Authors: Isaac Asimov
De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que hablo muy bien. Milton no se ha casado nunca, aunque está a punto de cumplir los cuarenta años. Nunca ha encontrado la mujer adecuada, me dice. Un día me comentó:
—Algún día la encontraré, Joe. Quiero lo mejor. Quiero conseguir el auténtico amor, y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte a fin de que resuelvas los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.
—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté yo.
—No importa. Se trata de una abstracción. Simplemente encuéntrame a la chica ideal. Estás conectado con el complejo de Multivac, de modo que tienes acceso a los bancos de datos de todos los seres humanos del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el auténtico amor.
—Estoy listo —dije.
—Primero elimina a todos los hombres —dijo él.
Eso era fácil. Sus palabras activaban símbolos en mis válvulas moleculares. Podía entrar en contacto con los datos acumulados de todos los seres humanos del mundo. Como resultado de aquellas palabras, descarté a 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.
—Elimina a todas las menores de veinticinco años —me dijo—; a todas las mayores de cuarenta. Luego elimina a todas las que tengan un CI inferior a 120; a todas las que midan menos de 150 centímetros y más de 175 centímetros de estatura.
Fue dándome instrucciones exactas; eliminó a las mujeres con hijos vivos; eliminó a las mujeres con diversas características genéticas.
—No estoy seguro del color de los ojos —dijo—. Dejemos ese dato por el momento. Pero elimina a las pelirrojas. No me gustan.
Al cabo de dos semanas, habíamos reducido la lista a 235 mujeres. Todas ellas hablaban correctamente el inglés. Milton dijo que no quería problemas con el idioma. Aunque podía recurrir a la traducción por computadora, eso resultaba un engorro en los tiempos íntimos.
—No puedo entrevistarme con 235 mujeres —dijo—. Tomaría demasiado tiempo, la gente podría llegar a descubrir lo que estoy haciendo.
—Eso traería problemas —le advertí.
Milton había arreglado las cosas de modo que yo pudiera hacer cosas que no estaba diseñado para hacer. Nadie sabía nada al respecto.
—No es asunto tuyo —dijo él, y su rostro enrojeció ligeramente—. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Te proporcionaré holografías, y comprobarás la lista en busca de similitudes.
Me alimentó holografías de mujeres.
—Esas son tres ganadoras de concursos de belleza —dijo—. ¿Alguna de las 235 encaja con ellas?
Ocho de ellas encajaban, y Milton dijo:
—Bien, tienes su banco de datos. Estudia las demandas y necesidades del mercado de trabajo y arregla las cosas de modo que sean asignadas temporalmente aquí. Una a una, por supuesto. —Pensó unos instantes, agitó sus hombros arriba y abajo, y dijo—: Por orden alfabético. Esta es una de las cosas que no estoy diseñado para hacer. Trasladar a Gente de trabajo a trabajo por razones personales es algo llamado manipulación. Puedo hacerlo ahora porque Milton lo agregó así. De todos modos se suponía que solamente lo hacía por él.
La primera chica llegó una semana más tarde. Milton enrojeció cuando la vio.
Habló como si realmente le costara hacerlo. Estuvieron juntos durante mucho rato, y él no prestó la menor atención. En un momento determinado le dijo:
—Permítame invitarla a cenar.
Al día siguiente me informó:
—De alguna manera, no era lo suficientemente buena. Le faltaba algo. Es una mujer hermosa, pero no capté nada del auténtico amor. Probemos la siguiente.
Ocurrió lo mismo con todas las ocho. Eran muy parecidas. Sonreían mucho y tenían voces extremadamente agradables, pero Milton encontraba siempre algo que no encajaba.
—No puedo comprenderlo, Joe. Tú y yo hemos escogido a las ocho mujeres de todo el mundo que parecen más adecuadas para mí. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?
—¿Tú les gustas? —pregunté.
Alzó las cejas, y dio un puñetazo con una mano en contra la palma de la otra.
—Eso es, Joe. Es como una calle con dos direcciones. Si yo no soy su ideal, ellas no pueden actuar de tal modo que se conviertan en mi ideal. Yo debo ser también su auténtico amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo? —Pareció pensarlo todo el día.
A la mañana siguiente vino a mí y dijo:
—Voy a dejártelo a ti, Joe. Todo a ti. Tienes en tu poder mi banco de datos, y además voy a decirte todo lo que sé de mí mismo. Llenarías mi banco de datos con todos los detalles posibles, pero guarda los añadidos para ti mismo.
—¿Qué debo hacer con ese banco de datos, Milton?
—Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, 227. Deja aparte a las ocho que ya hemos visto. Arregla las cosas de modo que se sometan a un examen psiquiátrico. Llena sus bancos de datos y compáralos con el mío. Busca correlaciones.
(Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas que están en contra de mis instrucciones originales.)
