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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (15 page)

BOOK: El Robot Completo
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—Que el viaje espacial es ahora una posibilidad para vosotros —dijo ZZ Tres. 

—Exactamente. Ningún metal ni plástico tiene la fuerza suficiente como para contener nuestra atmósfera contra un vacío, pero un campo de fuerza sí puede... y la burbuja de un campo de fuerza será nuestra nave espacial. Dentro de este mismo año las estaremos fabricando por cientos de miles. Entonces caeremos en enjambre sobre Ganímedes para destruir a las sabandijas que se autotitulan inteligentes y que intentan disputarnos el dominio del universo.

—Los seres humanos de Ganímedes nunca han intentado... —empezó a decir ZZ Tres, ligeramente ultrajado.

—¡Silencio! —restalló el joviano—. Ahora regresad y decidles lo que habéis visto. Sus propios débiles campos de fuerza..., como el que equipa vuestra nave..., no resistirán contra los nuestros, porque nuestras naves más pequeñas poseerán cientos de veces el tamaño y la fuerza de las vuestras.

ZZ Tres dijo:

—Entonces no hay nada más que podamos hacer aquí, y regresaremos, como tú dices, con la información. Si puedes llevarnos de vuelta a nuestra nave, os diremos adiós. Pero incidentalmente, sólo a título de información, hay algo que parece que vosotros no habéis comprendido. Los humanos de Ganímedes tienen campos de fuerza, por supuesto, pero nuestra nave en particular no está equipada con uno de ellos. No lo necesitamos.

El robot se volvió e hizo un gesto a sus compañeros para que le siguieran. Por un momento ninguno habló, luego ZZ Uno murmuró afligidamente:

—¿No podemos intentar destruir este lugar?

—No servirá de nada —dijo ZZ Tres—. Nos superan en número. Es inútil. En una década terrestre los amos humanos habrán desaparecido. Es imposible resistirse a Júpiter. Son demasiado poderosos. Mientras los jovianos permanecieron atados a su superficie, los humanos estuvieron a salvo. Pero ahora que poseen campos de fuerza... Todo lo que podemos hacer es comunicar la noticia. Preparando algunos escondites, unos cuantos podrán sobrevivir, al menos durante un tiempo.

La ciudad estaba detrás de ellos. Habían salido a la gran llanura junto al lago, y su nave era un punto oscuro en el horizonte, cuando el joviano dijo de pronto:

—Criaturas, ¿decís que no lleváis con vosotros ningún campo de fuerza?

ZZ Tres respondió, sin el menor interés:

—No lo necesitamos.

—Entonces, ¿cómo resiste vuestra nave el vacío del espacio sin estallar a causa de la presión atmosférica interna? —Y agitó un tentáculo en un mudo gesto hacia la atmósfera joviana que gravitaba sobre ellos con una fuerza de un millón de kilogramos por centímetro cuadrado.

—Bueno —explicó ZZ Tres—, eso es simple. Nuestra nave no contiene atmósfera interna. La presión interior y exterior siempre están equilibradas.

—¿Incluso en el espacio? ¿El vacío en vuestra nave? ¡Estáis mintiendo!

—Puedes inspeccionar nuestra nave si lo deseas. No hay ningún campo de fuerza, y no es hermética. ¿Qué tiene eso de maravilloso? Nosotros no respiramos. Nuestra energía la obtenemos directamente de la fuerza atómica. La presencia o la ausencia de presión de aire constituye muy poca diferencia para nosotros, y nos sentimos completamente cómodos en el vacío más absoluto.

—¡Pero el cero absoluto!

—No nos afecta. Regulamos nuestro propio calor. No nos afectan las temperaturas externas. —Hizo una pausa—. Bien, podemos volver por nosotros mismos a la nave. Adiós. Transmitiremos a los humanos de Ganímedes vuestro mensaje... ¡Guerra a muerte!

Pero el joviano dijo:

—Esperad. Vuelvo dentro de un momento.

Se dio la vuelta, y se dirigió a la ciudad.

Los robots se lo quedaron mirando, y luego aguardaron en silencio.

Pasaron tres horas antes de que regresara, y cuando lo hizo, estaba prácticamente sin aliento. Se detuvo a los habituales tres metros de los robots, pero luego siguió acercándose a ellos de una forma curiosamente arrastrante. No habló hasta que su piel gris parecida al caucho estuvo casi tocándoles, y entonces sonó el código de radio, humilde y respetuoso.

—Honorables señores, me he puesto en contacto con el jefe de nuestro gobierno central, que conoce ahora todos los hechos, y puedo aseguraros que lo único que Júpiter desea es la paz.

—¿Perdón? —preguntó ZZ Tres, sin comprender.

El joviano se apresuró a explicar:

—Estamos dispuestos a reanudar nuestras comunicaciones con Ganímedes, y nos complace garantizar que no efectuaremos ningún intento de aventurarnos en el espacio. Nuestro campo de fuerza será usado únicamente en la superficie joviana.

—Pero... —empezó ZZ Tres.

