine tienen elementos de ficción. Las cosas que muestran no ocurren en la realidad y nosotros admitimos dicha situación porque sabemos que no es verdad lo que se nos cuenta. Pero al mismo tiempo nos interesan porque tienen un parecido con situaciones que son verdaderas, o porque pueden iluminarnos sobre lo que es la realidad propiamente dicha.

La cortesía está llena de mentiras. Todos nos deseamos unos a otros los buenos días, decimos a las otras personas que las encontramos con un aspecto excelente, o que estamos encantados de conocerlos. Lo que en general ocurre es que no siempre creemos que los días sean especialmente buenos, ni el aspecto del otro nos parece tan bueno, ni estamos tan encantados de conocerlos. Pero en este tipo de amabilidad está basada nuestra relación mutua y, aunque todos estamos al tanto de la ficción que se esconde detrás de estas fórmulas, nos molesta cuando alguien abusa de su sinceridad y deja de lado la cortesía. Supongo que hay un tipo de mentiras que nosotros exigimos a los demás: las de cortesía, las del arte, las de la ficción, y en ocasiones hasta pedimos que se nos oculten realidades desagradables que no podemos cambiar.

Hay gente, por ejemplo, que si padeciese una grave enfermedad, preferiría que no le dijesen que no tiene cura y pasar así los últimos días convencido de que está mejor y que pronto recuperará la salud. Muchos de nosotros actuamos como aquella señorita Luz, personaje de la obra teatral
Mi Fausto,
de Paul Valéry, cuando le pregunta a Fausto: «¿Quiere usted que le diga la verdad?». A lo que Fausto responde: «Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad». Lo mismo pasa con nosotros. Por una u otra razón, preferimos que nos digan la mentira que el otro considere más digna de ser verdad, o que nosotros vamos a aceptar como más digna de ser verdad.

Hugo Mujica afirma que «el falso testimonio está metido en nosotros. Inventamos con una gran facilidad, y si no lo hacemos creemos todo lo que nos conviene. Vivimos en un mar, ya no diría de falso testimonio, sino de mentira existencial. Nuestra vida es muy falsa. Esto ocurre desde el mismo momento en que somos incapaces de corroborar lo que estamos escuchando, a lo que hay que agregar que tenemos una enorme facilidad de transmitir lo escuchado y agregarle inventos. La verdad se ha perdido con esa solidez de una palabra que se dice, con conocimiento o al menos con compromiso».

Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería.

Otto von Bismark

Cuando pensamos en política, ¿no estamos también engañando o haciendo trampas? Por ejemplo, la gente dice que le gusta la libertad. ¿Realmente es así? ¿Puede vivir en libertad? ¿Acepta los riesgos y las contradicciones que puede tener la libertad? Libertad es también la libertad de equivocarse, de hacerse daño. Lo que sucede es que muchos sólo quieren la parte positiva y buena de la libertad, que se mantenga sin esfuerzo y sin ningún trabajo. La gente quiere que, en un momento determinado, lo que es de su interés, sea llamado justicia o libertad.

Para el judaísmo, según el rabino Sacca, «no levantar falso testimonio es un pilar de la sociedad que se constituye civilizadamente. Si se miente, no se puede formar una sociedad. El que promete no paga, el que compra no retribuye, el que da su palabra no cumple, el que da su testimonio lo hace mintiendo. Es una comunidad condenada a la destrucción. Nosotros consideramos que la sociedad que practica la mentira desaparece, no puede constituirse».

Marcos Aguinis coincide con esta visión: «Culturalmente hay países donde la mentira no es adecuadamente castigada, y esto es muy corrosivo para la sociedad, porque impide tener claridad de rutas, no se sabe con exactitud adonde ir, a qué atenerse, predomina la confusión, el engaño. El orden social requiere que la mentira sea sancionada y que sea aceptada la verdad. Las sociedades que no actúan contra la mentira avanzan más lentamente y tienen más dificultades para resolver sus problemas. Estar en condiciones de aceptar ciertas verdades no es fácil. A veces hay mucha resistencia y miedo de decirlas. La verdad pareciera que es propia de personas más duras, que están en condiciones de soportar esa herida que produce enterarse de algo malo, pero que sabiéndolo están en posición de lograr superarlo».

