Los ingenieros de Mundo Anillo (46 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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Sólo había una manera de salir de la «Aguja». El único disco que Teela podía haber alcanzado llevaba a una sonda puesta en una ladera de Mons Olympus. El camino de Teela sería el que habían seguido ellos, y la conduciría hasta allí.

Unos sorbos de concentrado de glucosa y de agua. Intentar relajarse. Luis no veía a Chmeee; no tenía ni idea de adónde había ido el kzin. Harkabeeparolyn le miraba. Luis hizo una seña hacia el corredor y luego le hizo ademán de que se fuese. Ella lo entendió y desapareció tras la pendiente de una loma. Luis se halló a solas.

Aquellas lomas eran demasiado planas. Los matorrales color verde oscuro servirían para ocultar a un hombre inmóvil, pero le impedirían actuar.

Pasó el tiempo. Luis usó el equipo sanitario incorporado en su traje, al tiempo que se sentía desvalido y acosado. Retornó a su puesto. Vigila. Con su conocimiento de los sistemas de transporte interior del Centro de Mantenimiento, no tardará en aparecer. Dentro de pocas horas, o ahora.

¡Ahora! Teela cayó como un proyectil teledirigido, justo bajo el techo del corredor. Luis tuvo una visión fugaz de ella mientras rodaba por el suelo listo para disparar. Estaba de pie sobre un disco de casi dos metros de diámetro, que guiaba por medio de una columna llena de manivelas y mandos.

Luis disparó. Chmeee disparó también, desde dondequiera que estuviese escondido. Dos hilos de luz rubí tocaron el mismo blanco. Pero Teela se había agachado, sirviéndose del disco como escudo. Había visto ya todo lo que necesitaba para saber sus posiciones con total precisión.

Pero el disco volador estaba incendiado de llama rubí, y se precipitaba hacia el suelo. Luis pudo ver un instante a Teela mientras caía entre los extraños árboles verde oscuro.

Había desplegado un pequeño paracaídas.

Conque hay que dar por supuesto que sigue viva e ilesa, y apúrate. Con economía de movimientos, Luis escaló la loma y echó una ojeada al otro lado. Podía salir bien, y su sedal de superconductor todavía tenía el extremo sumergido en el agua.

¿Dónde estaría ella?

Algo apareció en la cima de la elevación contigua. Un rayo verde lo cazó al vuelo y se fijó en el objeto mientras éste se inflamaba y ardía. Adiós al traje espacial de Chmeee. Pero al mismo tiempo, un enjambre de proyectiles del tamaño de la mano, voló hacia el punto donde se originaba el rayo del láser verde. En el escondrijo se alzaron media docena de fogonazos blancos y se oyó el ¡snap! de un arco eléctrico cercano, señal de que Chmeee había logrado convertir en bombas las pilas de fabricación titerote.

Teela estaba cerca, y tenía un láser. Si se le ocurriese rodear el estanque, aprovechando la cresta vecina… Luis corrigió su posición.

El traje quemado de Chmeee había caído demasiado despacio. La protector habría adivinado que estaba vacío. ¡Cthulhu y Alá! ¿Cómo luchar contra una protector con suerte?

Teela asomó mucho más abajo de la ladera de lo que Luis esperaba y le envió un dardo de luz verde, desapareciendo antes de que Luis pudiera mover siquiera el dedo. Parpadeó. La protección antideslumbrante de su casco le había salvado los ojos. Pero, cualesquiera que fuesen sus instintos, Teela había mostrado el propósito de acabar con Luis Wu.

De nuevo surgió en un lugar imprevisto. La luz verde fue a morir en la tela negra. Esta vez, Luis consiguió devolver el fuego, aunque sin saber si había acertado, pues ella desapareció enseguida. Había entrevisto una armadura de cuero flexible un poco demasiado holgada, y unas articulaciones muy hinchadas: nudillos y dedos como rosarios de nueces, rodillas y codos como melones. No llevaba ninguna coraza, excepto su propia piel.

