Read Los guardianes del oeste Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (9 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
6.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Caballo? —preguntó.

El joven se giró para mirarlo.

—Está en el establo, Misión. Se alegrará de verte. —El niño sonrió y asintió con un gesto—. ¿Todavía habla así? —le preguntó Garion a Durnik—. Pensé que..., bueno, ya sabes.

—Casi siempre habla como lo haría un niño de su edad —respondió el herrero—, pero ha estado pensando en el potrillo desde que abandonamos el valle y a veces, cuando se pone nervioso, vuelve a su antiguo lenguaje.

—Sin embargo escucha —añadió Polgara—, no como alguien que yo conozco cuando tenía su edad.

—¿Realmente era tan difícil? —rió Garion.

—Difícil no, cariño. Simplemente no escuchabas a nadie.

Cuando llegaron a la Ciudadela, la reina de Riva los recibió bajo la alta arcada de la entrada principal. Ce'Nedra era tan hermosa como Misión la recordaba. Tenía el cabello cobrizo recogido con un par de peinetas doradas y los rizos le caían sobre la espalda como una refulgente cascada. Sus ojos eran grandes y de un intenso color verde. Era muy menuda, no mucho más alta que Misión, pero era una verdadera reina, de pies a cabeza. La joven los saludó con los modales dignos de una reina: abrazó con suavidad a Belgarath y a Durnik y besó a Polgara en la mejilla.

Luego le tendió los brazos a Misión; él los cogió y la miró a los ojos. En ellos se alzaba una barrera, el tenue reflejo de una muralla defensiva que escondía su dolor. Ce'Nedra lo abrazó y lo besó, pero incluso en aquel gesto, Misión percibió una acongojada tensión, de la que ni siquiera ella parecía ser consciente. Cuando Ce'Nedra separó sus suaves labios de la cara de él, el niño volvió a mirarla a los ojos, intentando expresar todo su amor, esperanza y compasión en aquella mirada. Luego, sin detenerse a pensarlo, extendió una mano y le acarició la mejilla. Ella abrió mucho los ojos y comenzó a temblar mientras la vaga expresión defensiva de su rostro se desmoronaba. Dos grandes lágrimas brotaron de sus ojos y Ce'Nedra se volvió hacia Polgara, ciega y tambaleante, con los brazos abiertos.

—¡Oh, Polgara! —exclamó con un gemido desgarrador.

Pol estrechó a la menuda y llorosa reina entre sus brazos. Sin embargo, mientras abrazaba a la joven, miró a Misión con expresión inquisitiva. El pequeño le devolvió la mirada y le hizo un gesto afirmativo a modo de respuesta.

—Bien —dijo Belgarath, algo incómodo por el súbito ataque de llanto de Ce'Nedra. Se rascó la barba y echó un vistazo al patio de la Ciudadela y a los amplios escalones de granito que conducían a la enorme puerta—, ¿tienes algo de beber a mano? —le preguntó a Garion.

Su hija, todavía abrazada a Ce'Nedra, le dirigió una mirada fulminante.

—¿No crees que es algo temprano, padre? —preguntó.

—No, no lo creo —respondió él con tono despreocupado—. Un poco de cerveza ayuda a asentar el estómago después de un viaje por mar.

—Siempre tienes alguna excusa, ¿verdad?

—Casi siempre me las ingenio para pensar en algo.

Misión pasó la tarde en la pista de entrenamiento, detrás de los establos reales. El potrillo zaino ya no era un potrillo, sino un joven caballo totalmente desarrollado. Tenía un brillante pelaje oscuro y, mientras corría por el campo, los músculos se le ondulaban bajo la piel. La mancha blanca que tenía en el lomo parecía casi incandescente bajo la radiante luz del sol.

Curiosamente, el caballo había presentido la llegada de Misión y había estado inquieto toda la mañana.

—Ten cuidado con él —le advirtió el encargado de los establos—. Por alguna razón, esta mañana está un poco nervioso.

—Ahora estará bien —dijo Misión mientras abría la puerta de la casilla.

