El Robot Completo (24 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
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—¡Ah, Dios mío, esto es más de lo que soy capaz de soportar! —exclamó Mrs. Weston ahogando un grito—. ¡Volvamos a casa, George!

Aquella tarde, George se ausentó durante algunas horas y a la mañana siguiente se acercó a su mujer en una actitud sospechosamente complaciente.

—He tenido una idea, Grace.

—¿Sobre qué? —preguntó ella con soberana indiferencia.

—Sobre Gloria.

—¿No vas a proponer devolverle el robot? 

—No, desde luego que no.

—Entonces, sigue. No tengo inconveniente en escucharte. Nada de lo que hemos hecho parece haber servido de nada.

—Muy bien. He aquí lo que he estado pensando. El gran mal de Gloria es que piensa en Robbie como persona y no como máquina. Naturalmente, no puede olvidarlo. Ahora bien, si conseguimos convencer a Gloria de que su Robbie no era más que un amasijo de acero y cobre en forma de planchas y que el jugo de su vida no era más que hilos y electricidad, ¿cuánto tiempo duraría su anhelo? Es la forma psicológica de ataque, si entiendes lo que quiero decir.

—¿Y cómo pretendes conseguirlo? 

—Simplemente, ¿dónde imaginas que fui, anoche? He persuadido a Robertson, de la U. S. Robots & Mechanical Men Inc., que nos permita realizar mañana una visita completa de sus talleres. Iremos los tres y una vez hayamos terminado la visita, Gloria estará convencida de que un robot no es una cosa viva.

Los ojos de Mrs. Weston habían ido agrandándose progresivamente, delatando una súbita y profunda admiración.

—¡Pero... George..., esto es una excelente idea!

Los botones de la chaqueta de George Weston tiraron con fuerza.

—Es de las que tengo yo... —dijo. 

 

Mister Struthers era un director general concienzudo y naturalmente inclinado a ser un poco locuaz. Esta combinación dio por resultado una visita que fue totalmente, quizá con exceso, explicada en todas sus fases.

Sin embargo, Mrs. Weston no se aburría. Al contrario, más de una vez se detuvo e insistió en que explicase detalladamente algo en un lenguaje suficientemente claro para que Gloria lo entendiese. Bajo la influencia de esta apreciación de sus facultades narrativas, mister Struthers se sintió comunicativo y se extendió con mayor genialidad todavía, si cabe.

Incluso George Weston demostraba una creciente impaciencia.

—Perdóneme, Struthers —dijo, interrumpiendo una conferencia sobre la célula fotoeléctrica—; ¿no tienen ustedes una sección donde sólo se emplee mano de obra robot? 

—¡Oh, sí; sí, desde luego! —dijo sonriendo a Mrs. Weston—. Un círculo vicioso, en cierto modo; robots creando robots. Desde luego, no hacemos una práctica general de ello. En primer lugar, porque los sindicatos no nos lo permitirían. Pero conseguimos poder utilizar algunos robots como mano de obra robot, únicamente como una especie de experimento científico. Comprenda... —prosiguió golpeándose la palma de la mano con sus lentes para dar paso a su argumentación—, lo que los sindicatos no comprenden -y lo dice un hombre que ha simpatizado siempre con la obra sindical en general- es que el advenimiento del robot, aun cuando aportando al empezar alguna dislocación en el trabajo, tendrá inevitablemente que...

—Si, Struthers —dijo Weston—, pero esta sección de que habla usted, ¿podemos verla? Debe de ser muy interesante, estoy seguro.

—¡Sí, sí, desde luego! —Mister Struthers se puso los lentes con un movimiento convulsivo y soltó una tosecita de desaliento. Síganme, por favor.

Mientras siguieron un largo corredor y bajaron un tramo de escaleras, Struthers, precediendo a los demás, estuvo relativamente tranquilo. Después, una vez hubieron entrado en una vasta habitación intensamente iluminada donde reinaba el zumbido de una mecánica actividad, se abrieron las compuertas y desbordó el chorro de sus explicaciones.

—Aquí lo tiene usted —dijo con el orgullo impreso en su voz—. ¡Sólo robots! Cinco hombres actúan como inspectores y no tienen siquiera que estar en esta habitación. En cinco años, es decir, desde que inauguramos este sistema, no ha ocurrido un solo accidente. Desde luego, los robots aquí reunidos son relativamente sencillos, pero...

La voz del director general se había convertido hacía tiempo ya en un murmullo tranquilizador a los oídos de Gloria. Toda aquella visita le parecía aburrida e inútil, a pesar de que hubiese muchos robots a la vista.

Ninguno de ellos era ni remotamente como Robbie, y los contemplaba con manifiesto desdén.

Vio que en aquella habitación no había ser viviente. Entonces sus ojos se fijaron en seis o siete robots que trabajaban activamente en una mesa redonda en el centro de la sala, y se apartaron con una sorpresa de incredulidad. La sala era espaciosa. Gloria no podía verlo bien, pero uno de los robots parecía... parecía... ¡"era"!