Luis se dejó caer rodando ladera abajo. Empezó a reptar con rapidez. Era fatigoso. ¿Dónde aparecería la próxima vez? El no estaba versado en aquellos juegos. En sus doscientos años de vida, jamás había sido soldado.

Dos nubecillas de vapor se alzaron sobre la superficie del estanque.

A su izquierda, Harkabeeparolyn se puso de pronto en pie y disparó. ¿Dónde estaba Teela? Su láser no replicaba. Harkabeeparolyn, erguida dentro de su envoltura negra, era una diana perfecta; luego se agachó y empezó a correr colina abajo, echó cuerpo a tierra y se puso a reptar.

El pedrusco cayó por el lado izquierdo, y ¿cómo podía Teela ser tan rápida? La roca le dio a Harkabeeparolyn con tal fuerza que le rompió el hueso y le rasgó la manga. La mujer de la raza de los Ingenieros se levantó gritando de dolor, y Luis se dispuso a verla partida en dos. ¡Maldición! Pero ¡atento al rayo!

No hubo rayo, y se dijo que no debía mirar sino actuar. Había visto de dónde partía la roca. Era una garganta entre dos colinas, y reptó lo más deprisa que pudo para ponerse en desenfilada. Luego se volvió y… ¡nej! ¿Dónde estaba Chmeee? Luis arriesgó una ojeada sobre la cima.

Harkabeeparolyn ya no gritaba. Sollozaba quedamente; se había quitado el cinturón volador y con una mano trataba de arrancarse la envoltura de tela negra. El otro brazo colgaba, roto. Intentaba salir del traje.

Teela había estado allí. ¿Hacia dónde iría? No estaba haciendo caso de Harkabeeparolyn.

Harkabeeparolyn no conseguía quitarse el casco. Trastabilló ladera abajo pugnando por romper la tela con una mano y luego se golpeó la visera con una piedra.

Había transcurrido demasiado rato. Ahora Teela podía estar en cualquier parte. Luis se desplazó de nuevo, esta vez buscando el lecho de un arroyo seco. Porque si trataba de ocupar otra colina, ella le descubriría.

¿Sería verdaderamente capaz de anticiparse a todos sus movimientos? ¡Una protector! ¿Dónde estaría ahora?

«¿Detrás de mí?» Luis sintió un hormigueo en la nuca. Se volvió sin saber muy bien por qué, y disparó contra Teela en el mismo instante en que un pequeño objeto metálico le machacaba las costillas. El proyectil desgarró su traje y sus carnes, y le hizo perder la puntería. Apretó el brazo izquierdo contra el costado para sujetar la tela rota y buscó el lugar donde había estado Teela con el láser de rubí. Pero ella se puso en pie y desapareció antes de que el haz pudiese alcanzarla, y una bola metálica maciza hizo saltar chispas del casco de Luis.

Rodó cuesta abajo, siempre sujetándose el traje con el brazo. A través de la visera astillada distinguió a Teela, que caía sobre él como un gran murciélago negro, y le asestó el rayo rubí sin darle tiempo a esquivarlo.

¡Nej y maldita sea! Ni siquiera se molestaba en esquivarlo, ¡y para qué! Llevaba puesta la túnica de tela superconductora negra que había sido de Harkabeeparolyn. Mantuvo apuntado el láser con ambas manos. Le mataría, pero antes iba a calentarla mucho más de lo que ella pudiera soportar. El demonio acorazado saltó hacia él con la tela en jirones pegada al cuerpo, como si estuviera mojada.

¿En jirones? ¿Por qué? ¿Y qué era aquel olor?

Ella hizo una finta y lanzó el láser como un proyectil hacia un lado, contra Chmeee. El desintegrador y la linterna láser saltaron de las manos de Chmeee y chocaron en el aire.