—Yo no entraría... —comenzó a decir el encargado del establo, y extendió el brazo para detener al niño, pero éste ya se encontraba junto al asombrado animal. El caballo relinchó y corveteó con nerviosismo, golpeando los cascos contra el suelo cubierto de paja. De repente se detuvo y aguardó tembloroso, hasta que Misión le acarició el cuello inclinado. A partir de entonces, todo fue bien entre ellos. El pequeño abrió del todo la puerta de la casilla, mientras el caballo le refregaba el hocico por el hombro con alegría, y lo condujo fuera, pasando junto al atónito encargado.

Por el momento, les bastaba con estar juntos, con compartir el vínculo que existía entre los dos desde antes de que se conocieran y, aunque pareciera todavía más extraño, desde antes de que nacieran. Más adelante sucederían otras cosas, pero por ahora era suficiente.

Cuando el cielo del este comenzó a teñirse con la tonalidad púrpura del atardecer, Misión dio de comer al caballo, prometió que volvería al día siguiente y regresó a la Ciudadela en busca de sus amigos. Los encontró sentados en un comedor de techo bajo. Era una estancia más pequeña que la sala de banquetes y tenía un aire menos formal, aunque resultaba tan poco acogedora como cualquiera de las habitaciones de aquella sombría fortaleza.

—¿Has pasado bien la tarde? —le preguntó Polgara. —Misión asintió con un gesto—. ¿Y el caballo se alegró de verte?

—Sí.

—Ahora supongo que tendrás hambre.

—Bueno..., un poco. —Miró alrededor y vio que la reina de Riva no estaba allí—. ¿Dónde está Ce'Nedra?

—Estaba cansada —respondió Polgara—. Ella y yo tuvimos una larga charla.

Misión la miró y comprendió. Luego volvió a echar un vistazo alrededor.

—La verdad es que tengo bastante hambre —reconoció.

—Todos los niños son iguales —rió ella de manera cálida y afectuosa.

—¿Hubieras preferido que fuéramos diferentes? —le preguntó Garion.

—No. Supongo que no.

A la mañana siguiente, bastante temprano, Polgara y Misión se hallaban junto al fuego en la habitación que siempre había pertenecido a la hechicera. Pol estaba sentada en una silla de respaldo alto, con una fragante taza de té en la pequeña mesa, junto a ella. Llevaba un vestido de terciopelo de color azul intenso y tenía un peine de marfil en la mano. Misión estaba sentado frente a ella, en una banqueta baja, soportando la última parte del ritual de todas las mañanas. El lavado de la cara, las orejas y el cuello no duraba tanto tiempo, pero, por alguna razón, el peinado siempre llevaba casi un cuarto de hora. El gusto del niño en lo referente al peinado era bastante simple; siempre y cuando no le tapara los ojos, estaba bien. Sin embargo, Polgara, parecía disfrutar mucho peinándole los rizos suaves y rubios. De vez en cuando, a distintas horas del día, él reconocía aquel extraño brillo de ternura en los ojos de la hechicera y sabía que si no se buscaba una ocupación con rapidez, ella lo haría sentar en una banqueta y volvería a peinarlo.

Alguien llamó con suavidad a la puerta.

—¿Sí, Garion? —respondió la mujer.

—Espero no haber venido demasiado temprano, tía Pol. ¿Puedo entrar?

—Por supuesto, cariño.

Garion llevaba un jubón azul, y calzas y zapatos de piel blanda. Misión había notado que el joven rey de Riva vestía de azul siempre que tenía oportunidad de elegir su atuendo.

—Buenos días, tía Pol —saludó, y luego miró al niño que permanecía sentado en la banqueta, delante de la silla de Polgara—. Buenos días, Misión —añadió con seriedad.

—Belgarion —respondió el niño con una ligera inclinación de cabeza.

—No muevas la cabeza, Misión —dijo Polgara con calma—. ¿Quieres una taza de té? —le preguntó a Garion.

—No, gracias —respondió él mientras cogía otra silla y se sentaba frente a la hechicera—. ¿Dónde está Durnik?

—Está dando un paseo por la balaustrada. A Durnik le gusta salir en cuanto amanece.

—Sí —sonrió Garion—, lo recuerdo de la época de la hacienda de Faldor. ¿Encontraste todo bien en las habitaciones?

