Mass Effect. Revelación (20 page)

Read Mass Effect. Revelación Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Mass Effect. Revelación
11.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

El turiano salió afuera y disparó unos cuantos tiros hacia la oscuridad, se dio la vuelta y entró de nuevo en la casa.

—¿No piensas ir tras él? —preguntó Grissom a su desconocido aliado. Seguía sentado en el suelo, pero acababa de usar el cinturón de la bata para atarse un torniquete alrededor del brazo, conteniendo así el flujo de sangre que manaba de su bíceps herido.

—No armado sólo con esto —respondió el turiano, sosteniendo en alto una pistola—. Además, sólo un imbécil se enfrentaría a un krogan biótico en solitario.

—De hecho, creo que lo que el contralmirante Grissom pretendía hacer —apuntó Anderson, yendo hasta el turiano y tendiéndole la mano— era darte las gracias por habernos salvado la vida.

El turiano clavó la mirada en la mano que le ofrecía, aunque no hizo ningún esfuerzo por tender la propia. Abochornado, el teniente retiró la suya.

—Ya sé por qué está aquí —dijo Grissom entre dientes, apretándolos por el dolor e inclinando la cabeza en dirección a Anderson—. ¿Cuál es tu historia?

—Llevo dos días siguiendo de cerca a Skarr —respondió el turiano—. Esperando a que diera un paso.

—¿Siguiéndole de cerca? —preguntó Kahlee mientras se acercaba para examinar la herida de su padre—. ¿Para qué? ¿Quién eres?

—Me llamo Saren. Soy un espectro. Y quiero algunas respuestas.

DOCE

Anderson y el espectro se sentaron en la cocina, mirándose fijamente en silencio a través de la mesa. La sala de estar hubiera sido más cómoda, pero ninguna de las sillas de allí había sobrevivido al destrozo del krogan.

Como en todos los turianos, el rostro de Saren estaba cubierto por un caparazón de cartílago duro. Pero el caparazón de Saren era de un pálido color hueso: parecía una calavera. A Anderson le recordó a las antiguas pinturas de la Tierra que representaban a la Parca, la mismísima encarnación de la muerte.

Kahlee estaba en la parte trasera, cuidando las heridas de Grissom. El contralmirante había intentado protestar, pero estaba débil por la pérdida de sangre y ella consiguió hacer que se acostara. Había encontrado un botiquín militar en el cajón de las medicinas con el suficiente medigel para estabilizar su estado y ahora estaba vendando su herida.

Quería llevarle a un hospital o, al menos, llamar a una ambulancia, pero el espectro se negó obstinadamente. Sus únicas palabras fueron «después de responder a mis preguntas».

Anderson supo en ese mismo instante que no le gustaba Saren. Cualquiera que usara el dolor y el sufrimiento prolongado de un pariente para ejercer presión era un sádico y un matón.

—Ahora está descansando —dijo Kahlee, apareciendo desde la parte de atrás—. Le he dado un calmante.

Entró en la cocina y tomó asiento al lado de Anderson, alineándose instintivamente con uno de su propia especie.

—Date prisa y haz tus preguntas —exigió con brusquedad—, para que pueda llevar a mi padre a un hospital.

—Cooperad y esto acabará pronto —le aseguró Saren; después añadió—: Háblame sobre la base militar de Sidon.

—Fue destruida por un ataque terrorista —respondió Anderson, interviniendo antes de que Kahlee pudiera decir nada que la incriminara.

El turiano le lanzó una mirada hostil.

—No me tomes por imbécil, humano. Ese krogan que casi acaba contigo es un cazarrecompensas llamado Skarr Le he estado siguiendo durante los dos últimos días.

—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó Kahlee, con una voz tan inocente que Anderson casi creyó que realmente no sabía lo que estaba ocurriendo.

—Fue contratado por el hombre que ordenó el ataque a Sidon —contestó Saren con el ceño fruncido—. Le enviaron para eliminar al único superviviente de la base. Tú.