El olor a árbol de la Vida penetraba, estaba en las narices de Luis y en su cerebro. No era como lo del cable. La corriente se bastaba a sí misma, era una experiencia a la que no faltaba nada para ser perfecta. El olor a árbol de la Vida causaba el éxtasis, pero al mismo tiempo despertaba un hambre indomable. Ahora Luis ya sabía cuál era el árbol de la Vida.

Tenía hojas de color verde oscuro, brillantes, y raíces en forma de tubérculo, y había muchos a su alrededor, y el sabor…, algo en su cerebro le decía que el sabor debía de ser paradisíaco.

Estaban a su alrededor, y no podía comer de ellos. No podía por culpa de su casco, e hizo un esfuerzo por apartar las manos de los cierres que le habrían permitido quitárselo, porque no podía ponerse a comer mientras la variante humana de un protector de Pak se dedicaba a matar a Chmeee.

Aferró el láser con ambas manos, como si fuese un arma con retroceso. El kzin y la protector estaban trabados y rodaban cuesta abajo, dejando un reguero de jirones negros. Les siguió con el hilo color rubí. Dispara primero y apunta después. Tú no tienes hambre. Te mataría, eres demasiado viejo para lograr la mutación a protector. Te mataría.

¡Nej, qué olor! Su cerebro le daba vueltas. Era tremendo el esfuerzo de la voluntad que se necesitaba para resistirlo. Era mucho más malo que dejar de poner en marcha el contactor todas las noches de su vida durante los últimos dieciocho años. ¡Inaguantable! Luis aseguró la orientación del rayo y aguardó.

Teela falló una patada mortal y por un momento, perdió el aplomo, con la pierna en el aire. El rayo rojo la tocó y la canilla de Teela se puso al rojo vivo, incandescente, que hería la vista.

Al tiempo que disparaba, vio que ella también lograba lanzar otro proyectil: parte de la cola rosada de Chmeee cayó al suelo y se retorció como un gusano herido. Chmeee ni siquiera pareció darse cuenta. Pero ahora Teela había visto la dirección del rayo y trató de empujar a Chmeee hacia él. Luis apartó la línea roja y aguardó otra ocasión.

Chmeee había recibido lo suyo también y sangraba por varias heridas, pero tenía inmovilizado a la protector gracias a su mayor peso. Luis observó una piedra afilada en el suelo, a manera de hacha primitiva, que no tardaría en machacar el cráneo de Chmeee. La fulminó con el láser y la mano de Teela, que ya se alargaba hacia ella, se incendió.

Sorpresa, ¿eh, Teela?

¡Nej, qué olor! ¡Te mataré sólo por el olor del árbol de la Vida!

Perdida una mano y con una pierna estropeada, Teela ya no tendría mucho que hacer, pero ¿cuál sería la gravedad de las heridas de Chmeee? Los luchadores empezaban a fatigarse y Luis vio que Teela hundía el córneo pico en busca del cuello de Chmeee. Éste se retorció y por un instante, el cráneo deforme de Teela quedó expuesto. Luis le metió el rayo en el cerebro.

Fueron necesarios los esfuerzos combinados de Luis y de Chmeee para abrirle las mandíbulas a Teela y separarlas del lugar donde habían hecho presa en el cuello de Chmeee.

—Dejó que sus instintos lucharan en su lugar —logró jadear por fin Chmeee—, no su cerebro. Tenías razón, ha luchado para no ganar. Que K'dapt nos asista, si hubiese luchado para vencer.

Todo había pasado, excepto la sangre que goteaba del pelo de Chmeee, excepto las costillas despellejadas y posiblemente rotas de Luis, y excepto el olor, el olor a árbol de la Vida, que aquello sí que no cesaba. Y excepto Harkabeeparolyn, metida hasta las rodillas en el agua del estanque, con la mirada extraviada y pugnando todavía por quitarse el casco a la fuerza.

La tomaron de los brazos y se la llevaron de allí. Ella luchó y Luis tuvo que luchar también, contra ella y para alejarse de tantas hileras y más hileras de árbol de la Vida.

Chmeee se detuvo en el corredor, abrió los cierres del casco de Luis y se lo quitó.