—Siempre estoy muy cómoda aquí —dijo ella—. En cierta forma, esto es lo más parecido a un hogar que he tenido..., al menos hasta ahora —añadió con un suspiro mientras miraba con satisfacción las pesadas cortinas de terciopelo y la oscura tapicería de piel de las sillas.

—Éstas han sido tus habitaciones durante muchos años, ¿verdad?

—Sí. Beldaran las reservó para mí cuando ella y Puño de Hierro se casaron.

—¿Cómo era él?

—¿Puño de Hierro? Era muy alto, casi tanto como su padre, y tenía una fuerza enorme —describió, y enseguida volvió a concentrar su atención en el pelo de Misión.

—¿Era tan alto como Barak?

—Más alto, pero no tan grueso. El mismo rey Cherek medía dos metros diez y todos sus hijos eran enormes. Dras-Cuello de Toro era grande como un tronco y oscurecía el cielo. Puño de Hierro era más delgado, tenía una barba negra de aspecto feroz y penetrantes ojos azules. Cuando él y Beldaran se casaron, ya tenía algunas hebras plateadas en la barba y el cabello; sin embargo, a todos nos parecía que desprendía un aire de inocencia. La misma inocencia que notamos en Misión.

—Parece que lo recuerdas bien. Para mí, siempre ha sido una especie de leyenda. Todo el mundo está informado sobre las cosas que hizo, pero nadie piensa en él como en un hombre real.

—Es lógico que yo lo recuerde con más precisión, Garion; después de todo, podría haber sido mi marido.

—¿Puño de Hierro?

—Aldur le pidió a papá que enviara a una de sus hijas a casarse con el rey de Riva, así que él tuvo que elegir entre Beldaran y yo. Creo que el viejo Lobo hizo la elección correcta, pero yo entonces miraba a Puño de Hierro de una forma especial. —Suspiró y sonrió con cierta tristeza—. No creo que hubiera sido una buena esposa —dijo—. Mi hermana Beldaran era dulce, delicada y muy hermosa. Yo, en cambio, no era ni delicada ni atractiva.

—Pero si tú eres la mujer más hermosa del mundo, tía Pol —se apresuró a objetar el muchacho.

—Te agradezco que lo digas, Garion, pero cuando yo tenía dieciséis años, no era lo que la mayoría de la gente llamaría hermosa. Era alta y desgarbada, siempre tenía las rodillas llenas de arañazos y la cara sucia. Tu abuelo nunca se preocupó de enseñarnos a cuidar nuestro aspecto y a veces no me peinaba en semanas enteras. De todos modos, mi pelo no me gustaba mucho —añadió mientras se tocaba el rizo blanco de la frente con aire ausente.

—¿Por qué tienes ese mechón blanco? —preguntó él.

—Tu abuelo lo tocó la primera vez que me vio, cuando era apenas un bebé, y el mechón se puso blanco en el acto. Todos tenemos una señal, en un sitio u otro, ¿sabes? Tú la tienes en la palma de la mano, yo tengo este mechón blanco y mi padre tiene una mancha en el pecho, junto al corazón. Está en distintos lugares, pero significa lo mismo.

—¿Qué significa?

—Tiene que ver con lo que somos, cariño. —Hizo girar a Misión y lo miró con los labios fruncidos. Luego tocó con suavidad los rizos que tenía alrededor de las orejas—. Bueno, como te decía, en mi juventud, yo era salvaje y testaruda. El valle de Aldur no es un buen lugar para educar a una niña y un grupo de viejos hechiceros excéntricos no son el mejor sustituto para una madre. Tienden a olvidarse de que uno está allí. ¿Recuerdas aquel árbol enorme en medio del valle? —Garion asintió con la cabeza—. Una vez trepé a él y estuve allí durante dos semanas antes de que nadie se percatara de mi ausencia. Ese tipo de cosas hacen que una niña se sienta sola y abandonada.

—¿Cuándo te diste cuenta de que en realidad eras hermosa?

—Ésa es otra historia, cariño —respondió ella con una sonrisa, y luego lo miró a los ojos—. ¿No crees que es mejor que nos dejemos de rodeos y vayamos al grano?

