Los refugios de piedra (38 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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Invitaron a los visitantes de la Novena Caverna a pasar al área de vivienda principal de la pequeña comunidad del valle y les ofrecieron una infusión, que estaba ya preparada. Manzanilla, determinó Ayla después de probarla. Era evidente que Lobo sentía curiosidad por explorar aquel nuevo refugio de piedra –probablemente no más que Ayla–, pero ella lo obligó a quedarse a su lado. Todos habían oído hablar ya del lobo que obedecía a la mujer, claro está, y muchos incluso lo habían visto, pero de lejos. Ayla era consciente de que para la gente resultaba más inquietante tenerlo dentro de su propia caverna.

Presentó a Lobo a la hermana de Brameval y a su Zelandoni ante la mirada de los demás. Pese a que la Novena y la Decimocuarta Caverna mantenían estrechas relaciones de amistad, todos sabían que era la forastera, Ayla, el centro de atención. Después de las presentaciones, y tras una segunda infusión, se produjo el silencio incómodo que se da a veces entre desconocidos que no saben qué hacer o decir. Joharran miraba con impaciencia el sendero de salida, que descendía hacia el Río.

–¿Quieres ver el resto de Pequeño Valle, Ayla? –propuso Brameval cuando se puso de manifiesto que Joharran deseaba marcharse.

–Sí, desde luego.

Con cierto alivio, los visitantes de la Novena Caverna y varias personas de la Decimocuarta bajaron por los peldaños labrados en el precipicio mientras los niños saltaban desde el borde de la terraza. Aunque el amplio refugio era el hogar principal de la Decimocuarta Caverna, se utilizaban también dos refugios de menor tamaño situados uno junto al otro al pie de la pared rocosa orientada al sur.

Se detuvieron en un pequeño refugio que se hallaba sólo a unos pasos de allí.

–Éste es el Refugio del Salmón –dijo Brameval, y los guio al interior de un recinto casi circular de unos seis metros de diámetro. Una vez dentro, señaló hacia arriba.

Ayla alzó la mirada y en el techo abovedado vio un salmón de tamaño natural –algo más de un metro de largo– esculpido en bajo relieve, con la boca ganchuda de un macho yendo aguas arriba para desovar. Formaba parte de una escena más compleja que incluía también un rectángulo dividido por siete líneas, las patas delanteras de un caballo, y otros signos enigmáticos y grabados, junto con la huella de una mano sobre un fondo negro. En toda la bóveda se apreciaban amplias zonas de intensos colores rojo y negro, usados para dar realce a los grabados.

Realizaron un rápido recorrido por el resto de Pequeño Valle. Al suroeste, frente al gran refugio de roca, había una caverna espaciosa, y al sur un saliente formaba un pequeño refugio que se adentraba en la pared del precipicio a través de una galería de unos veinte metros de longitud. A la derecha de la entrada a la galería, sobre una pequeña terraza natural, había labrados dos uros con vigorosos contornos y un rinoceronte apenas esbozado.

Muy impresionada por las bellezas naturales de Pequeño Valle, Ayla expresó abiertamente su admiración. Brameval y la Decimocuarta Caverna estaban orgullosos de su hogar y les complacía enseñarlo a una persona que daba muestras de saber apreciarlo. Además, empezaban a acostumbrarse al lobo, gracias en parte a que Ayla lo mantenía en todo momento bajo control. Fueron varios los que insistieron a los visitantes para que se quedaran a comer, o al menos Ayla.

–Me gustaría –contestó–, pero esta vez no es posible. Sin embargo, volveré encantada.

–Antes de irte, pues, te enseñaré nuestra encañizada –dijo Brameval–. Está camino del Río.

Condujo al numeroso grupo que se había congregado, incluidos los visitantes, hasta una trampa permanente para peces construida en el Arroyo de los Peces. El cauce que recorría el estrecho valle era un lugar de desove para salmones, al que los peces adultos regresaban cada año. Mediante diversas adaptaciones, la encañizada era una manera eficaz de atrapar a muchas otras variedades de peces que también se sentían tentadas por el arroyo. Pero la pieza más preciada era el enorme salmón, especie cuyo macho adulto medía por término medio alrededor de un metro veinte, pero en algunos casos alcanzaba el metro y medio.

–También elaboramos redes para pescar, sobre todo en el Río –explicó Brameval.

–La gente con la que me crie vivía cerca de un mar interior –dijo Ayla–. A veces iban a la desembocadura del río que pasaba cerca de su caverna y pescaban esturiones con redes. Se alegraban especialmente cuando atrapaban hembras porque les gustaban las pequeñas huevas negras.

–Yo probé las huevas de esturión cuando visitamos a la gente que vive cerca de las Grandes Aguas, al oeste –contó Brameval–. Son buenas, pero el esturión rara vez remonta hasta aquí. El salmón sí, claro está, y las huevas también son buenas, algo más grandes y de un color vivo, casi rojo. No obstante, prefiero el pescado a las huevas. Creo que a los salmones les gusta el rojo. ¿Sabías que el macho se vuelve rojo cuando nada corriente arriba? Al esturión lo conozco menos. Por lo que tengo entendido, llegan a hacerse muy grandes.

