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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (14 page)

BOOK: Mestiza
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—¿Sabes qué? Estoy bastante cansado. Creo que me voy a ir yendo a la residencia.

—Buuu —Deacon sacó hacia fuera el labio inferior.

Me puse de pie.

—Lo siento.

—Doble buuuu —movió la cabeza—. La diversión acababa de empezar…

Le di un rápido adiós a Deacon y seguí a Caleb por la playa. Nos cruzamos con Lea que bajaba del paseo de madera.

—¿Te gusta ir detrás de mis sobras? —Lea arrugó la nariz—. Qué mona.

Un segundo después le agarré del brazo.

—Hey —Lea intentó soltarse el brazo, pero yo era más fuerte—. ¿Qué pasa?

Le di mi mejor sonrisa.

—Tu novio me acaba de meter mano. Obviamente no le basta contigo —y enton­ces me fui, dejando sola a una Lea poco feliz.

—¡Caleb! —me apresuré para alcanzarle.

—Sé lo que vas a decir, así que no quiero escucharlo.

Me aparté el pelo detrás de las orejas.

—¿Cómo sabes lo que iba a decir? Sólo quería señalar que si quieres a la chica esa de antes, podías simplemente…

Mirándome de reojo, levantó las cejas.

—La verdad es que no quiero hablar de esto.

—Pero… no entiendo por qué no quieres admitirlo. ¿Qué es lo que pasa?

Suspiró.

—Algo pasó la noche que fuimos a Myrtle.

Casi me tropiezo.

—¿
Qué
pasó?


Eso
no. Bueno, no en serio, pero casi.

—¿Qué? —chillé, pegándole un puñetazo en el brazo—. ¿Y cómo es que no me habías dicho nada? ¿Con la Olivia esta? Dioses, ¿soy tu mejor amiga y te olvidas de contarme esto?

—Los dos habíamos bebido, Álex. Estábamos discutiendo sobre quién se había pedido antes ir en el asiento de delante… y lo siguiente que sé, es que nos lo estábamos montando a tope.

Me mordí el labio.

—Es bastante apasionada. ¿Y por qué no hablas con ella?

El silencio se metió entre nosotros hasta que respondió.

—Porque me gusta, me gusta de verdad, y a ti también te gustaría. Es inteligente, divertida, fuerte, y tiene un culo tan…

—Caleb, vale, ya lo he pillado. Te gusta de verdad. Entonces habla con ella.

Nos dirigimos hacia el patio que había entre las dos residencias.

—No lo entiendes. Y deberías. No puede haber nada entre nosotros. Ya sabes cómo son las cosas para nosotros.

—¿Eh? —miré hacia los intrincados dibujos del camino. Eran runas y símbolos grabados en el mármol. Algunos representaban diversos dioses y otros parecía que un niño se había hecho con un rotulador y se había puesto a dibujar. De hecho parecía algo que dibujé yo.

—Da igual. Es sólo que necesito salir con otra persona. Sacarme este no se qué de la mente.

Aparté los ojos de las marcas extrañas.

—Parece un buen plan.

—Igual debería volver a quedar con Lea o con otra persona. ¿Qué tal contigo?

Le dirigí una mirada asesina.

—Dios, gracias. Pero en serio, no quieres salir con cualquiera. Quieres… que signifique algo.

Paré, sin saber muy bien de dónde había salido
eso
.

Él tampoco.

—¿Qué signifque algo? Álex, has estado en el mundo normal demasiado tiempo. Ya sabes cómo son las cosas para nosotros. No tenemos nada «que signifque algo».

Suspiré.

—Sí. Ya lo sé.

—Somos o Guardias o Centinelas, no maridos, mujeres o padres —paró, pensati­vo—. Rollos y novias. Eso es lo que tenemos. Nuestros deberes no nos dan para mucho más.

Tenía razón. Nacer siendo mestizo te quitaba toda oportunidad de tener una rela­ción normal y sana. Como había dicho Caleb, nuestras obligaciones no nos permitían atarnos a nadie, a nada que nos hiciese arrepentirnos de dejarlo o darle de lado. Una vez que nos graduábamos, nos podían asignar en cualquier sitio y en cualquier otro momento nos podían sacar de allí y mandarnos a otro lado.

