Los refugios de piedra (91 page)

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Authors: Jean M. Auel

BOOK: Los refugios de piedra
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–¿Por qué no buscaste otro hombre al que unirte? –preguntó Mardena.

–¿Por qué no lo buscaste tú? –contraatacó su madre.

–Ya sabes por qué. Teniendo a Lanidar, ¿quién podía interesarse en mí?

–No cargues a Lanidar con las culpas –reprochó Denoda–. Siempre dices lo mismo, pero en realidad nunca lo intentaste, Mardena. No querías que volvieran a hacerte sufrir. Pero aún no es demasiado tarde.

No vieron al hombre que se acercaba.

–Cuando Marthona me ha hablado de los visitantes que ha tenido esta mañana la Novena Caverna, uno de los nombres me ha resultado familiar. ¿Cómo estás, Denoda? –saludó Dalanar cogiendo las manos de la mujer entre las suyas e inclinándose para rozarle las mejillas como si fuera una amiga querida.

Mardena vio sonrojarse un poco a su madre mientras sonreía al hombre alto y apuesto, y tuvo la impresión de que todo su cuerpo cambiaba, adoptando una actitud más femenina, sensual. De pronto vio a su madre bajo una nueva luz. El hecho de que fuera abuela no significaba que fuese realmente vieja. Probablemente algunos hombres la encontrarían atractiva.

–Ésta es mi hija, Mardena de la Decimonovena Caverna de los zelandonii –dijo Denoda–, y mi nieto anda por ahí.

Dalanar ofreció las manos a la mujer más joven. Ella las aceptó y alzó la vista para mirarlo.

–Saludos, Mardena de la Decimonovena Caverna de los zelandonii, hija de Denoda de la Decimonovena Caverna. Es un placer conocerte. Yo soy Dalanar, jefe de la Primera Caverna de los lanzadonii. En nombre de la Gran Madre Tierra, Doni, te hago saber que serás siempre bien recibida en nuestro campamento. Y también en nuestra caverna, claro está.

Mardena se puso nerviosa ante la calidez de su saludo. Pese a que Dalanar tenía edad más que suficiente para ser el hombre de su hogar, se sintió atraída por él. Incluso creyó advertir cierto énfasis en la palabra «placer» que la indujo a pensar en el don del placer de la Madre. Nunca se había sentido tan abrumada por un hombre en la vida.

Dalanar miró alrededor y vio a una mujer alta y joven.

–Joplaya –la llamó, y luego se volvió y habló a Denoda–. Desearía que conocieras a la hija de mi hogar.

Mardena quedó asombrada al ver a la joven que se acercó. Su aspecto no era tan raro como el de la mujer menuda, pero tenía cierto parecido con ella, lo que la hacía casi más extraña. Tenía el pelo casi negro pero con mechones claros. Pese a los altos pómulos, su cara no era tan redonda ni tan chata como la mujer menuda, y su nariz se parecía más a la del hombre, aunque era más delicada. Sus cejas eran por completo negras y suavemente arqueadas. Las pestañas oscuras y tupidas realzaban el contorno de los ojos, que aunque eran similares en la forma a los de su madre, tenían otro color, el inconfundible azul de los ojos del hombre que se hallaba a su lado. No obstante, en los de Joplaya se percibía un brillante matiz verdoso.

Mardena no había asistido a la Reunión de Verano en la que la caverna de Dalanar tomó parte por última vez. El hombre de su hogar la había abandonado recientemente, y ella no tenía ánimos para relacionarse con la gente. Había oído hablar de Joplaya, pero no la conocía. Ahora que por fin la había visto, se veía obligada a reprimir el imperioso impulso que sentía de mirarla. La hija de Dalanar era una mujer de una belleza exótica.

