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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (21 page)

BOOK: El Robot Completo
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—Esta tarde, senador.

—Si he comprendido bien, harán falta semanas.

—No para la operación en sí, senador. Pero hay que ocuparse de una serie de puntos secundarios. Deben llevarse a cabo algunas renovaciones circulatorias y ajustes hormonales. Son cosas delicadas.

—¿Son peligrosas? —Luego, como si considerase que era necesario establecer una relación amistosa, pero evidentemente contra su voluntad, añadió—: ¿doctor?

El cirujano no prestó atención a los matices de la entonación.

—Todo es muy peligroso —contestó este último de forma terminante—. No nos hemos precipitado a fin de que sea menos peligroso. El momento es el adecuado, se ha unificado la capacidad de muchas personas, el equipo, que hace que este tipo de operaciones esté al alcance de muy pocos...

—Lo sé —interrumpió el paciente con impaciencia—. Me niego a sentirme culpable por ello. ¿O está usted insinuando que hay presiones poco ortodoxas?

—En absoluto, senador. Las decisiones del Departamento jamás han sido cuestionadas. Si pongo de manifiesto la dificultad y complejidad de la operación es únicamente para explicar mi deseo de llevarla a cabo de la mejor forma posible.

—Bien, pues adelante entonces. Yo comparto su deseo.

—En ese caso, debo pedirle que tome una decisión. Podemos colocarle uno de los dos tipos de corazones cibernéticos, de metal o...

—¡Plástico! —dijo el paciente en tono irritado—. ¿No es ésta la alternativa que iba a proponerme, doctor? Plástico barato. No lo quiero. Lo tengo decidido. Lo quiero de metal.

—Pero...

—Escuche, me han dicho que la decisión depende de mí ¿Es así o no?

El cirujano hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Cuando, desde un punto de vista médico, existen dos procesos alternativos de igual valor, la elección depende del paciente. En la práctica, la elección depende del paciente aun cuando los procesos alternativos no tengan el mismo valor, como en este caso.

El paciente entornó los ojos.

—¿Está intentando decirme que el corazón de plástico es mejor?

—Depende del paciente. En mi opinión, en su caso particular, así es. Y preferimos no utilizar el término plástico. Se trata de un corazón cibernético de fibra.

—A mis efectos es plástico.

—Senador —empezó a decir el cirujano con infinita paciencia—, el material no es plástico en el sentido normal de la palabra. Se trata de un material polimérico, cierto, pero un material que es mucho más complejo que el plástico corriente. Es una compleja fibra parecida a la proteína diseñada para imitar, al máximo, la estructura natural del corazón humano que tiene ahora dentro de su pecho.

—Exactamente, y el corazón humano que llevo ahora dentro de mi pecho se ha desgastado a pesar de que todavía no tengo sesenta años. No quiero otro como éste, gracias. Quiero algo mejor.

—Todos queremos algo mejor para usted, senador. El corazón cibernético de fibra es mejor. Tiene una vida potencial de siglos. Es completamente no alergénico...

—¿No es así en el caso del corazón metálico?

—Si, en efecto —aceptó el cirujano—. El corazón cibernético metálico es de una aleación de titanio que...

—¿Y no se deteriora? ¿Y es más fuerte que el plástico? ¿O que la fibra o como lo quiera llamar?

—Sí, el metal es físicamente más fuerte, pero el punto en cuestión no es la fuerza mecánica. Puesto que el corazón está bien protegido, no se verá usted particularmente beneficiado por su fuerza mecánica. Cualquier cosa susceptible de alcanzar el corazón lo matará por otras razones, incluso si el corazón no se ve afectado.

El paciente se encogió de hombros.

—Si un día me rompo una costilla, me la remplazarán por una de titanio. Es fácil remplazar huesos. Está al alcance de cualquiera. Será de metal como yo quiero, doctor.

—Está en su derecho de tomar esta decisión, sin embargo, creo que es mi deber decirle que si bien nunca se ha deteriorado un corazón cibernético metálico por razones mecánicas, si se ha estropeado alguno por motivos electrónicos.

—¿Eso qué significa?

—Significa que todos los corazones cibernéticos contienen un marcapasos como parte de su estructura. En el caso de la variedad metálica, se trata de un artefacto electrónico que mantiene el ritmo del corazón cibernético. Significa que, para alterar el ritmo cardíaco y que éste se adapte al estado emocional y físico del individuo, se debe incluir toda una serie de equipo en miniatura. De vez en cuando, algo falla allí y hay gente que ha muerto antes de que el fallo hubiese podido ser corregido.

—Nunca había oído hablar de esto.

—Le aseguro que pasa.

—¿Me está diciendo que pasa a menudo?

—En absoluto. Sucede muy raramente.

—Bien, en ese caso, acepto el riesgo. ¿Y qué me dice del corazón de plástico? ¿Acaso no contiene marcapasos?

