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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (23 page)

BOOK: El Robot Completo
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Pero Gloria tenía los párpados bañados en lágrimas.

—¡No quiero el perro feo! ¡Quiero a Robbie! ¡Quiero que me encuentres a Robbie!

Su desconsuelo era demasiado hondo para expresarlo con palabras, y prorrumpió en un ruidoso llanto.

Mrs. Weston pidió auxilio a su marido con la mirada, pero él seguía balanceando rítmicamente los pies y no apartaba su ardiente mirada del cielo, de manera que tuvo que inclinarse para consolar a su hija.

—¿Por qué lloras, Gloria? Robbie no era más que una máquina, una máquina fea... No tenía vida.

—¡No era una máquina! —gritó Gloria con fuego—. Era una persona como tú y como yo y además era mi amigo. ¡Quiero que vuelva! ¡Oh, mamá, quiero que vuelva...!

La madre gimió, sintiéndose vencida, y dejó a Gloria con su dolor.

—Déjala que llore a su gusto —le dijo a su marido—; el dolor de los chiquillos no es nunca duradero. Dentro de unos días habrá olvidado que aquel espantoso robot haya existido.

Pero el tiempo demostró que Mrs. Weston había sido demasiado optimista. Desde luego, Gloria dejó de llorar, pero dejó de sonreír y cada día se mostraba más triste y silenciosa. Gradualmente, su actitud de pasiva infelicidad fue minando a Mrs. Weston y lo único que la retenía de ceder, era su incapacidad de confesar la derrota a su marido.

Hasta que una noche, entró en el "living", se sentó y se cruzó de brazos, desalentada. Su marido estiró el cuello para verla por encima del periódico.

—¿Qué te pasa, Grace? 

—Es esta chiquilla, George. He tenido que devolver el perro hoy. Gloria me dijo que no podía soportar verlo. Hará que tenga un ataque de nervios.

Weston dejó el periódico a un lado y un destello de esperanza apareció en sus ojos.

—Quizá..., quizá tendríamos que volver a pedir a Robbie. Es posible, sabes... Puedo hablar con...

—¡No! —respondió ella secamente—. No quiero oír hablar de él. No vamos a ceder tan fácilmente. Mi hija no tiene que ser criada por un robot, aunque necesite años para quitárselo de la cabeza.

Weston volvió a tomar el periódico con aire decepcionado.

—Un año así y tendré el cabello prematuramente gris.

—No eres de gran ayuda, George —fue la glacial contestación—. Lo que Gloria necesita es un cambio de ambiente. Aquí no puede olvidar a Robbie, desde luego. ¿Cómo puede olvidarlo si cada árbol y cada roca se lo recuerda? Es realmente la situación más tonta de que he oído hablar. ¡Imagínate una criatura desfalleciendo por la pérdida de un robot!

—Bien, vamos al grano. ¿Cuál es el cambio de ambiente que planeas? 

—Vamos a llevarla a Nueva York.

—¡En agosto! Oye, ¿sabes lo que representa Nueva York en agosto? ¡Es insoportable!

—Hay millones que lo soportan.

—No tienen un sitio como éste donde estar. Si no tuviesen que quedarse en Nueva York, no se quedarían.

—Pues nosotros tendremos que quedarnos también. Vamos a salir en seguida, en cuanto hayamos hecho los preparativos. En Nueva York, Gloria encontrará suficientes distracciones y suficientes amigos para hacerle olvidar esta máquina.

—¡Oh, Dios mío!... —gruñó el infeliz marido—. ¡Aquellos pavimentos abrasadores!

—Tenemos que ir —fue la implacable respuesta—. Gloria ha perdido dos kilos este mes y la salud de mi hijita es más importante para mí que tu comodidad.

—Es una lástima que no hayas pensado en la salud de tu hijita antes de privarla de su querido robot —murmuró él..., para sí mismo. 

 

Gloria dio inmediatamente síntomas de mejoría en cuanto oyó hablar del inminente viaje a la ciudad. Hablaba poco de él, pero cuando lo hacía era siempre con vivo entusiasmo. Comenzó de nuevo a sonreír y a comer con su precedente apetito.

Mrs. Weston no cabía en sí de júbilo y no perdía ocasión de demostrar su triunfo sobre su todavía escéptico marido.

