Authors: Isaac Asimov
Los robots salieron para acudir al encuentro de los jovianos, que se detuvieron a tres metros de distancia. Ambos lados permanecieron silenciosos e inmóviles.
—Deben de estar observándonos, pero no sé cómo —dijo ZZ Dos—. ¿Alguno de vosotros ve algún tipo de órgano fotosensitivo?
—No podría decirlo —respondió Tres con un gruñido—. No veo en ellos nada que posea algún sentido.
Hubo un repentino cliquetear metálico entre el grupo joviano, y ZZ Uno dijo satisfecho:
—Es el código de radio. Han traído aquí al experto en comunicaciones.
Así era. El complicado sistema de puntos y rayas que a lo largo de un período de veinticinco años había sido laboriosamente desarrollado por los seres de Júpiter y los terrestres de Ganímedes hasta convertirlo en un notablemente flexible medio de comunicación, estaba siendo puesto finalmente en práctica a corta distancia.
Ahora un joviano permanecía claramente destacado frente a los demás, que se mantenían a una prudente distancia. Era el que estaba hablando. El cliquetear decía:
—¿De dónde venís?
ZZ Tres, como el más avanzado mentalmente, asumió de forma natural el papel de portavoz para el grupo de robots.
—Procedemos del satélite de robots, Ganímedes.
—¿Qué deseáis? —continuó el joviano.
—Información. Hemos venido a estudiar vuestro mundo y llevarnos de vuelta nuestros descubrimientos. Si podemos obtener vuestra cooperación...
El cliqueteo joviano interrumpió:
—¡Debéis ser destruidos!
ZZ Tres hizo una pausa y dijo en un aparte a sus dos compañeros:
—Exactamente la actitud que los amos humanos dijeron que adoptarían. Son muy poco usuales.
Volviendo a su cliqueteo, preguntó simplemente:
—¿Por qué?
Evidentemente, el joviano consideraba algunas preguntas demasiado ofensivas como para ser contestadas.
—Si abandonáis el lugar dentro del próximo período de revolución, seréis perdonados..., hasta el momento en que emerjamos de nuestro mundo para destruir a las sabandijas no jovianas de Ganímedes.
—Me gustaría señalar —dijo Tres— que nosotros, los de Ganímedes y los planetas interiores...
El joviano interrumpió:
—Nuestra astronomía sabe del Sol y de nuestros cuatro satélites. No hay planetas interiores.
Tres concedió de mala gana aquello.
—Nosotros los de Ganímedes, entonces. No tenemos ningún plan de conquistar Júpiter. Venimos preparados a ofrecer amistad. Durante veinticinco años vuestra gente se ha comunicado libremente con los seres humanos de Ganímedes. ¿Hay alguna razón para iniciar una guerra repentina contra los humanos?
—Durante veinticinco años —fue la fría respuesta— supusimos que los habitantes de Ganímedes eran jovianos. Cuando descubrimos que no lo eran, y que habíamos estado tratando con animales inferiores en la escala de la inteligencia joviana, empezamos a tomar medidas para eliminar ese deshonor. —Lenta e intensamente, terminó diciendo—: ¡Aquí en Júpiter no toleraremos la existencia de sabandijas!
El joviano estaba retrocediendo de alguna forma, moviéndose contra el viento, y evidentemente la entrevista había terminado.
Los robots se retiraron al interior de la nave.
ZZ Dos dijo:
—Parece que las cosas están mal, ¿eh? —Pensativo, continuó—: Es como los amos humanos dijeron. Poseen un tremendamente desarrollado complejo de superioridad, combinado con una extrema intolerancia hacia cualquiera o cualquier cosa que entre en conflicto con ese complejo.
—La intolerancia —observó Tres— es la consecuencia natural del complejo. El problema es que su intolerancia tiene dientes. Poseen armas..., y su ciencia es grande.
—Ahora no me sorprende —interrumpió bruscamente ZZ Uno— que fuéramos especialmente instruidos para que prescindiéramos de las órdenes jovianas. ¡Son unos seres horribles, intolerantes, seudo-superiores! —Ansiosamente, con una profunda lealtad y fe robóticas, añadió—: Ningún amo humano podrá ser jamás así.
—Eso, aunque cierto, no tiene nada que ver con lo que estamos tratando —dijo ZZ Tres—. Sigue en pie el hecho de que los amos humanos están en un terrible peligro. Este es un mundo gigantesco, y esos jovianos son más de un centenar de veces superiores en número y recursos a los humanos de todo el Imperio Terrestre. Si alguna vez pueden desarrollar el campo de fuerza hasta el punto de poder utilizarlo como el casco de una nave, del mismo modo que han hecho ya los amos humanos..., entonces podrán arrasar el sistema a voluntad. Sigue en pie la cuestión de hasta cuan lejos han avanzado en esa dirección, qué otras armas poseen, qué preparativos están tomando, y así. Nuestra función es regresar con esa información, por supuesto, y lo mejor que podemos hacer es decidir nuestro próximo paso.
—Puede resultar difícil —dijo ZZ Dos—. Los jovianos no van a ayudarnos. —Lo cual, en aquel momento, era una observación superflua.
