Read Los guardianes del oeste Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (16 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
3.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Tengo la impresión de que no será un trabajo apropiado para ti —dijo Seda, algo desconcertado.

—Eso significa que me irá muy bien, ¿verdad? Tú pareces un espía, pero yo no; de modo que no tendré ni la mitad de los problemas que has tenido tú.

Aunque las respuestas de la joven eran inteligentes, incluso graciosas, Misión vio algo en sus cálidos ojos marrones que tal vez el príncipe Kheldar no alcanzó a percibir. Era evidente que la margravina Liselle era una mujer adulta, pero Seda aún pensaba en ella como en una chiquilla..., la chiquilla que le tiraba de la nariz. Sin embargo, ella no lo miraba con ojos de niña y Misión notó que la muchacha llevaba muchos años esperando poder enfrentarse con Seda de adulto a adulto. El niño se cubrió la boca con una mano para ocultar una sonrisa. Al taimado príncipe Kheldar le esperaba una época muy interesante.

La puerta volvió a abrirse y entró un individuo de aspecto corriente: éste se aproximó a la mesa y le murmuró algo a Javelin. Misión notó que tenía la cara pálida y le temblaban las manos.

Javelin se puso muy serio y suspiró. Sin embargo, no dio ninguna otra señal de emoción. Se puso de pie y dio la vuelta a la mesa.

—Majestad —le dijo con tono solemne al príncipe Kheva—. Creo que debéis regresar de inmediato al palacio.

Seda y Liselle advirtieron de inmediato el cambio de tratamiento y se volvieron, sobresaltados, a mirar al jefe del servicio de inteligencia de Drasnia.

—Creo que debemos acompañar al rey al palacio —musitó con tristeza—. Debemos ofrecer nuestras condolencias a su madre y ayudarla como podamos a superar estas horas de dolor.

El rey de Drasnia miró a Javelin con los ojos muy abiertos y los labios temblorosos. Misión le cogió la mano con dulzura.

—Será mejor que regresemos, Kheva —dijo—. Tu madre te necesitará mucho en este momento.

Capítulo 8

Los reyes de Aloria se reunieron en Boktor para el funeral del rey Rhodar y la consiguiente coronación de su hijo Kheva. Aquella celebración, por supuesto, era tradicional. A pesar de que los pueblos del norte habían tenido muchas diferencias con el paso de los siglos, nunca habían olvidado su origen común, cinco mil años antes, a partir del reino de Cherek-Hombros de Oso, y en ocasiones tristes como aquélla se reunían para enterrar a un hermano. El rey Rhodar había sido querido y respetado por otros reinos, por lo tanto, además de Anheg de Cherek, Cho-Hag de Algaria y Belgarion de Riva, habían acudido Fulrach de Sendaria, Korodullin de Arendia e incluso el excéntrico Drosta lek Thun de Gar og Nadrak. El general Varana estaba presente en representación del emperador Ran Borune XXIII de Tolnedra, y Sadi, jefe de los eunucos, en representación de la reina Salmissra de Nyissa. Sin embargo, el funeral de un rey alorn era un asunto serio e incluía ciertas ceremonias a las que sólo podían asistir los demás monarcas alorns. Pero ninguna reunión de reyes y altos funcionarios podía ser enteramente ceremonial y era inevitable que la política fuera el tema principal de las sigilosas conversaciones que tenían lugar en los sombríos pasillos del palacio.

Los días previos al funeral, Misión, silencioso y vestido con sobriedad, iba de un grupo de gente a otro. Todos los reyes lo conocían, pero por alguna razón no le prestaban mucha atención, de modo que el niño escuchó conversaciones que nunca habría oído si los monarcas se hubieran detenido a pensar que ya no era el pequeño que habían conocido en la campaña de Mishrak ac Thull.

Los reyes alorns —Belgarion con calzas y su habitual chaqueta azul; el rey Anheg, de aspecto tosco, con una arrugada túnica azul y la corona dentada; y el silencioso Cho-Hag vestido de color negro y plateado— estaban reunidos junto a un alféizar cubierto con cortinas de piel de marta, en uno de los grandes pasillos del palacio.

