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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (11 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—No empieces —le dijo Belgarath con firmeza—. Te guste o no, tú eres uno de los nuestros y tienes las mismas responsabilidades que los demás. Deberías acostumbrarte a la idea de que el mundo entero depende de ti y también deberías olvidar la pregunta «¿por qué yo?». Ésa es una objeción propia de un niño y tú ya eres un hombre. —Entonces el anciano se volvió hacia Misión—. ¿Y qué tienes tú que ver con todo esto?

—No estoy seguro —respondió el pequeño con serenidad—. Quizá tengamos que esperar para averiguarlo.

Aquella tarde, Misión estaba solo con Polgara en la acogedora y cálida salita de la hechicera. Ella estaba sentada junto al fuego, con su bata azul favorita y los pies apoyados sobre una banqueta baja tapizada. Tenía un bastidor circular en la mano y tatareaba en voz baja mientras la aguja resplandecía bajo la luz dorada de la chimenea. Misión estaba frente a ella, repantigado en un sillón de piel, comiendo una manzana mientras la veía bordar. Una de las cosas que más le gustaban de ella era la sensación de pacífica alegría que irradiaba cuando se dedicaba a las labores domésticas.

La bonita doncella rivana que atendía a Polgara llamó a la puerta con suavidad y entró en la habitación.

—Señora Polgara —dijo con una pequeña reverencia—. Mi señor Brand pregunta si puede hablar un momento con vos.

—Por supuesto, cariño —respondió Pol mientras dejaba el bordado a un lado— Hazlo pasar, por favor.

Misión notó que la hechicera tenía la costumbre de llamar «cariño» a todos los jóvenes.

La doncella acompañó al alto y canoso Guardián de Riva, hizo otra pequeña reverencia y se retiró.

—Polgara —la saludó Brand con voz grave.

El último Guardián de Riva era un hombre grande, corpulento, con la cara muy arrugada, expresión de cansancio y ojos tristes. Durante los siglos que habían seguido a la muerte del rey Gorek a manos de los asesinos de la reina Salmissra, la Isla de los Vientos y el pueblo rivano habían sido gobernados por un linaje de hombres elegidos por su capacidad y su absoluta devoción al deber. Aquella devoción había sido tan abnegada, que todos los Guardianes de Riva habían dejado en segundo plano su propia personalidad para tomar el nombre de Brand. Ahora que Garion por fin había reclamado su derecho al trono, la función administrativa de Brand no era necesaria. Sin embargo, aquel hombre alto de mirada triste seguiría prestando su fiel ayuda a la casa real mientras viviera, aunque su lealtad no estaba dirigida hacia el propio Garion sino al concepto de linaje y a su continuidad. Aquella tarde había ido a visitar a Polgara con esa idea en la mente, para agradecerle que hubiera solucionado los problemas de Garion y su reina.

—¿Cómo llegaron a distanciarse tanto? —le preguntó ella—. Cuando se casaron, estaban tan unidos que era imposible separarlos.

—Todo empezó hace un año —respondió Brand con su potente voz—. En el extremo norte de la isla hay dos familias que siempre habían sido amigas, pero, de repente, después de una boda entre ambas partes, se desató una disputa sobre una propiedad. Una de las familias vino a Riva a plantearle el problema a Ce'Nedra y ella escribió un decreto a su favor.

—Pero no consultó a Garion —adivinó Polgara.

Brand asintió con un gesto.

—Cuando Belgarion se enteró se puso furioso. Es cierto que Ce'Nedra pasó por encima de su autoridad, pero él cometió el error de revocar el decreto en público.

—¡Cielos! —exclamó Polgara—. Así que ésa es la causa de tanta amargura. Yo no logré obtener una respuesta concreta de ninguno de los dos.

—Es probable que les avergüence admitirlo —dijo Brand—. Ambos se humillaron mutuamente en público y ninguno de los dos es bastante maduro como para perdonar y olvidar. No cesaron de discutir hasta que el asunto cobró proporciones absurdas. Hubo momentos en que sentí ganas de sacudirlos... o incluso azotarlos...

—Una idea muy interesante —rió ella—. ¿Y por qué no me escribiste para decirme que tenían problemas?

—Belgarion me pidió que no lo hiciera —respondió él con tono de impotencia.

—A veces es necesario desobedecer ese tipo de órdenes.

—Lo siento, Polgara, pero yo no puedo hacer eso.

—No, supongo que no. —Se volvió a mirar a Misión que examinaba con atención una delicada figurilla de vidrio soplado, un reyezuelo posado sobre una ramita llena de brotes—. Es frágil y muy valioso.

—Sí —asintió—. Lo sé. —Y para tranquilizarla se llevó las manos a la espalda.

—Bueno —dijo ella dirigiéndose a Brand—, espero que esta tontería haya pasado. Creo que hemos devuelto la paz a la casa real de Riva.

—Eso espero —añadió Brand con una sonrisa cansada—. Me gustaría ver un ocupante en el cuarto de los niños.

—Eso podría llevar tiempo.

