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Authors: Kevin T. Stein

Tags: #Fantástico

Los hermanos Majere (28 page)

BOOK: Los hermanos Majere
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Ahora que estaba lejos de Raistlin y Caramon, Earwig se sentía feliz y despreocupado de nuevo, y acometió la actividad preferida de los kenders: explorar.

Caminó calle adelante; miraba hacia todas partes con interés. Algunas personas, al recordar haberlo visto con el mago, comentaban entre susurros si aquel hombrecillo de orejas puntiagudas no sería en realidad un demonio. Se apartaban de él, empujaban a los chiquillos al interior de las casas y cerraban las puertas a cal y canto en sus narices.

—Qué maleducados —dijo Earwig.

Se encogió de hombros y prosiguió su camino acompañando sus pasos con el rítmico golpeteo de la jupak contra el pavimento.

—He estado aquí con anterioridad, ¿verdad? —se preguntó a sí mismo en voz alta. Había llegado al cruce de calles desde donde se divisaba un estrecho pasaje que desembocaba en unos soportales—. ¡Ahora recuerdo! ¡Por aquí pasé la noche que llegamos a Mereklar! Y aquélla es la taberna donde el hombre trató de matarme y la chica me dio un beso.

Earwig entró en la plaza del mercado. Todas las tiendas estaban cerradas y tan sólo unos cuantos transeúntes nerviosos recorrían los soportales, ansiosos por acabar cuanto antes sus tareas y regresar a la seguridad de sus hogares.

—¡Eh, hola! —saludó una alegre voz juvenil.

Earwig miró en derredor.

—¿Te acuerdas de mí? Me ayudaste la otra noche. No tuve ocasión de preguntarte cómo te llamas. Soy Catherine, ¿y tú?

—Earwig. Earwig Fuerzacerrojos —respondió el kender, al tiempo que le tendía la pequeña mano. ¿Era así como Caramon saludaba a las chicas?, rebuscó en su memoria.

—Tampoco tuve oportunidad de darte las gracias. Cuando salí a la plaza, te habías marchado. Te invito a un trago. La taberna está cerca y nuestra especialidad es el «Surtido Sorpresa» —ofreció Catherine.

—¿Surtido Sorpresa? No lo conozco.

—Oh, sólo los más aguerridos aventureros lo han probado... y han sobrevivido —añadió la joven entre risas.

La taberna era tan espaciosa y estaba tan sucia como el hombrecillo la recordaba; manchas de cerveza derramada y otras sustancias innombrables oscurecían la madera del suelo. Las paredes eran de planchas de madera mal encajadas, llenas de grietas y nudos, que mostraban los estragos del tiempo. Catherine pasó por detrás del mostrador y escanció en un vaso diferentes licores de unas garrafas de cristal rojo, verde y azul. Preparada la mezcla, empujó la copa hacia Earwig, que se había sentado en uno de los tambaleantes taburetes.

El kender dio un sorbo y abrió los ojos de par en par.

—¡Ponche Especial! —exclamó al reconocer el sabor—. O algo por el estilo.

—¿Qué es el Ponche Especial? —se interesó Catherine.

—Pues una bebida con la que los kenders celebramos alguna ocasión especial, naturalmente. No hay mucho movimiento —comentó después de mirar a su alrededor.

De hecho, la taberna estaba vacía, a excepción de él y la joven.

—Es por el crimen de anoche —dijo Catherine con tono pragmático—. Todos están muertos de miedo. A mí me trae sin cuidado lo ocurrido. ¡Que Su Señoría nos espere mucho tiempo!, es lo que yo digo.

—Sí, lo comprendo. Ese hombre fue el que te golpeó. —Earwig dio otro sorbo.

—Tiene gracia, ¿sabes? Lord Manion venía a menudo y por lo general se emborrachaba, pero siempre se comportó como un caballero. Me ocupé de que llegara a su casa sano y salvo muchas noches. Sin embargo, desde hace unas cuantas semanas, cambió. Se tornó cruel, desagradable. —La joven frunció el entrecejo, pensativa—. Fue a partir del momento en que empezó a llevar un colgante igual al tuyo.