Una vez hubo presentado a Joplaya, y tras el intercambio de saludos y cortesías de rigor, Dalanar y su hija se fueron a hablar con otra gente. Mardena sentía aún la cálida presencia del hombre rubio, y empezaba a entender por qué su madre se había sentido tan cautivada por él. Si hubiera sido el hombre de sus Primeros Ritos, quizá también ella habría quedado igual de hechizada. Pero su hija, aunque encantadora, tenía un aire melancólico, un decaimiento que contradecía el supuesto júbilo de una inminente unión en la ceremonia matrimonial. Mardena no se explicaba por qué alguien que debía estar alegre parecía tan triste.

–Tenemos que irnos, Mardena –dijo Denoda–. No debemos abusar de la hospitalidad de esta gente si queremos que vuelvan a invitarnos. Los lanzadonii mantienen estrechas relaciones con la Novena Caverna, y hacía muchos años que Dalanar y su caverna no venían a una Reunión de Verano. Necesitan renovar sus lazos. Vamos a buscar a Lanidar y a dar las gracias a Ayla por habernos invitado.

Los campamentos de la Novena Caverna de los zelandonii y la Primera Caverna de los lanzadonii eran, en apariencia, dos campamentos de dos cavernas distintas, pero en realidad eran un gran campamento de amigos y familiares estrechamente unidos.

Mientras atravesaban el campamento principal en dirección al alojamiento de la zelandonia, las cuatro mujeres llamaron la atención de todo el mundo. La gente ni siquiera intentaba disimular las miradas. Marthona nunca pasaba inadvertida allí donde fuera. Era la antigua jefa de una caverna importante y conservaba aún gran parte de su poder, además de un considerable atractivo pese a su edad. Aunque algunos conocían o habían visto ya antes a Jerika, ésta era una mujer de aspecto tan poco común, tan distinta, que la gente no podía apartar de ella la mirada. El hecho de que fuera la compañera de Dalanar y cofundadora con él no sólo de una nueva caverna sino de un nuevo pueblo la hacía aún más excepcional.

La hija de Jerika, Joplaya, la joven hermosa y melancólica de cabello oscuro que, según rumores, planeaba unirse a un hombre de espíritus mixtos, estaba rodeada de misterio. La bella mujer rubia traída por Jondalar, que viajaba con dos dóciles caballos y un lobo y era, según decían, una consumada curandera, era probablemente una especie de Zelandoni de otras tierras. Hablaba zelandonii bastante bien y recientemente había encontrado una nueva y magnífica cueva en los territorios de la Decimonovena Caverna. Juntas despertaban aún más interés que por separado, y aunque Ayla empezaba a acostumbrarse a ser centro de atención, agradecía la compañía de las otras mujeres.

Mucha gente estaba ya allí cuando llegaron al alojamiento de la zelandonia. A la entrada, varios hombres donier las miraron escrutadoramente, lo cual sorprendió a Ayla. Como si le adivinara el pensamiento, Marthona explicó:

–A esta reunión no se permite la asistencia de hombres, a menos que sean zelandonia, pero todos los años hay jóvenes, normalmente de los alejados, que intentan acercarse para escuchar. Algunos incluso han intentado entrar disfrazados de mujer. Los zelandonia hombres actúan como guardianes para impedírselo.

Ayla advirtió que varios hombres más de la zelandonia, Madroman entre ellos, permanecían alrededor de la amplia estructura.

–¿Quiénes son los «alejados»? –preguntó.

–Los alojamientos alejados de los hombres jóvenes. Para abreviar, la gente suele llamarlos «alejados». Son alojamientos de verano construidos en la periferia del campamento de la Reunión de Verano por hombres, generalmente jóvenes, que ya no necesitan a una mujerdonii pero aún no se han emparejado –dijo Marthona–. A los jóvenes no les gusta quedarse con sus cavernas; prefieren estar con amigos de su edad, excepto a las horas de comer –sonrió–. Sus amigos no les obligan a cumplir normas como lo hacen sus madres y los compañeros de sus madres. Los hombres sin pareja, especialmente los de esa edad, tienen absolutamente prohibido acercarse a las jóvenes que están preparándose para los Primeros Ritos, pero siempre lo intentan, así que la zelandonia los mantiene vigilados cuando están en el campamento.

