[3]
R. Smith, «Investigating the previous studies of a fraudulent author»,
British Medical Journal
, 331, 2005, págs. 288-291; T. Hamblin, «The secret life of Dr. Chandra»,
British Medical Journal
, 332, 2006, pág. 369.
[4]
El documental sobre el doctor Chandra puede verse en internet en
Locate TV
.
[5]
H. Hemilä y Herman, Z. S., «Vitamin C and the common cold: a retrospective analysis of Chalmers’ review»,
Journal of the American College of Nutrition
, 14, 2, abril de 1995, págs. 116-123.
[*]
Es importante recordar la diferencia entre
prevenir
los resfriados —algo para lo que la revisión Cochrane no halló indicios de beneficio alguno en el caso de la vitamina C— y
tratarlos
, aspecto éste en el que Cochrane muestra beneficios pequeños a muy elevadas dosis. Como bien pueden imaginar, Holford ha hecho caso omiso en diversas ocasiones de las pruebas existentes a favor de lo primero y de lo segundo, e incluso, en fecha más reciente, en un boletín remitido a sus clientes de pago, llegó a destrozar los datos de tal forma que bien podría haber asustado a los autores originales de ambos estudios. Concretamente, tomando como excusa la modesta reducción del 13,6 % observada en la duración media de los resfriados entre niños y niñas que consumían dosis elevadas de vitamina C, afirmó: «Esto puede ser el equivalente de hasta un mes menos de tiempo de “resfriado” al año para el niño medio». Para que tal afirmación fuese cierta, el niño medio tendría que tener síntomas de resfriado durante más de doscientos días al año. Según la revisión, en los niños en quienes los resfriados tienen mayor incidencia, podría esperarse una reducción de unos cuatro días de resfriado anuales, a lo sumo. Podría extenderme en la larga letanía de errores que contienen sus envíos postales, pero una cosa es dejar claro un argumento y otra (muy distinta) es agotar al lector.
[6]
D. P. Vivekananthan y otros, «Use of antioxidant vitamins for the prevention of cardiovascular disease: meta-analysis of randomised trials»,
The Lancet
, 361, 2003, págs. 2.017-2.023.
[*]
Aprovecho la ocasión para invitar al profesor Holford a que me remita una naranja de supermercado que no contenga nada de vitamina C.
[*]
Existe (en internet) una explicación más detallada de su error de interpretación, pero para los verdaderamente aficionados al tema, les adelantaré que, al parecer, él se sorprendió mucho al ver que varios estudios que mostraban una tendencia no significativa (desde el punto de vista estadístico) a encontrar cierto beneficio en el consumo de píldoras de aceite de pescado, no dieran como resultado, al sumarlos, un beneficio estadísticamente significativo. Esto, en realidad, y como ustedes ya saben, es bastante habitual. Hay otras críticas interesantes que plantear a ese artículo de investigación sobre las propiedades de las grasas omega-3 (como suele haberlas en el caso de cualquier otro artículo de investigación), pero por desgracia para Holford, la suya no era una de ellas.
[*]
Me puse en contacto con qlinkworld.co.uk para comentarles mis hallazgos. Tuvieron la amabilidad de informar al inventor, quien me informó a su vez de que ellos siempre habían dejado muy claro que el QLink no utiliza componentes electrónicos «al estilo electrónico convencional». Al parecer, el trabajo de reprogramación de las pautas energéticas es realizado por un fino polvo de cristal incrustado en la resina. Creo que lo que quiere decir es que se trata de un colgante de cristal como los típicos de la Nueva Era, en cuyo caso podrían haberse limitado a decirlo así desde el principio.
Capítulo 10: El doctor le demandará enseguida
[1]
N. Nattrass, «Estimating the lost benefits of antiretroviral drug use in South Africa»,
African Affairs
, 107, 427, 2008, págs. 157-176.
[2]
P. Chigwedere, Seage, G. R., Gruskin, S., Lee, T. H. y Essex, M., «Estimating the lost benefits of antiretroviral drug use in South Africa»,
Journal of Acquired Immune Deficiency Syndromes
, 49, 4, 1 de diciembre de 2008, págs. 410-415.
Capítulo 11: ¿Es malvada la medicina convencional?