—¡Robbie! —El grito rasgó el aire y uno de los robots se estremeció y dejó caer la herramienta que manejaba

 

Gloria estaba como loca de alegría.

Metiéndose por debajo de la barandilla antes de que sus padres pudiesen impedirlo, saltó al suelo, situado algunos palmos más abajo y corrió hacia Robbie, con los brazos abiertos y el cabello flotando.

Y en aquel momento, las tres personas mayores vieron horrorizadas, al tiempo que quedaban paralizadas de espanto, lo que la chiquilla no vio: un enorme tractor que avanzaba a ciegas, siguiendo el camino que tenía trazado.

Weston necesitó una fracción de segundo para volver en sí, pero aquella fracción de segundo lo representó todo porque Gloria ya no podía ser salvada, todo era claramente inútil.

Struthers hizo una rápida seña a los inspectores para que detuviesen el tractor, pero los inspectores no eran más que seres humanos y necesitaron tiempo para actuar.

Sólo fue Robbie quien actuó rápidamente y con precisión.

Devorando con sus piernas de metal el espacio que lo separaba de su amita, se lanzó hacia ella viniendo de la dirección opuesta. Todo ocurrió en un instante. Extendiendo el brazo, Robbie agarró a Gloria sin moderar su marcha en lo más mínimo y dejándola, por consiguiente, sin aire en los pulmones. Weston, sin comprender muy bien lo que ocurría, sintió, más que vio, a Robbie pasar por su lado como un alud y detenerse en seco. El tractor cortó el camino donde había estado Gloria, medio segundo después de que Robbie la hubo arrastrado tres metros, y se detuvo con un chirrido metálico y prolongado.

Gloria recobró el aliento, fue sometida a una serie de apasionados abrazos y caricias por parte de sus padres y se volvió emocionada hacia Robbie. Para ella no había ocurrido nada, salvo que había encontrado a su amigo.

Pero la expresión de Mrs. Weston había pasado de la franca alegría a la de una sombría suspicacia. Se volvió hacia su marido, y, pese a su descompuesto y alterado aspecto, consiguió adoptar una actitud formidable.

—¿Tú..., has preparado esto, verdad...? 

George Weston se secaba la abrasada frente con un pañuelo. Su mano temblaba y sus labios sólo conseguían esbozar una sonrisa sumamente tenue.

—Robbie no estaba construido para un trabajo de ingeniería o construcción —prosiguió Mrs. Weston siguiendo sus ideas—. No podía serles de ninguna utilidad. Lo has hecho colocar aquí a fin de que Gloria pudiese encontrarlo. Ya lo sabes...

—Pues, sí... —dijo Weston—. Pero ¿cómo iba a saber yo que el encuentro tenía que ser tan violento? Y Robbie le ha salvado la vida; esto tienes que reconocerlo. ¡No puedes volverlo a despedir!

Grace Weston reflexionó. Se volvió hacia Gloria y Robbie y los contempló pensativa algún tiempo. Gloria había pasado sus brazos alrededor del cuello del robot y hubiera asfixiado a cualquiera que no hubiese sido de metal, mientras murmuraba palabras sin sentido con un frenesí casi histérico

Los brazos de acero cromado de Robbie (capaces de convertir en un anillo una barra de acero de cinco centímetros de diámetro) abrazaban cariñosamente a la chiquilla y sus ojos brillaban con un rojo intenso y profundo

—Bien —dijo Grace Weston, finalmente—. ¡Por mí puede quedarse hasta que se oxide!

Algunos robots humanoides

En ciencia ficción no es raro tener a un robot construido con una superficie, al menos, de carne sintética; y que en apariencia sea, en el mejor de los casos, indistinguible de un ser humano. A veces tales robots humanoides son llamados «androides» (de una palabra griega que significa «parecido al hombre»), y algunos escritores son meticulosos en hacer la distinción. Yo no. Para mí, un robot es siempre un robot.

Sin embargo, la obra teatral de Karel Capek R. U. R., que introdujo el término «robot» en el mundo de 1920, no se refería a robots en el más estricto sentido de la palabra. Los robots manufacturados por los Robots Universales de Rossum (la «R. U. R.» del título) eran androides.

Una de las tres historias de esta sección, Unámonos, es la única historia de este libro en la cual los robots no aparecen realmente, e Imagen en un espejo es una secuela (en cierto modo) de mis novelas de robots Bóvedas de acero y El sol desnudo
[5]
.

Unámonos

Había habido una especie de paz durante un siglo, y la gente había olvidado cómo era la guerra. A duras penas hubieran sabido cómo reaccionar de saber que finalmente había llegado alguna especie de guerra.

Ciertamente, Elias Lynn, jefe de la Oficina de Robótica, no estaba seguro de cómo debía reaccionar cuando finalmente lo supo. La Oficina de Robótica tenía su cuartel general en Cheyenne, de acuerdo con la tendencia descentralizadora de hacía más de un siglo, y Lynn miró dubitativo al joven oficial de Seguridad procedente de Washington que había traído la noticia.

Elias Lynn era un hombre corpulento, casi encantadoramente feo, con unos pálidos ojos azules ligeramente protuberantes. La gente se sentía normalmente cómoda bajo la mirada de aquellos ojos, pero el oficial de Seguridad permanecía imperturbable.

