Authors: Isaac Asimov
Baker, que era más joven y que poseía una voz baja y zalamera, llevaba sus propias pruebas de galeradas en la mano.
Se apresuró a manifestar:
—He corregido el primer capítulo y contiene unos cuantos gazapos.
—El primer capítulo siempre los tiene —replicó Ninheimer algo distante.
—¿Quiere que lo repasemos ahora?
Ninheimer hizo un esfuerzo para enfocar con los ojos a Baker.
—No he repasado las galeradas, Jim. No creo que eso interese demasiado.
Baker pareció confuso.
—¿Que eso no importa dice?
Ninheimer curvó los labios.
—He pedido que... se lo encarguen a la máquina. A fin de cuentas, originalmente... se le presentó como un corrector tipográfico de galeradas. Me han presentado un plan.
—¿La máquina? ¿Se refiere a Easy?
—Creo que ése es el bobo nombre que le han puesto.
—Pero, doctor Ninheimer, creí que usted lo había dejado de lado.
—Al parecer, fui el único en hacerlo. Tal vez debí aceptar mi parte en esas... ventajas...
—En ese caso, me parece que he perdido el tiempo corrigiendo las erratas en este primer capítulo —replicó pesaroso el hombre más joven.
—No se ha desperdiciado nada. Podemos comparar el resultado de la máquina con el tuyo para hacer una verificación.
—Si lo desea, pero...
—Di...
—Dudo que encontremos algo que esté mal en el trabajo de Easy. Se supone que jamás comete un error.
—Ya lo veremos —replicó secamente Ninheimer.
Baker trajo otra vez el primer capítulo cuatro días después. Esta vez habían aprovechado la copia de Ninheimer, a la que habían quitado ya el adminículo especial construido para que pudiese trabajar Easy, así como el equipo que se utilizaba para ello.
Baker exultaba de júbilo.
—Doctor Ninheimer, no sólo ha encontrado todo lo marcado por mí, sino también una docena de erratas que me pasé por alto... Y todo el asunto no le llevó más allá de unos doce minutos...
Ninheimer se miró por encima la hoja, en la que aparecían en los márgenes unas marcas y símbolos por completo nítidos.
Dijo:
—No es tan bueno y tan completo como lo hubiéramos hecho tú y yo. Nosotros hubiéramos incluido una nota acerca del trabajo de Suzuki de los efectos neurológicos de una baja gravedad.
—¿Se refiere a su artículo en Sociological Reviews?
—Naturalmente...
—Me parece que no puede esperar de Easy cosas imposibles. No puede leer por nosotros la bibliografía que va apareciendo.
—Ya me percato de ello. En realidad, ya he preparado la nota. Se la pasaré a la máquina y me aseguraré de que sabe cómo... encargarse de las notas.
—Lo sabrá hacer.
—Prefiero asegurarme.
Ninheimer tuvo que concertar una cita para ver a Easy, y no pudo encontrar un momento mejor que quince minutos a últimas horas de la tarde.
Pero los quince minutos demostraron ser más que suficientes. El Robot EZ-27 comprendió al instante el asunto de insertar aquellas referencias.
Ninheimer se sintió incómodo al encontrarse por primera vez tan cerca del robot. De manera casi automática, como si se tratase de un ser humano, se encontró preguntando:
—¿Te hace feliz tu trabajo?
—Muy feliz, profesor Ninheimer —replicó solemnemente Easy, mientras las fotocélulas que formaban sus ojos brillaban en su normal resplandor de un rojo profundo.
—¿Me conoces?
—Partiendo del hecho de que me ha proporcionado un material adicional para incluir en las galeradas, eso quiere decir que se trata del autor. Naturalmente, el nombre del autor aparece en la parte superior de cada una de las pruebas de galeradas.
—Comprendo... Así, pues, has hecho... deducciones. Dime —no pudo resistirse a la pregunta—, ¿qué te parece hasta ahora el libro?
Easy respondió:
—Me es muy agradable trabajar en él.
—¿Agradable? Esa es una palabra muy rara para un... mecanismo carente de emociones. Me han asegurado que careces de emociones.
—Las palabras de su libro están de acuerdo perfectamente con mis circuitos —explicó Easy—. Presentan pocos contrapotenciales, por no decir ninguno. En mis vías cerebrales se puede traducir este hecho mecánico en una palabra del tipo «agradable». En un contexto emocional sí que es del todo fortuito.
—Comprendo. ¿Por qué has encontrado el libro placentero?
—Trata acerca de los seres humanos, profesor, y no de materiales inorgánicos o de símbolos matemáticos. Su libro intenta comprender a los seres humanos y ayudar a incrementar la felicidad humana.
—¿Y eso es lo que intentas hacer, y la razón de que mi libro se halle de acuerdo con tus circuitos? ¿Es eso?
—Eso es, profesor.
Los quince minutos concluyeron. Ninheimer se fue y se dirigió a la biblioteca de la Universidad, donde estaban a punto de cerrar. Les pidió que esperasen el tiempo necesario pata encontrar un texto elemental acerca de Robótica. Luego, se lo llevó a su casa.
