Authors: Isaac Asimov
Las historias sobre robots de Asimov reunidas en una colección definitiva.
Las Tres Leyes de la Robótica
1. Un robot no debe dañar a ningún ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le sean dadas por un ser humano, salvo cuando dichas órdenes contravengan la Primera Ley
3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando dicha protección no contravenga ni la Primera ni la Segunda Ley.
En El robot completo se recopilan los relatos de robots positrónicos, posiblemente la creación más celebrada de la prodigiosa imaginación de Isaac Asimov, ordenados temáticamente por el propio autor. Desde los primeros modelos no humanoides hasta la paradójica complejidad de los robots que desean ser humanos, pasando por los intrincados recovecos de comportamiento robótico inducido por las Tres Leyes, e incluyendo los famosos relatos de Yo, robot, así como los protagonizados por la sagaz robopsicóloga Susan Calvin.
Isaac Asimov
El Robot Completo
ePUB v1.1
Garland23.05.11
Título original: The Complete Robot
Traducción de Domingo Santos.
(Los relatos Algún día y Satisfacción garantizada han sido traducidos por Francisco Blanco. Los relatos Extraño en el paraíso, El incidente del Tricentenario, Intuición femenina, Qué es el hombre, y El hombre del bicentenario han sido traducidos por Mirela Bofill)
Cuando me faltaba poco para cumplir los veinte años y era ya un endurecido lector de ciencia ficción, llevaba leídas muchas historias de robots, y había descubierto que podían calificarse en dos categorías.
En la primera categoría estaban los Robots-como-Amenaza. No tengo que explicar demasiado esto. Tales historias eran una mezcla de «clanc-clanc» y «aarghh» y «Hay algunas cosas que se supone que el hombre no debe conocer». Al cabo de un tiempo empezaron a palidecer a mis ojos, y ya no pude seguir soportándolas.
En la segunda categoría (mucho más pequeña) estaban los Robots-como-Pathos. En tales historias los robots eran encantadores y normalmente se veían sometidos a crueles seres humanos. Me encantaban. A finales de 1938 dos de tales historias me impresionaron de una forma particular. Una era un relato corto de Eando Binder titulado Yo, robot, acerca de un santo robot llamado Adam Link; otra era una historia de Lester del Rey, titulada Helen O'Loy, que me emocionó con su retrato de un robot que era tan leal como debería serlo una esposa.
Sin embargo, cuando, el 10 de junio de 1939 (sí, mantengo un archivo meticuloso), me senté a escribir mi primera historia de robots, no pensé ni por un momento en escribir una historia de Robots-como-Pathos. Escribí Robbie, acerca de un robot nurse y una niñita y un poco de amor y una madre llena de prejuicios y un padre débil y un corazón roto y una reunión en medio de lágrimas. (Originalmente apareció bajo el título -que siempre he odiado- de Extraño compañero de juegos.)
Pero algo curioso ocurrió mientras escribía esa primera historia. Conseguí obtener una visión de un robot que no era ni Amenaza ni Pathos. Empecé a pensar en los robots como en productos industriales construidos por auténticos ingenieros. Construidos con dispositivos de seguridad de modo que no pudieran convertirse en Amenazas, y diseñados para realizar ciertos trabajos para los cuales no era necesario el Pathos.
A medida que seguía escribiendo historias de robots, esta noción de robots industriales cuidadosamente diseñados por ingenieros fue permeando más y más mis relatos, hasta que la característica misma de las historias de robots en los relatos serios de ciencia ficción fue cambiando... no tan sólo en mis propias historias, sino en las de casi todo el mundo.
Eso me hizo sentirme orgulloso y durante muchos años, incluso décadas, no tuve ningún reparo en admitir que yo era «el padre de las modernas historias de robots».
A medida que iba pasando el tiempo, fui haciendo otros descubrimientos que me encantaron. Descubrí, por ejemplo, que cuando utilizaba la palabra «rebotica» para describir el estudio de los robots, no estaba utilizando una palabra que existía ya, sino que había inventado una palabra que nunca antes había sido usada. (Eso ocurrió en mi historia Círculo vicioso, publicada en 1942.)
La palabra se ha convertido ahora en algo de uso general. Hay revistas y libros con la palabra en su título, y generalmente es admitido en el campo que yo inventé el término. No crean que no me siento orgulloso de ello. No hay mucha gente que haya acuñado un término científico útil, y aunque yo lo hice de forma inconsciente, no tengo ninguna intención de dejar que nadie en el mundo lo olvide.
Lo que es más, en Círculo vicioso listé por primera vez mis «Tres Leyes de la Robótica» con un detalle específico, y esas también se hicieron famosas. Al menos, son citadas por todas partes, en todo tipo de lugares que no tienen nada que ver directamente con la ciencia ficción, incluso en referencias de índole general. Y la gente que trabaja en el campo de la inteligencia artificial se toma a veces la molestia de decirme que creen que las Tres Leyes serán una buena guía en el futuro.
Podemos ir incluso más allá de eso...
Cuando escribí mis historias de robots no creía que los robots llegaran a existir realmente en el transcurso de mi vida. De hecho, estaba seguro de que eso era imposible, y hubiera apostado enormes sumas al respecto. (Al menos, hubiera apostado 15 centavos, que es mi límite de apuestas cuando estoy completamente seguro de algo.)
Y sin embargo aquí estoy yo, cuarenta y tres años después de que escribiera mi primera historia de robots, y tenemos robots. Por supuesto que los tenemos. Lo que es más, son en un cierto sentido lo que yo imaginé... robots industriales, creados por ingenieros para realizar trabajos específicos y con dispositivos de seguridad incluidos en ellos. Pueden descubrirse en numerosas fábricas, principalmente en el Japón, donde existen fábricas de automóviles que se hallan enteramente robotizadas. La cadena de montaje en tales lugares es «comandada» por robots en cada una de sus fases.
