Matazombies (6 page)

Read Matazombies Online

Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matazombies
3.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

Snorri golpeó a uno en un ojo con el extremo romo de su mástil y lo lanzó contra el tronco de un árbol. Gotrek derribó de un golpe a otro que se encontraba en la parte trasera, y alanceó a un tercero. Pero a los caballeros les iban peor las cosas. Los jinetes no muertos los mataban a pleno galope, y cuando devolvían los golpes, sus armas resonaban, inofensivas, contra la armadura de los esqueletos. Sólo un caballero que iba armado con martillo logró algo al destrozar cráneos y fémures, pero también él cayó, derribado por un terrible lobo que le arrancó a su caballo la pata posterior izquierda con los dientes desnudos.

Otro caballero se desplomó justo delante de un carro de suministros, y lo hizo saltar por el aire cuando la rueda derecha rebotó sobre el cadáver. El carro volcó, arrastró consigo los caballos de tiro y lanzó hacia un campo de cultivo al conductor y los cargadores. El carro que lo seguía apenas logró esquivarlo a tiempo, y Geert estuvo a punto de irse a la cuneta.

—¡Alto! ¡Alto! —rugió Von Volgen, mientras un cuerno emitía un toque de auxilio—. ¡Formad en cuadro!

Aquel señor podía muy bien ser un ciego incapaz de diferenciar a su hijo de un cadáver, pero Félix tuvo que admirar su valentía y sentido táctico, así como el buen entrenamiento de sus hombres. Cuando quedó claro que no podrían correr más que la caballería de los no muertos, no se dejó ganar por el pánico ni continuó huyendo. Ordenó una formación defensiva, y los hombres obedecieron de manera impecable y sin cuestionario, a pesar del terror mortal que les inspiraba el enemigo y que se hacía evidente en sus caras.

El eco de la orden de Von Volgen aún no se había apagado cuando la columna de caballeros se dividió: dos filas a la derecha y dos a la izquierda. Se detuvieron con elegancia para permitir que los carros supervivientes se deslizaran entre ellas, de modo que no tardaron en hallarse en medio de un cuadrado hueco formado por caballeros que miraban hacia fuera y luchaban por sus vidas.

Geert y Dírk soltaron suspiros de alivio al detener el carro, pero luego Geert se volvió a mirar a Gotrek, Félix y los demás.

—¡No deberíais haber roto esas cadenas! Os dije que… —Suspiró—. Pero, bueno, me alegro de que lo hayáis hecho. Nos habéis salvado el pellejo, eso es seguro. Pero os suplico —añadió mientras él y Dírk recogían sus armas— que os quedéis en el carro. Si Von Volgen os ve libres, me juego el cuello.

Gotrek se encogió de hombros.

—Os irá el cuello si nosotros no hacemos nada. —Se volvió a mirar a Rodi—. ¿Buscas tu fin, Rodi Balkisson? El momento es ahora.

—No necesito tu permiso, Gotrek Gurnisson —le espetó el joven matador.

Los dos matadores saltaron del carro y se encaminaron hacia la cabeza de la columna.

—¡Ay! Vamos, señores —gimió Geert, detrás de ellos—. No me hagáis esto. ¿Es que no he hecho todo lo que he podido por vosotros?

—Y nosotros vamos a hacer todo lo que podamos por vos —le contestó Félix, mientras partía tras los matadores, junto con Kat.

—Snorri quiere ir —dijo Snorri.

Félix y Kat apresuraron el paso, deslizándose entre los carros y la móvil y cambiante línea de batalla formada por caballeros y caballos de guerra, mientras Geert y Dírk les gritaban que volvieran. Por fin, a los toques de auxilio de von Volgen respondió un resonante cuerno, desde el castillo.

