El Robot Completo (53 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
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—Sí, señor... Como dije, me explicó que había mirado una página, e incluso allí, el robot había cambiado una palabra.

El abogado defensor le interrumpió:

—¿No encuentra extraño, señor, que después de un año de implacable hostilidad hacia el robot, tras haber votado en contra de él en primer lugar, y haberse negado a que sirviera para cualquier tipo de uso, de repente usted decidiese poner su libro, su Magnum Opus, en sus manos?

—Yo no encuentro eso extraño. Simplemente decidí que yo también debía utilizar la máquina.

—¿Y se mostró tan confiado respecto del Robot EZ-27, así, tan de repente, hasta el extremo de no molestarse siquiera en comprobar las galeradas que corregía?

—Ya le dije que me encontraba... persuadido por la propaganda de «E.U. Robots».

—¿Tan persuadido que, cuando su colega, el doctor Baker, intentó comprobar al robot usted le reprendió enérgicamente?

—Yo no le reprendí. Simplemente le dije que no me gustaba que... perdiese el tiempo. Al menos, entonces pensé que constituía una pérdida de tiempo. No capté el significado de aquel cambio de una palabra en el...

El defensor le interrumpió con pesado sarcasmo:

—No albergo la menor duda de que recibió instrucciones acerca de que el cambio de palabras quedase registrado.

Alteró su pregunta para impedir que le pusiesen objeciones.

—El punto principal en este asunto es que se mostró en extremo furioso con el doctor Baker.

—No, señor. No estaba furioso.

—Pero usted no le entregó un ejemplar de su libro cuando lo recibió.

—Fue, simplemente, un olvido. Tampoco entregué a la biblioteca su ejemplar.

Ninheimer sonrió con cautela.

—Ya se sabe que los profesores son muy distraídos...

El abogado defensor dijo:

—¿No le parece extraño que, tras más de un año de un trabajo perfecto, el Robot EZ-27 se equivocase precisamente con su libro? ¿En un libro que había sido escrito por usted, que era, entre todas las demás personas, el más implacablemente hostil respecto del robot?

—Mi libro era la única obra de importancia que tratase acerca de la Humanidad con el que tuvo que enfrentarse. Entonces fue cuando intervinieron las Tres Leyes de la Robótica.

—Ya van varias veces, doctor Ninheimer —añadió el defensor— que ha tratado de pasar por un experto en Robótica. Al parecer, de repente se ha empezado usted a interesar por la Robótica y ha sacado todos los libros acerca de este tema que había en la biblioteca. Usted ha testificado al respecto, ¿no es verdad?

—Un libro, señor. Y eso fue el resultado de lo que, al parecer, fue sólo una... natural curiosidad.

—¿Y eso le ha permitido explicar por qué el robot, tal y como usted alega, ha distorsionado su libro?

—Sí, señor.

—De lo más conveniente. ¿Pero está seguro de que su interés por la Robótica no ha tenido como finalidad permitirle manipular al robot respecto de las respuestas que ha dado?

Ninheimer se puso colorado.

—¡Claro que no, señor!

El abogado defensor elevó el tono de su voz:

—En realidad, ¿está seguro de que los presuntos pasajes alterados no se encontraban en primer lugar tal y como ahora aparecen?

El sociólogo casi se levantó de un salto.

—Eso es... ridículo... Yo tuve las galeradas...

Presentaba dificultades para hablar y el fiscal se puso en pie para terciar con suavidad en el interrogatorio:

—Con vuestro permiso, Su Señoría, intento presentar como pruebas la serie de galeradas que hizo llegar el doctor Ninheimer al Robot EZ-27 y la serie de galeradas enviadas por correo por parte del Robot EZ-27 a los editores. Lo efectuaré ahora si mi estimado colega lo desea, y se muestra conforme en pedir una interrupción del proceso para que se puedan comparar los dos juegos de galeradas.

El defensor hizo un gesto impaciente con la mano.

—Eso no será necesario. Mi honrado adversario puede presentar esas galeradas de la forma que mejor elija. Estoy seguro de que mostrará las discrepancias que alega el demandante como existentes. Lo que me gustaría saber del testigo, no obstante, es si él también tiene en su poder las galeradas del doctor Baker.

—¿Las galeradas del doctor Baker?

Ninheimer frunció el ceño. Ya no era dueño de si mismo.

—¡Si, profesor! Me refiero a las galeradas del doctor Baker. Atestiguó al respecto que el doctor había recibido un ejemplar por separado de las galeradas. Me gustaría que el escribano forense leyera su testimonio si, de repente, presenta usted un tipo selectivo de amnesia. O si se trata sólo, como dijo antes, que los profesores son notoriamente muy despistados.

Ninheimer dijo:

—Me acuerdo de las galeradas del doctor Baker. No fueron necesarias una vez que el trabajo quedó a cargo de la máquina de corregir galeradas...