—Por supuesto, senador. Pero la estructura química del corazón cibernético de fibra es mucho más parecida al tejido humano. Puede responder a los controles iónicos y hormonales del propio cuerpo. El conjunto que hay que introducir es mucho más simple que en el caso del corazón cibernético metálico.

—¿Y el corazón de plástico nunca se descontrola hormonalmente?

—Hasta el momento, ninguno lo ha hecho.

—Porque no han trabajado con ellos el tiempo suficiente. ¿No es así?

El cirujano titubeó.

—Es cierto que los corazones cibernéticos de fibra no se utilizan desde hace tanto tiempo como los metálicos —dijo al cabo de un momento.

—Vaya, vaya... ¿Qué pasa, doctor? ¿Tiene usted miedo de que me convierta en un robot... en un Metalo, como los llaman desde que se ha aceptado su ciudadanía?

—No pasa nada malo con los Metalos, como tales Metalos. Como usted muy bien ha dicho, son ciudadanos. Pero usted no es un Metalo. Usted es un ser humano. ¿Por qué no seguir siendo un ser humano?

—Porque yo quiero lo mejor y lo mejor es un corazón de metal. Haga usted lo necesario para que sea así.

El cirujano asintió con un gesto de la cabeza.

—Muy bien. Le pedirán que firme los permisos necesarios y a continuación procederemos a colocarle un corazón de metal.

—¿Y será usted quien realice la operación? Me han dicho que es usted el mejor.

—Haré todo lo que esté en mi mano para que la operación sea un éxito.

Se abrió la puerta y el paciente salió en su silla de ruedas. Fuera lo estaba esperando la enfermera.

Entró el médico ingeniero y se quedó mirando al paciente por encima del hombro hasta que la puerta se cerró de nuevo. Luego se volvió al cirujano.

—Cuéntame, pues no puedo adivinar lo que ha pasado sólo con mirarte. ¿Qué ha decidido?

El cirujano se inclinó sobre su escritorio y se puso a taladrar los últimos documentos para archivarlos.

—Lo que tú habías predicho. Insiste en que le pongamos un corazón cibernético de metal.

—Al fin y al cabo, son mejores.

—No estoy tan de acuerdo contigo. Lo único que ocurre es que hace mas tiempo que lo utilizamos. Es una manía que se ha apoderado de la Humanidad desde que los Metalos se han convertido en ciudadanos. La gente tiene un extraño deseo de parecerse a los Metalos. Suspira por la fuerza física y la resistencia que se les atribuye.

—No se trata de algo unilateral. Tú no trabajas con Metalos, pero yo sí y por eso lo sé. Los dos últimos que han acudido a mí para ser reparados me han pedido elementos de fibra.

—¿Y tú has accedido?

—En uno de los casos, pues se trataba sólo de cambiar unos tendones y no hay mucha diferencia en que éstos sean de metal o de fibra. El otro quería un sistema sanguíneo o su equivalente. Le dije que no podía hacerlo porque para ello habría que convertir completamente la estructura de su cuerpo en material de fibra. Supongo que algún día se llegará a eso, a hacer Metalos que no sean realmente Metalos, sino una especie de seres de carne y hueso.

—¿Y no te inquieta esta idea?

—¿Por qué no puede llegarse a ello? Y también seres humanos metalizados. En estos momentos tenemos en la Tierra dos variedades de inteligencias, pero por qué tener dos. Dejemos que se acerquen la una a la otra, al final no seremos capaces de ver la diferencia. ¿Por qué íbamos a querer que se notase la diferencia? Tendríamos lo mejor de los dos mundos, las ventajas del hombre combinadas con las del robot.

—Obtendríamos un híbrido —dijo el cirujano en un tono que rayaba en la cólera—. Tendríamos algo que no sería ambos, sino nada. ¿No es lógico pensar que el individuo está demasiado orgulloso de su estructura y de su identidad como para querer que algo extraño las adultere? ¿Querría semejante mestizaje?

—Esta conversación se está convirtiendo en una discusión segregacionista.

—¡Pues que así sea! —dijo el cirujano con un énfasis lleno de calma—. Yo creo en ser lo que uno es. Yo no cambiaría ni una pizca de mi estructura por nada en el mundo. Si fuese completamente necesario cambiar algo de la mía, lo haría, pero siempre que la naturaleza de este cambio se aproximase al máximo al original. Yo soy yo, estoy contento de serlo y no me gustaría ser otra cosa.

Ahora había terminado su tarea y tenía que prepararse para la operación. Metió sus fuertes manos en la estufa y dejó que la incandescencia que las esterilizaría completamente las envolviese. A pesar de sus palabras cargadas de pasión, no había levantado la voz en ningún momento y en su bruñido rostro de metal no había aparecido (como siempre) expresión alguna.

Robbie

—Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! —Gloria retiró su mórbido antebrazo de delante de los ojos y permaneció un momento parpadeando al sol. Después, tratando de mirar en todas direcciones a la vez, avanzó cautelosamente algunos pasos, apartándose del árbol contra el que se apoyaba.

