Los ingenieros de Mundo Anillo (44 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—No entiendo a qué te refieres con eso del trabajo sucio.

—Ella sabe cómo salvar el Mundo Anillo. Lo supieron todos. Hay que sacrificar un cinco por ciento para salvar el noventa y cinco por ciento. Pero ellos no son capaces de hacerlo. Ni siquiera pueden admitir que lo haga otro, pero han de conseguir que ese otro lo haga. Doble juego.

—¿Y concretamente qué?

En aquellos números había algo que cosquilleaba el subconsciente de Luis. ¿Por qué? ¡Nej! De momento, mejor dejarlo.

—Teela escogió ese edificio porque era parecido a la cárcel flotante de Halrloprilialar, la que nos sirvió durante la primera expedición. Tenía que llamar nuestra atención de algún modo. Y lo dejó donde quería vernos. No sé lo que pasa en esta parte del centro de mantenimiento, pero éste es el punto álgido de todo este cajón de muchos millones de metros cúbicos. Se supone que lo demás hemos de adivinarlo nosotros.

—¿Pues qué? ¿Acaso no está segura de tenernos atrapados?

—Hagamos lo que hagamos, ella procurará impedirlo. Tendremos que matarla. Eso era lo que nos decía. Sólo tenemos una ventaja, y es que ella luchará deseando perder.

—No te sigo —dijo el titerote.

—Ella quiere que el Mundo Anillo sobreviva. Quiere que acabemos con ella. Nos lo ha dado a entender en la medida de lo posible. Pero, aunque nosotros lleguemos a descubrirlo todo, ¿seremos capaces de acabar con tantos seres inteligentes?

—¡Pobre Teela! —dijo Chmeee.

—Sí.

—¿Cómo vamos a matarla? Si estás en lo cierto, habrá previsto algo para ayudarnos.

—Lo dudo. Como mucho, habrá procurado no adivinar todo lo que seríamos capaces de intentar, puesto que entonces se vería obligada a impedírnoslo. Estamos abandonados a nuestros propios recursos. Y no olvidemos que matan a los alienígenas por instinto. En mi caso, quizá titubee esa fracción de segundo que es esencial.

—Muy bien —dijo el kzin—. Todas las armas pesadas están a bordo del módulo. Aquí nos vemos empotrados en la roca. ¿Está todavía abierto el enlace teleportador con el módulo?

El Inferior regresó a la cubierta de mandos para averiguarlo.

—El enlace está abierto —comunicó—. El mapa de Marte es de scrith, pero su espesor sólo es de centímetros, ya que no ha de resistir los esfuerzos tremendos del suelo del Anillo. Mis instrumentos lo atraviesan, y lo mismo los discos teleportadores. Hasta aquí ha funcionado nuestra buena fortuna.

—Muy bien. ¿Me acompañas, Luis?

—Claro. ¿Cuál es la temperatura a bordo del módulo?

—Algunos de los sensores se han quemado. No puedo decíroslo —dijo el Inferior—. Si el módulo está en condiciones de uso, todo irá bien. De lo contrario, recoged vuestro equipo y regresad a toda prisa. Y si las condiciones son intolerables, regresad sin demora. Necesitamos saber con qué contamos.

—El paso siguiente y obvio: ¿qué hacemos si el módulo no es utilizable? —dijo Chmeee.

—Aún nos queda otra vía de salida, pero necesitamos los trajes presurizados —respondió Luis—. No nos esperes, Inferior. Localiza nuestra posición y localiza a Teela. Debe de hallarse en un lugar abierto, en algún lugar idóneo para cultivos.

—A la orden. Supongo que estamos a cierta profundidad debajo de Mons Olympus.

—Yo no contaría con eso. Quizá nos haya disparado con un haz láser muy potente para obligarnos a entrar en estasis, y para remolcarnos luego al lugar preparado a fin de cubrirnos de roca fundida. Y ese lugar va a ser el escenario del asesinato.

