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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (35 page)

BOOK: Mataorcos
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—¡Ferga! —gritó Hamnir, que le tomó las manos y se las besó—. Ferga, amada mía.

Ella lo miró con ojos fijos e inseguros durante un momento, y luego extendió un brazo para acariciarle la cara al mismo tiempo que fruncía el ceño con incertidumbre.

—Hamnir, príncipe. ¿Has venido, o es un sueño más?

—He venido, Ferga. Eres libre. Tus penurias han finalizado.

—Bien. Bien. —Dejó caer la mano al costado.

Hamnir tragó, y una mezcla de confusión y dolor apareció en el rostro. Resultaba obvio que ésa no era la escena de llorosa bienvenida que había construido mentalmente.

—Amada mía, estás despierta. Debemos ocuparnos de tu recuperación. Yo… —Hizo una pausa, y se volvió a mirar a Kirhaz, que avanzaba hacia ellos—. Lamento tener que traer tristeza a este jubiloso momento. —Alzó el cuerno de guerra, los miró a ambos y cuadró los hombros—. Vuestro hijo y hermano, Thorgig, ha muerto. Fue asesinado por los orcos, pero su sacrificio no ha sido en vano. Él ha salvado el día y os ha devuelto la libertad. Murió mientras llamaba a nuestro ejército.

—Thorgig. —Ferga frunció el entrecejo como si intentara recordar qué significaba la palabra—. ¿Thorgig ha muerto?

—Mi hijo —dijo Kirhaz con voz hueca—. Sí. Es mala cosa. Es mala cosa.

Félix frunció el ceño. Incluso para ser enanos, la reacción de Kirhaz y Ferga resultaba pasmosa. Era como si nada entendieran.

Hamnir estaba nervioso, pero encaró la situación del mejor modo posible.

—Perdonadme. No debería haber puesto sobre vuestros hombros la carga de una noticia como ésa antes de que hayáis tenido la oportunidad de recuperaros. No os molestaré más hasta que hayáis sido alimentados y atendidos. —Se volvió para hablarles a los enanos de la fortaleza del clan Diamantista, e hizo un esfuerzo para enmascarar el dolor que sentía—. Esta noche habrá un festín en el salón de banquetes. Allí se rendirá honor a vuestro valor y firmeza. Si os encontráis lo bastante bien, os suplico a todos que asistáis. ¡Que los cuernos estén llenos de cerveza, y las bandejas colmadas de comida! ¡Esta noche celebramos un milagro!

Los rescatadores lo aclamaron. Los rescatados recibieron la noticia con aturdida indiferencia. Las aclamaciones se apagaron.

Hamnir les hizo una reverencia a Kirhaz y Ferga, y luego les volvió la espalda y se acercó a Gotrek.

—Esto basta para partirme el corazón —le susurró—. ¿Alguna vez has visto enanos tan perdidos?

—No —replicó Gotrek—, nunca. —Aún tenía la mano sobre el hacha.

Capítulo 21

A pesar de lo dicho por Hamnir respecto a que las bandejas estarían colmadas, el banquete fue bastante pobre. Los enanos no podían, o no querían, fiarse de ningún alimento que hubieran tocado los orcos, ni usar las grandes cocinas hasta que se las hubiera fregado minuciosamente, así que tuvieron que arreglárselas con las provisiones que el ejército de Gorril había llevado desde el castillo Rodenheim. Por suerte, Hamnir y Gorril habían previsto esa situación y habían hecho cargar las carretas al máximo; no obstante, apenas bastaba.

En cambio, había abundancia de cerveza. Los enanos habían quedado asombrados al encontrar dos almacenes llenos de toneles intactos, una prueba más, si era necesaria, de que los orcos que habían tomado la fortaleza eran verdaderamente insólitos.

