Read Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea Online
Authors: Annabel Pitcher
Daniel le dio unos golpecitos en el hombro a un niño que se llamaba Ryan. Le dijo algo al oído. Me miraron sonriendo y levantaron los pulgares. Soltaron unas risitas y salieron de la clase. Yo habría deseado que el león de estrellas del cielo cayera sobre ellos y les arrancara la cabeza de un mordisco.
«El anillo te protegerá»
susurró de pronto Sunya y yo pegué un brinco de un millón de metros. En la clase no quedaba nadie más que nosotros.
«Es parte de su magia»
. Dije
«Yo no necesito protección»
y Sunya se rió.
«Hasta Spiderman necesita un poco de ayuda de vez en cuando»
. El sol entraba por la ventana y se reflejaba en el velo de Sunya, y por una milésima de segundo pensé en cosas puras como ángeles y halos y coberturas glaseadas. Pero entonces la imagen de la cara de papá se apoderó de mi mente y aplastó cualquier otro pensamiento. Me lo imaginaba perfectamente con los ojos entornados y los labios apretados diciendo
«Los musulmanes han infectado este país igual que una enfermedad»
, cosa que no es del todo cierta. No son contagiosos ni te llenan de granos rojos como la varicela, y por lo que he podido comprobar no dan ni fiebre.
Di un paso hacia atrás y luego otro y me choqué con una silla porque no podía despegar los ojos de la cara de Sunya. Cuando llegué a la puerta, ella dijo
«Pero es que no lo entiendes»
y yo dije
«No»
. Entonces se quedó callada y yo me temí que ahí se había acabado la conversación. Suspiré como si ella fuera la persona más aburrida del mundo entero y le volví la espalda como para irme. Entonces dijo
«Pues deberías entenderlo porque somos lo mismo»
. Paré de andar y le hablé claro.
«Yo no soy musulmán»
. La risa de Sunya tintineó igual que sus pulseras.
«No»
dijo,
«pero eres un superhéroe»
. Me quedé patidifuso. Si ya tenía los ojos redondos como canicas se me pusieron como bolas de billar. Con su dedo moreno, señaló al velo que llevaba en la cabeza y que le bajaba por la espalda.
«Spiderman, yo soy la Chica M»
. Luego se acercó a mí y me tocó la mano, y antes de que yo pudiera apartarla ya se había ido. Con la boca seca y los ojos redondos como planetas contemplé a Sunya que corría por el pasillo, y por primera vez me di cuenta de que el velo que revoloteaba alrededor de su cuerpo era idéntico a la capa de un superhéroe.
Hoy hace cinco años que ocurrió. En la tele no hablan de otra cosa, un programa tras otro sobre el 9 de septiembre. Es viernes y no hemos podido ir al mar porque hay colegio. Creo que vamos a ir mañana. Papá no ha dicho nada pero le he visto mirar en internet Saint Bees, la playa que hay más cerca de aquí, y anoche estuvo acariciando la urna como para despedirse.
Lo más probable es que al final no se decida así que yo todavía no me pienso despedir. Me despediré si por fin logra desprenderse de las cenizas de Rose y esparcirlas en el mar. Hace dos años me hizo tocar la urna y decirle unas últimas palabras en voz baja y me sentí estúpido porque sabía que ella no podía oírme. Y todavía me sentí más estúpido al día siguiente cuando vi que había vuelto a aparecer sobre la repisa de la chimenea y que mi despedida no había servido de nada.
Jas no fue al colegio porque estaba demasiado triste. A veces me olvido de que Rose era su gemela y de que se pasaron diez años juntas, o diez años y nueve meses si se cuenta el embarazo. Me pregunto si estarían mirándose la una a la otra cuando estaban en la tripa de mamá. Apuesto a que Jas ya estaba curioseando. Siempre quiere enterarse de todo. El otro día la pillé en mi cuarto, revisando mi mochila.
«Sólo quería ver si has hecho los deberes»
dijo, que era lo que solía hacer mamá.
Tenían que estar a presión los dos bebés dentro de mamá. Puede que fuera por eso por lo que no se llevaban demasiado bien. Jas me dijo que Rose era una mandona y que siempre tenía que ser el centro de atención, que lloraba si no se salía con la suya.
«Me alegro de que se muriera ella y no tú»
le dije, sonriendo con amabilidad. Jas frunció el ceño.
«Si tenía que morirse una de vosotras, me refiero»
. Le tembló el labio de abajo.
«Es que no te sientes ni un poquito bien sin ella»
le pregunté, un poco picado. Era Jas la que había dicho que Rose era una pesada, no yo.
«Imagínate a una sombra sin persona»
me respondió. Me acordé de Peter Pan. Su sombra se lo pasaba mucho mejor en el dormitorio de Wendy cuando Peter no estaba. Habría querido explicarle eso a Jas pero se puso a llorar así que le pasé un clínex y encendí la tele.
Esta mañana, cuando estaba comiéndome mis Chocopops, Jas me preguntó si quería faltar yo también al colé. Le dije que no con la cabeza.
«Estás seguro»
me dijo, mirando su horóscopo en el ordenador portátil.