Estiró el cuello, estudiando las posibilidades de unos matorrales que había a la derecha y se alejó unos pasos para tener mejor punto de vista

La calma era absoluta, a excepción del zumbido de los insectos y el gorjear de algún pájaro que afrontaba el sol de mediodía.

—Apostaría a que se ha metido en casa, y le he dicho mil veces que esto no es leal —se quejó.

Avanzando los labios con un mohín y arrugando el entrecejo, se dirigió decididamente hacia el edificio de dos pisos del otro lado del camino.

Demasiado tarde oyó un crujido detrás de ella, seguido del claro "clump-clump" de los pies metálicos de Robbie. Se volvió rápidamente para ver a su triunfante compañero salir de su escondrijo y echó a correr hacia el árbol a toda velocidad. Gloria chilló, desalentada.

—¡Espera, Robbie! ¡Esto no es leal, Robbie! ¡Prometiste no salir hasta que te hubiese encontrado! —Sus diminutos pies no podían seguir las gigantescas zancadas de Robbie. Entonces, a tres metros de la meta, el paso de Robbie se redujo a un mero arrastrarse y Gloria, haciendo un esfuerzo final por alcanzarlo, echó a correr jadeante y llegó a tocar la corteza del árbol la primera.

Orgullosa, se volvió hacia el leal Robbie y con la más baja ingratitud, le recompensó su sacrificio mofándose de su incapacidad para correr.

—¡Robbie no puede correr! —gritaba con toda la fuerza de su voz de ocho años—. ¡Lo gano cada día! ¡Lo gano cada día! —cantaban las palabras con un ritmo infantil.

Robbie no contestó, desde luego... con palabras. Echó a correr, esquivando a Gloria cuando la niña estaba a punto de alcanzarlo, obligándola a describir círculos que iban estrechándose, con los brazos extendidos azotando el aire.

—¡Robbie... estate quieto! —gritaba. Y su risa salía estridente, acompañando las palabras.

Hasta que Robbie se volvió súbitamente y la agarró, haciéndole dar vueltas en el aire, de manera que durante un momento para ella el universo fue un vacío azulado y los verdes árboles que se elevaban del suelo hacia la bóveda celeste. Y después se encontró de nuevo sobre la hierba, al lado de la pierna de Robbie y agarrada todavía a un duro dedo de metal.

Al poco rato recobró la respiración. Trató inútilmente de arreglar su alborotado cabello con un gesto de vaga imitación de su madre y miró si su vestido se había desgarrado.

Golpeó con la mano la espalda de Robbie.

—¡Mal muchacho! ¡Malo, malo! ¡Te pegaré!

Y Robbie se inclinaba, cubriéndose el rostro con las manos, de manera que ella tuvo que añadir: 

—¡No, no, Robbie! ¡No te pegaré! Pero ahora me toca a mí esconderme, porque tienes las piernas más largas y me prometiste no correr hasta que te encontrase.

Robbie asintió con la cabeza -pequeño paralelepípedo de bordes y ángulos redondeados, sujeto a otro paralelepípedo más grande, que servía de torso, por medio de un corto cuello flexible- y obedientemente se puso de cara al árbol. Una delgada película de metal bajó sobre sus ojos relucientes y del interior de su cuerpo salió un acompasado tic-tac.

—Y ahora no mires, ni te saltes ningún número —le advirtió Gloria, mientras corría a esconderse.

Con invariable regularidad fueron transcurriendo los segundos, y al llegar a cien se levantaron los párpados y los ojos colorados de Robbie inspeccionaron los alrededores. Al instante se fijaron en un trozo de tela de color que salía de detrás de una roca. Avanzó algunos pasos y se convenció de que era Gloria.

Lentamente, manteniéndose entre Gloria y el árbol-meta, avanzó hacia el escondrijo, y, cuando Gloria estuvo plenamente a la vista y no pudo dudar de haber sido descubierta, tendió un brazo hacia ella, y se golpeó con el otro la pierna, produciendo un ruido metálico. Gloria salió, contrariada.

—¡Has mirado! —exclamó con neta deslealtad—. Además, estoy cansada de jugar al escondite. Quiero que me lleves a paseo.

Pero Robbie estaba ofendido de la injusta acusación, y, sentándose cautelosamente, movió la cabeza contrariado de un lado a otro.

Gloria cambió de tono, adoptando una gentil zalamería.

—Vamos, Robbie, no lo he dicho en serio, que mirases. Llévame a paseo.

Pero Robbie no era tan fácil de conquistar. Miró fijamente al cielo y siguió moviendo negativamente la cabeza, obstinado.

—¡Por favor, Robbie, llévame a paseo! —Rodeó su cuello con sus rosados brazos y estrechó su presa. Después cambiando repentinamente de humor, se apartó de él—. Si no me das un paseo, voy a llorar. —Y su rostro hizo una mueca, dispuesta a cumplir su amenaza.

El endurecido Robbie no hizo caso de la terrible posibilidad, y siguió moviendo la cabeza por tercera vez.

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