Los hijos de los Jedi (28 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Había tres, tal vez cuatro: uno corría, y un par avanzaban a cuatro patas.

Hizo girar el luminador en un gran arco y la luz blanca se esparció sobre columnas de humo delgadas como dedos que brotaban de una fisura a su izquierda, revelando una confusión de calderas humeantes esparcidas por debajo de ellos allí donde el nivel del suelo iba descendiendo. La claridad cayó sobre los ojos de las criaturas que caminaban, se tambaleaban y corrían hacia ellos acercándoseles velozmente por detrás, e iluminó sus ojos y sus manos y las toscas armas que empuñaban.

Chewbacca disparó su arco de energía y la ráfaga atravesó el pecho de algo que, a juzgar por la forma achatada de su cabeza, en tiempos muy lejanos parecía haber sido un carosita. La criatura siguió avanzando a rastras, dejando un rastro de sangre en su camino. Han abrió fuego con su desintegrador contra el segundo grupo y falló, creando una enorme cicatriz que onduló en el fango de los viejos pozos, y un trueno ahogado retumbó en algún lugar cerca de ellos. El suelo tembló levemente bajo sus pies, y un pequeño diluvio de fragmentos rocosos se desprendió del techo y cayó sobre sus cabezas.

—¡Por aquí! —gritó.

Volvió a alzar el luminador, y su resplandor les mostró lo que parecían artefactos humanos apenas visibles en la lejanía y la oscuridad: un camino elevado que avanzaba a través de la caldera apagada, unos escalones casi imperceptibles y, en lo alto de una pequeña protuberancia negra, un círculo de columnas de piedra que delineaban sus formas contra el resplandor enjoyado de los líquenes multicolores.

—¡Podemos acabar con ellos cuando entren en el camino!

El segundo grupo de atacantes ya había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba del comienzo del camino. Han echó a correr en esa dirección, con el wookie precediéndole gracias a la mayor longitud de sus piernas y sus primeros atacantes galopando como una jauría de fieras a cuatro metros detrás de él. La primera criatura del nuevo grupo llegó al camino en el mismo momento que Chewbacca, y atacó al wookie con una barra de metal robada de algún viejo taller. Chewbacca disparó su arco de energía, y el impacto hizo que el atacante saliera despedido hacia atrás y cayera en un antiguo pozo de barro lleno de lo que al primer vistazo Han había creído era una delicada formación de depósitos minerales o piedra caliza cuyo color y extrañas circunvoluciones le daban un curioso aspecto craneal.

Cuando el atacante —que parecía haber sido un mluki antes de que la locura y el abandono le hubieran convertido en una bestia aullante— cayó en el pozo, la formación caliza cobró vida con un repentino temblor de membranas ondulantes y una frenética agitación de las capas carnosas de un moho carnívoro. El mluki, que ya estaba sangrando debido al impacto del haz de energía disparado por Chewbacca, rodó sobre sí mismo e intentó levantarse y echar a correr, pero la cosa del pozo envolvió su cuerpo con tentáculos que parecían serpientes blancas de goma elástica y lo arrastró hacia las profundidades.

Las membranas blanquecinas se removieron como una flor temblorosa o una masa de entrañas palpitantes y fueron enrojeciendo lentamente, y el color se difundió a lo largo de ellas hasta llegar a los bordes del pozo.

Han y Chewie reanudaron su huida. El sendero se iba estrechando al pasar entre una sucesión de cráteres llenos de aquel moho carnívoro, y los habitantes de los pozos se estremecieron violentamente e intentaron agarrarles los pies con sus tentáculos serpentinos. Más gritos resonaron en la oscuridad detrás de ellos, pero Han no se atrevió a volver la cabeza para averiguar qué nuevas criaturas estaban emergiendo de las tinieblas y se añadían a la persecución.

Al final del sendero, en el centro del círculo de columnas, había un pozo.

El agujero tenía unos tres metros de diámetro y estaba rodeado por una especie de estrado. Han pudo oír el sonido del agua que corría debajo y sintió el relativo frescor del aire húmedo que brotaba del pozo sobre su rostro abrasado. La claridad blanca del luminador le permitió ver a las criaturas que se aproximaban en una tambaleante carrera por el camino, con las bocas abiertas y lanzando alaridos en sus rostros velludos, llenos de cicatrices y arañazos y contorsionados por la locura. Algunos todavía llevaban los harapos de lo que habían sido ropas, y agitaban garrotes y cuchillos improvisados. Algunos habían sido humanos.

Sus ojos eran círculos inexpresivos en los que sólo había locura. Era como volver a ver los ojos de Drub McKumb.

Se estaban aproximando muy deprisa. Lo que había sido un gotal se acercó demasiado al borde del sendero, y fue atrapado por un tentáculo surgido del pozo de moho que había al lado. Los otros ni siquiera miraron atrás cuando el gotal fue arrastrado entre aullidos hasta el interior de una montaña de membranas temblorosas. El primer disparo que hizo Chewbacca con el rifle desintegrador eliminó a un hirsuto esqueleto que había sido un wífido: el segundo falló y se perdió en un cráter menor, donde levantó un surtidor de barro a medio enfriar que se desparramó por los alrededores en una gigantesca explosión de lo que parecía puré humeante. El suelo volvió a temblar, como en una hosca advertencia. Chorros de llamas brotaron de los pozos de barro, y riachuelos irisados de líquido caliente empezaron a rezumar de las aberturas.