—¿Qué colgante? ¡Ah, éste! —El kender bajó la vista al cráneo de gato tallado en plata con ojos de rubíes.

—Tú no te volverás vil y malvado, ¿verdad?

—Caray, ¿crees que cabe esa posibilidad? —preguntó Earwig, ilusionado.

Catherine se rió.

—No, lo siento. No lo creo posible.

—Ya me lo parecía. —Earwig suspiró resignado.

Repasó mentalmente una serie de frases que se decían a las mujeres, mientras giraba una y otra vez el anillo en su dedo. Por último eligió la que le pareció más adecuada a la ocasión.

—¿Qué hace una chica encantadora como tú en un sitio como éste?

Catherine soltó una risita divertida.

—Es mi trabajo. Uno de ellos.

—¿Tienes otros?

—Dos o tres, depende de la marcha del negocio. Trabajo en la taberna Hyava, en la calle de la Puerta del Oeste.

—Espero que la clientela no sea tan ruda como la de aquí.

—¡Bah! Sé cuidarme. Apuesto a que has estado en un montón de sitios —agregó después con cierta melancolía.

—Vaya, ya lo creo. Por todo Krynn. Conozco Ergoth del Sur, Ergoth del Norte, Solamnia...

—Nunca he salido de esta ciudad.

Earwig observó con atención a la muchacha que tenía frente a él. Su complexión era fuerte, los músculos firmes y fibrosos. A su entender, la chica estaba capacitada para salir airosa de casi cualquier situación.

—Me recuerdas a alguien que conozco. Se llama Kitiara.

—¿De veras? ¿Cómo es?

—Es una experimentada guerrera, feroz y muy vehemente.

Catherine parecía algo turbada.

—Eh... bueno... gra... gracias, Earwig. Creo que...

—Deduzco que te gustaría marcharte de esta ciudad. —El kender dio otros cuantos sorbos a su bebida—. ¿Por qué no coges tus cosas y te largas?

—Aún no he ahorrado suficientes monedas.

—¡No se necesita dinero para viajar! Sólo precisas una jupak y una buena canción para el camino.

Earwig estalló en carcajadas y giró la vara en el aire. Se sentía muy bien. Tan bien como no recordaba haberse sentido en toda su vida.

La joven frunció el entrecejo y se encogió de hombros. Se separó del mostrador y se recostó contra una de las estanterías.

—Perdona, Catherine, no era mi intención molestarte. —Earwig rebuscó en los bolsillos y sacó lo primero que encontró—. Toma, te lo regalo —dijo, tendiéndole el ovillo de alambre con el abalorio prendido en el interior.

La camarera, con una sonrisa, cogió el regalo que le ofrecía. Alzó a contraluz la baratija de alambre retorcido y la contempló fascinada.

—¿Qué es?

—No lo sé. Lo conseguí durante alguna de las aventuras que he compartido con mis amigos. Emprendemos juntos muchas andanzas, ¿sabes? Uno de mis compañeros es hechicero —agregó para darse importancia.

—¡Qué objeto más interesante, Earwig! —Catherine todavía examinaba el ovillo de alambre—. Si lo observas de cerca, da la impresión de que el abalorio tiene algo escrito.

Earwig escuchó que se abría la puerta a su espalda, pero no se volvió. Estaba muy ocupado en recordar cómo lograba Caramon que las chicas lo besaran. Catherine alzó la vista y guardó la bola de alambre en un bolsillo con un gesto veloz. Asintió con la cabeza una vez y acto seguido se apoyó en el mostrador de manera que su rostro quedó muy cerca del kender.

—Cuéntame cosas de tus amigos. Me encantaría conocer al mago.