—Nuestro gobierno se sentirá complacido de recibir a cualquier otro representante que los honorables hermanos humanos de Ganímedes deseen enviar. Si vuestras señorías condescienden ahora en aceptar la paz...

Un escamoso tentáculo se tendió hacia ellos, y ZZ Tres, completamente desconcertado, lo agarró. ZZ Dos y ZZ Uno hicieron lo mismo cuando otros dos tentáculos se tendieron hacia ellos.

El joviano dijo solemnemente:

—Esto sella una paz eterna entre Júpiter y Ganímedes.

La nave espacial con más agujeros que un colador estaba de nuevo en el espacio. La presión y la temperatura habían descendido de nuevo a cero, y los robots contemplaban el enorme globo de Júpiter que iba reduciendo lentamente su tamaño.

—Eran definitivamente sinceros —dijo ZZ Dos—, y eso es muy halagador, pero no acabo de comprender su cambio de actitud.

—Creo —observó ZZ Uno— que los jovianos recobraron el buen sentido justo a tiempo, y se dieron cuenta de la increíble maldad que sería causar daño a un amo humano. Es natural.

ZZ Tres suspiró y dijo:

—Mira, se trata simplemente de un asunto de psicología. Esos jovianos poseían un complejo de superioridad de un kilómetro de grueso y, cuando vieron que no podían destruirnos, lo único que podían hacer era guardar las apariencias. Todas sus exhibiciones, todas sus explicaciones, no eran más que una forma de bravata, destinada a impresionarnos y situarnos en el estado adecuado de humillación ante su poder y superioridad.

—Entiendo todo eso —interrumpió ZZ Dos—, pero...

—Pero las cosas funcionaron por caminos insospechados —prosiguió Tres—. Todo lo que hicieron fue comprobar que nosotros éramos más fuertes que ellos, que no nos ahogábamos, que no necesitábamos comer ni dormir, que el metal fundido no nos afectaba. Incluso nuestra propia presencia era fatal para la vida joviana. Nuestro último gran golpe fue el campo de fuerza. Y cuando descubrieron que nosotros no lo necesitábamos en absoluto, y podíamos vivir en el espacio a una temperatura de cero absoluto, se desmoronaron. —Hizo una pausa, y añadió filosóficamente—: Cuando un complejo de superioridad como el suyo se desmorona, se desmorona de arriba a abajo.

Los otros dos pensaron en aquello, y luego ZZ Dos dijo:

—Pero sigue sin tener sentido. ¿Por qué debería preocuparles lo que nosotros podamos o no podamos hacer? Solamente somos robots. No somos aquellos con los que tienen que luchar.

—Ese es precisamente el punto crucial, Dos —dijo suavemente ZZ Tres—. No fue hasta que hubimos abandonado Júpiter que pensé en ello. ¿Te das cuenta? Por simple omisión, y de una forma completamente no intencionada, olvidamos decirles que nosotros éramos simplemente unos robots.

—Ellos nunca nos lo preguntaron —dijo ZZ Uno.

—Exactamente. ¡De modo que pensaron que éramos seres humanos, y que todos los demás seres humanos eran como nosotros! —Miró una vez más a Júpiter, pensativamente, y añadió—: ¡No es extraño que decidieran desistir!

Extraño en el paraíso
1

Eran hermanos. No en el sentido de que ambos eran seres humanos, ni por haberse criado en la misma guardería. ¡En absoluto! Eran hermanos en el verdadero sentido biológico de la palabra. Eran parientes, para usar un término que había quedado algo arcaico ya varios siglos atrás, antes de la Catástrofe, cuando ese fenómeno tribal, la familia, conservaba aún una cierta validez.

¡Qué circunstancia más embarazosa!

Anthony casi lo había olvidado a lo largo de los años transcurridos desde la niñez. Hubo períodos en que no había pensado en absoluto sobre ello durante meses seguidos. Pero ahora, desde que se había visto inexorablemente unido a William, vivía momentos de verdadera agonía.

La cosa no habría sido tan terrible si las circunstancias lo hubieran hecho evidente desde el principio; si, como en los tiempos anteriores a la Catástrofe -Anthony había sido un gran lector de temas históricos en cierta época-, hubieran llevado el mismo apellido, alardeando ya con ello de la relación.

Naturalmente, en el momento presente cada cual escogía el apellido que le placía y lo cambiaba tantas veces como quería. A fin de cuentas, lo que realmente contaba era la cadena de símbolos, y ésta estaba codificada y era atribuida a cada cual desde el momento de su nacimiento.

William había escogido el nombre de Anti-Aut. Insistía en llamarse así con una especie de sobrio profesionalismo. Allá él, desde luego, pero vaya manera de proclamar su mal gusto. Anthony había escogido el nombre de Smith cuando cumplió trece años y nunca había sentido deseos de cambiarlo. Era simple, fácil de deletrear, y bastante personal, pues jamás había conocido a nadie que hubiera escogido ese mismo nombre. En otros tiempos había sido muy corriente -entre los precatastrofales-, lo cual tal vez explicase su rareza en la actualidad.