»En sus propios alojamientos, si los construyen a distancia suficiente, pueden armar tanto alboroto como quieran, siempre y cuando no molesten a otra gente. Pueden organizar reuniones e invitar a otros amigos, y a mujeres, claro está. Desarrollan una gran habilidad para sacarle comida extra a sus madres y a las amigas de sus madres, y siempre intentan hacerse con barma, vino o lo que sea. Creo que compiten por ver qué alojamiento logra engatusar a las mujeres más bonitas para que los visiten.

»Hay también alojamientos alejados para hombres mayores, normalmente aquellos que no tienen pareja por una razón u otra: hombres que prefieren a otros hombres, hombres que están en una etapa entre parejas, o desean estarlo y quieren escapar de sus cavernas o familias. Durante las Reuniones de Verano, Laramar pasa más tiempo en un alejado que en su propio alojamiento. Allí comercia con su barma, pero no sé qué hace con lo que recibe a cambio. A su familia no le lleva nada, eso desde luego. Los hombres que van a unirse pasan un día o más en un alejado con los zelandonia antes de la ceremonia matrimonial. Jondalar pronto irá, supongo.

Cuando las cuatro mujeres entraron en el alojamiento de la zelandonia, donde no había más luz que la de la hoguera central y algunos candiles, tuvieron la sensación de que el interior estaba a oscuras. Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Marthona miró alrededor y guio a las otras hacia dos mujeres que estaban sentadas en una esterilla, cerca de la pared de la derecha del área central abierta. Las mujeres sonrieron cuando las vieron acercarse y se apartaron para dejarles sitio.

–Creo que está a punto de empezar –dijo Marthona mientras se sentaban en la esterilla–. Ya haremos las presentaciones formales después –se volvió hacia las que habían llegado con ella–. Éstas son Velima, la madre de Proleva, y Levela, su hermana. Son de Campamento de Verano, la Heredad Oeste de la Vigésimo novena Caverna –dirigiéndose de nuevo a las primeras, dijo–: Éstas son Jerika, la compañera de Dalanar, y Joplaya, su hija. Y ésta es Ayla de la Novena Caverna, antes Ayla de los mamutoi, la mujer a la que Jondalar piensa unirse.

Las mujeres se sonrieron, pero no habían tenido apenas ocasión de cruzar palabra cuando la concurrencia quedó en silencio. La Que Era la Primera Entre Quienes Servían A La Gran Madre Tierra y otros varios zelandonia se hallaban de pie frente al grupo. Las conversaciones se interrumpieron a medida que las mujeres advirtieron su presencia. Cuando el silencio fue total, la donier empezó.

–Hablaré aquí de temas muy serios y quiero que me escuchéis atentamente. Mujeres, sois las bendecidas de Doni, las que Ella creó con la capacidad y el privilegio de dar a luz una nueva vida. Aquellas que pronto os emparejaréis necesitáis saber ciertas cosas importantes. –Guardó silencio un momento y las miró de una en una. Cuando vio a las mujeres que acompañaban a Marthona, se detuvo brevemente. Había dos que no esperaba. Marthona y la Zelandoni intercambiaron un gesto de asentimiento, y luego la Primera prosiguió–. En esta reunión hablaremos de temas femeninos: cómo debéis tratar a los hombres que serán vuestros compañeros y qué podéis esperar, y hablaremos también del hecho de tener hijos. Asimismo hablaremos de cómo no tener hijos y de qué hacer si se inicia una vida para la cual no estáis preparadas.

»Puede que algunas de vosotras ya hayáis sido bendecidas con una nueva vida. El vuestro es un honor especial, pero ese honor conlleva también una gran responsabilidad. Algunas de las cosas que os explicaré ya las habréis oído, sobre todo en vuestros Ritos de los Primeros Placeres. Permaneced atentas aunque creáis que ya conozcáis lo que os estoy diciendo.

