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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (40 page)

BOOK: Mataorcos
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—Cállate —dijo Gotrek con enojo—. Se los quitamos, y se acabó.

—Y les cortamos la cabeza —añadió Narin, ceñudo—, para asegurarnos de que no vuelvan a atacar después de muertos.

—Humano, conmigo —dijo Gotrek—. Quítales los collares, y yo los mataré. Galin, haz lo mismo para Narin. ¡Adelante!

Gotrek y Félix corrieron hacia los orcos de la izquierda, mientras Narin y Galin se dirigían hacia los de la derecha; pero era imposible. Pareció que los orcos sabían instantáneamente lo que pretendían, y cuando Félix intentó deslizarse por detrás del primero, los demás lo atacaron a él en lugar de a Gotrek, y tuvo que escabullirse como una colegiala para evitar que lo destriparan. Gotrek se interpuso en el camino de los orcos y los mantuvo a raya, pero eran inmensamente fuertes, además de intocables, y lo obligaron a retroceder.

Galin y Narin tenían el mismo problema. Retrocedieron ante los otros tres orcos, mientras esquivaban golpes y los paraban como locos, y luego se lanzaron hacia un lado y corrieron al otro extremo de la habitación. Los orcos los siguieron.

—¡No está funcionando, Gurnisson! —gritó Narin.

Félix regresó junto a Gotrek y se puso a asestar tajos con todas sus fuerzas, aunque sabía que no serviría de nada. La espada resbalaba por la babosa piel de los orcos como si fuera de piedra.

—Intentadlo otra vez —gruñó Gotrek mientras acometía a los orcos.

Félix asintió con la cabeza y se dispuso a describir un rodeo para situarse detrás de los orcos, pero al instante volvió a tenerlos encima. Retrocedió. Al otro lado del agujero cubierto por tablones, Galin y Narin intentaban evitar que los acorralaran.

Félix volvió a mirar el agujero y los tablones.

—¡El agujero! —gritó.

—¿Qué? —preguntó Gotrek.

Félix se apartó de la lucha y corrió hacia el agujero. Dejó la espada en el suelo y comenzó a apartar los tablones. Una ola de fetidez de muerte ascendió hacia él con la fuerza de un puñetazo. Bajo los tablones, el agujero tenía unos tres metros de profundidad. Sólo Sigmar sabía cuál había sido su propósito original, pero entonces era una sepultura. Amontonados en el fondo, había una veintena de cadáveres de orcos, tan viejos y podridos que se les veía el esqueleto a través de la carne corrupta.

Félix maldijo. Había esperado que se tratara de algún tipo de cisterna. Los orcos saldrían de allí en un instante.

—¡Cuidado, humano!

Instintivamente, Félix se apartó a un lado en el momento en que la cuchilla de un orco descendía hacia él y partía el tablón que había estado a punto de levantar. El orco volvió a acometerlo. Félix se lanzó al suelo, rodó más allá del atacante y recogió la espada al ponerse de pie.

—Bien pensado —dijo Gotrek mientras retrocedía ante los otros dos—. ¡Narinsson! ¡Olifsson! ¡Retirad las tablas!

—No, no servirá —jadeó Félix, que se agachó para esquivar otro tajo—. No es lo bastante profundo. Saldrían, a menos que… —Se le había ocurrido una idea.

Regresó de un salto junto a Gotrek y cogió el farol apagado que colgaba del cinturón del Matador. Luego, volvió a escabullirse entre los orcos y, al llegar al agujero, golpeó el farol contra el borde. El depósito de vidrio que había dentro de la carcasa de latón se rompió y el aceite se derramó. Félix lo sacudió mientras avanzaba por el borde del agujero, hasta que el orco se lanzó tras él. Le arrojó el farol a la cara y pasó corriendo por su lado, al mismo tiempo que desviaba por muy poco un golpe alto.