—¿Tienes alguna idea de lo que espera de nosotros, Luis?

—Sólo la más vaga, pero calla ahora.

Luis se pidió un par de toallas de baño y entregó una de ellas a Chmeee. Luego añadió un par de zuecos de madera.

—¿Preparado?

Chmeee se colocó de un brinco sobre el disco teleportador, y Luis le imitó.

31. El Centro de Mantenimiento

Fue como caer dentro de un horno. Luis tenía sus zuecos; en cambio Chmeee sólo podía contar con el revestimiento del suelo para proteger sus pies. El kzin desapareció escalera arriba, rebufando cada vez que tocaba una pieza de metal.

Luis contuvo la respiración y supuso que Chmeee estaría haciendo lo mismo. El aire ardía y hacía daño en los pulmones. El suelo tenía una inclinación de cuatro o cinco grados. Su error fue mirar al exterior, pues lo que vio le dejó petrificado de incredulidad. Fuera, en la semioscuridad, creyó ver un tiburón curioso. Agua del mar.

Le hizo perder dos o tres segundos. Subió por la escalera con más precauciones que Chmeee conteniendo la necesidad de respirar, tomando el aire a pequeñas bocanadas que le abrasaban de todos modos. Olía a quemado, a cerrado, a humo y a calor.

Chmeee, con el pelo del cuello completamente erizado, estaba curándose las quemaduras de las manos. Los tiradores de los armarios eran de metal. Luis se enrolló la toalla alrededor de la mano y empezó a abrir compartimentos. Chmeee hizo lo mismo con su toalla y se puso a vaciarlos. Trajes presurizados. Cinturones de vuelo. Una desintegradora. Tela superconductora. Luis tomó el casco de su traje presurizado, abrió la válvula del depósito de aire y después de enrollarse la toalla alrededor del cuello se puso el casco. El airecillo que le acariciaba la cara era caliente pero no abrasador, y respiró con delicia.

El casco de Chmeee no se podía desmontar del traje; tuvo que ponérselo todo y cerrarlo. Su respiración afanosa resonó de pronto en los auriculares de Luis, y daba miedo.

—Estamos debajo del agua —dijo Luis—. ¿A qué será debido este condenado calor?

—Pregúntamelo mañana. Ayúdame a llevar esto.

Chmeee recogió su cinturón volador y su coraza de impacto, una bobina de hilo negro y una buena cantidad de tela superconductora, así como el desintegrador pesado, y se encaminó con todo ello hacia la escalera. Luis le siguió, tambaleándose bajo el peso del cinturón volador de Prill, de la linterna láser y de dos trajes presurizados completos incluyendo otras tantas corazas de impacto. Empezaban a arderle las carnes.

Chmeee se detuvo delante de los instrumentos de la cabina de vuelo. Al otro lado de la ventanilla hervía un agua verdosa; a lo lejos se adivinaban grandes extensiones de algas recorridas por cardúmenes de pececillos. El kzin jadeó:

—Ahí, los instrumentos… contestan a tu pregunta. Teela me incendió con un haz de microondas… Los sistemas de control ambiental fallaron. Los repulsores de scrith fallaron… El módulo cayó. Las microondas… no pudieron atravesar el agua… pero el módulo sigue caliente porque… los intercambiadores de calor fueron lo primero que se estropeó… Demasiado bueno el aislante. Ahora no nos sirve el módulo.

—Al diablo con eso —dijo Luis, y utilizó el disco teleportador.

Dejó caer su carga, con la cara bañada en sudor. Se arrancó el casco caliente y respiró una bocanada de aire fresco. Harkabeeparolyn le apoyó y le llevó medio a rastras hasta la cama, murmurando palabras de consuelo en la lengua de los Ingenieros.

Chmeee no aparecía.

Luis se soltó, se puso de nuevo el casco y corrió a colocarse sobre el disco teleportador.