Excepto en lo que se refería al ocasional añadido de material de última hora, las galeradas siguieron entregándose a Easy, y a partir de él llegaban a manos de los editores, con pequeña intervención por parte de Ninheimer al principio, y ninguna ya más adelante.
Baker dijo, un tanto incómodo.
—Esto casi me da la sensación de que no sirvo para nada.
—Pues debería proporcionarte la sensación de tener tiempo para dedicarte a un nuevo proyecto —repuso Ninheimer, sin alzar la vista de las anotaciones que estaba realizando en el último número de Social Science Abstracts.
—No estoy en absoluto acostumbrado. Sigo preocupándome por las galeradas. Es tonto, lo sé...
—Lo es...
—El otro día cogí un par de pruebas antes de que Easy las enviara...
—¡Qué!
Ninheimer alzó la mirada, frunciendo el ceño. Se le cayó el ejemplar de Abstracts que tenía en la mano.
—¿Estabas perturbando a la máquina mientras trabajaba?
—Sólo fue un momento. Todo estaba bien. Oh, si, cambió una palabra. Usted hacía referencia a algo como «criminal» y el corrigió de estilo la palabra y puso en su lugar «imprudente». Le pareció que el segundo adjetivo se adecuaba mejor al contexto.
Ninheimer se quedó cada vez más pensativo.
—¿Y tú que crees?
—Pues yo me mostré de acuerdo con él. Quedaba mejor.
Ninheimer dio vuelta a su silla giratoria para enfrentarse con su joven ayudante.
—Mira una cosa, me gustaría que no lo volvieras a hacer. Si tengo que emplear la máquina, me gustaría... poseer todas las ventajas que proporciona. Si debo emplearla y no poder contar con tus... servicios porque estás dedicado a supervisar el asunto, cuando lo que se afirma es que no se necesita de ninguna clase de revisión, en ese caso no gano nada. ¿Lo comprendes?
—Sí, doctor Ninheimer —replicó sumiso Baker.
Los primeros ejemplares de «Tensiones sociales...» llegaron al despacho del doctor Ninheimer el 8 de mayo. Los revisó brevemente, pasando páginas y deteniéndose para leer un párrafo aquí y allá. Luego dejó a un lado los ejemplares.
Tal y como lo explicó más tarde, se olvidó del asunto. Durante ocho años había permanecido trabajando en el libro, pero ahora, tras tantos meses transcurridos, le habían atraído otros asuntos mientras Easy se había echado sobre sus espaldas la pesada tarea de corregir el libro. Ni siquiera pensó en donar el habitual ejemplar de obsequio del autor para la biblioteca de la Universidad. Ni siquiera Baker, que se había puesto a trabajar y que había dejado tranquilo al jefe del departamento, tras el sofión recibido en su última reunión, recibió un ejemplar.
El día 16 de junio acabó esta primera fase. Ninheimer recibió una llamada telefónica y miró sorprendido la imagen que salía por la placa.
—¡Speidell! ¿Está en la ciudad?
—No, señor. Me encuentro en Cleveland.
La voz de Speidell temblaba a causa de la emoción.
—¿Entonces, a qué viene esta llamada?
—Porque acabo de ojear su nuevo libro. Ninheimer, ¿se ha vuelto loco? ¿Ha perdido la cordura?
Ninheimer quedó envarado...
—¿Hay algo que esté... mal? —preguntó alarmado.
—¿Mal? Me refiero a la página 562. ¿Cómo demonios ha podido interpretar mi obra de la manera en que lo hace? ¿En qué lugar del artículo citado presento una alegación de que la personalidad criminal no existe, y qué es eso de que las agencias que velan por el cumplimiento de la ley son los verdaderos criminales? Aquí dice, permítame que se lo cite...
—¡Espere! ¡Espere! —gritó Ninheimer, tratando de encontrar la página—. Déjeme ver... Déjeme ver... ¡Dios santo!
—¿Y bien?
—Speidell... No sé cómo ha podido suceder esto. Jamás lo he escrito yo.
—¡Pero así ha salido impreso! Y esta distorsión no es lo peor. Mire la página 690 e imagínese lo que Ipatiev hará con usted cuando vea el estropicio que ha armado con sus descubrimientos... Mire, Ninheimer, el libro está lleno de este tipo de cosas. No sé qué ha estado pensando al respecto, pero lo único que se puede hacer con este libro es retirarlo del mercado. Y será mejor que se halle preparado para presentar unas extensas disculpas en la próxima reunión de la Asociación.
—Speidell, escuche...
Pero Speidell había desaparecido de la pantalla con tal violencia que, durante quince segundos, la placa estuvo brillando con imágenes posteriores a la llamada.
Fue entonces cuando Ninheimer empezó a revisar a fondo el libro y comenzó a marcar fragmentos con tinta roja.
Mantuvo los nervios en extremo calmados cuando se enfrentó a Easy otra vez, pero sus labios aparecían pálidos.