Félix alzó la mirada al oírlo. La ayuda estaba en camino, pero ¿llegaría a tiempo? En los cuatro lados del cuadrado hueco, los caballeros caían bajo las antiguas espadas de los jinetes no muertos. Quizá los hombres de Von Volgen superaran a sus enemigos por tres a uno, pero los esqueletos luchaban con un implacable salvajismo mecánico que no conocía el dolor ni el pánico, mientras que el frío viento de miedo que emanaba de ellos paralizaba a los caballeros y los hacia vacilar. Que la formación se deshiciera por completo sería sólo cuestión de minutos.

Los matadores encontraron a Von Volgen al otro lado del cuadrado, maldiciendo y de pie junto a un caballo muerto, mientras sus mejores caballeros mantenían a distancia a los jinetes muertos y los escuderos del noble se precipitaban en busca de una nueva montura para su señor.

—¡Señor! —bramó Gotrek—. ¡Devolvednos nuestras armas si queréis vivir!

Von Volgen miró por encima del hombre mientras los escuderos le llevaban el caballo.

—Volved a vuestras cadenas, asesinos —dijo, subiendo a la silla de montar.

Gotrek frunció el ceño y Rodi cerró los puños. Félix se dio cuenta de que estaban muy a punto de regresar al carro y sentarse con los brazos cruzados mientras los caballeros morían en torno a ellos. No podía quedarse al margen y permitir que eso sucediera. Avanzó un paso.

—Mi señor —gritó—, ¿dejaréis morir a buenos hombres mientras nosotros permanecemos sentados y a salvo detrás de ellos?

Von Volgen desenvainó la espada e hizo girar el caballo hacia la refriega, y Félix se preguntó si lo había oído o si le importaba, pero luego, cuando iba a espolear la montura, recorrió la línea con la mirada y vio lo a punto que estaba de deshacerse. La mandíbula de su cara de bulldog se contrajo, y entonces gritó hacia el carro que transportaba el equipaje.

—Merkle, dales sus armas.

Y con eso, clavó las espuelas en los flancos del caballo y se lanzó al interior de la línea, donde cortó la cabeza de un caballero muerto hacía poco, vestido de negro y oro, al mismo tiempo que le gritaba un desafío al guerrero del yelmo con púas que comandaba a los jinetes.

Gotrek y Rodi gruñeron de satisfacción; luego se volvieron junto con Félix y Kat mientras el conductor trepaba por la parte posterior del carro y abría un arcón con una llave. Levantó la tapa y trató de sacar algo de dentro, y luego volvió a intentarlo.

—Dejadlo —dijo Gotrek.

El enano trepó al carro, metió las manos dentro del baúl y sacó su hacha rúnica con tan poco esfuerzo como habría necesitado Félix para levantar una pluma. Se la echó encima del hombro, y a continuación, fue sacando y entregando a sus dueños el martillo de Rodi, la espada de Félix y el destral de Kat a quien le devolvió también el arco y la aljaba. Félix se sintió envalentonado al sujetarse de nuevo a
Karaghul
a la cintura. Ya estaba preparado para luchar.

Sin decir una sola palabra mas los matadores se abrieron paso a golpes de hombro por entre los caballos de guerra de la línea de Von Volgen, que pateaban el suelo al desplazarse de lado, y se lanzaron, blandiendo las armas hacia la masa de jinetes esqueléticos. Kat observo como eran golpeados y lanzados de un lado a otro por el violento torbellino de huesos cuerpos de caballo, y sacudió la cabeza.

—Yo no duraría un minuto dentro de todo eso —dijo.

—Ni yo —replicó Félix al mismo tiempo que miraba a su alrededor. A unos pocos metros de distancia había un caballo de guerra que había perdido el jinete—. ¡Ven!

Corrió hacia el animal y monto, para luego subir a Kat y sentarla detrás. Desenvaino a
Karaghul
mientras ella sacaba el destral. El caballo de guerra parecía saber cual era su deber, y se lanzo a ocupar una brecha que mediaba entre dos caballeros en cuanto recibió el más ligero toque de tacón así que Félix y Kat se encontraron, de repente, en medio de arremolinada y estruendosa refriega.