—¿A qué te refieres?

—A lo que contabas en la carta sobre ti y Ce'Nedra.

—Ah, tal vez no haya debido molestarte con eso, tía Pol. Al fin y al cabo, es asunto mío —añadió y desvió la vista, incómodo.

—Garion —dijo ella con firmeza—, en nuestra extraña familia, no existen los asuntos privados; creí que ya lo sabías. ¿Cuál es el problema con Ce'Nedra?

—Sencillamente que las cosas no funcionan, tía Pol —reconoció él, desconsolado—. Hay cuestiones que yo tengo que solucionar solo y Ce'Nedra pretende que pase cada minuto del día con ella... Bueno, al menos eso quería. Ahora pasamos días enteros sin vernos. Ya no dormimos en la misma cama y... —De repente miró a Misión y carraspeó, avergonzado.

—Eso es —dijo Polgara como si no hubiera notado nada—, supongo que ya estás presentable. ¿Por qué no te pones la capa marrón de lana y te vas a buscar a Durnik? Podéis ir al establo a visitar al caballo.

—De acuerdo, Polgara —asintió el pequeño mientras se dirigía a buscar la capa.

—Es un niño muy bueno, ¿verdad? —le preguntó Garion.

—Normalmente sí —respondió ella—. Siempre que no se acerque al río que hay detrás de la casa de mi madre. Si no se cae al agua un par de veces al mes, parece que le falta algo. —Misión le dio un beso a Polgara y se dirigió hacia la puerta—. Dile a Durnik que tenéis toda la mañana para divertiros. —Miró directamente a Garion—. Creo que yo voy a estar ocupada durante algunas horas.

—De acuerdo —respondió Misión y salió al pasillo.

El pequeño dedicó apenas un instante de su tiempo a pensar en el conflicto que hacía tan infelices a Garion y a Ce'Nedra. Ahora que Polgara había tomado cartas en el asunto, Misión sabía que las cosas se arreglarían. El problema en sí no era demasiado importante, pero las discusiones que había desatado habían hecho que cobrara proporciones monstruosas. Misión sabía que el más pequeño de los malentendidos podía emponzoñarse, como una herida escondida, si uno no perdonaba las palabras dichas de forma impulsiva en un momento de nerviosismo o no se disculpaba por ellas. También se había dado cuenta de que Garion y Ce'Nedra se querían tanto que eran demasiado vulnerables a aquellas palabras precipitadas y vehementes. Ambos tenían el enorme poder de herir al otro, y cuando fueran conscientes de ello, todo se solucionaría.

Los pasillos de la Ciudadela de Riva estaban iluminados por antorchas fijadas en las paredes con soportes de hierro. Misión cruzó un amplio vestíbulo que conducía al ala este del fuerte y subió los escalones rumbo al parapeto y las almenas. Cuando llegó a la gruesa muralla del este, se detuvo a mirar por las estrechas ventanas, a través de las cuales se filtraban finas bandas de luz acerada del cielo del amanecer. La Ciudadela se alzaba sobre la ciudad, pero los grises edificios de piedra y las calles de adoquines de abajo todavía estaban envueltos entre las sombras y la bruma de la mañana. Las ventanas brillaban, iluminadas, en las casas de los madrugadores. El fresco aroma a sal del mar, transportado por la brisa de la costa, flotaba sobre el reino. Entre las antiguas murallas de la Ciudadela, parecía seguir latente el sentimiento de desolación que habían experimentado los hombres de Riva-Puño de Hierro la primera vez que habían visto aquella isla rocosa, asolada por las tormentas en medio del mar plomizo. Las murallas también albergaban el firme sentido del deber de los rivanos, que los había impulsado a erigir el fuerte y la ciudad sobre la propia roca, para proteger eternamente el Orbe de Aldur.

BOOK: Los guardianes del oeste
6.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Residence on Earth (New Directions Paperbook) by Pablo Neruda, Donald D. Walsh
Superluminal by Vonda N. McIntyre
Death on Heels by Ellen Byerrum
Next Time You See Me by Katia Lief
A Witch's Feast by C.N. Crawford
The Book of the Poppy by Chris McNab
Master of Chains by Lebow, Jess