El orco giró para atacarlo otra vez, resbaló en el aceite, recobró el equilibrio y fue tras él. Félix retrocedió, rompió su propio farol como había hecho con el de Gotrek y salpicó de aceite otro tramo del borde del agujero. El hacha del orco hizo saltar esquirlas negras del suelo de basalto a poco más de dos centímetros de uno de sus pies. Félix volvió a apartarse de un salto.

Mientras el orco avanzaba pesadamente tras él, Félix se maravilló de lo clara que tenía la cabeza. El Matador había estado en lo cierto. Una vez comenzada la lucha, el miedo había cedido. No había desaparecido del todo, ya que aún sentía rastros de pavor que serpenteaban dentro de su estómago, pero entonces no lo inundaba por completo. Podía pensar. Podía actuar. No quería darse por vencido. No quería morir.

Al otro lado, Narin y Galin intentaban obedecer la orden de Gotrek y levantar los tablones, pero con tres orcos persiguiéndolos, no tenían mucha suerte. Estaban demasiado ocupados en esquivar hachas como para mover maderos.

Gotrek retrocedió en dirección al agujero, para hacer que los orcos avanzaran hacia él. Al llegar al borde, amagó un golpe a la izquierda que hizo que uno de ellos se lanzara hacia un lado para intentar bloquearlo, y luego viró hacia el lado contrario y dirigió un tajo al estómago del otro.

El orco reaccionó sólo con un gruñido al golpe de la hoja del hacha rúnica contra su blanca carne, y avanzó para descargar su pesada hacha en la cabeza de Gotrek. El Matador se lanzó hacia adelante por debajo del arma, estrelló un hombro contra el vientre del orco y lo empujó hacia arriba con el mango del hacha, que sujetaba con ambas manos como un bastón.

Impelido por el impulso de Gotrek y por el de su propio movimiento de avance, el orco pasó por encima de la espalda del Matador y cayó con estrépito encima de los tablones que aún quedaban sobre el agujero. Se partieron como ramitas bajo el enorme peso, y el orco cayó dentro del agujero, donde aterrizó sobre sus congéneres putrefactos.

El segundo orco de Gotrek cargó hacia él con la maza en alto. Gotrek se movió hacia la izquierda para apartarse de su camino. El piel verde mutante intentó detenerse y girar, pero resbaló sobre el aceite derramado y patinó hasta caer dentro del agujero, sobre el primero.

Galin y Narin pasaron corriendo junto a Gotrek, cerca del borde del agujero, con los tres enormes perseguidores pisándoles los talones. Los enanos esquivaron diestramente el aceite derramado, pero el orco que iba en cabeza no fue tan ágil. Cayó de espaldas y se quedó con el brazo y la pierna derechos colgando sobre el agujero. Félix, que retrocedía ante su atacante, vio la oportunidad. Corrió y pateó un costado del enemigo caído, que patinó hacia el interior del agujero y manoteó con las transparentes zarpas el resbaladizo borde antes de precipitarse hasta el fondo.

Félix giró sobre sí mismo y esquivó un tajo de la cuchilla de su contrincante, y entonces, se encontró espalda con espalda con Gotrek, Galin y Narin. Los tres orcos restantes los rodearon. Detrás de ellos, unas manos blancas como cadáveres se tendían hacia lo alto y manoteaban el borde del agujero, en un intento de hallar asidero en el resbaladizo basalto.

—Hemos igualado las probabilidades —declaró Gotrek con tono de aprobación—. Ahora, vosotros tres matad a uno, mientras yo entretengo a los otros dos.

—¿Puedes contener a dos? —preguntó Narin.

—Dependerá de con cuánta rapidez matéis a ése —replicó Gotrek—. ¡Vamos!

De repente, el Matador se transformó en un torbellino de acero destellante; el resplandor del hacha rúnica dejaba curvas colas de cometa impresas en la retina de Félix, mientras Gotrek hacía retroceder a los dos orcos con la simple ferocidad brutal.