Un lobo terrible lanzo una dentellada al cuello del caballo. Félix atravesó de un tajo el espinazo de la bestia, y luego decapito a un jinete que llevaba yelmo de bronce y que pisoteo al lobo para acometerlo. Kat destrozo el cráneo de otro jinete con el destral pero el arma quedo atascada en el yelmo, y mientras ella intentaba arrancarla, un segundo lobo cerro las fauces sobre la muñeca de la joven y a punto estuvo de arrastrarla del lomo del caballo.

—Kat —gritó Félix mientras dirigía torpes tajos contra el animal.

Kat tiró para intentar soltarse de los dientes que la aprisionaban, al mismo tiempo que apuñalaba con la mano izquierda el cráneo de la bestia con el cuchillo de desollar y le arrancaba un ojo. Al fin, Félix pudo girar lo bastante como para asestarle un tajo en el cuello y cercenarlo a medias. El animal cayo, retorciéndose, y Kat se irguió otra vez, sentada detrás de Félix.

—¿Estás bien? —preguntó Félix, que volvió la cabeza para mirarla.

Ella asintió, y disimuló una mueca de dolor al asestarle un tajo a otro jinete.

—Mordió abrigo más que nada, según creo.

Félix asintió con la esperanza de que no lo dijera por exceso de valentía, y continuaron luchando.

A la izquierda, Gotrek y Rodi derribaban enemigos como un par de leñadores que talaran un bosque de hueso y patas de caballo. A pesar de la reciente discusión que habían tenido, los matadores formaban un equipo eficaz. Rodi rompió las patas anteriores de un caballo con un golpe de martillo para hacerlo caer al suelo, y Gotrek cortó la cabeza del jinete; luego, continuaron con el siguiente. Recibían patadas y rodillazos por ambos lados, y los estrujaban, pero ellos se limitaban a soportar los golpes y seguían matando.

Entonces, con una fanfarria de cuernos, aparecieron galopando por los campos unos cuarenta caballeros que llevaban, restallando en el aire, por encima de ellos, el estandarte rojo y blanco del castillo Reikguard. Los caballeros de Von Volgen lanzaron una gran aclamación al verlos, y renovaron el ataque contra los jineteas muertos. Sin embargo, el propio Von Volgen no parecía que fuera a vivir durante el tiempo suficiente como para que lo salvaran. Se encontraba en una situación desesperada. La pesada espada negra del esqueleto que llevaba el yelmo con púas le había cortado la armadura a tiras, y el noble oscilaba sobre la silla de montar.

Pero entonces, justo cuando el caballero muerto le arrancó la espada de la mano y levantó su negra arma para rematarlo, el caballo de cabeza esquelética se estremeció y dio un traspié hacia un lado. La espada erró a Von Volgen por un pelo, y el jinete muerto se volvió para descargar un tajo sobre algo que tenía debajo.

El golpe nunca llegó a su objetivo, porque el caballo de hueso se fue hacia delante y el guerrero antiguo cayó con él y desapareció bajo el hirviente combate. Félix vio que una cresta de pelo anaranjado ascendía, y la cabeza de un hacha descendía con un destello, a lo que siguió un explosivo grito de triunfo de los hombres de Von Volgen.

De inmediato, a modo de eco, sonaron los gritos de guerra de los caballeros de Reikland al chocar contra los flancos de los jinetes no muertos, con las lanzas bajas. Una veintena de jinetes antiguos cayeron bajo la carga, derribados de los caballos y pisoteados hasta transformarse en fragmentos óseos que saltaban al aire. Félix y Kat se lanzaron hacia delante con los caballeros de Von Volgen, chillando y asestando tajos a los jinetes muertos por el frente, mientras los de Reikland los acometían por detrás.

Ante esa doble acometida, los antiguos dieron media vuelta y huyeron a toda velocidad por donde habían llegado, aunque no lo hicieron como ningún soldado vivo que Félix hubiese visto jamás. No se separaron para escapar de uno en uno y de dos en dos, ni arrojaron las armas en medio del pánico. Por el contrario, fue como si una voz inaudible hubiera susurrado una sola orden porque, como si fueran uno solo, ellos y los lobos giraron para abrirse paso fuera de la refriega y escapar sin mirar atrás, ni intentar rescatar a los compañeros que habían caído.