Ninguno de los atacantes se dio cuenta de ello.

Han sabía que aunque los dos disparasen lo más deprisa posible, nunca conseguirían acabar con todas aquellas criaturas antes de ser arrollados.

No había ningún camino que bajara del pequeño montículo.

—¡Por el pozo!

Chewie lanzó un rugido de protesta.

—¡Por el pozo! Hay una salida, eso es agua que corre, puedo oírla…

No había ninguna forma de averiguar si la salida incluía espacio suficiente para respirar, naturalmente.

Un horrendo devaroniano se lanzó sobre Chewbacca, con un brazo ya medio arrancado por un haz desintegrador, y empezó golpearle con un trozo de acero arrancado de alguna máquina. Chewbacca lo alzó en vilo y lo arrojó sobre el grupo de atacantes, y después volvió a disparar para cubrirles mientras Han se subía de un salto al estrado del pozo y proyectaba la claridad del luminador sobre el agua.

Cinco metros, más o menos. Tal como había pensado, más que un pozo era un conducto que llevaba hasta un arroyo subterráneo.

Han dio un paso hacia adelante y se dejó caer.

El agua estaba tan caliente que le faltaba muy poco para quemar —sólo el contraste con la atmósfera superrecalentada por las rocas había hecho que las ráfagas de aire que subían del pozo pareciesen frescas—, y la corriente era terrible. Han se aferró a las viejas y desgastadas piedras del arco lateral del pozo hasta que oyó el ruidoso chapoteo de la caída de Chewbacca y el gruñido que el wookie lanzó para indicarle que se encontraba bien. Un instante después la fuerza del agua hizo que perdiera su presa sobre las piedras, y Han se encontró girando locamente en la más absoluta negrura mientras la corriente le golpeaba implacablemente contra las rocas, castigándole como si estuviera atrapado en una carrera de pesadilla cuyo único objetivo era dejarle sin aliento y hacerle chocar con algún obstáculo invisible.

Barrotes. Había una hilera de barrotes que atravesaba el curso del arroyo subterráneo.

El agua se estrelló contra su rostro, y Han oyó/sintió el impacto húmedo de algo más chocando contra los barrotes. Buscó a tientas y encontró el tranquilizador contacto de un pelaje empapado.

Chewbacca le felicitó por su magnífica habilidad a la hora de preparar huidas lo más cómodas posible.

—No te hagas el listo conmigo, Chewie —replicó Han—. He conseguido que saliéramos de esa caverna, ¿verdad?

Mientras hablaba siguió buscando a tientas un asidero para la mano o para el pie, cualquier agarradero que pudiera encontrar en los barrotes, y se estiró para ir examinando toda la longitud de metal corroído. La hilera de barrotes terminaba en una hendidura del techo de roca a medio metro por encima de la superficie del agua, y la hendidura era tan estrecha que Han apenas si podía meter la mano por ella. Estaba intentando deslizar los dedos en aquel angosto espacio cuando rozaron algo quitinoso con muchas patas que reaccionó poniéndose en movimiento a toda velocidad, y Han se apresuró a sacar la mano con un grito de asco.

—Probemos por el otro lado.

Tragó una honda bocanada de aire, giró sobre sí mismo y empezó a bajar por los barrotes. Los cilindros metálicos no paraban de descender, la corriente aplastaba su cuerpo contra ellos, siempre más negrura, siempre más agua…

¿Qué haría si los barrotes bajaban hasta una distancia mayor de la que podía ascender con una sola bocanada de aire dentro de los pulmones?

Pensarlo hizo que se sintiera dominado por el pánico, y Han siguió descendiendo a lo largo de los barrotes.

Roca. Y un espacio de unos treinta centímetros que había sido excavado en el fondo del cauce subterráneo por la salvaje carrera del agua a lo largo de los años.

Han retorció el cuerpo para meterse por el hueco y subió desesperadamente mientras se preguntaba qué haría si su sentido de la orientación acababa engañándole. Subió en una trayectoria angular, volvió a bajar y fue arrastrado por la corriente que tiraba de él, aferrándole y precipitándole hacia la negrura.

«Puede que no salga vivo de ésta», pensó.

Su cabeza emergió del agua en el mismo instante en que estaba pensando que ya no podría seguir conteniendo el aliento ni un solo segundo más. Han estaba mareado y se sentía muy débil, pero consiguió deslizar los brazos por dos huecos de la hilera de barrotes y eso le permitió no tener que confiar en sus cada vez más agotadas manos.

—En el fondo —jadeó—. Muy abajo…

El agua le arrancó de la hilera de barrotes.