Lynn decidió que su primera reacción tenía que ser de incredulidad. ¡Infiernos, era de incredulidad! ¡Simplemente no lo creía!

Se reclinó en su silla y preguntó:

—¿Hasta qué punto es cierta esa información?

El oficial de Seguridad, que se había presentado como Ralph G. Breckenridge y había exhibido credenciales que lo confirmaban, tenía en él la blandura de la juventud; labios gruesos, mejillas sonrosadas, que enrojecían fácilmente, y ojos sinceros. Sus ropas no encajaban con Cheyenne pero sí con el Washington completamente dominado por el aire acondicionado, donde Seguridad, pese a todo, seguía manteniendo su cuartel general.

Breckenridge enrojeció y contestó:

—No hay la menor duda al respecto.

—Su gente lo sabe todo respecto a Ellos, supongo —dijo Lynn, y fue incapaz de evitar un rastro de sarcasmo en su tono.

No era particularmente consciente de que utilizaba el pronombre referente al enemigo con un ligero énfasis en la primera letra, el equivalente a una mayúscula en imprenta. Era un hábito cultural de su generación y la precedente. Nadie decía ya el «Este», o los «Rojos», o los «Soviets», o los «Rusos». Hubiera sido demasiado confuso, ya que algunos de Ellos no eran del Este, no eran Rojos, ni Soviets, y especialmente no Rusos. Era mucho más simple decir Nosotros y Ellos, y mucho más preciso.

Los viajeros habían informado frecuentemente que Ellos hacían lo mismo a la inversa. Allí, Ellos eran «Nosotros» (en su correspondiente idioma), y Nosotros éramos «Ellos».

Muy poca gente pensaba ya en tales cosas. Todo era completamente cómodo y casual. Ni siquiera había odio. Al principio, se le había llamado guerra fría. Ahora era tan sólo un juego, un juego casi amistoso, con reglas jamás declaradas y una especie de decencia rodeándolo todo.

Lynn dijo bruscamente:

—¿Por qué deberían Ellos querer perturbar la situación?

Se levantó y se quedó de pie mirando a un mapa mural del mundo, dividido en dos regiones con débiles bordes de color. Una porción irregular a la izquierda del mapa estaba rodeada por un ligero verde. Una porción algo más pequeña pero igualmente irregular a la derecha del mapa estaba bordeada de un rosa pálido. Nosotros y Ellos.

El mapa no había cambiado mucho en un siglo. La pérdida de Formosa y la obtención de Alemania del Este hacía unos ochenta años había sido el último cambio territorial de importancia.

Había habido otro cambio, sin embargo, que era lo bastante significativo como para reflejarse en los colores. Dos generaciones antes, el territorio de Ellos estaba señalado con un rojo brillante, el de Nosotros con un puro e inmaculado blanco. Ahora había incluso neutralidad en los colores. Lynn había visto los mapas de Ellos, y eran iguales a estos.

—No lo harían —dijo.

—Lo están haciendo —dijo Breckenridge—, y será mejor que se acostumbre al hecho. Naturalmente, señor, me doy cuenta de que no es agradable pensar que Ellos pueden estar muy por delante de nosotros en robótica.

Sus ojos siguieron tan sinceros como siempre, pero el oculto filo de los cuchillos de sus palabras se enterró profundamente, y Lynn se estremeció ante el impacto.

Por supuesto, ello era debido en parte a la concienciación del hecho de que el jefe de Robótica se enterara tan tarde y a través de un oficial de Seguridad de aquello. Había perdido categoría ante los ojos del Gobierno; si Robótica había fallado realmente en la carrera, Lynn no podía esperar ninguna piedad política.

—Aunque lo que dice usted fuera cierto —dijo Lynn débilmente—. Ellos no están tan por delante de Nosotros. Nosotros podemos construir robots humanoides.

—¿Tenemos, señor?

—Sí. De hecho, hemos construido unos pocos modelos con fines experimentales.

—Ellos vienen haciendo eso desde hace diez años. Llevan diez años de progreso desde entonces.

Lynn se sintió inquieto. Se preguntó si su incredulidad respecto a todo aquel asunto no sería realmente el resultado del orgullo herido y del miedo por su trabajo y su reputación. Se sintió embarazado por la posibilidad de que pudiera ser eso, y sin embargo se vio obligado a defenderse.

—Mire, joven —dijo—, el equilibrio entre Ellos y Nosotros nunca fue perfecto en todos sus detalles, y usted lo sabe. Ellos siempre han estado por delante en una u otra faceta, y Nosotros en una u otra faceta distintas. Si Ellos están por delante de Nosotros en robótica precisamente en este momento, es debido a que Ellos situaron una mayor parte de sus recursos en la investigación robótica que Nosotros. Y eso significa que alguna otra rama de actividad ha recibido una mayor parte de nuestros recursos que Ellos. Eso quiere decir que probablemente Nosotros estemos por delante de Ellos en la investigación de los campos de fuerza o de las energías hiperatómicas, quizá.

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