Le pasó el libro a Easy y dijo:
—¿Me haces el favor de leer los pasajes señalados en rojo en las páginas 562, 631, 664 y 690?
Easy lo hizo así tras echarles cuatro ojeadas.
—Sí, profesor Ninheimer.
—Pues esto no es lo que estaba en el original de las galeradas.
—No, señor. No estaba.
—¿Lo cambiaste tú para que ponga lo que dice ahora?
—Sí, señor.
—¿Por qué?
—Señor, estos pasajes, tal y como se leían en su versión, eran de lo más desagradables para ciertos grupos de seres humanos. Sentí que resultaba aconsejable cambiar las expresiones para evitar que unos seres humanos resultasen dañados.
—¿Y cómo te atreviste a hacer una cosa así?
—La Primera Ley, profesor, no me lo permitía, por inacción, dejar que unos seres humanos resultaran dañados. Ciertamente, considerando su reputación en el mundo de la Sociología y la amplia circulación que su libro recibiría entre los estudiosos, se hubiera llegado a infligir un daño considerable a cierto número de seres humanos de los que estaba hablando.
—¿Pero, no te das cuenta del daño que todas estas cosas me van a acarrear a mí ahora?
—Era necesario elegir la alternativa que resultara un mal menor.
El profesor Ninheimer, temblando de furia, se alejó de allí. Resultaba claro para él que «E.U. Robots» le pediría cuentas por aquel asunto.
Se produjo una gran excitación en la mesa de la defensa, la cual aumentó a medida que el fiscal desarrollaba los puntos clave.
—¿Entonces el Robot EZ-27 le informó de que la razón para esta acción se basaba en la Primera Ley de la Robótica?
—Eso es correcto, señor.
—¿Y, en efecto, no le cabía la menor elección?
—Sí, señor.
—De lo cual se desprende que «E.U. Robots» diseñó un robot que tendría la necesidad de reescribir los libros de acuerdo con sus propias concepciones de lo que estaba bien. Y, sin embargo, lo hizo pasar por un simple corrector tipográfico de galeradas. ¿No le parece así?
El abogado defensor objetó con firmeza y al instante, señalando que al testigo le estaban pidiendo que adoptara una decisión sobre una materia en la que carecía de competencia. El juez amonestó al fiscal en los términos usuales, pero no cupo la menor duda de que aquel intercambio había hundido a los demandados, sobre todo al abogado defensor.
La defensa pidió un breve aplazamiento antes de comenzar el contrainterrogatorio, empleando un tecnicismo legal al efecto, tras lo cual se le concedieron cinco minutos.
Se volvió hacia Susan Calvin.
—¿Es posible, doctora Calvin, que el profesor Ninheimer esté diciendo la verdad y que Easy se viese motivado por la Primera Ley?
Calvin apretó los labios y luego dijo:
—No. Eso no es posible. La última parte del testimonio de Ninheimer no deja de ser un deliberado perjurio. Easy no está diseñado para que sea capaz de juzgar las materias en el estadio de abstracción presentado por un libro avanzado de Sociología. No podría afirmar que ciertos grupos de seres humanos llegarían a verse lastimados por una frase en un libro de ese tipo. Simplemente, su mente no está construida para eso.
—Sin embargo, supongo que no podremos probar eso a un lego —replicó pesimista el abogado defensor.
—No —admitió la Calvin—. La prueba seria altamente compleja. Nuestro único procedimiento continúa siendo el mismo. Debemos probar que Ninheimer miente, y nada de lo que ha dicho nos obliga a cambiar nuestro plan de ataque.
—Muy bien, doctora Calvin —respondió el abogado defensor—. Debo aceptar su palabra en este asunto. Seguiremos tal y como lo habíamos planeado.
En la sala, la maza del juez se levantó y cayó y el doctor Ninheimer ocupó una vez más el estrado de los testigos. Sonrió un poco como alguien que percibe que su posición es inexpugnable y que más bien disfruta de la perspectiva de contrarrestar un ataque inútil.
El abogado defensor se aproximó con timidez y comenzó con voz suave:
—Doctor Ninheimer, ¿lo que pretende decir es que estaba del todo inconsciente de esos presuntos cambios en su manuscrito hasta la ocasión en que el doctor Speidell le llamó el dieciséis de junio?
—Eso es correcto, señor.
—¿No miró en ningún momento las galeradas después de que el Robot EZ-27 hubo leído las pruebas?
—Al principio fue así, pero me pareció que se trataba de una tarea carente de utilidad. Confié en las alegaciones que había efectuado «E.U. Robots». Los cambios... absurdos se efectuaron sólo en la última cuarta parte del libro después de que, según imagino, el robot hubo aprendido lo suficiente en materia de Sociología...
—¡Nunca imagine nada! —le reconvino el abogado defensor—. Yo comprendo a su colega, el doctor Baker, que vio las ultimas galeradas por lo menos en una ocasión. ¿Recuerda haber prestado testimonio a este respecto?