Chmeee estaba ocupado con los mandos. Puso su equipo en manos de Luis y ordenó:

—Llévate esto. No tardaré.

—A la orden, señor.

Luis casi se había puesto el traje presurizado cuando el kzin apareció en la «Aguja», y procedió a quitarse enseguida el suyo.

—No hace falta que te des tanta prisa, Luis. El módulo está inutilizado, Inferior. Lo he programado para que despegue con los motores de fusión rumbo al Mons Olympus, como mera maniobra de diversión. Quizá Teela desperdicie un par de segundos en destruirlo.

El micrófono contestó:

—Bien. Hemos hecho algunos progresos, pero no puedo mostrároslos. Es posible que Teela intercepte nuestras comunicaciones.

—¿Y bien?

El Inferior se materializó procedente de la cabina de vuelo, para poder hablar sin ayudas artificiales.

—Por supuesto, muchos de mis instrumentos han quedado inutilizados, pero al menos conozco nuestra orientación. Hay una fuente de importantes emisiones de neutrinos, probablemente una central de fusión, a unos trescientos kilómetros a babor y hacia el giro. El radar de profundidad muestra que estamos rodeados de cavidades; algunas son del tamaño de una habitación, pero hay otras tremendas, destinadas a contener la maquinaria pesada. Creo que he identificado la caverna vacía donde estuvo el andamiaje de la brigada de reparación, por el tamaño, la forma y las marcas del suelo. La salida es una compuerta inmensa, abierta en la pared del mapa, y oculta debajo de la gran catarata. He encontrado almacenes de lo que sin duda son parches para los impactos de grandes meteoritos, y otra compuerta, seguramente para naves menores, militares tal vez…, no sabría decirlo… y aún otra compuerta más. Debajo de la catarata hay seis accesos en total. He conseguido…

—¡Tus órdenes eran de encontrar a Teela Brown, Inferior!

—¿No acabas de aconsejarle paciencia a Luis Wu?

—Luis Wu es un humano y entiende lo que digo cuando hablo de paciencia. En cuanto a ti, bestia herbívora, es lo que te sobra.

—Y lo que tú propones es asesinar a la variante humana de un protector de Pak. Espero que no vayas a pensar en alguna especie de duelo, en un desafío y salto, y luchar contra Teela con las manos. No, hemos de luchar contra Teela con nuestros cerebros. Paciencia, kzin. No olvides lo que nos jugamos.

—Adelante.

—He logrado precisar nuestra situación con respecto a Mons Olympus: la montaña queda a mil trescientos kilómetros a babor y a contragiro de donde estamos. Sospecho que Teela disparó contra la «Aguja» con un láser pesado u otro dispositivo similar para mantenernos en estasis mientras nos remolcaba durante más de mil kilómetros, pero no entiendo por qué.

—Nos remolcó hasta donde tenía preparada la roca fundida para sepultamos. Este lugar va a ser el escenario de su hipotético asesinato múltiple. Aún no hemos averiguado cómo, ¡nej! ¡Es posible que haya sobreestimado nuestra inteligencia!

—Lo dirás por ti, Luis. Seguramente está debajo de nosotros. —Una de las cabezas del titerote se volvió hacia arriba—. Encima de nosotros, según la orientación de la nave, se detecta un grupo de habitaciones donde tiene lugar una actividad eléctrica importante, sin mencionar emisiones de impulsos de neutrinos como para indicar la existencia de media docena de radares de profundidad.

»Además he descubierto un hemisferio de sesenta y dos coma cuatro kilómetros de diámetro, en cuya pared se localiza otra fuente de neutrinos. Es móvil y la emisión es aleatoria, como si fuese una central de fusión. No se ha movido mucho durante los escasos minutos transcurridos desde vuestra ausencia, pero creo que en unas quince horas más o menos tres habrá recorrido ciento ochenta grados del domo. ¿No te sugiere nada eso, comedor de carne, guerrero?

—Un sol artificial. Agricultura. ¿Dónde?