Félix, Narin y Galin atacaron al tercer orco, e hicieron lo posible por emular el incesante ataque de Gotrek. Félix se escabulló por detrás del monstruo y tendió una mano hacia el collar que llevaba. El orco se apartó bruscamente y le lanzó un tajo. Félix retrocedió y se salvó por un pelo. Narin intentó coger el collar desde el otro lado. El orco giró hacia él al mismo tiempo que el enano se agachaba, y el hacha cortó un cuerno del casco de Narin. De pronto, la lucha le recordó a Félix algún juego infantil, una versión mortífera de «
corre que te pillo».

Volvió a lanzarse hacia el orco, y esa vez cerró los dedos en torno a la gargantilla de oro. Tiró, pero estaba apretada y se hundía profundamente en el resbaladizo cuello de músculos como cuerdas. El bruto se contorsionó y giró, y golpeó a Félix en un costado de la cabeza con el antebrazo recubierto de caparazón. A Jaeger le estallaron chispas blancas por dentro de los párpados y cayó al suelo, pero se llevó consigo el collar.

Vagamente, vio que el orco alzaba la cuchilla para descargar sobre él el golpe mortal, pero luego gruñó y cayó de rodillas, y una sangre espesa y transparente le salió a borbotones por la boca cuando Galin le cercenó el espinazo. El orco se desplomó hacia adelante sobre Félix, pero éste, haciendo una mueca, puso la espada en posición vertical. La hoja se hundió en el blanco vientre hasta la empuñadura.

Narin hizo rodar el cadáver para quitárselo de encima a Félix, y Galin le cortó la cabeza. Jaeger se puso de pie, inestable, y arrancó la espada del cuerpo. Le corría sangre por el costado de la cabeza. El mundo parecía inclinarse. Arrojó el collar al suelo.

—Bien hecho, humano —dijo Narin.

—Sólo nos quedan cinco —añadió Galin con una ancha sonrisa.

—¡Daos prisa, cotorras! —gritó Gotrek.

Los dos orcos tenían contra la pared al Matador, que bloqueaba y esquivaba golpes con desesperación.

Narin, Galin y Félix corrieron a ayudarlo. Cuando pasaron junto al agujero, uno de los orcos caídos dentro trabó el hacha en el borde, y otro comenzó a trepar por la espalda del primero.

—¡Grimnir! —maldijo Galin—. ¡Están saliendo!

—Continuad —dijo Félix—. Yo me encargo.

Sonrió. No podía desaprovechar la oportunidad. Mientras Narin y Galin seguían corriendo, avanzó hasta el borde del agujero y tendió una mano por encima de la cabeza del orco que trepaba, hacia el collar. El bruto le lanzó una dentellada. Félix retiró rápidamente la mano y volvió a intentarlo.

Esa vez lo cogió y lo arrancó del repulsivo cuello del orco.

—¡Ja! —gritó al mismo tiempo que lo arrojaba a un lado y echaba atrás la espada para decapitarlo.

El orco extendió con gran rapidez uno de sus brazos antinaturalmente largos, aferró un tobillo de Félix y tiró de él. Jaeger cayó hacia atrás, y la espada escapó de su mano y se alejó, rebotando. El orco levantó la otra mano e intentó apoyarla para impulsarse fuera del agujero, pero la palma le resbaló en el aceite y comenzó a deslizarse de nuevo hacia abajo, arrastrando a Félix consigo. Félix extendió la otra pierna e intentó clavar el tacón de la bota en el suelo, pero estaba cubierto de aceite. No podía apoyarlo con firmeza. El monstruo tiraba de él inexorablemente hacia la hoja del hacha que el primer orco había trabado en el borde del agujero. La hoja iba a cortarlo en dos desde la entrepierna al cerebro.

Félix manoteó en busca de la espada, pero no la alcanzó.

—¡Gotrek!

Los enanos estaban demasiado ocupados con los otros orcos, y no lo oyeron.

—¡Gotrek!