ZZ Tres pensó unos momentos.
—Me parece que lo único que necesitamos es esperar —observó—. Han intentado destruirnos durante treinta horas, y no han tenido éxito. Evidentemente, han hecho todo lo mejor que han podido. Un complejo de superioridad implica siempre la necesidad eterna de guardar las apariencias, y el ultimátum que nos han dado lo prueba en este caso. Nunca van a permitir que nos marchemos si pueden destruirnos. Pero si no nos marchamos, entonces, antes que admitir que no pueden obligarnos a irnos, seguramente pretenderán que están dispuestos, para sus propias finalidades, a obligarnos a que nos quedemos.
Aguardaron una vez más. Pasó el día. La andanada de armas no se reanudó. Los robots no se marcharon. El fanfarrón fue llamado de nuevo. Y los robots se enfrentaron por segunda vez al experto joviano en códigos de radio.
Si los modelos ZZ hubieran estado equipados con sentido del humor, se hubieran divertido enormemente. Tal como eran las cosas, simplemente experimentaron una solemne satisfacción.
El joviano dijo:
—Nuestra decisión ha sido que se os permita permanecer aquí durante un corto período de tiempo, de modo que podáis ver nuestro poder por vosotros mismos. Entonces deberéis regresar a Ganímedes para informar a vuestros compañeros sabandijas del desastroso fin al que se verán inexorablemente abocados dentro de una revolución solar.
ZZ Uno tomó mentalmente nota de que una revolución joviana equivalía a doce años terrestres.
Tres respondió casualmente:
—Gracias. ¿Podemos acompañarte a la ciudad más cercana? Hay muchas cosas que nos gustaría aprender. —Tras pensarlo un momento, añadió—: Nuestra nave no debe ser tocada, por supuesto.
Dijo esto como una petición, no como una amenaza, puesto que ningún modelo ZZ era pendenciero. Toda posibilidad de incluso la más ligera irritación había sido cuidadosamente eliminada en su construcción. Con robots tan tremendamente poderosos como los ZZ, un absoluto buen carácter era algo esencial para la seguridad durante los años de pruebas en la Tierra.
El joviano dijo:
—No estamos interesados en vuestra miserable nave. Ningún joviano se polucionará acercándose a ella. Podéis acompañarnos, pero debéis tener en cuenta no acercaros a más de tres metros de ningún joviano, o seréis instantáneamente destruidos.
—Un tanto engreídos, ¿no creéis? —observó ZZ Dos en un ligero susurro, mientras avanzaban en medio del viento.
La ciudad era un puerto a orillas de un increíble lago de amoniaco. El viento exterior azotaba furioso, alzando espumeantes olas que avanzaban por la líquida superficie con una turbulenta lentitud reforzada por la gravedad. El puerto en sí no era ni grande ni impresionante, y parecía muy evidente que la mayor parte de sus construcciones eran subterráneas.
—¿Cuál es la población de este lugar? —preguntó ZZ Tres.
—Es una pequeña ciudad de diez millones —respondió el joviano.
—Entiendo. Toma nota de eso, Uno.
ZZ Uno lo hizo mecánicamente, y luego se volvió una vez más hacia el lago, que había estado contemplando lleno de fascinación. Tiró del codo de ZZ Tres.
—Oye, ¿supones que tienen peces aquí?
—¿Qué diferencia representa eso?
—Creo que deberíamos averiguarlo. Los amos humanos nos ordenaron averiguar todo lo que pudiéramos. —De los robots, ZZ Uno era el más simple y, en consecuencia, el que tomaba las órdenes de una forma más literal.
ZZ Dos dijo:
—Dejemos que Uno vaya y mire, si quiere. No causará ningún daño el que dejemos que el chico se divierta un poco.
—De acuerdo. No hay ninguna objeción si no pierde su tiempo. No son peces lo que hemos venido a buscar..., pero adelante, Uno.
ZZ Uno se apartó de ellos presa de una gran excitación y bajó rápidamente hasta la playa, metiéndose en el amoniaco con una gran zambullida. Los jovianos observaron atentamente. No habían comprendido nada de la anterior conversación, por supuesto.
El experto en códigos de radio cliqueteó:
—Resulta evidente que vuestro compañero ha decidido abandonar la vida desesperado ante nuestra grandeza.
Sorprendido, ZZ Tres replicó:
—Oh, no, en absoluto. Desea investigar los organismos vivos, si existen, que viven en el amoniaco. —Y, como disculpándose, añadió—: Nuestro amigo es muy curioso a veces, y no es tan brillante como nosotros, aunque ésta es su única desgracia. Nosotros comprendemos esto, e intentamos complacerle siempre que podemos.
Hubo una larga pausa, y el joviano observó:
—Se ahogará.
ZZ Tres respondió, casualmente:
—No hay peligro en ello. Nosotros no nos ahogamos. ¿Podremos entrar en la ciudad tan pronto como regrese?