Era una vida solitaria y dura, pero con un propósito.

Di una patada a una pequeña piedrecilla y la mandé volando entre la espesa ma­leza.

—Sólo porque no vayamos a tener una casita con jardín, no significa… —me en­cogí al sentir un frío repentino recorrer mi cuerpo. Vino de la nada, y por la cara con­fusa de Caleb, supe que él también lo había sentido.

—Un chico y una chica, uno de ellos con un futuro brillante y corto, y el otro cu­bierto de sombras y dudas.

La voz ronca y vieja nos dejó a los dos paralizados. Caleb y yo nos dimos la vuel­ta. El banco de piedra estaba vacío hacía un momento, pero ahí estaba ella. Y era vieja, vieja en plan ya-debería-estar-muerta.

Un montón de pelo completamente blanco se sostenía sobre su cabeza, y su piel era tan oscura como el carbón y plagada de líneas. Su postura encorvada le daba más edad, pero sus ojos eran duros. Inteligentes.

Nunca antes la había visto, pero instintivamente sabía quién era.

—¿Abuela Piperi?

Echó la cabeza hacia atrás y rió fuertemente. Medio esperaba que el peso de su pelo le desestabilizase, pero se mantuvo erguida.

—Oh, Alexandria, pareces sorprendida. ¿No pensabas que fuese real?

Caleb me dio con el codo unas cuantas veces, pero no podía dejar de mirar.

—¿Sabes quién soy?

Sus ojos oscuros se movieron hacia Caleb.

—Claro que sí —se pasó las manos por lo que parecía una bata de andar por casa—. También me acuerdo de tu madre.

La incredulidad me hizo dar un paso hacia el oráculo, pero la impresión me dejó sin habla.

—Me acuerdo de tu madre —continuó, moviendo la cabeza de delante a atrás—. Vino a verme hace tres años, sí. Le dije la verdad, sabes. Sólo ella podía oír la verdad —hizo una pausa, volviendo a mirar a Caleb—. ¿Qué hacéis aquí, chicos?

Con los ojos como platos, se movió incómodo.

—Estábamos… estábamos volviendo a nuestra residencia.

La Abuela Piperi sonrió, haciendo que se arrugase la piel apergaminada alrede­dor de su boca.

—¿Quieres escuchar la verdad; tu verdad? ¿Lo que los dioses te tienen prepara­do?

Caleb palideció. Lo que ocurría con las verdades, es que normalmente hacía que te comieses la cabeza. No importaba que fuesen tonterías o no.

—Abuela Piperi, ¿qué le dijiste a mi madre? —pregunté.

—Si te lo dijese ¿qué cambiaría? El destino es el destino, sabes. Igual que el amor es amor —se rió burlona como si hubiese dicho algo gracioso—. Lo que los dioses han escrito ocurrirá. La mayoría ya ha sucedido. Es triste cuando los hijos se vuelven con­tra sus creadores.

No tenía ni idea de lo que estaba diciendo y estaba bastante segura de que estaba loca, pero tenía que saber lo que Piperi dijo, si es que dijo algo. Quizá Caleb tuviese razón y necesitase ponerle fn a esto.

—Por favor, necesito saber lo que le dijiste. ¿Qué le hizo salir de aquí?

Ladeó la cabeza.

—¿No quieres conocer tu verdad, chica? Eso es lo que importa ahora. ¿No quieres saber sobre el amor? ¿Sobre lo que está prohibido y lo que está predestinado?

Dejé caer los brazos y de repente parpadeé con lágrimas en los ojos.

—No quiero saber sobre el amor.

—Pero deberías, hija mía. Tienes que saber sobre el amor. Las cosas que la gente haría por amor. Todas las verdades se acaban reduciendo al amor ¿verdad? De una forma u otra lo hacen. Sabes, hay una diferencia entre amor y necesidad. A veces, lo que sientes es inmediato y sin ton ni son —se sentó un poco más recta—. Dos personas se miran desde el otro lado de una habitación o se rozan la piel. Sus almas reconocen a esa persona como suya. No hace falta tiempo para adivinarlo. El alma siempre sabe… si está bien o mal.