»En primer lugar, una muchacha nunca ha de unirse antes de ser una mujer, antes de haber comenzado a sangrar y haber celebrado sus Primeros Ritos. Fijaos en la fase de la luna del día en que empezáis a sangrar. Para muchas mujeres, la siguiente vez que la luna esté en esa misma fase volveréis a sangrar, pero no siempre es así necesariamente. Si varias mujeres viven en la misma morada durante un tiempo, a menudo sus momentos lunares cambiarán hasta que los períodos de sangrar se igualen.

Algunas de las muchachas más jóvenes miraron a sus amigas y familiares, sobre todo las que no conocían este fenómeno. Ayla no estaba enterada de ello e intentó recordar si le había pasado alguna vez.

–El primer indicio de que habéis sido bendecidas por la Madre, de que Ella ha escogido un espíritu para mezclarlo con el vuestro e iniciar así una vida, será que no sangraréis en vuestra fase lunar. Si en la luna siguiente continuáis sin sangrar, podéis empezar a pensar que habéis sido bendecidas, pero como mínimo tenéis que haber perdido tres fases lunares y haber observado otros indicios para estar totalmente seguras de que se ha iniciado una nueva vida en vuestro interior. ¿Alguien tiene alguna pregunta sobre esto?

No hubo preguntas. Salvo el detalle de que las mujeres que vivían juntas tendían a sangrar al mismo tiempo, lo demás era ya sabido.

–Sé que muchas de vosotras compartís ya el don del placer de la Madre con vuestros prometidos, y deberíais disfrutar con ello. Si no es así, hablad con vuestro Zelandoni. Sé que es un hecho que cuesta admitir, pero hay maneras de mejorarlo, y los zelandonia guardarán el secreto, vuestro secreto. Aparte de los jóvenes que acaban de alcanzar la madurez, conviene recordar que pocos hombres pueden aparearse con una mujer más de una o dos veces al día, y menos aún cuando se hacen mayores.

»Tenéis que ser conscientes de algo. No es necesario que compartáis placeres con vuestro compañero si no queréis y él está de acuerdo, pero no encontraréis a muchos hombres que estén de acuerdo. No hay muchos que se queden con una mujer que no quiera compartir con ellos el don de la Madre. Aunque ahora os estéis preparando para atar el nudo y no os lo podáis imaginar, el nudo también puede cortarse, por distintos motivos. Seguro que todas conocéis a alguien que ha deshecho la unión con su pareja.

Se produjeron comentarios y cierta agitación. Casi todas conocían algún caso de parejas que ya no vivían juntas.

–Se ha dicho que las mujeres pueden utilizar el don de la Madre para retener a sus hombres teniéndolos contentos y satisfechos. Hay quienes aseguran que Ella concedió Su don a sus hijas por este motivo. Ésta podría ser una razón, pero no la única, de eso estoy segura. Es cierto, no obstante, que vuestro compañero no tendrá tantas tentaciones de buscar placeres con otras mujeres si vosotras satisfacéis sus deseos. Le bastará con compartir este interés pasajero con alguna mujer en las ceremonias para honrar a la Madre, cuando eso es aceptable y los placeres se comparten para complacer a la Doni.

»Pero recordad que, por más que se considere un placer, todas podéis aceptar o rechazar el ofrecimiento de compartir el don de la Madre. No tenéis por qué compartir placeres con otro hombre. Si estáis a gusto con vuestro compañero y compartís con satisfacción Su don, la Madre está complacida. Tampoco es necesario esperar a una ceremonia de la Madre. Nada de lo que tiene que ver con los placeres es obligatorio. Es un don de la Madre y todos sus hijos son libres de compartirlo con quien les plazca y cuando les plazca. Ni vosotras, ni vuestro compañero debéis sufrir por las diversiones pasajeras del otro. Los celos son peligrosos. Pueden tener consecuencias desastrosas. Pueden provocar violencia, y la violencia puede llevar a la muerte. Si alguien muere, eso puede motivar una venganza por parte de los seres queridos de la persona muerta, lo que generaría otra venganza y al final todo serían enfrentamientos. Aquello que pone en peligro el bienestar de los hijos de la Madre que fueron elegidos para conocerla no es aceptable.

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