—Parece que sabes más sobre el tema que nosotros mismos —replicó Anderson.

El turiano golpeó su puño en la mesa.

—¿Por qué atacaron la base? ¿En qué estabais trabajando allí?

—Tecnología de prototipos —sugirió Kahlee, antes de que Anderson pudiera hablar—. Armas experimentales para el ejército de la Alianza.

Saren, perplejo, inclinó la cabeza a un lado.

—¿Tecnología para armas experimentales? ¿Eso es todo?

—¿Cómo que si
eso es todo
? —resopló Anderson, con incredulidad, continuando con la mentira que Kahlee le había pasado con tanta habilidad.

—Me parece que eso no es justificación suficiente para atacar una base de la Alianza fuertemente armada —replicó el turiano.

—Nos encontramos al borde de una guerra en el Margen —insistió Anderson—. Todo el mundo sabe que tenemos que ser nosotros o los batarianos. ¿Por qué no querrían atacar nuestra principal base de investigación de armas?

—No —negó Saren categóricamente—. Hay algo más. Me estáis ocultando algo.

Hubo una larga pausa y entonces el turiano sacó casualmente su pistola y la dejó encima de la mesa.

—Quizá no hayáis comprendido la autoridad de los espectros en toda su extensión —continuó amenazadoramente—. Tengo el derecho legal de tomar las medidas que considere necesarias durante el transcurso de mis investigaciones.

—¿Acaso vas a matarnos? —exclamó Kahlee, levantando la voz, anonadada e incrédula.

—Suelo seguir dos reglas —explicó Saren—. La primera es no matar nunca a nadie sin tener un motivo.

—¿Y la segunda? —preguntó Anderson con recelo.

—Siempre puedes encontrar un motivo para matar a alguien.

—Bióticos —dijo Kahlee de repente—. Estábamos intentando encontrar una manera de transformar a los humanos en bióticos.

El turiano consideró su explicación por un momento y entonces preguntó:

—¿Y con qué resultados?

—Estábamos cerca —admitió la joven, con la voz cada vez más suave—. Encontramos a un puñado de sujetos humanos con aptitudes bióticas latentes. Principalmente niños. Bastante más débiles que las que habíamos medido en otras especies aunque, con los nodos de amplificación y un adiestramiento adecuado, aún confiábamos en observar resultados. Justo hace unas semanas concluimos la cirugía de implantación en varios de nuestros candidatos más prometedores. Ninguno de ellos sobrevivió al ataque.

—¿Sabéis quién ordenó el ataque? —preguntó, cambiando de estrategia.

Kahlee negó con la cabeza.

—Probablemente fueran batarianos. Estaba de permiso cuando ocurrió.

—¿Por qué te buscan? —presionó Saren.

—¡No lo sé! —gritó exasperada, golpeando la mesa con el puño—. Quizá crean que puedo conseguir poner el programa de nuevo en funcionamiento. Pero destruyeron los archivos. Asesinaron a los sujetos del experimento. ¡Toda nuestra investigación se ha perdido!

Dejó caer la cabeza entre los brazos, que estaban apoyados sobre la mesa, y rompió a llorar.

—Y ahora todos han muerto —musitó entre sollozos—. Mis amigos. El Dr. Qian. Todos ellos… están muertos.

Anderson puso una mano reconfortante sobre el hombro de Kahlee mientras el turiano permanecía sentado, observándoles impasiblemente. Tras varios segundos, se apoyó en la mesa y se puso en pie.

—Descubriré quién ordenó el ataque —les dijo, mientras guardaba el arma en el cinturón y se daba la vuelta para marcharse—. Y por qué.

Se detuvo en la puerta y se volvió hacia ellos.

—Y si me estáis mintiendo, también lo descubriré.

Un momento después se fue y desapareció en la noche.