—Es bastante importante, Polgara —explicó él con seriedad—. Todos estamos un poco preocupados por la falta de un heredero al trono. No soy sólo yo. Anheg, Rhodar y Cho-Hag me han escrito al respecto. Todo Aloria espera con expectación que Ce'Nedra empiece a tener descendencia.

—Sólo tiene diecinueve años, Brand.

—Casi todas las jóvenes alorns han tenido al menos dos hijos cuando llegan a los diecinueve.

—Ce'Nedra no es alorn, ni siquiera es del todo tolnedrana. Desciende de las dríadas y las mujeres de este pueblo maduran de una forma extraña.

—Va a ser difícil explicarle eso a los alorns —insistió el Guardián de Riva—. Tiene que haber un heredero. El linaje debe continuar.

—Dales un poco de tiempo, Brand —dijo Polgara con serenidad—. Ya lo harán. Lo importante era que volvieran a compartir el dormitorio.

Un día o dos después, cuando el sol resplandecía sobre las aguas del Mar de los Vientos y la fuerte brisa de la costa rizaba las crestas de las verdes olas, un enorme barco cherek entró majestuosamente a través de los dos promontorios de tierra que se abrían a ambos lados del puerto de Riva. El capitán del barco también era gigantesco. Con la barba roja agitándose al viento, Barak, conde de Trellheim, estaba de pie ante el timón y maniobraba el barco con una mueca de concentración. El hombretón atravesaba el puerto en dirección al muelle de piedra e intentaba sortear un engorroso remolino que había junto a uno de los promontorios de protección.

Antes de que sus marineros acabaran de amarrar la nave, el conde subió la gran escalinata de granito que conducía a la Ciudadela.

Belgarath y Misión estaban en el parapeto, en lo alto de las gruesas murallas, y habían visto el barco de Barak; de modo que cuando el hombretón llegó a las grandes puertas, lo estaban esperando.

—¿Qué haces tú aquí, Belgarath? —preguntó el corpulento cherek—. Creí que estabas en el valle.

—Vinimos de visita —respondió el hechicero encogiéndose de hombros.

—Hola, chico —le dijo Barak a Misión—. ¿También han venido Polgara y Durnik?

—Sí —contestó el pequeño—. Están todos en la sala del trono, mirando a Belgarion.

—¿Y qué hace él?

—Ser rey —se limitó a responder Belgarath—. Te vimos entrar en el puerto.

—Impresionante, ¿verdad? —dijo el conde lleno de orgullo.

—Tu barco se mueve como una ballena embarazada, Barak —replicó el anciano groseramente—. Creo que no acabas de darte cuenta de que grande no significa necesariamente mejor.

—Yo no hago bromas sobre tus posesiones, Belgarath —repuso el cherek con aire ofendido.

—Yo no tengo posesiones, Barak. ¿Qué te trae a Riva?

—Me ha enviado Anheg. ¿Crees que Garion tardará mucho en estar desocupado?

—Podemos ir a ver.

El rey de Riva, sin embargo, ya había concluido su tarea de la mañana y se había retirado a las habitaciones reales a través de un oscuro pasadizo secreto, acompañado de Ce'Nedra, Polgara y Durnik.

—¡Barak! —exclamó Garion adelantándose para saludar a su viejo amigo en el pasillo que daba a la habitación. Éste lo miró de forma extraña y le hizo una respetuosa reverencia—. ¿Qué ocurre? —preguntó Garion con expresión de perplejidad.

—Todavía llevas puesta la corona —le recordó su esposa— y tu traje real, lo cual te confiere un aspecto bastante oficial.

—¡Oh! —dijo Garion, sorprendido—. Me había olvidado. Entremos.

Con una gran sonrisa, el conde estrechó a Polgara en un enorme abrazo de oso.

—Barak —musitó ella, casi sin aliento—, sería mucho más agradable tenerte cerca si te acordaras de lavarte la barba después de comer pescado ahumado.

—Sólo comí uno —repuso él.

—Con uno basta.

Luego, el hombretón se volvió, apoyó sus corpulentos brazos sobre los menudos hombros de Ce'Nedra y la besó con afecto.

La pequeña reina rió y se sostuvo la corona justo a tiempo para evitar que se cayera al suelo.

—Tienes razón, Polgara —dijo la joven—; despide un olor un tanto especial.

—Garion —dijo Barak sin rodeos—, me muero por un trago.

—¿Acaso os bebisteis todos los barriles del barco? —preguntó Pol.

—En el Ave Marina no está permitido beber.

—¿No?

—Quiero que mis marineros estén sobrios.

—¡Increíble! —murmuró ella.

—Es cuestión de principios —explicó Barak con tono cándido.

—No hay duda de que necesitan mantenerse lúcidos —asintió Belgarath—. Ese enorme barco no debe de ser fácil de conducir.

Barak lo miró, ofendido.

Garion mandó a buscar cerveza, se quitó la corona y las ropas oficiales con evidente alivio e invitó a todos a sentarse.

Cuando el conde de Trellheim hubo saciado su apremiante sed, se puso serio.

—Anheg me envía a decirte que volvemos a tener noticias de los seguidores del culto del Oso —le explicó a Garion.