En aquel momento se produjo un surtidor de líquido a varios cientos de metros en el lago. Brotó violentamente hacia arriba, y luego volvió a caer en una especie de niebla que el viento dispersó. Otro surtidor, y otro, luego una blanca estela de espuma que formó un rastro en dirección a la costa, calmándose gradualmente a medida que se acercaba.
Los dos robots observaron aquello asombrados, y la absoluta falta de movimientos por parte de los jovianos indicó que ellos también estaban observando.
Entonces la cabeza de ZZ Uno rompió la superficie, y avanzó lentamente hacia tierra firme. ¡Pero algo lo seguía! Algún organismo de gigantesco tamaño que no parecía más que colmillos, garras y espinas. Luego vieron que no estaba siguiéndolo por voluntad propia, sino que estaba siendo arrastrado hacia la playa por ZZ Uno. Había en él una significativa flaccidez.
ZZ Uno se acercó casi tímidamente y estableció directamente comunicación. Cliqueteó su mensaje al joviano de una forma ciertamente agitada.
—Lamento terriblemente lo ocurrido, pero la cosa me atacó. Yo estaba simplemente tomando notas de ella. Espero que no sea una criatura valiosa.
No recibió una respuesta inmediata, porque la aparición del monstruo había ocasionado una alocada dispersión de las filas jovianas. Estos volvieron a reunirse lentamente, y una vez la cautelosa observación demostró que la criatura estaba realmente muerta, se restauró el orden. Algunos de los más valientes aguijonearon cautelosamente el cuerpo para asegurarse.
—Espero que perdonéis a nuestro amigo —dijo ZZ Tres humildemente—. A veces es un poco torpe. No teníamos absolutamente ninguna intención de causar daño a ninguna criatura joviana.
—Me atacó —explicó Uno—. Me mordió sin ninguna provocación. ¡Vedlo! —Y mostró un colmillo de unos buenos sesenta centímetros de largo, terminado en quebrados filos allá donde se había roto—. Se lo rompió clavándolo en mi hombro, y casi dejó una señal. Yo solamente le di un manotazo para apartarlo... y se murió. ¡Lo siento!
Finalmente el joviano habló, y el cliquetear de su código fue más bien titubeante.
—Es una criatura salvaje, que raramente se encuentra tan cerca de la orilla, pero el lago es profundo precisamente aquí.
ZZ Tres dijo, aún ansiosamente:
—Si podéis utilizar su carne, nos sentiremos felices de...
—No. Podemos obtener nuestra comida por nosotros mismos sin la ayuda de sab..., sin la ayuda de nadie. Comedio vosotros.
Ante lo cual ZZ Uno alzó a la criatura y la arrojó de nuevo al mar, con un fácil movimiento de un brazo. ZZ Tres dijo casualmente:
—Gracias por vuestro amable ofrecimiento, pero nosotros no utilizamos la comida. Quiero decir que no comemos, por supuesto.
Escoltados por unos doscientos jovianos armados, los robots descendieron por una serie de rampas a la ciudad subterránea. Si en la superficie la ciudad había parecido pequeña y en absoluto impresionante, abajo tenía la apariencia de una enorme megalópolis.
Montaron en vehículos de superficie que eran manejados por control remoto -puesto que ningún honesto joviano que se respetara a sí mismo arriesgaría su superioridad subiendo al mismo vehículo que una sabandija-, y conducidos a una respetable velocidad hasta el centro de la ciudad. Vieron lo suficiente de ella como para decidir que se extendía unos ochenta kilómetros de extremo a extremo, y se hundía en la corteza joviana al menos unos doce kilómetros.
ZZ Dos no sonó feliz cuando dijo:
—Si esto es un ejemplo del desarrollo joviano, entonces no vamos a poder presentar un informe esperanzador a nuestros amos humanos. Después de todo, aterrizamos en la enorme superficie de Júpiter al azar, con una posibilidad sobre mil de hacerlo cerca de un centro de población realmente importante. Esto debe ser, como dice el experto en códigos, simplemente una ciudad.
—Diez millones de jovianos —dijo ZZ Tres, abstraído—. La población total debe de ser de trillones, lo cual es una cifra alta, muy alta, incluso para Júpiter. Probablemente posean una civilización completamente urbana, lo cual quiere decir que su desarrollo científico debe de ser tremendo. Si poseen campos de fuerza...
ZZ Tres no poseía cuello, debido a que para conseguir una mayor resistencia las cabezas de los modelos ZZ estaban encajadas firmemente en el torso, con los delicados cerebros positrónicos protegidos por tres capas independientes de aleación de iridio de casi tres centímetros de grosor. Pero si hubiera tenido, hubiera agitado tristemente la cabeza.
Ahora se habían detenido en un espacio despejado. A todo su alrededor podían ver avenidas y estructuras llenas de jovianos, tan curiosos como cualquier multitud terrestre ante semejantes circunstancias.
El experto en códigos se acercó.
—Es el momento de retirarme hasta el próximo período de actividad —dijo—. Hemos ido hasta tan lejos como preparar alojamientos para vosotros, con gran trabajo, por supuesto, ya que las estructuras han debido ser demolidas y reedificadas. De todos modos, podréis dormir durante un cierto tiempo.