Gotrek se volvió a mirarlo, y sus ojos se encendieron de cólera.

—¡Maldito seas, humano! ¿Cómo te metes en…?

Se apartó de la lucha y corrió hacia el agujero. Sus dos oponentes cargaron tras él y derribaron con un golpe de hombro a Narin y Galin como si fueran niños. Parecían comprender que el Matador era la amenaza más grande con que se enfrentaban.

El orco resbalaba con rapidez, y sus uñas transparentes rechinaban como esquirlas de vidrio sobre el aceite. Félix resbalaba con él, y la entrepierna estaba a pocos centímetros de ser dividida por la afiladísima hoja del hacha.

Gotrek descargó un tajo sobre la muñeca del orco que había intentado trepar, y luego se lanzó hacia un lado, pocos centímetros por delante de los perseguidores. El orco que sujetaba a Félix cayó al interior del agujero mientras del muñón le manaba sangre transparente, y el humano gateó de espaldas para alejarse de la hoja del hacha, con la mano blanca cercenada aún cogida al tobillo. Cerca de la pared, Narin y Galin estaban poniéndose de pie.

Gotrek giró sobre sí mismo para encararse con los atacantes, desvió un tajo hacia un lado y esquivó otro. Los orcos le asestaban golpes incesantes y lo hacían retroceder hacia el agujero.

Cuando Félix recogió la espada, vio que el orco que había trabado el hacha en el borde del agujero intentaba trepar por el mango del arma. Félix pateó el plano de la hoja del hacha, que rechinó al resbalar por el suelo, donde dejó una línea blanca en el basalto, y se precipitó por el borde. El orco se fue de espaldas contra sus compañeros.

Félix se levantó en el momento en que Narin y Galin corrían a ayudar a Gotrek. Narin golpeó al orco de la izquierda en el espinazo. Galin subió corriendo directamente por la espalda del de la derecha y aferró el collar con sus gruesos dedos. El orco giró sobre sí mismo y lo golpeó. Galin salió volando y se estrelló contra el suelo, donde su cabeza rebotó contra las losas de piedra con un golpe sordo y hueco. La gargantilla de oro escapó de su mano inerte y resbaló por el basalto.

El orco se rodeó el cuello desnudo con una mano y gruñó. Gotrek le lanzó un tajo a la cara. El orco le cogió el brazo, pero no fue lo bastante rápido: la hoja del hacha se le clavó entre los ojos. Con un gorgoteante suspiro, el monstruo cayó de espaldas dentro del agujero, sin soltar el brazo de Gotrek. El Matador y el monstruo se estrellaron sobre la pila de cuerpos putrefactos, al mismo tiempo que los orcos vivos saltaban hacia los lados.

—¡Gotrek! —gritó Félix.

Pero tenía sus propios problemas. El segundo orco iba tras él, y le lanzaba golpes salvajes con la maza. Con los brazos más largos de lo normal, tenía un alcance increíble. Narin lo acometía por la espalda, pero el monstruo aún llevaba puesto el collar y los golpes no le causaban daño alguno. Galin yacía detrás de ellos, y un reguero de sangre le manaba de la parte posterior de la cabeza; el enano se esforzaba por recobrar el control de las extremidades. Del agujero llegaba el ruido de una lucha feroz.

—Pasa por detrás de él, Jaeger —dijo Narin—. Yo no le llego al cuello.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

Félix se agachó para pasar por debajo de un violento barrido de la maza e intentó escabullirse por detrás del orco, pero el monstruo giró con él.

Narin se reunió con Jaeger, ante el orco.

—Yo lo entretendré. Muévete.

Félix volvió a escabullirse hacia la izquierda. El orco intentó dar la vuelta, pero Narin le enganchó una rodilla con el hacha y lo frenó. El orco se volvió hacia Narin y le lanzó un golpe para librarse de él, pero en ese momento Félix logró situarse detrás. Narin retrocedió, riendo, al mismo tiempo que la maza le agitaba la rubia barba.

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