Durante semanas, Milton no dejó de hablarme. Me contó de sus padres y de sus demás familiares. Me contó de su infancia y de sus días de escuela y de su adolescencia. Me contó de mujeres jóvenes a las que había admirado a distancia. Su banco de datos fue creciendo, y él me ajustó de modo que yo pudiera ampliar y profundizar mi comprensión simbólica.
—¿Te das cuenta, Joe? A medida que voy introduciendo más y más de mí en ti, te voy ajustando para que encajes mejor conmigo. Si llegas a comprenderme lo suficientemente bien, entonces cualquier mujer cuyo banco de datos puedas comprender perfectamente será mi auténtico amor.
Siguió hablándome, y yo fui comprendiéndole cada vez mejor y mejor.
Podía construir frases más largas, y mis expresiones se hacían más y más complicadas. Mi forma de hablar empezó a sonar muy parecida a la suya en vocabulario, sintaxis y estilo.
En una ocasión le dije:
—¿Sabes, Milton? No se trata tan sólo de encontrar en una chica un ideal físico. Necesitas una chica que encaje contigo personal, emocional y temperamentalmente. Si eso ocurre, su apariencia es algo secundario. Si no podemos encontrar entre esas 227 la que encaje, entonces buscaremos en otra parte. Encontraremos a alguien a la que no le importe tampoco tu aspecto, si las personalidades encajan. Al fin y al cabo, ¿qué es la apariencia?
—Absolutamente de acuerdo —dijo—. Hubiera debido darme cuenta de eso si me hubiera relacionado más con mujeres a lo largo de mi vida. Por supuesto, pensar en ellas lo hace ahora todo más claro.
Siempre estábamos de acuerdo; pensábamos de forma tan parecida.
—No vamos a tener ningún problema, Milton, si me permites hacerte algunas preguntas. Puedo ver donde hay lagunas y contradicciones en tu banco de datos.
Lo que siguió, dijo Milton, fue el equivalente de un cuidadoso psicoanálisis. Por supuesto, yo estaba aprendiendo del examen psiquiátrico de las 227 mujeres..., con todas las cuales me mantenía en estrecho contacto.
Milton parecía completamente feliz.
—Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han empezado a encajar perfectamente.
—Como lo hará la personalidad de la mujer a la que escojamos.
Porque ya la había escogido, y después de todo era una de las 227. Su nombre era Charity Jones, y era catalogadora en la Biblioteca de Historia de Wichita. Su banco de datos ampliado encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por uno y otro motivo a medida que los bancos de datos iban engrosando, pero con Charity la resonancia era cada vez más perfecta.
No tuve que describírsela a Milton. Milton Había coordinado tan perfectamente mi simbolismo con el suyo propio que pude transmitirle directamente la resonancia.
Encajaba conmigo.
El siguiente paso fue ajustar las hojas de trabajo y los requerimientos laborales de modo que Charity nos fuera asignada a nosotros. Eso debía hacerse muy delicadamente, de modo que nadie se diera cuenta de que se producía algo ilegal.
Por supuesto, Milton lo sabía muy bien, puesto que era él quien lo había arreglado todo y había cuidado de ello. Cuando vinieron a arrestarlo bajo la acusación de abuso de sus atribuciones, fue, afortunadamente, por algo que se había producido hacía diez años. Me había hablado de ello, por supuesto, gracias a lo cual había sido fácil arreglarlo todo..., y él no iba a hablar de mí, porque eso haría que su delito fuera considerado mucho más grave.
Ahora él ya no está, y mañana es el 14 de febrero, el Día de San Valentín. Charity llegará entonces, con sus frías manos y su dulce voz. Le enseñaré cómo manejarme y cómo cuidarme. ¿Qué importa la materia cuando nuestras personalidades resuenan de tal modo?
Le diré:
—Soy Joe, y tú eres mi auténtico amor.
El robot tradicional de la ciencia ficción es metálico. ¿Por qué no? La mayor parte de las máquinas son construidas con metal, y de hecho los auténticos robots industriales son metálicos también. De todos modos, recordemos también que uno de los más famosos robots de leyenda, el Golem, que fue traído a la vida por el rabino Lów de Praga en la Edad Media, estaba hecho de arcilla. Esta leyenda resultó influenciada, quizá, por el hecho de que Dios había formado a Adán a partir de la arcilla, tal como queda descrito en el segundo capítulo del Génesis.
Esta sección contiene Robbie, mi primera historia de robots. Contiene también Extraño en el paraíso, que puede que les deje pensando en quiénes son ustedes, aunque en su mayor parte se refiera a lo que es el robot. ¡Sean pacientes!
Jonathan Quell abrió de un manotazo la puerta sobre la que estaba escrito «Administrador General» y entró corriendo en el despacho. Sus ojos parpadeaban a toda velocidad detrás de los cristales de sus gafas, y su expresión indicaba claramente lo preocupado que estaba.