«No hace falta que vayas si estás triste»
. Cogí del aparador los sándwiches que ella me había preparado para comer.
«Los viernes tenemos Dibujo y es mi asignatura preferida»
le expliqué.
«Y hoy nos toca a los de sexto ir al puesto de chucherías»
. Corrí escaleras arriba a coger mis veinte libras de la abuela.
En la Asamblea la profesora rezó una oración por todas las familias afectadas por lo del 9 de septiembre y yo me sentí como si tuviera un foco apuntándome a la cabeza. En Londres odiaba el 9 de septiembre porque en el colé todo el mundo sabía lo que había ocurrido. Nadie me dirigía la palabra durante el resto del año pero ese día todo el mundo quería ser mi amigo. Me decían
«Tienes que echar mucho de menos a Rose»
o
«Me imagino cuánto echarás de menos a Rose»
, y yo tenía que decir
«Sí»
y asentir con tristeza. Pero aquí como nadie sabe nada no tengo que fingir y espero que así sigan las cosas.
Cuando dijimos todos
«Amén»
levanté los ojos de la oración. Por una décima de segundo pensé que me había librado, pero entonces vi un par de ojos chispeantes. Sunya estaba sentada con las piernas cruzadas, la barbilla apoyada en la mano izquierda, y se mordisqueaba la punta del meñique y miraba hacia mí. De pronto me acordé de que le había dicho
«A mi hermana se la cargó una bomba»
, y por la forma en que Sunya me miraba me di cuenta de que ella también se acordaba.
No he vuelto a hablar con ella desde que descubrí que era una superheroína. Me gustaría preguntárselo todo de la Chica M pero cada vez que abro la boca pienso en papá y los labios se me cierran de golpe y no dejan salir mis palabras. Si él se enterara de que estoy pensando en hablar con una musulmana me echaría de casa, y yo no tendría adonde ir porque mamá se ha ido a vivir con Nigel. Han pasado dos semanas desde que me mandó el regalo y todavía no ha venido a vernos. La camiseta de Spiderman se me va ensuciando pero no me la puedo quitar porque eso sería como admitir que mamá no va a venir. Y además, ella no tiene la culpa de no poder moverse de Londres. La culpa la tiene el señor Walker. Es su jefe en la academia de Bellas Artes y es más malvado que la persona más malvada en la que soy capaz de pensar, que ahora mismo es el Duende Verde de Spiderman. Una vez no dejó que mamá fuera a la boda de unos amigos, aunque ella se lo pidió con una amabilidad que te mueres. Otra vez no la dejó faltar al trabajo para ir al funeral del señor Best. Mamá dijo que le daba igual perderse el funeral, pero que se había comprado un vestido negro en Next y que no iba a poder devolverlo porque Roger se había comido el tíquet.
En uno de los documentales de la tele salían unos señores contando que habían perdido a su nieta el 9 de septiembre y no lograron decir ni cuatro palabras antes de echarse a llorar. A papá y a mamá no paraban de llamarles por teléfono los periodistas del telediario. Ellos nunca concedían entrevistas. A mí no me habría importado que me sacaran en la tele y me hicieran preguntas, pero de aquel día no recuerdo nada más que una gran explosión y muchos llantos.
Yo creo que papá pensaba que mamá tenía la culpa y que por eso empezaron a odiarse. Ni siquiera hablaban nunca. A mí no me había parecido raro hasta que Luke Branston me invitó a su casa la vez que fuimos amigos durante cuatro días y sus padres se cogían de la mano y se reían y hablaban entre ellos. Mamá y papá sólo decían cosas prácticas como
«Pásame la sal»
, o
«Le has puesto ya su comida a Roger»
o
«Quítate esos malditos zapatos, que acabo de limpiar la moqueta»
.
Jas se acuerda de cómo era antes y por eso el silencio la pone triste. A mí me da igual porque nunca he conocido otra cosa. Unas Navidades discutimos a lo bestia por el Intelect y yo le di a ella con el tablero en la cabeza y ella intentó meterme las letras por el cogote. Mamá y papá ni siquiera nos dijeron que paráramos. Se quedaron ahí sentados en el salón, mirando cada uno para un lado cuando Jas les enseñó el chichón que tenía en el entrecejo.
«Somos invisibles»
dijo ella más tarde, mientras trataba de sacarme una Q por el cuello de la camisa. A mí me habría gustado que lo fuéramos. Si pudiera elegir un superpoder, la invisibilidad sería el primero de la lista, por encima incluso de volar.
«Es como si nosotros también estuviéramos muertos»
añadió Jas, encontrándome una T en la manga.
Cuando aquello ocurrió nosotros estábamos en la plaza de Trafalgar. Había sido idea de mamá que fuéramos. Papá prefería que hiciéramos un picnic en el parque pero mamá quería ver una exposición en el centro. A papá le encanta el campo porque se crió en las tierras altas de Escocia. No se fue a vivir a Londres hasta que conoció a mamá.
«La vida fuera de la capital no es vida»
dijo ella una vez, y yo me la imaginé sentada en una gran L de Londres.