Pero la diferencia de nombres perdía toda importancia cuando los dos estaban juntos. Se parecían.

Si hubieran sido gemelos..., pero siempre se interrumpía el desarrollo de uno de cada par de óvulos fecundados simultáneamente. Simplemente sucedía que, a veces, se daban casos de parecido físico entre no-gemelos, sobre todo cuando existía un parentesco por ambos lados. Anthony Smith era cinco años menor, pero ambos tenían la nariz ganchuda, las pestañas gruesas, el mismo hoyuelo apenas perceptible en el mentón, ese condenado azar de la pauta genética. Simplemente se estaba tentando a la suerte cuando los padres, impulsados por una cierta pasión por la monotonía, repetían.

Al principio, ahora que estaban juntos, adoptaban un aire de fingida sorpresa, seguido de un rebuscado silencio. Anthony intentaba ignorar el asunto, pero por pura perversidad -o perversión- William las más de las veces decía:

—Somos hermanos.

—¿De veras? —exclamaba el otro y permanecía indeciso un breve instante como si quisiera preguntarle si eran hermanos de sangre. Y luego acababan triunfando los buenos modales y el interlocutor se alejaba como si el asunto no tuviera el menor interés.

Naturalmente, eso sólo ocurría de tarde en tarde. La mayoría de las personas que trabajaban en el Proyecto estaban enteradas -¿cómo evitarlo?- y eludían la situación.

No es que William fuera un mal tipo. En absoluto. Si no hubiera sido hermano de Anthony; o si hubieran sido hermanos, pero lo suficientemente distintos para ocultar ese hecho, se habrían entendido de maravilla.

Siendo las cosas tal como eran...

El hecho de haber jugado juntos de niños, y haber compartido las primeras etapas de la educación en la misma guardería, gracias a algunas afortunadas maniobras de su madre, no facilitaba las cosas. Después de concebir dos hijos del mismo padre y agotar, de este modo, su cupo (pues no había cumplido los rigurosos requisitos para tener un tercer hijo), ella maquinó el plan de poder visitarlos a los dos en un solo viaje. Era una mujer extraña.

William fue el primero en dejar la guardería, naturalmente, puesto que era el mayor. Se había dedicado a las ciencias -ingeniería genética. Anthony se enteró de ello, cuando todavía estaba en la guardería, a través de una carta de su madre. Por aquel entonces ya tenía edad suficiente para hablarle con firmeza a la guardiana, y esas cartas se acabaron. Pero siempre había recordado la última por la agonía de vergüenza que le causó.

Anthony acabó dedicándose también a las ciencias. Había demostrado tener talento en ese aspecto y le instaron a hacerlo. Recordaba haber sentido el loco -y ahora comprendía que profético- temor de encontrarse con su hermano y acabó en el campo de la telemetría, lo más alejado de la ingeniería genética que concebirse pueda... O eso parecía.

Pues las circunstancias esperaban agazapadas al final de todo el elaborado desarrollo del Proyecto Mercurio.

El caso es que el momento llegó cuando el Proyecto parecía encontrarse en un callejón sin salida; y se hizo una sugerencia que salvó la situación, y al mismo tiempo precipitó a Anthony en el dilema que le habían preparado sus padres. Y lo mejor y más armónico de todo el asunto era que Anthony había sido, con toda inocencia, el autor de la sugerencia.

2

William Anti-Aut estaba enterado del Proyecto Mercurio, pero sólo del mismo modo como tenía noticia de la ya manida Sonda Estelar que había iniciado su recorrido mucho antes de que él naciera y continuaría avanzando después de su muerte; y del mismo modo como tenía noticia de la colonia de Marte y de los continuos intentos de establecer colonias similares en los asteroides.

Eran cosas situadas en la distante periferia de su mente y sin verdadera importancia. Que él recordase, ningún aspecto del esfuerzo espacial había logrado adentrarse más, aproximándose al centro de sus intereses, hasta el día en que el periódico trajo las fotografías de algunos de los hombres que trabajaban en el Proyecto Mercurio.

Lo primero que llamó la atención de William fue el hecho de que uno de ellos apareciera identificado como Anthony Smith. Recordaba el extraño nombre que había escogido su hermano, y recordaba el Anthony. Seguro que no podían existir dos Anthony Smith.

Luego había mirado la fotografía en sí y encontró una cara inconfundible. Se miró en el espejo en un repentino impulso espontáneo de comprobar su sospecha. Esa cara no podía pertenecer a otro.

El hecho le divirtió, aunque también le inquietó un poco, pues no ignoraba el bochorno potencial que encerraba. Hermanos de sangre, para decirlo en los habituales términos despectivos. Pero ¿cómo remediarlo? ¿Cómo rectificar la circunstancia de que ni su padre ni su madre tenían imaginación?

Debió guardarse el impreso en el bolsillo, sin pensar, cuando se disponía a salir camino del trabajo, pues lo encontró allí a la hora del almuerzo. Volvió a mirarlo. Anthony tenía el aire avispado. La reproducción era bastante fidedigna y los impresos eran de una calidad increíblemente buena en aquellos tiempos.

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