Se bebió en brindis sucesivos: por Hamnir, por Thorgig, por los supervivientes, por Gotrek; incluso Félix fue objeto de una cortés aclamación. Entre sus rugientes primos que bebían en abundancia, los supervivientes del clan Diamantista —los pocos que estaban lo bastante fuertes como para asistir— permanecían sentados en silencio, tomaban pequeños sorbos de cerveza, masticaban la comida y respondían con leves sonrisas a cada brindis. Tenían los ojos vidriosos y parecían incómodos en medio del alboroto.

Hamnir estaba sentado entre el noble Kirhaz y su viejo amigo, el ingeniero Birri Birrisson, ante la mesa del rey situada en un extremo del salón, y hacía todo lo posible por sonsacarles lo que había sucedido desde que los orcos habían invadido la fortaleza. Con independencia del aspecto que Birrisson tuviera antes, entonces parecía un esqueleto con gafas, con la lacia barba gris colgada de unas hundidas mejillas apergaminadas.

—Pero, Birri —dijo mientras el ingeniero se metía mecánicamente carne de cerdo en la boca con una mano temblorosa—, Gotrek informó de que el pasadizo del hangar de girocópteros estaba lleno de trampas nuevas construidas por enanos. Esas trampas mataron a Matrak, tu viejo colega, y a otros dos. ¿Estás seguro de que ningún enano colaboró en la construcción de esas trampas? ¿Tal vez uno de tus aprendices fue apresado y torturado? ¿Desapareció alguien?

Birri negó con la calva cabeza sin alzar la mirada.

—No se perdió ningún aprendiz. Al menos, no ninguno que no muriera. No, de nuestra fortaleza. —Frunció el ceño, y el tenedor se detuvo en el aire—. Yo soñé que colocaba trampas nuevas en ese pasadizo, pero… —Calló, con los ojos perdidos en el vacío.

—¿Un sueño? —preguntó Hamnir con los ojos muy abiertos—. ¿Qué clase de sueño?

Birri frunció otra vez el ceño durante un largo momento, y luego se encogió de hombros.

—Un sueño. Sólo fue un sueño.

Hamnir no pudo convencerlo de que dijera nada más al respecto.

El príncipe suspiró y sacudió la cabeza mientras volvía a llenar su jarra. Se inclinó hacia Gotrek.

—Aún están muy cansados a causa de las privaciones —le susurró al oído—. Esperaré hasta que se hayan recuperado.

—No están sólo cansados —gruñó Gotrek, que clavó su único ojo en Birri, que contemplaba plácidamente el vacío y había olvidado la comida—. Les pasa algo raro. Los enanos estamos hechos de un material más resistente.

—Incluso un enano puede debilitarse después de pasar hambre durante veinte días —observó Hamnir.

Gotrek gruñó con suspicacia, pero no dijo nada, y se limitó a vaciar otra jarra de cerveza.

Poco después los supervivientes del clan Diamantista comenzaron a dar cabezadas, soñolientos y confusos a causa de las cantidades de comida y cerveza a las que ya no estaban habituados. Fueron excusándose de uno en uno y de dos en dos, y regresaron a su fortaleza mientras los rescatadores brindaban por ellos cada vez. Cuando se marchó el último, los enanos restantes recobraron el ánimo y comenzaron a emborracharse de modo escandaloso.

«
Es extraño
—pensó Félix mientras observaba cómo Gotrek y Hamnir hacían chocar sus jarras—
que los invitados de honor del banquete hayan sido un lastre para la celebración.
» La apática desdicha de los supervivientes había hecho que el ejército victorioso se sintiera incómodo y conservara las buenas maneras. Habían mantenido la voz baja y, cortésmente, habían establecido conversaciones con los supervivientes, pero entonces se habían marchado, la inhibición se había ido con ellos. Canciones de marcha de enanos estremecían el salón de banquetes, y en cada mesa se libraban acalorados pulsos y competiciones de fanfarronería.