—Respira, Luis. El viento sopla en dirección a la granja.

Luis olfateó el aire. El olor había desaparecido. Le abrieron el casco a Harkabeeparolyn para que se ventilaran sus ropas. Pero no sirvió de gran cosa. Su mirada seguía enloquecida, y Luis le limpió los espumarajos de la boca.

El kzin preguntó:

—¿Puedes resistirlo? ¿Podrás evitar que regrese? ¿Sabrás contenerte tú también?

—Sí. Nadie sino un cableta arrepentido lo conseguiría.

—¿Brrr?

—Tú no lo sabrás nunca.

—Tienes razón. Dame tu cinturón volador.

Los correajes le quedaban muy estrechos y debieron de hacerle daño, al clavarse en las llagas de Chmeee. Éste sólo permaneció ausente durante unos minutos, y regresó con el cinturón volador de Harkabeeparolyn, con su propio desintegrador y con dos linternas láser.

Harkabeeparolyn se había calmado un poco, seguramente a consecuencia del cansancio. Luis luchaba contra una depresión terrible. Chmeee dijo:

—A lo que parece, hemos ganado una batalla pero hemos perdido la guerra. ¿Qué vamos a hacer ahora? Tu mujer y yo necesitamos cura. Quizá logremos llegar hasta el módulo.

—Sí, pasando a través de la «Aguja». ¿Qué quieres decir con eso de que hemos perdido la guerra?

—Ya oíste a Teela. La «Aguja» se halla en estasis, así que nos hemos quedado con las manos desnudas. ¿Cómo vamos a descubrir el funcionamiento de toda esta maquinaria, sin los instrumentos de la «Aguja»?

—Hemos ganado. —Luis se sentía lo bastante mal como para tener que aguantar el pesimismo del kzin por añadidura—. Teela no era infalible. ¿Ha muerto, no? ¡Qué sabría ella si el Inferior trataba de alcanzar el interruptor del sistema de estasis! ¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Con una protector dentro de su nave y sólo un mamparo por medio?

—¿Acaso no tuvo a un kzin atrapado en ese mismo camarote? Ese mamparo es de un casco de la General de Productos. Yo digo que el Inferior quería alcanzar uno de los discos teleportadores, pero estuvo un poco lento.

Chmeee lo pensó.

—Tenemos el desintegrador.

—Y sólo dos cinturones voladores. Veamos, ¿a qué distancia de la «Aguja» nos encontramos? A unos tres mil kilómetros, casi deshaciendo el camino por donde vinimos ¡Malo!

—¿Qué se hace con un humano que tiene el brazo roto?

—Entablillarlo.

Luis se puso en pie. Moverse no le resultaba fácil. Encontró una barra de aluminio y luego no recordaba para qué la quería. Tuvieron que hacer los vendajes con tela superconductora, puesto que no había otra cosa. El brazo de Harkabeeparolyn se hinchaba alarmantemente. Luis lo fijó y luego usó hilo superconductor para coserle a Chmeee las heridas más profundas.

Ambos morirían si no recibían tratamiento y allí no había tratamiento que darles. Luis estaba por sentarse en el suelo y dejarse morir. Muévete, hombre, que no dejará de dolerte aunque permanezcas inmóvil. Conseguirás superarlo. ¿Por qué no empiezas ahora mismo?

—Voy a montar unas parihuelas entre los cinturones voladores. ¿Qué nos serviría? La tela superconductora no es lo bastante fuerte.

—Hay que buscar algo. Estoy demasiado malherido para hacer de explorador, Luis.

—No será necesario. Ayúdame a quitarle ese traje a Harkabeeparolyn.

Usó el láser para abrir el traje presurizado por delante, hizo tiras de la tela y las entretejió para fabricar unas parihuelas con aquella tela reforzada. Luego ató los extremos a los correajes de su cinturón volador.

—Muy hábil —dijo Chmeee.

—Gracias. ¿Podrás volar?

—No lo sé.

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