—¿Por lo tanto las quemó?

—No. Las tiré a la papelera.

—¿Quemarlas, tirarlas a la papelera..., qué diferencia hay? La cosa es que se desembarazó de ellas.

—No hay nada malo en ello —comenzó a decir Ninheimer con voz quebrada.

—¿Nada malo? —replicó como un trueno el abogado defensor—. No hay malo, excepto que ahora no tenemos ninguna posibilidad de comprobar si, en ciertas galeradas cruciales, no ha sustituido usted una galerada inofensivamente en blanco de la copia del doctor Baker por una hoja de su propio ejemplar que deslizara de manera deliberada de tal forma que el robot se viese forzado a...

El fiscal gritó una furiosa objeción. El magistrado Shane se inclinó hacia delante, con su redondeado rostro realizando los mejores esfuerzos para asumir una expresión de ira equivalente a la intensidad de la emoción sentida por el hombre.

El juez dijo:

—Señor abogado, ¿tiene alguna prueba que respalde esa extraordinaria declaración que acaba de hacernos?

El defensor contestó en voz baja:

—Su Señoría, carezco de una prueba directa. Pero me gustaría señalar que, considerada de una manera apropiada, la súbita conversión del demandante desde su antiroboticismo a su gran interés por la Robótica y su negativa a comprobar las galeradas, o a permitir que cualquier otra persona las revisara, sus cuidadosos esfuerzos por impedir que cualquier persona viese el libro inmediatamente después de su publicación, todo eso señala con claridad hacia...

—Señor abogado —le interrumpió impaciente el juez— éste no es el lugar adecuado para unas deducciones esotéricas. El demandante no se halla sometido a juicio. Ni tampoco es usted su acusador privado. Le prohíbo esta línea de ataque y sólo puedo señalar que la desesperación que le ha inducido a hacer esto no le va a ayudar, sino que más bien debilitará su caso. Si tiene unas preguntas legítimas que efectuar, señor abogado, puede continuar con su contrainterrogatorio. Pero le prevengo contra otra exhibición de esa clase ante la sala.

—No tengo más preguntas, Su Señoría.

Robertson susurró acalorado cuando el abogado defensor regresó a su mesa:

—Por el amor de Dios, ¿qué bien puede hacernos todo eso? Ahora el juez se ha puesto frontalmente en su contra.

El defensor repuso con toda calma:

—Pero Ninheimer está más bien desconcertado. Y le hemos preparado para el movimiento de mañana. Entonces estará ya maduro...

Susan Calvin asintió con gran seriedad.

En comparación, la actuación del fiscal fue bastante suave. El doctor Baker fue llamado y respaldó la mayor parte del testimonio de Ninheimer. Los doctores Speidell e Ipatiev fueron también citados ante el estrado, y expusieron, de la forma mas abierta, su indignación y consternación ante la cita de varios pasajes en el libro del doctor Ninheimer. Ambos expresaron su opinión personal de que la reputación profesional del doctor Ninheimer había quedado gravemente malparada.

Se presentaron como prueba las galeradas, así como unos ejemplares del libro ya impreso.

La defensa no procedió a otros contrainterrogatorios aquel día. El fiscal tampoco actuó más y el juicio se aplazó hasta la mañana siguiente.

El abogado defensor realizó su primer movimiento al principio de la sesión del segundo día. Requirió que se admitiera al Robot EZ-27 como espectador durante los procedimientos.

El fiscal se opuso al instante y el magistrado Shane convocó a ambas partes ante su estrado.

El fiscal dijo acaloradamente:

—Esto es obviamente ilegal. Un robot no puede penetrar en ningún edificio para ser usado por el público en general.

—Esta sala —señaló el abogado defensor— está cerrada para todo el mundo, excepción hecha de aquellos que tienen una relación inmediata con el juicio.

—Una gran máquina, con una conocida conducta errática perturbaría a mis clientes y a mis testigos con su presencia... Embrollaría todos los procedimientos.

El juez pareció inclinarse a estar de acuerdo. Se volvió hacia el defensor y le dijo reflejando una escasa simpatía:

—¿Cuáles son las razones de su petición?

El abogado defensor contestó:

—Es nuestra opinión que al Robot EZ-27 no le es posible, por la naturaleza de su construcción, portarse de la forma que se ha descrito que se ha comportado. Será necesario realizar unas cuantas demostraciones.

El fiscal medió:

—No veo que eso sea necesario, Su Señoría. Las demostraciones llevadas a cabo por unos hombres que son empleados en «E.U. Robots» valen muy poco como prueba, dado que «E.U. Robots» es el demandado.

—Su Señoría —contraatacó el defensor—, la validez de cualquier prueba está encaminada a una decisión por su parte, y no por parte del ministerio fiscal. Por lo menos, ésta es mi presunción.