Félix sabía adonde llevaría todo aquello. Lo había visto antes. Era una tradición de los enanos beber hasta caer en el sopor después de una gran victoria, y parecía que ésa no sería una excepción. Ya había enanos desplomados en las sillas que roncaban con las jarras aún aferradas en el puño. Los que habían hecho el viaje con Hamnir estaban cayendo con mayor rapidez que el resto, ya que toda la marcha, excavación y lucha de los días pasados se hacían notar cuando, por fin, tenían la oportunidad de relajarse.

Gotrek farfullaba y se apoyaba pesadamente en un codo mientras hablaba con Hamnir ante la mesa de la tarima. Narin y Galin, sentados con sus respectivos clanes a las largas mesas, estaban ambos profundamente dormidos, con la cabeza echada hacia atrás, y roncaban sonoramente. También Félix se caía de sueño, y los párpados le pesaron cada vez más y más, hasta que también él se desplomó en la silla, inconsciente.

* * *

La cabeza de Félix se alzó bruscamente de la mesa. Parpadeó al mirar a su alrededor con ojos soñolientos, tan aturdido por el sueño y la cerveza que, por un momento, no tuvo ni idea de dónde estaba. «
En el salón de banquetes
», recordó. Estaba oscuro, el fuego del enorme hogar se había extinguido hasta ser ascuas rojas, y las llamas de lámparas y velas vacilaban a punto de apagarse. Pero ¿qué lo había despertado? No veía movimiento alguno en el salón. Los enanos que lo rodeaban roncaban suavemente, con la cabeza sobre la mesa y la barba metida en charcos de cerveza, salsa de carne y sopa.

De repente, una extraña sensación de pavor le inundó el corazón y, por un instante, temió estar sufriendo una repetición de la pesadilla que había tenido en las minas; tal vez, se pondría a apuñalar, de un momento a otro, a Gotrek, Hamnir y el resto de los enanos dormidos. Pero no, no sentía ningún impulso homicida, sólo miedo.

Entonces, volvió a oírlo; era un alarido que resonó desde la cocina. Era eso lo que lo había despertado. Alguien había gritado. En torno a él, los enanos bufaron y mascullaron al verse perturbado su sueño. Jaeger miró hacia las puertas de la cocina. El corredor que comunicaba con ella estaba brillantemente iluminado por luz de lámpara. Allí no había nada, y sin embargo, sí que lo había: una sombra vacilante. Una enana regordeta entró por la puerta, lamentándose y dando traspiés, y cayó entre dos de las largas mesas. Tenía la espalda abierta como un melón. Félix le veía la columna vertebral.

Le dio a Gotrek un fuerte codazo.

—¡Gotrek!

El Matador no se movió.

Por todo el salón, los enanos se estaban despertando; mascullaban y maldecían en la oscuridad.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Quién está gritando?

—¡Ay, mi cabeza!

—¡Parad ese maldito ruido!

Hamnir levantó la cabeza, murmuró con impaciencia, y luego la dejó caer otra vez; su frente chocó contra la mesa con un golpe sordo.

Había más sombras que se movían al otro lado de la puerta de la cocina; enormes formas negras corrían acompañadas por ásperos sonidos de rascado.

Un enano que estaba cerca de la puerta se levantó desmañadamente de la silla y retrocedió con paso inestable, al mismo tiempo que señalaba con un dedo.

—¡Losh orcosh! —farfulló—. ¡Losh orcosh!

—¿Qué pasha, mushasho? —murmuró otro que estaba más lejos de la puerta—. No sheash tonto. Losh orcosh están muertosh.

Félix vio a Narin que, entre sus primos, parpadeaba y se frotaba la cara. Al otro lado del salón, Galin continuaba profundamente dormido.

—¿Orcos? —masculló Hamnir, que volvió a erguirse en la silla, balanceándose. Sus ojos parpadearon y se abrieron—. ¿Dónde…? —Se le hinchó el pecho y se lanzó hacia un lado para vomitar por encima del reposabrazos de la silla.

—¡Gotrek! —gritó Félix mientras sacudía al Matador.