Caleb me cogió del brazo.

—Venga. Vámonos. No te está diciendo nada que quieras oír.

—El primero… el primero es siempre el más poderoso —cerró los ojos, suspi­rando—. Luego hay necesidad y destino. Ese es otro tipo. La necesidad se disfraza de amor, pero la necesidad… la necesidad nunca es amor. Ten siempre cuidado de quien te necesita. Siempre hay un querer tras una necesidad, sabes.

Caleb me soltó el brazo y se dirigió furioso al camino detrás de nosotros.

—A veces confundiréis necesidad con amor. Tened cuidado. El camino con nece­sidad nunca es justo, nunca es bueno. Como el camino por el que tienes que ir. Tened cuidado de quien necesita.

La mujer era una pirada, y aunque lo sabía, sus palabras aún me hacían correr escalofríos por la espalda.

—¿Por qué no iba a ser el camino fácil para mí? —pregunté, ignorando a Caleb.

Se levantó. Bueno, todo lo que se podía levantar. Como su espalda estaba curvada hacia delante, no le permitía levantarse por completo.

—Los caminos siempre tienen baches, nunca son lisos. Este de aquí —señaló a Caleb con la cabeza— este tiene un camino lleno de luz.

Caleb dejó de señalar detrás de nosotras.

—Bueno es saberlo.

—Un camino corto lleno de luz —añadió la Abuela Piperi.

Su cara decayó.

—Eso… es bueno saberlo.

—¿Qué pasa con el camino? —volví a preguntar, esperando una respuesta que tuviese sentido.

—Ah, los caminos siempre están en penumbra. Tu camino está lleno de sombras, lleno de hazañas por realizar. Eso es lo que tienen los tuyos.

Caleb me lanzó una mirada elocuente, pero yo sólo moví la cabeza. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero aun así no me quería ir. Me pasó por el lado cojeando y me aparté del camino. Mi espalda rozó contra algo suave y cálido, llamando mi atención. Me di la vuelta, viendo unas fores moradas grandes con el centro amari­llo. Me acerqué más, inhalando su olor agridulce, casi acre.

—Cuidado con eso, chica. Tocas belladona —se paró, girándose hacia donde es­tábamos—. Muy peligrosa… casi como los besos de los que caminan entre dioses. Em­briagadores, dulces y mortales… tienes que saber cómo manejarlo bien. Sólo un poco y no pasa nada. Demasiado… y te quita lo que te convierte en ti mismo —sonrió sua­vemente, como si estuviese recordando algo—. Los dioses se mueven entre nosotros, siempre cerca. Están observando y esperan a ver quién se revela como el más fuerte. Ahora están aquí. Sabes, el fnal está cerca de ellos, cerca de todos nosotros. Hasta los dioses tienen poca fe.

Caleb me volvió a mirar con los ojos bien abiertos. Me encogí de hombros, decidi­da a darle una oportunidad más.

—¿Así que no me vas a decir nada de mi madre?

—Nada que no hayas escuchado ya.

—Espera… —sentía la piel caliente y fría a la vez—. ¿Lo… lo que dijo Lea era cierto? ¿Qué yo fui la razón por la que mamá murió?

—Déjalo Álex. Tienes razón —Caleb dio un paso atrás—. Está totalmente loca.

Piperi suspiró.

—Siempre hay oídos por estos sitos, pero los oídos no siempre oyen bien.

—Vamos, Álex.

Pestañeé y —no exagero— en el tiempo que tardé en volver a abrir los ojos, la Abuela Piperi estaba en frente de mí. La anciana se movía muy rápido. Su mano me agarró el hombro como una garra, tan fuerte que hice un gesto de dolor.

Me miró, con la mirada aflada como cuchillas, y cuando habló, su voz perdió ese deje ronco. Y no sonó para nada loca. Oh no, sus palabras eran claras e iban al grano.

—Matarás a los que amas. Está en tu sangre, en tu destino. Así es como lo han dicho los dioses y así es como lo han previsto los dioses.