Naturalmente, esos robots no son tan inteligentes como los míos..., no son positrónicos; ni siquiera son humanoides. Sin embargo, están evolucionando rápidamente, y haciéndose por momentos más capaces y versátiles. ¿Quién sabe en qué van a convertirse dentro de otros cuarenta años?
De una cosa sí podemos estar seguros. Los robots están cambiando el mundo y conduciéndolo hacia direcciones que no podemos prever claramente.
¿De dónde proceden esos robots reales? La más importante fuente de ellos es una firma llamada Unimation Inc., de Danbury, Connecticut. Es el fabricante líder de robots industriales, y es el responsable quizá de una tercera parte de todos los robots instalados hasta el presente. El presidente de la firma es Joseph F. Engelberger, que la fundó a finales de los años cincuenta porque estaba tan interesado en los robots que decidió dedicar toda su vida a su producción.
Pero ¿cómo demonios llegó a interesarse tanto por los robots en un estadio tan prematuro? Según sus propias palabras, se interesó enormemente por los robots a lo largo de los años cuarenta, cuando estaba persiguiendo su graduación en física en la universidad de Columbia, leyendo las historias de robots de su compañero de universidad Isaac Asimov.
¡Dios mío!
¿Saben?, no escribí ninguna de mis historias de robots con esta ambición en aquellos lejanos, lejanos días. Todo lo que deseaba por aquel entonces era venderlas a las revistas a fin de ganar unos cuantos cientos de dólares que me ayudaran a pagar mis cuotas universitarias..., y por supuesto para ver mi nombre reproducido en letra de imprenta.
Si hubiera escrito en cualquier otro campo de la literatura, eso es todo lo que hubiera conseguido. Pero puesto que estaba escribiendo ciencia ficción, y solamente porque estaba escribiendo ciencia ficción, yo -sin saberlo exactamente- estaba iniciando una cadena de acontecimientos que están cambiando el aspecto del mundo.
Incidentalmente, Joseph F. Engelberger publicó en 1980 un libro titulado Prácticas robóticas: aplicación y comercialización de los robots industriales (Asociaciones Comerciales Americanas), y fue lo bastante amable como para pedirme que yo le escribiera el prólogo.
Todo eso condujo a que mis benevolentes editores pensaran que...
Mis numerosas historias de robots han aparecido en no menos de siete recopilaciones de relatos míos. ¿Por qué deberían ser desgajadas de ellas? Ellos mismos me dieron la razón: puesto que han adquirido una importancia mucho mayor de la que nadie hubiera llegado a imaginar (y yo el primero) en el momento en que fueron escritas, ¿acaso no merecen el ser reunidas todas ellas en un solo libro?
No resultó muy difícil convencerme, de modo que ahí están, reunidas por primera vez, mis treinta y una historias sobre robots, totalizando más de 200.000 palabras, y escritas a lo largo de un período de tiempo que abarca desde 1939 hasta 1977.
No voy a ordenar las historias de robots en el orden en que fueron escritas. En vez de ello, voy a agruparlas según la naturaleza de su contenido. En esta primera división, por ejemplo, trato de robots que no poseen forma humana..., un perro, un automóvil, una caja. ¿Por qué no? Los robots industriales que se han convertido en realidad no poseen apariencia humana.
La primera historia de todas las recopiladas aquí, El mejor amigo de un muchacho, no pertenece a ninguna de mis primeras recopilaciones. Fue escrita el 10 de septiembre de 1974, y puede que encuentren ustedes en ella un eco distante de Robbie, escrita treinta y cinco años antes, y que aparece más tarde en este mismo volumen. No piensen que no soy consciente de ello.
Incidentalmente, observarán ustedes que en esas tres historias el concepto del Robot-como-Pathos se halla claramente marcado. Puede que observen también, sin embargo, que en Sally no parece haber el menor indicio de las Tres Leyes, y que hay más que una alusión al Robot-como-Amenaza. Bien, si en su momento decidí hacerlo así, supongo que estaba en mi derecho. ¿ Quién hay por ahí para impedírmelo ?
—Querida, ¿dónde está Jimmy? —preguntó el señor Anderson.
—Afuera, en el cráter —dijo la señora Anderson—. No te preocupes por él. Está con Robutt...
—¿Ha llegado ya?
—Sí. Está pasando las pruebas en la estación de cohetes. Te juro que me ha costado mucho contenerme y no ir a verlo. No he visto ninguno desde que abandoné la Tierra hace ya quince años..., dejando aparte los de las películas, claro.
—Jimmy nunca ha visto ninguno — dijo la señora Anderson.
—Porque nació en la Luna y no puede visitar la Tierra. Por eso hice traer uno aquí. Creo que es el primero que viene a la Luna.
—Sí, su precio lo demuestra —dijo la señora Anderson lanzando un suave suspiro.
—Mantener a Robutt tampoco resulta barato, querida —dijo el señor Anderson.
Jimmy estaba en el cráter, tal y como había dicho su madre. En la Tierra le habrían considerado delgado, pero estaba bastante alto para sus diez años de edad. Sus brazos y sus piernas eran largos y ágiles. El traje espacial que llevaba hacía que pareciese más robusto y pesado, pero Jimmy sabía arreglárselas en la débil gravedad lunar como ningún terrestre podría hacerlo nunca. Cuando Jimmy tensaba las piernas y daba su salto de canguro su padre siempre acababa quedándose atrás.