—Porenn tendrá que actuar como regente —dijo Garion—. Kheva sólo tiene seis años y alguien deberá hacerse cargo de todo hasta que tenga edad suficiente para valerse por sí mismo.

—¿Una mujer? —preguntó Anheg, boquiabierto.

—¿Quieres discutir eso otra vez? —dijo Cho-Hag con suavidad.

—No veo otra salida, Anheg —insistió Garion con tono persuasivo—. Al rey Drosta se le hace la boca agua ante la perspectiva de que un niño de seis años gobierne Drasnia. Si no dejamos a alguien a su cargo, sus tropas se apropiarán de parte del territorio de Drasnia antes de que nosotros volvamos a nuestras casas.

—Pero Porenn es tan pequeña —objetó Anheg irracionalmente—, y tan bonita... ¿Cómo va a gobernar un reino?

—No hay duda de que lo hará muy bien —respondió Cho-Hag, alternando el peso de su cuerpo entre una y otra de sus débiles piernas—. Rhodar confiaba plenamente en su esposa y, después de todo, ella ideó el plan para eliminar a Grodeg.

—La única otra persona lo bastante competente como para asumir el cargo es el margrave Khendon —le explicó Garion al rey de Cherek—, al que llaman Javelin. ¿Quieres que el jefe del servicio de inteligencia de Drasnia se siente en el trono y se ponga a dar órdenes?

—Ésa es una idea espeluznante —repuso Anheg, horrorizado—. ¿Y qué hay del príncipe Kheldar?

—No hablarás en serio, Anheg —dijo Garion mirándolo fijamente, con incredulidad—. ¿Seda como regente?

—Es probable que tengas razón —admitió aquél después de un momento de reflexión—. Es un poco irresponsable, ¿verdad?

—¿Un poco? —rió Garion.

—¿Entonces estamos de acuerdo? —preguntó Cho-Hag—. Tiene que ser Porenn, ¿verdad? —Anheg gruñó, pero por fin asintió, y el rey algario se volvió hacia el rivano—. Tendrás que redactar una proclama.

—¿Por qué yo? No tengo ninguna autoridad en Drasnia.

—Eres el Señor Supremo del Oeste, ¿recuerdas? —observó Cho-Hag—. Limítate a anunciar que reconoces la regencia de Porenn y declara que cualquiera que la discuta o viole su territorio tendrá que responder ante ti.

—Eso mantendrá quieto a Drosta —dijo Anheg con una risa grosera—. Te tiene más miedo a ti que a Zakath. Debe de tener pesadillas en las que tu llameante espada le atraviesa las costillas.

En otro pasillo, Misión se encontró con el general Varana y Sadi, el eunuco. Sadi llevaba la típica túnica moteada y tornasolada de los nyissanos y el general iba ataviado con una capa plateada tolnedrana, con anchos ribetes dorados sobre los hombros.

—¿Entonces es oficial? —preguntó el eunuco con su extraña voz de contralto, mientras estudiaba la capa de su interlocutor.

—¿A qué te refieres? —inquirió el general, un hombre fornido con cabello gris como el acero y expresión divertida.

—En Sthiss Tor corren rumores de que Ran Borune te ha adoptado como hijo.

—Es una simple formalidad —explicó Varana encogiéndose de hombros—. Las principales familias del imperio estaban desmantelando Tolnedra en su lucha por el trono y Ran Borune tenía que tomar medidas para aplacarlos.

—Pero cuando él muera, tú ocuparás el trono, ¿verdad?

—Ya lo veremos —respondió el general, evasivo—. Roguemos porque su Majestad viva muchos años más.

—Por supuesto —murmuró Sadi—. Sin embargo, la capa plateada de príncipe te sienta muy bien, mi querido general —añadió mientras se acariciaba la cabeza rapada con una mano de dedos largos.

—Gracias —respondió el otro con una pequeña inclinación de cabeza—. ¿Y cómo van las cosas en el palacio de Salmissra?