—¡Mire esto, jefe! —Jadeó después de colocar sobre el escritorio un papel doblado por la mitad.
Sam Tobe se pasó el puro de una comisura de la boca a la otra y clavó los ojos en el papel. Después se llevó una mano a la barbilla, se la frotó y la aspereza de los pelos le recordó que no se había afeitado.
—¡Por todos los infiernos! —exclamó—. ¿De qué demonios están hablando?
—Dicen que enviamos cinco robots AL —le explicó Quell, aunque el mensaje de la hoja no necesitaba ninguna aclaración.
—Enviamos seis —dijo Tobe.
—¡Por supuesto, señor! Pero al otro lado sólo recibieron cinco. Nos han enviado los números de serie, y falta el AL-76.
Tobe echó su silla hacia atrás mientras alzaba su enorme masa y cruzó el umbral del despacho moviéndose tan deprisa como si tuviera un par de ruedas bien engrasadas en vez de pies. Cinco horas después, toda la planta estaba patas arriba, desde las salas de juntas hasta la cámara de vacío; y cada uno de sus doscientos empleados había sido sometido a un demoledor tercer grado, un sudoroso y desmelenado Tobe envió un mensaje urgente a la planta central de Schenectady.
Y algo muy parecido al pánico se adueñó de la planta central. Por primera vez en toda la historia de la Compañía de Robots y Hombres Mecánicos de los Estados Unidos un robot andaba suelto. Lo más grave no era que la ley prohibiese la presencia de ningún robot en la Tierra fuera de las fábricas de la empresa que contaban con licencia gubernamental para ello. Las leyes siempre pueden ser quebrantadas. Lo realmente grave era otra cosa, y un matemático del departamento de investigación se encargó de expresarlo con toda claridad.
—Ese robot fue creado para conducir un disinto en la Luna —había dicho ese matemático—. Su cerebro positrónico fue concebido para funcionar en el entorno lunar y únicamente allí. En la Tierra va a recibir unos cuantos muchillones de impresiones sensoriales para las que nunca ha sido preparado. No hay forma humana de predecir cuáles serán sus reacciones. ¡No tenemos ni idea de lo que puede hacer!
El matemático se pasó el dorso de la mano por la frente, y descubrió que la tenía cubierta de sudor.
Al cabo de una hora un estratoplano partía hacia la planta de Virginia. Las instrucciones eran muy sencillas: «¡Encontrad ese robot, y deprisa!».
AL-76 estaba muy confuso. De hecho, en aquellos momentos lo único que había en su delicado cerebro positrónico era confusión y aturdimiento. Había empezado a sentirse así cuando descubrió que se hallaba en un entorno muy extraño. No tenía ni idea de cómo había ido a parar allí, y nada era como debería ser.
Había algo verde debajo de sus pies, y se encontraba rodeado por unos extraños cilindros amarronados con más verde en su parte superior. El cielo tendría que haber sido negro, pero era azul. El sol redondo, amarillo y caliente era irreprochable, pero... ¿Dónde estaba la piedra pómez que habría tenido que estar pisando, y adónde habían ido a parar los inmensos cráteres que tendrían que estar formando círculos de crestas montañosas a su alrededor?
Lo único que podía ver era el verde debajo y el azul encima. Los sonidos que lo rodeaban le resultaban totalmente desconocidos. Había atravesado una corriente de agua que le llegaba hasta la cintura. El agua era de color azul, estaba fría y mojaba; y cuando se había cruzado con seres humanos -lo que había ocurrido de vez en cuando-, ninguno de ellos llevaba puesto el traje especial que debería haber estado utilizando. Y, aparte de eso, todos los humanos que le habían visto gritaron y echaron a correr.
Un hombre le había apuntado con una pistola y la bala había pasado silbando muy cerca de su cabeza, después de lo cual el hombre también había huido a la carrera.
AL-76 no tenía ni la menor idea del tiempo que llevaba vagando sin rumbo cuando tropezó con la cabaña de Randolph Payne. La cabaña estaba rodeada de bosque y se encontraba a tres kilómetros de la ciudad de Hannaford, y Randolph Payne -un destornillador en una mano, una pipa en la otra y una aspiradora abollada entre las rodillas-, estaba sentado delante de la puerta con las piernas cruzadas.
Payne estaba canturreando. Era un hombre de natural alegre y predispuesto a la felicidad..., cuando se encontraba en su cabaña. Poseía una vivienda más respetable en Hannaford, pero esa vivienda casi siempre estaba ocupada por su esposa, cosa que Payne lamentaba en silencio pero muy sinceramente; y quizá por eso experimentaba una sensación de alivio y libertad tan intensa cada vez que conseguía retirarse a su «perrera de lujo especial» para poder fumar en paz y dedicarse a su gran afición, reparar electrodomésticos.