Félix dejó escapar un lúgubre suspiro y bajó del caballo prestado para luego ayudar a desmontar a Kat mientras en torno a ellos los capitanes de Von Volgen gritaban para ordenar que se asegurara el perímetro, y se contaran y recogieran los muertos y los heridos.

—¿Cómo estás? —preguntó Félix al ver que Kat se apretaba el brazo.

Antes de que ella pudiera replicar, se alzo cerca de ellos la atronadora voz de Rodi.

—¡Por Grimnir! —gritó—. ¿Tienen algo de honor los humanos?

Félix y Kat intercambiaron una mirada, y luego se apresuraron a dar un rodeo en torno a un grupo de caballeros, donde encontraron a Von Volgen, con su poderoso cuerpo doblado de dolor, apoyándose en la espada para mantenerse de pie ante Gotrek y Rodi, mientras los hombres avanzaban para rodearlos. Rodi echaba chispas de furia, mientras que Gotrek clavaba en el noble herido una mirada de fría amenaza y sujetaba el hacha en posición de defensa.

—Malditos sean —dijo Félix, que se apresuro a avanzar.

Kat corría a su lado.

—Aun sois mis prisioneros —estaba diciendo Von Volgen cuando llegaron al lugar del enfrentamiento—. No se os permitirá llevar vuestras armas.

—No os fiáis de nuestra palabra —gruñó Gotrek— ¿después de que os hemos salvado la vida?

—No me fío de vuestro comedimiento —replicó el señor—. Podríais matar a cualquiera en medio del frenesí.

El ojo de Gotrek se hizo aún más frío, y a Félix le dio un vuelco el corazón. Tenía que decir algo antes de que se produjera el derramamiento de sangre, aunque no tenía ni idea de qué decir.

—¡Mi señor! —gritó—. Si tenéis intención de someter a mis compañeros a juicio por el asesinato de vuestro hijo, quizá vos también deberíais someteros a juicio, pero por el asesinato de vuestro sobrino, el vizconde Oktaf Plaschke-Miesner.

Todas las cabezas se volvieron a mirarlo.

—¿Qué necedad es ésa, vagabundo? —gruñó el señor, que hizo una mueca de dolor al darse la vuelta para encararse con Félix—. Yo no he matado a mi sobrino. Me dijeron que murió en la Corona de Tarnhalt.

—Y sin embargo, está aquí, mi señor —dijo Félix, señalando el cuerpo junto al cual se hallaba—. Y derribado por vuestra mano, si no recuerdo mal, hace apenas un momento. Tal vez no muriera en Tarnhalt, después de todo. Tal vez intentaba escapar de esos esqueletos cuando vos lo habéis matado.

Von Volgen palideció y avanzó con pesados pasos para posar los ojos sobre el muchacho de negra armadura. Arrugó la nariz. Oktaf olía como un cadáver de una semana, lo que, por supuesto, era. Tenía el rubio cabello apelmazado de porquería, la hermosa cara deformada por una terrible herida negra y los bordes de la boca podridos, lo que dejaba ver los negros dientes. En torno a sus labios se movían moscas.

—¿No lo habéis reconocido cuando le habéis cortado la cabeza, mi señor? —preguntó Félix—. ¿No habéis esperado para aseguraros de que no estaba vivo aún? Desde donde yo estaba me ha parecido que iba a ayudaros, no a mataros. ¿Tan seguro estabais que era un zombie? ¿Seréis capaz de mirar a su madre a la cara y decirle…?

Other books

Copper Lake Secrets by Marilyn Pappano
The Story of Henri Tod by William F. Buckley
After the Storm by M. Stratton
Archon by Lana Krumwiede
The Last Embrace by Denise Hamilton
Once Upon a Proposal by Allison Leigh