—Como siempre —dijo Sadi con una risa sardónica—. Conspiramos e intrigamos unos contra otros y todo plato de comida que sale de nuestras cocinas es sospechoso de estar envenenado.

—He oído que soléis hacerlo —repuso Varana—. ¿Cómo os las apañáis para sobrevivir en una atmósfera tan mortífera como ésa?

—Con nerviosismo —contestó el eunuco con una mueca de amargura—. Llevamos una dieta muy estricta y por rutina ingerimos todos los antídotos conocidos para todos los venenos conocidos. Algunos venenos tienen un sabor bastante agradable, pero los antídotos siempre saben mal.

—El precio del poder, supongo.

—Es cierto. ¿Cuál fue la reacción de los grandes duques de Tolnedra cuando el emperador te nombró heredero?

—Los gritos podían oírse desde el bosque de las Dríadas hasta la frontera arendiana —rió Varana.

—Cuando llegue el momento, es probable que tengas que cortar unas cuantas cabezas.

—Es posible.

—Cuentas con la lealtad de las legiones, por supuesto.

—Las legiones son un gran consuelo para mí.

—Me caes bien, general Varana —afirmó el nyissano de cabeza afeitada—. Estoy seguro de que tú y yo podremos llegar a acuerdos convenientes para ambas partes.

—Me gusta tener buenas relaciones con mis vecinos, Sadi —asintió Varana con frialdad.

En otro pasillo, Misión se topó con un grupo variopinto. El rey Fulrach de Sendaria, con sobrias y prácticas ropas color marrón, hablaba en voz baja con el rey Korodullin de Arendia, vestido de púrpura, y con el extravagante Drosta lek Thun, que llevaba una casaca bordada con piedras preciosas en un desagradable tono amarillo.

—¿Alguno de vosotros ha oído algo sobre la regencia? —preguntaba el delgado rey de Nadrak con su característica voz chillona.

Los ojos saltones de Drosta parecían a punto de salirse de sus órbitas, como si quisieran alejarse de su cara llena de cicatrices de viruela. El rey siempre daba la impresión de estar inquieto.

—Supongo que la reina Porenn se encargará de guiar al joven monarca —aventuró Fulrach.

—Nunca pondrían a una mujer a su cargo —objetó Drosta—. Conozco a los alorns y ellos miran a las mujeres como una especie infrahumana.

—Porenn no es una mujer vulgar —observó el rey de Sendaria—. Tiene un talento extraordinario.

—¿Cómo haría una mujer para defender las fronteras de un reino tan grande como Drasnia?

—Estáis equivocado, Majestad —le dijo Korodullin al nadrak con una brusquedad poco habitual en él—. Es indudable que los demás reyes alorns la apoyarán y Belgarion, en especial, la defenderá. Ningún monarca sería tan tonto como para contrariar los deseos del Señor Supremo del Oeste.

—Riva está muy lejos —sugirió Drosta con un gesto ceñudo.

—No tanto, Drosta —apuntó Fulrach—. Belgarion tiene un ejército muy grande.

—¿Qué noticias habéis recibido del sur, Majestad? —le preguntó Korodullin al rey de los nadraks.

—Kal Zakath está nadando en sangre murga —explicó Drosta, molesto, con un chasquido poco delicado—. Ha empujado a Urgit a las montañas del oeste y está matando a todos los murgos que logra pillar. Yo esperaba que alguien le clavara una flecha, pero no puedes confiar en que los murgos hagan nada bien.

—¿Has considerado la posibilidad de aliarte con el rey Gethell? —le preguntó Fulrach.

—¿Con los thulls? No puedes hablar en serio, Fulrach. Aunque tuviera que enfrentarme a los malloreanos solo, jamás me uniría a los thulls. Gethell teme tanto a Zakath que se hace pis encima con sólo escuchar su nombre. Después de la batalla de Thull Mardu, Zakath le dijo que la próxima vez que lo desobedeciera, lo crucificaría. Si él decide atacar el norte, Gethell se esconderá detrás del primer montón de estiércol que encuentre.

—Según me han dicho, Zakath tampoco os aprecia mucho a vos —observó Korodullin.