—¿Raistlin y Caramon? Nacieron en una ciudad llamada Solace, al este de aquí. Caramon es un gran guerrero y muy fuerte. Tiene unos músculos tan grandes como... como eso —afirmó Earwig y señaló un barril de cerveza que había en una esquina—. ¡Lo he visto partir por la mitad a veinte hombres de un solo tajo!

—¡No! ¿De verdad? —Catherine parecía algo nerviosa y le costaba trabajo mantener la mirada sobre el kender.

Earwig parpadeó. Luego, se inclinó sobre el mostrador y se acercó al oído de la muchacha con aire conspirador.

—No mires ahora, Cathe... Cathe... bueno, como te llames. Pero las paredes de la taberna dan vueltas y vueltas —balbució, en un susurro confidencial.

—Te hace falta otra copa, amigo. Entretanto, cuéntame algo de tu otro compañero.

—Mi otro amigo se llama Rasi... Raistlin. Tie... tiene la piel dorada que rezul... reluce como oro, y los ojos en forma de rejo... relojes de arena. Ve la muerte. —El hombrecillo, que articulaba las palabras con dificultad, bebió otro trago—. Pero, por muy ameda... amedrantador que eso te pueda parecer, más aún lo son sus sorlit... sortilegios y los terril... terribles poderes que invoca para destro... destruir a sus enemigos.

—Hubo un hechicero que vivía en las colinas del este —comentó la muchacha, a la vez que lanzaba una ojeada fugaz a espaldas del kender.

—¿Cómo se malla... llamaba?

—Nadie lo sabe, aunque se rumorea que la gruta en donde habitaba se conserva intacta. Parece que está excavada en unas peñas que se parecen a la pata de un animal.

Las paredes giraban cada vez más rápido y, además, el techo se había sumado al baile, con gran sorpresa de Earwig. Sentado en el taburete, contempló fascinado cómo daban vueltas y más vueltas; un momento después, su asiento se unió al jolgorio y lo lanzó al endemoniado torbellino hasta que de pronto se encontró patas arriba en el suelo.

Un hombre vestido con armadura de cuero negro se inclinó sobre él y se arrodilló a su lado. Unas manos fuertes lo alzaron en el aire y lo echaron sobre un hombro firme y sólido.

—¿No le haréis daño alguno, verdad?

La voz de Catherine flotó en torno al kender como una hermosa nube.

—No —respondió una voz ronca—. Ya te lo dijo nuestro señor. El hombrecillo corre peligro si va por ahí con ese colgante. Queremos protegerlo, nada más. Gracias por tu ayuda.

Earwig se mecía arriba y abajo contra la espalda del hombre; se sentía terriblemente mareado. Su mirada borrosa divisó la figura desenfocada de Catherine que se empequeñecía más y más.

—¡Otro Pon... Ponche Especial... para el camino! —chilló un instante antes de perder el conocimiento.

* * *

—¡Ay! ¡Maldita sea!

—¿Qué ocurre, Caramon?

—¡Por aquí abajo pasa un arroyo! El agua está más fría que el hielo. Será mejor que te lleve sobre los hombros.

Raistlin bajó la escalera que descendía por la boca de la alcantarilla.

—¡Tonterías! No te preocupes. Me encuentro bien.

Caramon escudriñó las sombras con el objeto de localizar a su hermano.

—¿Estás seguro? Sé cuánto te molesta mojarte y coger frío.

—Te repito que me encuentro bien —exclamó con enojo el mago—. Ahora bien, si tanto te fastidia un poco de agua, tal vez quieras que
yo
te lleve a ti.

—¡Por supuesto que no! —Caramon se sintió en ridículo.


¡Shirak!

El suave resplandor del Bastón de Mago alumbró el túnel. El pasillo, oscuro y largo, se extendía más allá del alcance de la luz mágica de la bola de cristal. Las paredes brillaban por la humedad que rezumaban.