–Jondalar pescó uno de los esturiones más grandes que he visto en la vida. Creo que debía de medir el doble que él –comentó Ayla volviéndose para sonreír al hombre alto. Con un destello en los ojos, añadió–: ¡Y vaya el trabajo que le dio!

–A no ser que penséis quedaros, me parece que Jondalar tendrá que contar la anécdota otro día –atajó Joharran.

–Sí, mejor otro día –convino Jondalar. Era una anécdota un tanto bochornosa, y no le entusiasmaba la idea de contarla.

Mientras se dirigían juntos hacia el Río, siguieron hablando de pesca.

–Las personas a las que les gusta pescar solas suelen usar un anzuelo. Conocéis la técnica, ¿no? –preguntó Brameval–. Se coge un trozo pequeño de madera, afilado por las dos puntas, y se ata en el centro un cordel fino –daba sus explicaciones con vivo entusiasmo, gesticulando con ambas manos al hablar–. Yo acostumbro añadir un flotador y atar el otro extremo del cordón a una vara. Pongo una lombriz en el anzuelo y lo echo al agua. Luego permanezco atento. Cuando se nota un mordisqueo, hay que dar un tirón rápido y seco, y con un poco de suerte el anzuelo queda atravesado en la garganta o la boca del pez, clavándose las dos puntas a los lados. Incluso los jóvenes se las arreglan bastante bien.

Jondalar sonreía.

–Ya lo sé. Tú me enseñaste cuando era joven –dijo, y miró a Ayla–. Cuidado con Brameval si empieza a hablar de pesca –comentó, y el jefe pareció un tanto avergonzado–. Ayla también pesca, Brameval. Es capaz de capturar los peces con las manos.

–¿Con las manos? –repitió Brameval–. Eso sí me gustaría verlo.

–Hace falta mucha paciencia, pero no es difícil –aseguró Ayla–. Algún día te lo mostraré.

Tras abandonar el estrecho desfiladero de Pequeño Valle, Ayla notó que la enorme masa de piedra caliza conocida como Roca Grande, que formaba el lado norte del valle en que estaba enclavada la Decimocuarta Caverna, se alzaba casi verticalmente pero, a diferencia de Roca Alta, no partía casi del borde mismo del agua. Unos pasos más adelante, el sendero se ensanchaba a medida que las altas paredes de piedra caliza de la orilla derecha se retiraban del cauce hasta formarse un extenso campo entre el pie del precipicio y el Río.

–Esto se llama Campo de Reunión –dijo Jondalar–. Es otro de los sitios frecuentados por todas las cavernas de los alrededores. Cuando queremos reunirnos por algún motivo, como un festejo o una asamblea informativa, aquí hay espacio suficiente para todos. A veces venimos después de una gran cacería a secar la carne para el invierno. Supongo que si hubiese existido aquí un refugio de piedra o una cueva habitable, alguien lo habría ocupado, pero ahora puede usarlo cualquiera. La gente viene sobre todo en verano, cuando basta con una tienda para quedarse unos días.

Ayla miró en dirección al precipicio de piedra caliza, al otro lado del campo. Si bien no había refugios utilizables ni cuevas profundas, la pared presentaba numerosas repisas y grietas donde anidaban los pájaros.

–Antes yo trepaba a menudo por esa pared –dijo Jondalar–. Hay muchos puntos desde donde contemplar el paisaje y la vista del valle del Río es espectacular.

–Los jóvenes aún lo hacen –informó Willamar.

Más allá del Campo de Reunión y a un paso ya de la Novena Caverna, otra serie de precipicios de piedra caliza se alzaba muy cerca del Río. Allí, las fuerzas que habían erosionado la piedra habían dado al precipicio un aspecto redondeado, y como en todas las formaciones de piedra caliza, el cálido color amarillento natural de la piedra presentaba vetas de un gris oscuro.

Una empinada cuesta ascendía desde el Río hasta una terraza llana de superficie considerable que se extendía más allá de una hilera de amplios refugios de piedra, separados en algunos sitios por secciones de pared escarpada de roca sin saliente protector. Acercándose allí desde el sur, se veían bajo el abultado saliente de los refugios varias estructuras sencillas de cuero y madera. Se hallaban construidas al estilo de un albergue alargado, con una fila de hogares en medio paralela a la pared del precipicio.

En el extremo norte de la terraza había dos espaciosos refugios de piedra, a una distancia de unos cincuenta metros entre sí, casi contiguos a la enorme Novena Caverna, pero debido a la curva del precipicio estos otros refugios no daban al sur, lo cual los hacía menos deseables. Ayla bajó la vista para contemplar el extremo sur de la terraza de la Novena Caverna, más allá de un surco que recogía el agua vertida desde el borde del porche de piedra, y cayó en la cuenta de que este saliente estaba en una posición algo más elevada.

–¿Qué caverna ocupa este lugar? –preguntó Ayla.