Kahlee seguía sollozando. Anderson la atrajo hacia sí, intentando ofrecerle consuelo. Había hecho un buen trabajo con Saren, hilando mentiras con las suficientes hebras de verdad para mantenerlas unidas. Aunque no había nada falso en la reacción que acababa de tener. Las personas de Sidon eran sus amigos y ahora estaban todos muertos.

Apretó la cabeza contra él, buscando consuelo en la cercanía de un compañero humano. Unos minutos después, cesaron las lágrimas y se apartó de él con suavidad.

—Lo siento por esto —se disculpó, riendo nerviosa y compungidamente mientras se enjugaba los ojos.

—Está bien —respondió Anderson—. Has pasado por mucho.

—¿Qué va a suceder ahora? —preguntó—. ¿Vas a detenerme?

—Aún no —confesó—. Lo que le dije el otro día a tu padre iba en serio. No creo que seas una traidora. Pero necesito que me expliques qué está pasando. Y no la historia que le vendiste al turiano. Quiero la verdad.

Asintió y se sorbió la nariz.

—Supongo que es lo menos que puedo hacer después de que arriesgaras tu vida por nosotros. ¿Pero podemos llevar primero a mi padre al hospital?

—Por supuesto.

Al final, llevar a Grissom al hospital no iba a resultar tan fácil. Era un hombre corpulento, y el calmante que Kahlee le había administrado le había dejado grogui. No era más que un peso muerto. Un peso muerto poco dispuesto a colaborar.

—Dejadme en paz —refunfuñó, mientras luchaban en vano para sacarle fuera de la cama a cuestas y ponerle de pie.

Kahlee estaba en un extremo de la cama, sosteniéndole el brazo lesionado. Anderson estaba en el otro, agarrándole torpemente por la cintura y la espalda para evitar tocar su bíceps herido. Cada vez que intentaban tirar de Grissom para ponerle sentado, sencillamente se dejaba caer otra vez.

Su hija intentó razonar con él, resoplando cada vez que lo levantaban.

—Tenemos que… uff… llevarte… uff… a un hospital. ¡Uuffff!

—La hemorragia ha parado —protestó, pronunciando las palabras con dificultad y poca claridad por efecto del calmante—. Dejadme dormir.

—Probemos otra cosa —le sugirió Anderson a Kahlee, poniéndose de pie y dando la vuelta hasta su lado. Se sentó en el borde de la cama, dándole la espalda al contralmirante mientras tiraba del brazo bueno del viejo por detrás de la espalda y se lo pasaba por encima del hombro. Con la ayuda de Kahlee logró ponerse en pie, cargando su nada despreciable peso con una variante de la técnica del bombero.

—¡Bájame, cabrón! —protestó Grissom.

—Un krogan cabreado le ha apuñalado en el brazo y le ha lanzado contra una pared —explicó Anderson, dando unos pasos vacilantes hacia el vestíbulo—. Necesita que alguien le eche un vistazo.

—Estúpido hijo de puta —masculló Grissom—. Se imaginarán que Kahlee está escondida aquí.

Anderson titubeó y entonces se tambaleó dando un paso hacia atrás, medio cayéndose sobre la cama y dejando que Grissom se desplomara de nuevo encima de ésta.

—¿Pesa demasiado? —preguntó Kahlee, preocupada por ambos.

—No —dijo Anderson, resollando ligeramente por el esfuerzo—. Pero tiene razón. Si le ingresamos, estás acabada.

—¿Pero de qué me estás hablando?

—Los puertos están ya en alerta creciente por el ataque a Sidon. Si traemos a una leyenda de la Alianza como el contralmirante Grissom a un hospital con este tipo de heridas, la seguridad se disparará. No habrá manera posible de poder sacarte del planeta sin que seas reconocida. Yo creo en tu inocencia, Kahlee, pero nadie más lo hace. Te detendrán nada más verte.

—Pues entonces me quedaré en casa —resolvió—. Nadie sabe que estoy aquí. Nadie sabe siquiera que somos parientes.