Jas me contó que el día había empezado bien y hacía sol aunque también frío y te salía el aliento como el humo de un pitillo. Yo me había puesto a echar trozos de pan al suelo y me reía cuando venían palomas a intentar cogerlos. Jas y Rose las perseguían haciéndolas revolotear por el cielo y mamá se reía pero papá dijo
«Parad ya eso, niñas»
. Mamá dijo
«Si no están haciendo nada malo»
pero Jas volvió corriendo a donde estaba papá porque no le gustaba nada que por su culpa hubiera problemas. Rose no era tan buena. De hecho era bastante mala y según Jas se portaba fatal en el colegio, pero parece que de eso nadie se acuerda ahora que está muerta y es perfecta. Jas se agarró a la mano de papá mientras él gritaba
«Rose, vuelve aquí»
pero mamá sólo dijo
«Ay, déjala un poco»
y se reía mientras Rose daba vueltas y más vueltas mirando hacia arriba. Los pájaros revoloteaban en círculos y mamá gritaba
«Gira más deprisa»
y entonces se oyó una explosión y Rose salió volando por los aires.
Jas me ha contado que el mundo se puso negro de tanto humo como había y que a ella le empezaron a doler los oídos de lo fuerte que había sido la explosión. Pero aunque se le había reventado un tímpano oyó a papá gritando
«Rose Rose Rose»
.
Más tarde descubrieron que había sido un atentado terrorista. Las bombas estaban escondidas en quince papeleras en varias partes de Londres y las habían programado para que explotaran todas al mismo tiempo el 9 de septiembre. Tres de ellas no funcionaron así que sólo explotaron doce papeleras, pero eso fue suficiente para matar a sesenta y dos personas. Rose era la más joven de los que murieron. Nadie sabía quién lo había hecho hasta que un grupo de musulmanes escribió en internet no sé qué de que lo habían hecho en el nombre de Alá, que es como los musulmanes llaman a Dios y rima con una cosa que yo decía un montón cuando tenía siete años y medio y quería ser mago.
«Voilá»
.
En la tele lo ponían de una forma que parecía una película. Era una reconstrucción de los sucesos del 9 de septiembre. No hablaban de Rose porque papá y mamá no les habían dado permiso, pero era interesante ver lo que había ocurrido en las otras explosiones de otros puntos de la ciudad. Un hombre de los que habían muerto no tenía que estar en Londres. Su tren de la estación de Euston a la de Picadilly de Mánchester había sido cancelado por un fallo en el sistema de señales. En lugar de quedarse allí esperando a otro tren, él decidió darse una vuelta por Covent Garden. Le entró hambre así que se compró un sándwich y fue a tirar el papel a la basura y entonces murió. Si el sistema de señales no hubiera fallado, o si él no se hubiera comprado un sándwich, o incluso si se lo hubiera comido un par de segundos más despacio o un par de segundos más rápido, entonces puede que no se hubiera acercado a la papelera a tirar el papel en el preciso instante en que explotó la bomba. Y eso me hizo darme cuenta de una cosa. Si nosotros no hubiéramos estado en la plaza de Trafalgar, o si las palomas no existieran, o si Rose hubiera sido una niña obediente en lugar de una niña traviesa, entonces todavía estaría viva y mi familia sería feliz.
Eso me hizo sentirme raro así que cambié de canal. Lo único que ponían era anuncios. Jas se acercó con la espalda encorvada y dijo
«Papá se ha quedado dormido»
y parecía aliviada y yo me sentí mal. No la había ayudado nada. Lo único que había hecho era poner la tele a todo trapo para no tener que oír a papá vomitando en el cuarto de baño. Jas dijo
«Mañana estará mejor»
. Le pregunté
«Quieres jugar a adivinar anuncios»
, que es un juego que me inventé yo en el que hay que decir lo que están anunciando antes de que lo digan en la tele. Dijo que sí con la cabeza pero justo salió un anuncio que no habíamos visto nunca así que no pudimos jugar. En él se veía un gran teatro y un hombre que decía
El Mayor Concurso de Talentos de toda Gran Bretaña hace tus sueños realidad. Llama a este número y cambia tu vida
y pensé en lo agradable que sería coger el teléfono como un adulto y encargar una vida diferente como si fuera una pizza o algo así. Pediría un padre que no bebiera y una madre que no se hubiera largado, pero a Jas no la cambiaría en lo más mínimo.
«Mañana no te puedes poner eso»
dijo Jas, señalando con la barbilla a mi camiseta.
«Vamos a esparcir las cenizas de Rose y papá quiere que vayamos de negro»
. Yo grité
«Chocopops»
porque acababa de salir un anuncio de Kellogg's en la tele.
Debo de haber crecido desde que vinimos de Londres. Toda la ropa me queda pequeña. Llevo pantalones negros y un jersey negro por encima de la camiseta de Spiderman pero todavía se ve un poco el azul y el rojo por la parte del cuello. Jas cuando me ha visto ha levantado las cejas, pero papá no se ha dado ni cuenta. No miraba más que a la urna, la había puesto encima de la mesa de la cocina mientras desayunábamos. Parecía un salero enorme aunque no creo que Rose les diera muy buen sabor a las patatas fritas.