–En realidad, ninguna–contestó Jondalar–. Se llama Río Abajo, probablemente porque está muy cerca de la Novena Caverna yendo aguas abajo. El canal de desagüe abierto en la roca por el manantial que brota de la pared del fondo constituye una división natural entre la Novena Caverna y Río Abajo. Construimos un puente para comunicar los dos lugares. Posiblemente la Novena Caverna utiliza este espacio más que ninguna otra, pero todas las cavernas lo usan.

–¿Para qué se emplea? –preguntó Ayla.

–Para producir cosas. Es un lugar de trabajo. La gente viene aquí a trabajar en sus oficios, sobre todo en aquellos en los que se utilizan materiales duros.

Ayla notó entonces que en toda la terraza de Río Abajo, pero especialmente en el interior y en los alrededores de los dos refugios situados más al norte, había esparcidos residuos de marfil, hueso, asta, madera y piedra, generados por la talla de pedernal y la elaboración de herramientas, armas de caza y utensilios diversos.

–Jondalar, voy a adelantarme –dijo Joharran–. Casi hemos llegado y sé que quieres quedarte un rato aquí para explicarle a Ayla cosas de Río Abajo.

El resto de la gente de la Novena Caverna se marchó con él. Ya atardecía, y pronto sería noche cerrada.

–El primero de estos refugios de piedra lo usan principalmente los talladores de pedernal –explicó Jondalar–. Cuando se trabaja el pedernal saltan muchas esquirlas cortantes, y se debe procurar que no se esparzan, trabajando en un lugar limitado. –Echó entonces un vistazo alrededor y advirtió por todas partes los fragmentos y esquirlas que se habían acumulado allí como resultado del proceso de hacer cuchillos, puntas de lanza, raspadores, cierta clase de punzones llamados «buriles» y otras armas y utensilios realizados a partir de la dura piedra silícea. Con una sonrisa, Jondalar añadió–: Bueno, al menos ésa era la idea en un principio.

Le contó que la mayoría de las herramientas de piedra labradas allí se trasladaban luego al segundo refugio para unirlas a los mangos, hechos de otros materiales, tales como la madera y el hueso. Muchas de las herramientas acabadas, continuó explicando, se usaban luego para la elaboración de otras cosas de los mismos materiales.

No existían allí unas normas claras y estrictas acerca de qué actividades debían llevarse a cabo en cada sitio y cuáles no. A menudo distintas clases de artesanos compartían el mismo espacio.

Por ejemplo, con frecuencia aquel que daba forma al pedernal para convertirlo en una hoja de cuchillo colaboraba estrechamente con el que hacía el mango, quizá rebajando un poco más la espiga de la hoja para que encajara mejor en el mango, o sugiriendo modificaciones o reducciones en éste para mejorar el equilibrio. Otras veces el artesano que daba forma al hueso para obtener puntas de lanza acudía al tallador de pedernal para que le afilara una herramienta o le recomendara algún cambio en ella para facilitar su manejo. También podía ocurrir que el tallista de madera que decoraba el mango o el asta necesitara un buril con una punta especial. En tales casos, únicamente un tallador de pedernal experimentado y diestro era capaz de desprender una minúscula porción de la punta de pedernal de la herramienta en el ángulo preciso para obtener el resultado deseado.

Jondalar saludó a unos cuantos artesanos que se hallaban aún en el segundo refugio del extremo norte de la terraza, y les presentó a Ayla. Observaron al lobo con recelo, pero prosiguieron con su tarea cuando el animal y la pareja se alejaron.

–Ya oscurece –dijo Ayla–. ¿Dónde dormirá esa gente?

–Podrían venir a la Novena Caverna, pero probablemente encenderán una hoguera y se quedarán despiertos hasta tarde. Luego pasarán la noche en alguno de los primeros refugios que hemos visto. Quieren acabar hoy mismo. No sé si te acuerdas, pero antes había aquí otros muchos artesanos. Los demás se han ido ya a casa o se alojan con algún amigo de la Novena Caverna.

–¿Todo el mundo viene aquí a trabajar? –preguntó Ayla.

–Cada caverna dispone de un sitio de trabajo como éste cerca de la zona de vivienda, por lo general más pequeño, pero siempre que un grupo de artesanos tiene una duda o una idea que desarrollar viene aquí.

A continuación, Jondalar explicó a Ayla que también era allí donde acudían los jóvenes que manifestaban interés por un determinado oficio y deseaban aprender. Asimismo era un buen sitio para discutir sobre cuestiones específicas del trabajo, tales como la calidad del pedernal de diversas regiones y los mejores usos para cada variedad; o para intercambiar puntos de vista sobre aspectos técnicos: cómo talar un árbol con un hacha de pedernal, cómo separar trozos de marfil adecuados de un colmillo de mamut, cómo cortar los troncos de una cornamenta, cómo horadar una concha o un diente, cómo modelar y perforar cuentas, o cómo esbozar la forma aproximada de una punta de lanza hecha de hueso. Era también el lugar donde se estudiaba la adquisición de materias primas y se planeaban expediciones o misiones comerciales para conseguirlas.

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