Capítulo 9

—¡ÁLEX! ¡VIGILA TUS MANOS, SE TE ESTÁN ESCAPANDO MUCHOS BLO­QUEOS!

Asentí a las palabras duras de Aiden y volví a enfrentarme con Kain. Aiden tenía razón, Kain me estaba destrozando. Mis movimientos eran demasiado lentos, torpes y distraídos, sobre todo debido al hecho de haber estado despierta la mitad de la noche, repasando la bizarra conversación con la Abuela Piperi.

La verdad es que éste era un mal momento para estar preocupada. Hoy era el primer entrenamiento con Kain, y estaba peleando como un bebé. Kain no me estaba dando tregua tampoco. No es que lo hubiese querido, pero es que tampoco quería quedar como una patosa delante de otro Centinela.

Otra de sus patadas brutales atravesó mi bloqueo y la logré esquivar por tan sólo un segundo. Esquivar no era la cuestión en este ejercicio. Si lo fuese, lo estaría bordan­do.

Entonces Aiden se me acercó enfadado, colocándome los brazos en una posición en la que habría podido golpear bien la pierna de Kain.

—Obsérvale. Hasta el más ligero temblor en un músculo te mostrará su ataque. Tienes que prestar atención, Álex.

—Ya lo sé —di un paso atrás y me pasé el brazo por la frente—. Lo sé. Puedo hacerlo.

Kain movió la cabeza y fue a por su botella de agua mientras Aiden me llevaba al otro lado de la sala con su mano agarrando mi brazo por arriba. Se agachó un poco para ponerse a mi nivel.

—¿Qué te pasa hoy? Sé que puedes hacerlo mejor.

Me agaché para coger el agua, pero la botella estaba vacía. Aiden me dio la suya.

—Sólo es que… hoy no estoy a lo que estoy.

Di un trago y se la devolví.

—Ya veo.

Me mordí el labio y me puse roja. Yo era mejor que esto, y dioses, quería probarle a Aiden que lo era. Si no podía lograr esto, no pasaríamos a nada más, a todas esas cosas chulas que quería aprender.

—Álex, llevas distraída todo el día —sus ojos se encontraron con los míos y man­tuvo la mirada—. Más vale que no tenga nada que ver con la festa que dio Jackson en la playa anoche.

Por los cielos, ¿había algo que este tío no supiese? Negué con la cabeza.

—No.

Aiden me dio una mirada de complicidad y dio un trago de la botella antes de volvérmela a pasar.

—Bébetela.

Suspiré, apartándome de él.

—Volvamos a hacerlo, ¿vale?

Aiden movió a Kain hacia atrás y me dio una palmada en el hombro.

—Puedes hacerlo, Álex. Tras recuperar la calma y dar otro trago de agua, dejé la botella en el suelo. Volví al centro de las esterillas y le hice un gesto con la cabeza a Kain. Kain me vio cansada. —¿Estás lista?

—Sí —apreté los dientes.

Kain levantó las cejas, como si dudase que esta vez fuese a hacer algo diferente.

—Está bien —movió la cabeza y volvimos a enfrentarnos—. Recuerda, anticipa mis movimientos. Bloqueé su primera patada, luego el puñetazo. Nos dimos unas cuantas vueltas mientras me preguntaba qué narices quiso decir la Abuela Piperi con eso de que mata­ría a los que amo. No tenía sentido, porque la única persona a la que amaba ya estaba muerta y estaba más que segura de que yo no la había matado. No puedes matar a alguien que ya está muerto, y no es que yo amase— la bota de Kain se hizo paso entre mis defensas y me dio en el estómago. El dolor explotó en mi interior, tan intenso e insoportable que caí de rodillas. La forma en que aterricé en el suelo me hizo más daño en mi ya maltrecha espalda. Con un gesto de dolor, me sujeté la espalda con una mano y el estómago con la otra. Estaba hecha un desastre. Kain se dejó caer en frente mío. —¡Mierda, Álex! ¿Qué estabas haciendo? ¡No tenías que haber estado tan cerca de mí!

BOOK: Mestiza
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