—Creí que habían muerto todos en Thull Mardu —dijo Durnik.

—Los secuaces de Grodeg sí —prosiguió Barak—, pero, por desgracia, él no era el único.

—No te entiendo —repuso el herrero.

—Es algo complicado. El culto del Oso siempre ha estado operando. Ha sido una organización fundamental en la vida religiosa de las regiones más remotas de Cherek, Drasnia y Algaria. De vez en cuando, sin embargo, alguien como Grodeg, con más ambición que sentido común, logra controlar al grupo e intenta establecer el culto en las ciudades. Éstas se construyen donde está el poder, y los individuos como Grodeg automáticamente intentan usar el culto para apoderarse de ellas. El problema es que, en las ciudades, el culto del Oso no funciona. —La expresión de Durnik se volvió aún más perpleja—. La gente que vive allí está en contacto permanente con nuevas personas e ideas —explicó Barak—. Sin embargo, en el campo, pasan años sin que nadie tenga una idea nueva. El culto del Oso no cree en las innovaciones, por lo tanto es el tipo de organización que atrae a la comunidad rural.

—Las nuevas ideas no siempre son buenas —dijo Durnik con firmeza, dejando en evidencia que él mismo procedía del campo.

—De acuerdo —admitió el conde—, pero lo mismo ocurre con las viejas, y el culto del Oso ha estado dando vueltas en torno a la misma filosofía durante varios miles de años. Lo último que Belar le dijo a la gente, antes de marcharse con los dioses, fue que deberían guiar a los pueblos del Oeste contra la gente de Torak y la palabra «guiar» es la que ha causado tantos problemas. Los miembros del culto del Oso siempre han considerado que el primer paso para obedecer las órdenes de Belar era obligar a los pueblos del Oeste a que aceptaran la dominación alorn. Un verdadero seguidor del culto no piensa en luchar contra los angaraks, pues está empecinado en que primero debe someter a Sendaria, Arendia, Tolnedra, Nyissa y Maragor.

—Maragor ya ni siquiera existe —objetó Durnik.

—Esa noticia todavía no ha llegado a los miembros del culto —repuso Barak con frialdad—. Después de todo, sólo han pasado tres mil años. Bueno, ésa es la tediosa doctrina del culto del Oso. Su primer objetivo es reunir a Aloria, y el segundo, sojuzgar a todos los reinos del Oeste; sólo entonces empezarán a pensar en combatir contra los murgos y los malloreanos.

—Están un poco atrasados, ¿verdad? —observó el herrero.

—Algunos de ellos todavía no han descubierto el fuego —gruñó Barak.

—En realidad, no veo por qué Anheg se preocupa tanto —dijo Belgarath—. El culto del Oso no causa muchos problemas en el campo. La víspera del solsticio de verano saltan alrededor de una hoguera y en pleno invierno se pasean en filas de uno cubiertos de pieles de osos o recitan largas plegarias en cavernas humeantes hasta marearse tanto que no pueden ponerse en pie. ¿Dónde está el peligro?

—Ahora voy a eso —respondió el conde de Trellheim, mientras se mesaba la barba—. Antes, el culto del Oso era sólo un centro de reunión para gente estúpida y supersticiosa. Pero durante el último año, ha ocurrido algo nuevo.

—¿Ah sí? —Belgarath manifestó curiosidad.

—El culto tiene un nuevo líder, aunque ni siquiera sabemos quién es. En el pasado, los miembros del culto de un pueblo no se fiaban de los de otro, por lo tanto, no estaban lo bastante organizados como para constituir un problema. Sin embargo, el nuevo jefe ha cambiado las cosas. Por primera vez en la historia, todos los seguidores rurales del culto reciben órdenes de un solo hombre.

—Eso sí que es serio —admitió el hechicero con una mueca de preocupación.

—Esto es muy interesante, Barak —dijo Garion algo perplejo—; ¿pero el rey Anheg te hizo recorrer semejante distancia solamente para contármelo a mí? Según tengo entendido, el culto del Oso nunca ha puesto los pies en la Isla de los Vientos.

—Anheg te aconseja que tomes precauciones, ya que el antagonismo del nuevo culto va dirigido sobre todo hacia ti.

—¿Hacia mí? ¿Y por qué?

—Porque te casaste con una tolnedrana —respondió Barak—. Para el culto, los tolnedranos son peores que los murgos.

—Esa es toda una novedad —dijo Ce'Nedra mientras se echaba hacia atrás la mata de cabello rizado.

—Esa gente piensa así —le contestó el conde—. La mayoría de esos estúpidos ni siquiera saben lo que es un angarak; pero todos han visto tolnedranos, sobre todo mercaderes que comercian de forma bastante deshonesta. Durante mil años han estado esperando que el rey rivano regresara, recuperara la espada de Riva y los guiara en una guerra sagrada para sojuzgar a los reinos del Oeste; pero cuando él por fin llega, lo primero que hace es casarse con una princesa imperial tolnedrana. Tal como ellos lo ven, el próximo rey será un mestizo. Te odian como si fueras un veneno, encanto.

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