[2]
La referencia clásica de este tema en medicina general es J. Ellis, Mulligan, I., Rowe, J. y Sackett, D. L., «Inpatient general medicine is evidence based», A-Team, Departamento de Medicina Clínica de Nuffield,
The Lancet
, 346, 8.972, 12 de agosto de 1995, págs. 407-410. Ha habido numerosos estudios que han imitado a éste en otras especialidades, y en vez de hacer una lista de ellos aquí, les remito a la excelente revisión de los mismos mantenida en la página de la
School of Health and Related Research
.
[*]
He sostenido en ocasiones diversas que, siempre que sea posible, todo tratamiento sobre el que exista incertidumbre debería ser aleatorizado, y en el NHS (el sistema británico de sanidad pública) disfrutamos en teoría de una posición administrativa única para facilitar ese procedimiento (algo que podría ser una especie de regalo de nuestra parte al resto del mundo). Por mucho que nos preocupen algunas de sus decisiones, lo cierto es que el National Institute for Health and Clinical Excellence (NICE) ha tenido también la inteligente idea de recomendar que algunos tratamientos (aquellos en los que el beneficio es aún incierto) sólo reciban financiación del NHS cuando sean administrados en el contexto de un ensayo clínico (es decir, que reciban una aprobación «sólo en investigación», como aquí se las conoce). El NICE recibe frecuentes críticas (es un órgano político a fin de cuentas) por no recomendar con suficiente presteza que el NHS financie tratamientos aparentemente prometedores. Pero consentir que se financie un tratamiento cuando no está claro si hace más bien que mal es peligroso y dan buena fe de ello diversos casos en los que unos tratamientos prometedores en principio resultaron ser más perjudiciales que provechosos. Durante décadas, no abordamos debidamente las incertidumbres que rodeaban al tratamiento con esteroides de pacientes con lesiones cerebrales: el ensayo CRASH demostró que decenas de miles de personas murieron innecesariamente, porque, en realidad, los esteroides son más dañinos que beneficiosos. En medicina, la información salva vidas.
[3]
S. Mayor, «Audit identifies the most read BMJ research papers»,
British Medical Journal
, 334, 2007, págs. 554-555; J. Hippisley-Cox y Coupland, C., «Risk of myocardial infarction in patients taking cyclo-oxygenase-2 inhibitors or conventional non-steroidal anti-inflammatory drugs: population based nested case-control analysis»,
British Medical Journal
, 330, 2005, pág. 1.366; J. Gunnell, Saperia, J. y Ashby, D., «Selective serotonin reuptake inhibitors (SSRIs) and suicide in adults: meta-analysis of drug company data from placebo controlled, randomised controlled trials submitted to the MHRA’s safety review»,
British Medical Journal
, 330, 2005, pág. 385; D. Fergusson y otros, «Association between suicide attempts and selective serotonin reuptake inhibitors: systematic review of randomised controlled trials»,
British Medical Journal
, 330, 2005, pág. 396.
[4]
A. Iribarne, «Orphan diseases and adoptive initiatives»,
Journal of the American Medical Association
, 290, 2003, pág. 116; A. Francisco, «Drug development for neglected diseases»,
The Lancet
, 360, 2002, pág. 1.102.
[*]
En este tema, como muchos médicos de mi generación, estoy en deuda con el clásico manual
Cómo interpretar un artículo médico: Fundamentos de la medicina basada en la evidencia
, Barcelona, de la profesora Greenhalgh, del University College de Londres. Debería ser un
best seller
.
Testing Treatments
, de Imogen Evans, Hazel Thornton e Iain Chalmers, es también una obra de gran talento, apropiada para el público lego en la materia y, aunque parezca increíble, disponible de forma gratuita para ser descargada en la red en
The James Lind Library
. Para lectores dedicados, recomiendo
Methodological Errors in Medical Research
, de Bjorn Andersen. Es exageradamente largo. Pues bien, el subtítulo es
An Incomplete Catalogue
[Un catálogo incompleto].
[5]
D. J. Safer, «Design and reporting modifications in industry-sponsored comparative psychopharmacology trials»,
Journal of Nervous and Mental Disease
, 190, 2002, págs. 583-592.
[6]
Modell y otros, 1997; Montejo-González y otros, 1997; Zajecka y otros, 1999; Preskorn, 1997: en Safer, ibíd.
[7]
S. J. Pocock, «When (not) to stop a clinical trial for benefit»,
Journal of the American Medical Association
, 294, 2005, págs. 2.228-2.230.
[8]
J. Lexchin, Bero, L. A., Djulbegovic, B. y Clark, O., «Pharmaceutical industry sponsorship and research outcome and quality»,
British Medical Journal
, 326, 2003, págs. 1.167-1.170.