En lo que a mí respecta, no creo haber sido más mentiroso que otros a lo largo de mi vida. Es probable que le deba esta tendencia espontánea a la sinceridad a algo que me ocurrió cuando era muy pequeño. Cuando tenía cinco años mis padres me habían puesto un profesor particular para que me preparara en las primeras letras y números. Era una persona muy bondadosa, amiga de la familia. Pero a mí me fastidiaba mucho tener que estar con él en lugar de jugar con mis hermanos. Lo peor era que siempre me dejaba deberes para que practicara fuera de la clase. Eso ya me resultaba intolerable. Entonces un día, con toda tranquilidad, le mentí: «Mis padres me han dicho que no me ponga usted deberes, porque no quieren sobrecargarme de trabajo». Este pobre hombre tan bondadoso y crédulo me contestó: «Ah, bueno, pues nada, no te pondré deberes». A los dos días, cuando mi madre salió a despedirlo, se enteró de la conversación y se indignó. A partir de ese momento me di cuenta de que la mentira puede traer malas consecuencias.

También reconozco que en otra ocasión he prestado falso testimonio. En la época de la dictadura de Franco, un amigo fue detenido por haber repartido propaganda política, y yo testimonié ante el tribunal que él estaba conmigo en la otra punta del universo. Pero nunca tuve ningún conflicto con ese tema, porque en las dictaduras todo es falso, no sólo el testimonio que uno presta.

Tal vez he mentido a bastantes mujeres. Pero no lo hacía cuando les decía que las quería, sino cuando afirmaba que no quería a nadie más.

De cualquier modo, insisto en que no creo haber mentido más que otros y, aunque me interesa el mundo de la ficción, también me gusta la exactitud. Quizá, en ese sentido, me parece que la filosofía es la búsqueda de la verdad.

Información y mentira

En los últimos cien años la información se ha convertido en el eje de la sociedad. Las personas más poderosas son aquellas que tienen información de primera mano, y su poder es mayor incluso que el de los que poseen bienes tangibles. La diferencia estriba entre quienes hacen llegar la información a los demás y entre aquellos que la reciben. Estas diferencias son esenciales y de ahí surge la verdad como un tema clave.

Todos sabemos que la información no puede ofrecer verdades absolutas. No es lo mismo el terreno de la información que el de la opinión. Los medios de comunicación tienen que distinguir entre dar información, para lo cual deben atenerse al máximo a la objetividad de los hechos, y ofrecer opiniones, que son personales, son interpretaciones y van firmadas.

La opinión no tiene que ser creída con la misma certeza que se le da a la información objetiva. Hay que tener en cuenta además que los informadores trabajan en medios de comunicación, algunos de los cuales forman parte de grandes conglomerados que tienen sus propios intereses, que muchas veces no coinciden con ofrecer buena información a la sociedad, sino con la búsqueda de poder para acrecentar sus negocios. No hace falta más que ver la oferta de varios medios de comunicación, para darse cuenta de cómo cada uno de ellos —de algún modo— está al servicio de grupos de presión, partidos políticos, etcétera. Esto no quiere decir que falseen la información, sino que la están sesgando, hacia lo que interesa a su sector. Dudo que exista una solución definitiva a este problema. La única que se me ocurre es comprar varios periódicos y revistas, ver distintas cadenas de televisión y escuchar muchas radios. Es decir, buscar uno mismo la información en diversas fuentes, contrastarla y crearse su propia visión. Pero, por supuesto, esto no está al alcance de todo el mundo por razones económicas y de tiempo.

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