—Huele mal —dijo el guerrero—. Pero no tanto como cabía esperar de una cloaca. Es un tufo a... hierro —opinó sin mucha convicción.

—O a sangre —agregó Raistlin en un susurro.

—Sí, es posible.

—Por consiguiente, no nos encontramos en una cloaca, sino en un canal de conexión a una vía fluvial.

La anchura del túnel no daba lugar a la posible eventualidad de blandir la espada y Caramon optó por desenvainar una de las dagas. La hoja reflejó un destello acerado a la luz del bastón.

El gato maulló con manifiesta impaciencia y el mago se adelantó a su gemelo. Éste abrió la boca para articular una protesta, dado que por costumbre era él quien iba a la cabeza cuando la situación era, si no claramente peligrosa, al menos incierta. Sin embargo, de pronto cayó en la cuenta de que su hermano blandía la única fuente de luz; en consecuencia, guardó silencio y lo siguió, pegado a sus talones.

El animal se movía despacio para que los dos hombres no se extraviaran en el laberinto de pasadizos que Caramon había descubierto. Al felino le desagradaba el agua tanto como al guerrero, puesto que sacudía las patas a cada paso y arrugaba el hocico cuando las posaba de nuevo en la gélida corriente.

Caminaron lo que al guerrero se le antojaron kilómetros de distancia, si bien un sexto sentido le advertía insistentemente del corto trecho recorrido en realidad.

—¿Qué dices, Caramon?

—Que ahora nos vendría muy bien la compañía de un enano. ¡Ojalá tuviera su visión en la oscuridad! Se nos puede echar encima cualquier cosa antes de que nos enteremos.

—Calma, hermano. No advierto amenaza alguna para nosotros en estos subterráneos. La única sensación perceptible es una vejez de siglos. Este lugar es muy, muy antiguo.

—Antiguo y olvidado.

—Estoy de acuerdo, hermano. La intriga crece por momentos.

La marcha parecía no tener fin. El agua helada se filtraba implacable en las botas de cuero de Caramon; el guerrero tiritaba de frío y se preocupó por su hermano, cuyos pesados ropajes sin duda estarían empapados. No obstante, conocía lo bastante a su gemelo para no preguntarle y guardarse la inquietud para sí mismo.

De improviso, el gato giró raudo por una bifurcación abierta en el túnel principal. En este nuevo corredor, al igual que en el anterior, reinaba la oscuridad más impenetrable. Caramon se detuvo y vaciló, remiso a internarse en él, mas el felino maulló para urgidos a proseguir la marcha.

Raistlin fue decidido en pos del animal, con el cayado a la altura de la cabeza ante la imposibilidad de levantarlo más debido a la escasa altura del techo.

—Vamos, Caramon. ¡No te quedes rezagado!

Llegaron a una intersección; a todo correr y en medio de chapoteos, el gato negro torció a la izquierda. Los hermanos aceleraron el paso, espoleados por la curiosidad.

—... que mató al gato —rezongó el guerrero.

La red de túneles se convirtió en una maraña confusa, un laberinto creado con algún propósito ignorado. Raistlin adelantó el Bastón de Mago, que hendió las tinieblas como una lanza luminosa. Caramon reparó en que las paredes estaban cada vez más secas.

—¡Mira! —susurró el mago, a la vez que alzaba el cayado.

El muro estaba cubierto de pinturas y grabados que representaban escenas desconocidas para ambos hermanos.

El recorrido se prolongó con giros a derecha e izquierda, tramos rectos, y un largo túnel que trazaba una amplia curva. Este último pasadizo finalizaba en un ángulo, a partir del cual el suelo se hundía en una suave pendiente.

El gato descendió a toda carrera, seguido por los gemelos que, al alcanzar el final de la cuesta, se frenaron en seco, con los ojos desorbitados por la sorpresa.

—¡En nombre del Abismo! —exclamó Caramon en voz alta, a la vez que apoyaba la mano de forma instintiva en la entrada de la caverna.

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