[9]
P. A. Rochon, Gurwitz, J. H., Simms, R. W., Fortin, P. R., Felson, D. T., Minaker, K. L. y Chalmers, T. C., «A study of manufacturer-supported trials of nonsteroidal anti-inflammatory drugs in the treatment of arthritis»,
Archives of Internal Medicine
, 154, 2, 24 de enero de 1994, págs. 157-163.
[10]
J. Lexchin, Bero, L. A., Djulbegovic, B. y Clark, O., «Pharmaceutical industry sponsorship and research outcome and quality: systematic review»,
British Medical Journal
, 326, 7.400, 31 de mayo de 2003, págs. 1.1671.170.
[11]
K. Schmidt, Pittler, M. H. y Ernst, E., «Bias in alternative medicine is still rife but is diminishing»,
British Medical Journal
, 323, 7.320, 3 de noviembre de 2001, pág. 1.071.
[12]
A. Vickers, Goyal, N., Harland, R. y Rees, R., «Do certain countries produce only positive results? A systematic review of controlled trials»,
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, 19, 2, abril de 1998, págs. 159-166.
[13]
H. Dubben y Beck-Bornholdt, H., «Systematic review of publication bias in studies on publication bias»,
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[14]
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[15]
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[16]
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, 40, 1993, págs. 161-166.
[17]
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[18]
E. M. Scolnick, comunicación por correo electrónico con Deborah Shapiro, Alise Reicin y Alan Nies (re: Vigor), 9 de marzo de 2000,
aquí
.
[19]
G. D. Curfman, Morrissey, S. y Drazen, J. M., «Expression of concern reaffirmed»,
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[20]
S. Gottlieb, «Firm tried to block report on failure of AIDS vaccine»,
British Medical Journal
, 321, 2000, pág. 1.173.
[21]
D. Nathan y Weatherall, D., «Academia and industry: lessons from the unfortunate events in Toronto»,
The Lancet
, 353, 9.155, 6 de marzo de 1999, págs. 771-772.
[22]
Gilbody y otros, «Benefits and harms of direct to consumer advertising: a systematic review»,
Quality and Safety in Health Care
, 14, 2005, págs. 246-250,
aquí
.
Capítulo 12: De cómo fomentan los medios una interpretación equivocada de la ciencia entre el público en general
[*]
Estoy parafraseándolo, pero no voy muy desencaminado.
[*]
Programa de entrevistas y variedades de la televisión británica conducido por un popular matrimonio de presentadores.
(N. del T.)
[1]
N. Davies,
Flat Earth News
, Chatto & Windus, 2008.
[*]
Grupo de las veinte universidades británicas líderes en investigación.
(N. del T.)
[*]
Tal vez no debería haber sido una sorpresa. Los alemanes habían detectado ya un incremento en la incidencia del cáncer de pulmón en la década de 1920, pero entonces sugirieron (de manera bastante razonable) que podría estar relacionado con la exposición a gases venenosos durante la Primera Guerra Mundial. En la década de 1930, la detección de amenazas tóxicas en el medio ambiente se convirtió en un elemento importante del proyecto nazi para construir una raza dominante por medio de la «higiene racial».
Dos investigadores, Schairer y Schöniger, publicaron su propio estudio de control de casos en 1943, en el que demostraron una relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón casi una década antes que ningún otro investigador. Su trabajo no fue mencionado en el artículo (ya clásico) de Doll y Bradford Hill de 1950, y si lo buscan en el Science Citation Index, comprobarán que sólo fue referenciado en cuatro ocasiones en la década de 1960, una en la de 1970 y ninguna más hasta 1988, pese a ser una fuente de valiosa información. Habrá quien sostenga que ése es el peligro que se corre descartando aquellas fuentes que nos puedan resultar desagradables. Pero lo cierto es que la investigación científica y médica del nacionalsocialismo alemán estaba estrechamente ligada a los horrores de los asesinatos en masa y a sangre fría, y a las extravagantes ideologías puritanas del nazismo. Fue casi universalmente ignorada y por sobrados motivos. Los médicos habían sido participantes activos en el proyecto nazi y se habían inscrito en el Partido Nacionalsocialista de Hitler en mayor proporción que los miembros de todas las demás profesiones (un 45 % de ellos eran miembros del partido, frente a un 20 % de los maestros, por ejemplo).