El magistrado Shane no tuvo más remedio que ejercer sus prerrogativas, y contestó:

—Su presunción es correcta. De todos modos, la presencia aquí de un robot puede plantear importantes cuestiones legales.

—Naturalmente, Su Señoría, no se debe permitir que nada perjudique los requerimientos de la justicia. De no hallarse el robot presente, se nos impedirá presentar de modo adecuado nuestra defensa.

El juez consideró la cuestión.

—Habría el problema de transportar el robot hasta aquí.

—Ése es un problema con el que «E.U. Robots» tiene que tratar con gran frecuencia. Tenemos aparcado un camión enfrente del tribunal, que está fabricado teniendo en cuenta las leyes que rigen el transporte de robots. El Robot EZ-27 se halla dentro, metido en un embalaje y con dos hombres que lo custodian. Las puertas del camión son apropiadamente seguras y se han tomado todas las demás precauciones que hacen al caso.

—Parece estar muy seguro —replicó el magistrado Shane, dando de nuevo muestras de mal humor— de la decisión acerca de este punto estará a su favor.

—En absoluto, Su Señoría. De no ser así, simplemente haremos regresar al camión. No he realizado ningún tipo de presunciones respecto de cuál sería su decisión.

El juez asintió.

—Se autoriza el requerimiento presentado por el abogado defensor.

El embalaje fue transportado en una gran carretilla de ruedas, y los dos hombres que cuidaban de toda la operación lo abrieron a continuación. La sala quedó inmersa en un silencio total.

Susan Calvin aguardó mientras se acababan de quitar todos los precintos. Luego alargó una mano y dijo:

—Ven, Easy.

El robot miró en su dirección y extendió su gran brazo metálico. Tenía más de medio metro de altura por encima de ella, pero la atendió obedientemente como un niñito ante una orden de su madre. Alguien rió nerviosamente en la sala, pero la risilla se le estranguló ante una dura mirada por parte de la doctora Calvin.

Easy se sentó en una enorme silla que había traído el alguacil, que crujió un poco pero que resistió su peso.

El abogado defensor dijo:

—Cuando resulte necesario. Su señoría, demostraremos que éste es en realidad el Robot EZ-27, el robot especifico que ha estado al servicio de la Universidad del Nordeste durante el período de tiempo que nos ocupa.

—Muy bien —dijo Su Señoría—. Eso será necesario. Por ejemplo, yo no tengo la menor idea de cómo se puede distinguir un robot de otro.

—Y ahora —prosiguió el defensor— me gustaría llamar al estrado a mi primer testigo. Profesor Simon Ninheimer, por favor.

El escribano forense vaciló y se quedó mirando al juez. El magistrado Shane preguntó, con visible sorpresa:

—¿Está llamando como testigo de la defensa al propio demandante?

—Sí, Su Señoría.

—Confío en que sea consciente de que, en tanto en cuanto sea su testigo, no se le permitiría ninguna de las facultades de que disfrutaría de hallarse contrainterrogando a un testigo de la parte contraria.

El abogado defensor respondió con mucha suavidad.

—Mi único propósito en todo esto es llegar a la verdad. No será necesario más que efectuar unas preguntas muy educadas.

—Está bien —repuso el juez dubitativamente—. Usted es el que lleva este caso. Llame al testigo.

Ninheimer ocupó el estrado y se le informó de que seguía bajo juramento. Parecía mucho más nervioso que el día anterior, y de lo más suspicaz.

Pero el abogado defensor le contempló con benignidad.

—En la actualidad, profesor Ninheimer, está usted demandando a mis clientes por una suma de 750.000 dólares.

—Ésa es la... suma. Sí.

—Es una gran cantidad de dinero.

—He sufrido una gran cantidad de perjuicios.

—Seguramente no tantos. El material en cuestión sólo implica unos cuantos pasajes en un libro. Tal vez se trate de unos pasajes desafortunados, pero, a fin de cuentas, los libros aparecen a veces con errores muy curiosos.

Las ventanillas de la nariz de Ninheimer se estremecieron.

—Señor, este libro hubiera representado el ápice de mi carrera profesional. En vez de ello, me hace parecer un estudioso de lo más incompetente, un pervertidor de unos puntos de vista mantenidos por mis estimados amigos y ayudantes, y un partidario de unas concepciones ridículas... pasadas de moda. ¡Mi reputación ha quedado alterada de manera irrecuperable! Jamás podré mantener la cabeza alta en cualquier... reunión de eruditos, sin tomar en consideración cómo termine este juicio. Ciertamente no podré continuar mi carrera, que ha constituido toda mi vida. El auténtico propósito de mi vida ha quedado... abortado y destruido.

El abogado defensor no hizo el menor ademán para interrumpir su discurso, pero se miró de forma abstraída las uñas mientras continuaba la perorata.

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