—Sí, claro. Nadie más que yo, un espectro, ese krogan… Todos lo averiguamos, Kahlee. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que alguien establezca la conexión y venga a fisgonear por aquí? Antes de esto, nadie sabía quién eras; no le importabas a nadie. Ahora eres sospechosa de traición; tu nombre y tu foto aparecen en todos los vídeo-diarios. Los periodistas escarbarán en tu pasado e intentarán averiguarlo todo sobre ti. Tarde o temprano alguien comprenderá la verdad.

—¿Y qué podemos hacer?

Fue Grissom quien dio con la respuesta.

—Largaos de este planeta —farfulló—. Conozco a gente que puede pasaros a escondidas por la seguridad de los puertos. Tan sólo tengo que llamarles por la mañana.

Después de eso, Grissom se dio la vuelta y comenzó a roncar, cediendo finalmente a los sedantes. Anderson y Kahlee salieron del dormitorio y se dirigieron a la cocina.

—Tu padre es un hombre muy inteligente —afirmó Anderson.

Kahlee asintió, aunque todo lo que dijo fue:

—¿Tienes hambre? Si vamos a quedarnos aquí hasta la mañana, mejor será que tomemos algo para comer.

En la nevera encontraron un poco de pan, fiambres y mostaza, además de treinta y seis latas de cerveza. Kahlee le lanzó una a Anderson y le dijo:

—Probablemente tenga algo más fuerte escondido por aquí, si te interesa.

—Me conformo con una cerveza —contestó Anderson, abriéndola y tomándose un trago. Era una cerveza local que no había probado nunca antes. Tenía un sabor fuerte; amargo aunque sin regusto—. Debería de ir bien con el sándwich.

—No es una gran comida —se disculpó ella, una vez que se hubieron sentado a la mesa.

—Está bien —respondió—. Aunque sabe un poco extraño con el pan frío. ¿Quién guarda el pan en la nevera?

—Mi madre siempre lo hacía —contestó ella—. Supongo que ésa era una de las cosas en las que mis padres lograban ponerse de acuerdo. Lástima que se necesite mucho más que eso para hacer funcionar un matrimonio.

Tras estas palabras, comieron en silencio, dejando que sus mentes se relajaran. Al acabar, Anderson recogió ambos platos y los dejó sobre el mostrador. Cogió una cerveza de la nevera para cada uno y regresó a la mesa.

—Vale, Kahlee —dijo mientras le pasaba una lata—. Ya sé que ha sido una noche larga. Pero ahora tenemos que hablar. ¿Estás preparada para hacerlo?

Ella asintió.

—Tómate tu tiempo —le sugirió—. Empieza por el principio y llega hasta el final. Necesito saberlo todo.

—No estábamos trabajando en investigación biótica en la base —comenzó, suavemente, y luego sonrió—. Aunque imagino que eso ya lo sabías.

Tiene una sonrisa preciosa
—pensó Anderson—. A pesar de todo, ha sido una buena manera de encubrirlo frente a ese espectro —dijo en voz alta—. Si descubriera lo que estaba ocurriendo en realidad… —se calló al recordar las advertencias de la embajadora Goyle sobre los espectros.

Saren les había salvado la vida. Se preguntaba si realmente podría haber asumido la responsabilidad de asesinar al turiano, de haber sido necesario, para mantener el secreto de la Humanidad. E incluso si lo hubiera intentado, ¿habría tenido éxito?

—Digamos que ésa ha sido una reacción rápida por tu parte —le dijo al fin.

Kahlee se tomó el cumplido con calma y continuó con la historia mientras su voz iba creciendo en fuerza y confianza a medida que hablaba.

Other books

Embrace Me by Roberta Latow
Susanna's Christmas Wish by Jerry S. Eicher
Again, but Better by Christine Riccio
Bound for Danger by Franklin W. Dixon
The Orphan by Robert Stallman
The Brink of Murder by Helen Nielsen
Lady Lavender by Lynna Banning