—Quiere asarme vivo —confesó Drosta con una carcajada aguda e histérica—, y también hacerse un par de zapatos con mi pellejo.

—Me extraña que los angaraks no os hayáis destruido unos a otros hace siglos —sonrió Fulrach.

—Torak nos dijo que no lo hiciéramos —respondió Drosta encogiéndose de hombros—, y ordenó a los grolims que destriparan a cualquiera que desobedeciera. Aunque Torak no nos gustara, siempre hicimos lo que nos decía. Sólo un idiota haría lo contrario..., un idiota que siempre acabaría muerto.

Al día siguiente, Belgarath, el hechicero, llegó desde el este y el rey Rhodar de Drasnia fue conducido a su morada eterna. La menuda y rubia Porenn, vestida de riguroso negro, permaneció junto al rey Kheva durante toda la ceremonia. El príncipe Kheldar estaba de pie, detrás del joven rey y de su madre, con una expresión extraña en los ojos. Al mirarlo, Misión advirtió de inmediato que el pequeño espía había amado a la mujer de su tío durante años, pero también que Porenn, aunque le tenía afecto, no correspondía a ese amor. Los funerales reales, como todos los actos oficiales, fueron largos; sin embargo, la reina y su pequeño hijo no manifestaron su dolor de forma evidente en ningún momento del interminable ritual, a pesar de que ambos estaban muy pálidos.

Inmediatamente después del funeral, tuvo lugar la coronación de Kheva y el flamante rey de Drasnia anunció con voz aflautada pero firme que su madre lo guiaría durante los difíciles años que le aguardaban.

Al final de la ceremonia, Belgarion, rey de Riva y Señor Supremo del Oeste, se puso en pie y pronunció un breve discurso dirigido a los dignatarios allí reunidos. Dio la bienvenida a Kheva a la exclusiva hermandad de monarcas reinantes, lo felicitó por la sabia elección de la reina madre como regente y luego anunció que prestaría todo su apoyo a la reina Porenn y que cualquiera que cometiera la menor ofensa hacia ella lo lamentaría. Hizo aquella declaración apoyado sobre la enorme espada de Riva-Puño de Hierro, por consiguiente, todos los presentes en la sala del trono de Drasnia la tomaron muy en serio.

Los visitantes se marcharon pocos días después.

Cuando Polgara, Durnik, Misión y Belgarath viajaron hacia el sur en compañía del rey Cho-Hag y la reina Silar, la primavera ya había llegado a las llanuras de Algaria.

—Un viaje triste —le dijo Cho-Hag a Belgarath mientras cabalgaban—. Voy a echar de menos a Rhodar.

—Todos lo haremos —respondió el hechicero, y miró hacia adelante, donde un gran rebaño se dirigía despacio hacia el este bajo la estricta vigilancia de un grupo de algarios, rumbo a las montañas de Sendaria y la gran feria de ganado de Muros.

—Me sorprende un poco que Hettar aceptara volver a Riva con Garion a estas alturas del año. Por lo general se encarga de guiar él mismo los rebaños.

—Adara lo convenció —le explicó la reina Silar—. Ella y Ce'Nedra querían pasar un tiempo juntas y el algario es capaz de hacer cualquier cosa por su mujer.

—Pobre Hettar —sonrió Polgara—, con Adara y Ce'Nedra insistiendo, no tenía otra opción. Las dos son muy obstinadas.

—Le hará bien un cambio de aires —observó Cho-Hag—. Durante el verano siempre se vuelve inquieto, y ahora que los murgos se han retirado al sur, ni siquiera tiene oportunidad de preparar partidas de caza.

BOOK: Los guardianes del oeste
3.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Entwined Fates: Dominating Miya by Trista Ann Michaels
Murder at Whitehall by Amanda Carmack
The Choosing by Jeremy Laszlo, Ronnell Porter
The Wishing Garden by Christy Yorke
Alien Honor (A Fenris Novel) by Heppner, Vaughn
Shadow Kiss by Richelle Mead
Really Something by Shirley Jump
Folly by Marthe Jocelyn
Unzipped by Lois Greiman