Las sombras entraron en el salón de banquetes, seguidas por los seres que las proyectaban. Los enanos se quedaron mirando fijamente —la mayoría estaban medio dormidos y completamente borrachos—, mientras una docena de orcos entraba por la puerta de la cocina, arrastrando las descomunales cuchillas y las hachas. Al primer orco le faltaba un brazo. El siguiente tenía tres saetas de ballesta clavadas en el pecho. Otro se arrastraba por el suelo con las manos, porque ya no tenía piernas. Las cabezas de los orcos se inclinaban en ángulos antinaturales, y sus ojos estaban fijos a media distancia, vacuos e inexpresivos. Sus movimientos eran lentos y rígidos. Una puerta lateral se abrió bruscamente y entraron más, tan desmañados como los del primer grupo.

Un enano se levantó con paso vacilante de la mesa más cercana a la puerta y se detuvo en el camino de la procesión de orcos.

—Grimnir —dijo señalándolos—. Son…

El orco que iba en cabeza balanceó el hacha descuidadamente, como si tuviera intención de arrojarla, y el enano borracho cayó con la parte superior de la cabeza abierta, como un huevo duro. Por todo el salón, los enanos comenzaron a rugir y manotear torpemente en busca de las armas, con movimientos que el sopor ebrio hacía tan desmañados como los de los orcos. Más orcos entraron por la arcada del salón de banquetes, una lenta marea de monstruos de movimientos espasmódicos que se extendía cada vez más. Las puertas estaban atestadas de ellos.

Hamnir se irguió al mismo tiempo que se limpiaba la boca y miraba a su alrededor.

—¿Qué…, qué es esto? ¿Todavía estoy soñando?

—No es ningún sueño, príncipe —dijo Félix—. ¡Gotrek! ¡Despierta!

La cabeza de Gotrek se alzó bruscamente, con la barba sucia de migajas.

—¿Qué? —farfulló—. ¿Quién es?

—Pero los orcos están muertos —murmuró Gorril mientras contemplaba la escena, parpadeando, desde la izquierda de Hamnir—. ¿Cómo pueden…?

—¿Orcos? —Gotrek echó un vistazo con el ceño fruncido y eructó—. ¿Dónde? ¿Dónde están?

Hamnir se levantó de un salto, y la silla se estrelló contra el suelo cuando, con un brinco algo inestable, se subió a la mesa.

—¡En formación, hermanos! ¡En formación! ¡Capitanes, reunid a vuestros soldados! ¡De prisa! —Su voz se perdió en el coro de confusos gritos que resonó en el salón.

Gotrek se levantó de manera brusca y estuvo a punto de caerse.

—¿Qué orcos? Encended una antorcha. No veo.

Un barbalarga cargó contra uno de los orcos y le clavó el hacha en la caja torácica. El orco se balanceó bajo la fuerza del golpe, pero no manifestó dolor alguno. Alzó la maza y aplastó el cráneo del viejo enano. Aún tenía el hacha clavada en las costillas.

Los enanos bramaron ante ese horror, y por todo el salón, cargaron contra los orcos para asestarles tajos con ebrio frenesí. Las extremidades de los monstruos salían girando por el aire, sus huesos se partían, pero los orcos continuaban adelante. Con manos cercenadas e intestinos arrastrando detrás de ellos, con el torso hendido por hachas y destrozado por martillos, continuaban adelante. Asestaban golpes espasmódicos con las armas. Cortarles las piernas sólo los hacía más lentos. Entonces, se ponían a manotear para coger y morder las piernas y los pies de los enanos.

Los enanos caían con el cráneo o el pecho hendidos, con los brazos cortados y el vientre abierto. Por todo el salón, luchaban de uno en uno o de dos en dos contra los orcos, que los empujaban hacia el centro desde todos lados. Algunos murieron antes de despertar. Félix vio que Narin le cortaba a un orco el antebrazo a la altura del codo, y luego se agachaba cuando el orco lo acometía con el muñón. Al otro lado del salón, Galin retrocedía ante un orco que tenía cuatro heridas de bala en el pecho y el cuello.

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