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Authors: Amado Nervo

Tags: #Poesia

Los jardines interiores (4 page)

BOOK: Los jardines interiores
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Esta niña dulce y grave…

Esta niña dulce y grave,

tiene un largo cuello de ave,

cuello lánguido y sutil

cuyo gálibo suave

finge prora de una nave,

de una nave de marfil.

Y hay en ella cuando inclina

la cabeza arcaica y fina,

—que semeja peregrina

flor de oro— al saludar,

cierto ritmo de latina,

cierto porte de menina

y una gracia palatina

muy difícil de explicar…

Nuestro Amo está expuesto

Nuestro Amo está expuesto,

Nuestro Amo está expuesto,

anda, dile a Nuestro Amo, Damiana,

que guarde tu almita de luz para el cielo.

Nuestro Amo

está expuesto en su enorme custodia,

como un sol de nieve

dentro de un sol de fuego;

en su enorme custodia,

donde, como flores de un país de ensueño,

dos querubes de alas en espiral, fingen

corolas de plumas.

Las damas del pueblo

enviaron sus canarios

para adorno del templo,

y esos luminosos

pájaros, batiendo

sus alitas de ocre, gorjean tan dulce

que así deben cantar las bandadas

de Dios en el cielo.

Hay matas de flores tan finas

como el terciopelo,

como mágicas sedas olorosas;

hay tiestos

rizados de musgo, naranjas doradas,

con mil flamulillas de oropel, que crujen

al soplo del viento,

al soplo del viento,

que hace esgrima con luces de cirios,

como con espadas de trémulo fuego.

Nuestro Amo está expuesto

y la Santa Virgen, cubierta de joyas,

está en un crucero,

con su veste de tela de plata,

sonriendo

y ostentando en su diestra afilada

una gran camándula de vivos destellos

y sortijas de antigua factura

prendidas al viejo marfil de sus dedos.

Anda, dile a la Virgen, Damiana,

que guarde tu almita de luz para el cielo.

Nuestro Amo está expuesto,

anda a visitarlo, Damiana, te hincas

en el presbiterio,

ante el ascua de oro del altar bendito

rezas un padre-nuestro

y le cuentas a Dios tus angustias,

tus deseos,

y le dices así: «Padre mío,

tú formaste mi alma de diamante y quiero

seguir siendo en la vida un diamante

para ser un diamante en el cielo

y acurrucarme

como un lucero,

en la noche, que es el infinito

raso azul de tus santos joyeros.

Quiero ser un diamante,

y si las miserias y si el sufrimiento

vienen y obscurecen mis facetas diáfanas,

para seguir siendo

diamante en la angustia, diamante en las lágrimas,

diamante en los duelos,

Tú que sacas la luz de la sombra,

harás que me vuelvan todas las negruras un diamante negro…»

Anda a ver a Nuestro Amo, Damiana,

¡anda a verlo!

¡Oye las campanas como cantan Gloria

in excelsis Deo!

Corre a la iglesia, retoño mío,

luz de mis años, flor de mis hielos…

Anda a ver a Nuestro Amo, Damiana,

Nuestro Amo está expuesto.

Tú vienes con el alba

Tú vienes con el alba, por eso eres rosada;

tus ojos, que se acuerdan del trópico,

son dos gemelos del ensueño… Mi almita enamorada,

que la ilusión te mime, ¡que te bendiga Dios!

Mi verso fue paloma, paloma querellosa;

mas hoy turba es de abejas que giran en tropel,

buscando tus perfumes, ¿acaso no eres rosa?

libando en tus pistilos, ¿acaso no eres miel?

Un hada, mi madrina risueña y leve, un hada

que tuvo por alcázar el cáliz de una flor,

bendijo nuestras nupcias en fresca madrugada.

Yo me llamé Tristeza, me llamo hoy Alborada;

tú te llamaste Infancia, ¡te llamas hoy Amor!

De vuelta

alí al alba, dueño mío,

y llegué, marcha que marcha

entre cristales de escarcha,

hasta la margen del río.

¡Vengo chinita de frío!

¡De la escarcha entre el aliño,

era el dormido caudal

como un sueño de cristal

en un edredón de armiño!

(Emblema de mi cariño).

Alegre estaba, señor,

junto a la margen del río,

alegre en medio del frío:

Es que me daba calor

dentro del alma tu amor.

Te vi al tornar, mi regreso

esperando en la ventana,

¡y echó a correr tu Damiana

por darte más pronto un beso!

—¿Por eso? —¡No más por eso!

Tan rubia es la niña que…

¡Tan rubia es la niña, que

cuando hay sol no se la ve!

Parece que se difunde

en el rayo matinal,

que con la luz se confunde

su silueta de cristal

tinta en rosas y parece

que en la claridad del día

se desvanece

la niña mía.

Si se asoma mi Damiana

a la ventana y colora

la aurora su tez lozana

de albérchigo y terciopelo,

no se sabe si la aurora

ha salido a la ventana

antes de salir al cielo.

Damiana en el arrebol

de la mañanita se

diluye y si sale el sol,

por rubia… ¡no se la ve!

Cuando llueve…

—¿Ves, hija? con tenue lloro

la lluvia a caer empieza.

—Sí, padre, y cayendo reza

como una monja en el coro.

—Damiana, hija mía,

ya enciende el quinqué,

yo tengo melancolía…

—¡Yo también, no sé por qué!

—Padre, el agua me acongoja,

vagos pensares me trae.

—Damiana, la lluvia cae

como algo que se deshoja.

—¿Oyes? murmurando está

como una monja que reza…

—Damiana, ¡tengo tristeza!

—Yo también… ¿por qué será?

Exhalación

Cayó la tarde y el taimado anhelo

que noche a noche la extensión explora,

busca en vano la estrella donde mora

mi luminoso espíritu gemelo.

Como un ave de luz herida al vuelo,

que al caer bate el ala tembladora,

una blanca fotófuga desflora

la comba lapizlázuli del cielo.

¿Es lágrima de un dios ese astro errante?

¿Es «Ella» que dejó su edén distante

para buscarme en la existencia ingrata?

—Tú lo sabes, ¡oh luna dulce y fría,

que trazas, dividiendo noche y día,

tu divino paréntesis de plata!

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