Han y Chewbacca permanecieron acostados durante un buen rato sobre la hierba al lado del manantial caliente, tragando aire con jadeos entrecortados como si fuesen dos alimañas medio ahogadas que hubieran sido eructadas por una alcantarilla de Coruscant. El tenue y lejano resplandor dorado de unas luces de baja potencia indicaba la situación de un camino. Insectos fosforescentes jugueteaban entre los árboles como traviesas bandadas de diamantes. El aroma de los frutos de la liana-arco y la hierba mojada casi lograba ocultar el débil hedor a podrido de las vaharadas de azufre que brotaban del arroyo. Los skrikers y los mirones entonaban su grave canto coral por debajo de los trinos de un ave nocturna que cantaba en el huerto.

Han rodó sobre sí mismo y vomitó una considerable cantidad de agua.

—Me estoy haciendo demasiado viejo para estas cosas —dijo después.

Chewbacca estuvo totalmente de acuerdo con él.

Han pensó que por lo menos no pillarían ningún resfriado. La corriente del río que surgía del Pozo de Plett estaba más caliente que el agua de baño, y el aire de aquella zona no se encontraba mucho más frío. Estaban rodeados por guirnaldas de vapor surgidas de los manantiales calientes que emergían a la superficie en la parte más baja del huerto, y que eran llevados hasta allí por las cañerías tendidas hasta las viejas casas. Han se preguntó si sería peligroso quedarse dormidos donde estaban y en qué clase de líos podían llegar a meterse si lo hacían.

Pero entonces el recuerdo de algo que había ocurrido en las criptas acudió a su mente, y acabó decidiendo que tal vez no fuese buena idea.

Han irguió el torso apoyándose en los codos, para lo que tuvo que hacer un considerable esfuerzo y superar el miedo de que aquel cambio de postura hiciese que se encontrara todavía peor de lo que ya estaba.

—¿Notaste algo de particular en nuestros amigos de las criptas, Chewie?

La sardónica réplica de Chewbacca hizo que Han se preguntara por qué algunas personas afirmaban que los wookies no tenían ningún sentido del humor.

—Cuando aparecieron, los tres últimos grupos de atacantes ya sabían dónde encontrarnos —dijo Han en voz baja.

Chewie guardó silencio. En ciertas especies de monos de las cavernas —tal vez incluso en el caso de los wookies—, aquello no hubiese tenido nada de raro. El sentido del olfato y la capacidad de orientarse mediante los ecos casi siempre estaban altamente desarrollados en todas las razas y especies acostumbradas a la oscuridad.

Pero Han había podido ver que sus atacantes no eran miembros de aquellas razas y especies, a menos que se contara al gotal, que había formado parte del primer grupo. Han sospechaba que sus atacantes eran exactamente lo mismo que había sido Drub McKumb: contrabandistas, o amigos de contrabandistas, que habían oído los rumores sobre las criptas que se suponía no existían y que habían hecho sus propios «cálculos». Después habían ido en busca de los chips de xileno y los hilos de oro que habían formado la base de la breve opulencia de Nubblyk el Slita, y habían encontrado… ¿Qué era lo que habían encontrado?

—Vamos, Chewie —dijo Han cansadamente—. Volvamos a casa.

CAPÍTULO 11

Luke estudió el rostro de Cray e intentó decidir si se acordaba de quién era o de si seguía estando bajo la influencia de la programación de la Voluntad.

La imagen de la visipantalla de la sala de reunión era tan pequeña que resultaba difícil saberlo. Había morados en sus mejillas, su mentón y su hombro, visible a través de un desgarrón de su chaqueta, y la capa de mugre y sudor que cubría sus cabellos rubios les daba el aspecto rígido y opaco de un amasijo de alambres. Pero mientras dos jabalíes de la tribu de los klaggs tiraban de ella, llevándola casi a rastras a través del recinto hasta el pequeño podio negro del Puesto de Justicia, sus ojos ardían con el brillo de la desesperación y su mirada estaba endurecida por la furia y la frustración.

—¡Los klaggs se revuelcan en el jabón! —aulló Ugbuz, que estaba de pie junto a la mesa al lado de Luke.

—¡Cobardes! ¡Narices de flor! ¡Comerrepollos! —gritaron los otros gakfedds, que se habían congregado alrededor de la pantalla y llenaban toda la sala sumida en la penumbra.

Cray estaba exhausta y muy sucia, pero parecía ilesa aparte de sus morados. Durante su totalmente infructuoso registro del Bloque de Detención de la Cubierta 6, Luke se había sentido continuamente acosado por el temor de que la Voluntad hubiera implantado en los klaggs la idea de que, como rebelde y culpable de sabotaje, Cray tenía que ser interrogada; y esa pesadilla había hecho que siguiera recorriendo los pasillos de los alrededores del Bloque Principal durante varias horas hasta tener la absoluta seguridad de que Cray nunca había estado allí, de que los klaggs nunca habían estado allí y de que todos los androides interrogadores seguían en su sitio y que aún se hallaban conectados a los cargadores murales. Luke los había desconectado y había arrancado todos los cableados a los que consiguió acceder.

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