—A cuatro mil kilómetros hacia el borde de estribor del mapa. Pero como vuestra invasión va a tener lugar por el Mons Olympus, será a doce grados a contragiro de estribor. Tal vez habrá que penetrar alguna pared. ¿Llevas el desintegrador portátil?

—Como no soy del todo estúpido, lo llevo. Oye, Inferior, si el módulo llegase al Mons Olympus podríamos salir a través de los discos teleportadores y directamente por la escotilla de carga de la naveta. Pero Teela nos abatiría primero.

—¿Por qué? Ahora no estamos a bordo del módulo y ella lo sabe, puesto que tiene radar de profundidad.

—Brrr. Entonces vigilará el módulo, esperará hasta que aparezcamos y nos destruirá. ¿Es ésa la sapiencia que ha servido a los de tu raza para cazar lechuzas?

—Sí. Entraréis en Mons Olympus horas antes de que llegue la naveta. Programaré la sonda para que nos siga. En la sonda hay una placa receptora. Por supuesto, eso os deja sin medios para regresar a la «Aguja».

—Grrrr. Suena practicable.

—¿Qué equipo vais a necesitar?

—Trajes presurizados, cinturones voladores, láseres de mano y el desintegrador. También he traído esto —Chmeee indicó la tela superconductora—. Teela desconoce su existencia. Puede servirnos. Se podrían coser unas túnicas para recubrir nuestros trajes presurizados. Tú, Harkabeeparolyn, ¿sabes coser?

—No.

—Yo sé —dijo Luis.

—Y también yo —dijo el muchacho—. Basta con que me expliquéis cómo lo queréis.

—Lo haré. No hace falta que sea muy elegante. Hemos de suponer que Teela usará láseres y no armas lanzaproyectiles ni hacha de guerra. La coraza de impacto no podemos ponérnosla sobre el traje presurizado.

—Eso no es del todo exacto —dijo Luis—. Por ejemplo, yo podría ponerme la armadura de impacto de Chmeee por encima de mi traje presurizado.

—Embutido en todo eso no te moverás con rapidez suficiente.

—Tal vez no. ¿Cómo están esos ánimos, Harkabeeparolyn?

—Estoy confusa, Luis. ¿Lucháis a favor o en contra de la protector?

—Ella lucha contra nosotros, pero desea perder —explicó amablemente Luis—. Aunque no puede manifestarlo así; ella ha de comportarse tal como se lo dicta su cerebro y sus glándulas. ¿Puedes creer todo esto?

Harkabeeparolyn titubeó y luego dijo:

—La protector se comportaba como…, como cuando alguien se sabe vigilado por otro a quien teme, y que observa todo cuanto dice y hace. Así me sentía yo durante mi entrenamiento en el edificio Panth.

—Así es. El vigilante es la propia Teela. ¿Serías capaz de luchar contra un protector sabiendo que si pierdes puede morir todo un mundo?

—Creo que sí. En el peor de los casos serviría para distraer al protector.

—Muy bien. Te vienes con nosotros. Tenemos un equipo que iba destinado a otra mujer de tu raza. Te enseñaré lo que pueda sobre los elementos que vas a llevar. Ella llevará tu coraza de impacto, Chmeee, entre el traje presurizado y el revestimiento superconductor.

—Y que lleve el láser de Halrloprillalar. Yo perdí el mío en un descuido. Llevaré el desintegrador. Sé cómo trucar baterías de reserva para que suelten toda la carga en un milisegundo.

—Esas baterías son de mi pueblo. Las proyectamos por razones de seguridad —intervino el Inferior, desconfiado.

—Déjamelas de todos modos. A continuación cerrarás todos los canales de comunicación. Es de suponer que Teela termine de comer y regrese antes de que nosotros estemos a punto aquí. Me gustaría disponer de más tiempo. Luis, enséñale a Kawaresksenjajok cómo debe coser esos revestimientos. Hay que usar hilo también superconductor.

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