—¿Lo ves, George? Ayuda a hacer el equipaje como un angelito y charla como si no hubiese tenido un disgusto en su vida. Es lo que te dije, lo que necesitaba era fijar su interés en otra cosa.

—¡Ejem!... —respondió el marido, escéptico—. Esperemos que así sea.

Los preliminares se hicieron rápidamente. Se tomaron las disposiciones para el alojamiento en la ciudad y un matrimonio quedó encargado del cuidado de la casa de campo. Cuando finalmente llegó el día de la marcha, Gloria había vuelto a ser la misma de antes y ni la menor alusión de Robbie pasó por sus labios.

Con el mejor humor, la familia tomó un taxigiro hasta el aeropuerto (Weston hubiera preferido ir en su autogiro, pero era sólo un dos plazas y no había sitio para el equipaje) y entraron en el avión que esperaba para salir.

—Ven, Gloria, te he reservado un sitio al lado de la ventana para que veas el paisaje.

Gloria ocupó el sitio indicado, aplastó su naricilla contra el grueso vidrio y miró con un interés que aumentó al comenzar a rugir los motores

 

Era demasiado pequeña para asustarse cuando la tierra empezó a alejarse a sus pies y sintió aumentar el doble de su peso. Sólo cuando la tierra hubo cambiado de aspecto y se convirtió en una vasta manta de cuadros de colores, apartó la nariz del vidrio y se volvió hacia su madre.

—¿Llegaremos pronto a la ciudad, mamá? —preguntó rascándose la nariz helada y observando cómo se desvanecía la mancha opaca que su aliento había dejado en la ventana.

—Dentro de media hora, hija mía. ¿No estás contenta de que vayamos? —añadió con sólo un leve tono de ansiedad en la voz—. ¿No vas a ser muy feliz en la ciudad, con los edificios y la gente y tantas cosas que ver? Iremos al visivoz cada día, y al teatro, y al circo y a la playa, y...

—Sí, mamá —fue la respuesta sin entusiasmo de la chiquilla. La nave pasaba en aquel momento sobre un mar de nubes y Gloria quedó en el acto absorbida en la contemplación de aquella masa que tenía a sus pies. Después volvieron a encontrarse en medio de un cielo azul y se volvió hacia su madre con un súbito aire misterioso de secreto.

—Ya sé por qué vamos a la ciudad, mamá.

—¿Sí, hija mía? —dijo Mrs. Weston intrigada—. ¿Y por qué? 

—No me lo has dicho porque querías darme una sorpresa, pero lo sé. —Quedó un momento sumida en la admiración de su aguda perspicacia y después se echó a reír alegremente—. Vamos a Nueva York porque allí podremos encontrar a Robbie, ¿no es verdad? Con detectives.

La suposición pilló a George Weston en el momento de beber un vaso de agua, con desastrosos resultados.

Hubo una especie de ronquido, un géiser de agua y una tos de alguien que se ahoga. Cuando todo hubo terminado, ofreció el aspecto de una persona profundamente contrariada, tenía el rostro colorado y estaba mojado de pies a cabeza.

Mrs. Weston mantuvo su compostura, pero cuando Gloria hubo repetido su pregunta con el ansia redoblada en la voz, su mal humor triunfó.

—Quizá —repitió secamente—. Y ahora siéntate y estate quieta, por el amor de Dios. 

 

Nueva York, en 1998, era para el visitante un paraíso superior a lo que había sido siempre. Los padres de Gloria se dieron cuenta de ello y sacaron el mejor partido posible.

Por orden estricta de su mujer, Weston había tomado las disposiciones necesarias para que sus negocios marchasen solos por algún tiempo, a fin de estar libre y poder dedicar el tiempo a lo que él llamaba "salvar a Gloria del borde del abismo". Como era costumbre en Weston, lo hizo de aquella forma precisa, minuciosa y eficiente que era propia de él. Antes de que hubiese transcurrido un mes, nada de lo que podía hacerse había dejado de ser hecho.

Gloria fue llevada al último piso del Roosevelt Building, que medía casi un kilómetro de altura, y desde donde se gozaba del abigarrado panorama de los edificios que se extendían hasta los campos de Long Island y las tierras llanas de Nueva Jersey. Visitaron los jardines zoológicos, donde Gloria contempló con emocionado temor un "verdadero león vivo" (con la consiguiente decepción de ver que los guardianes lo alimentaban con trozos de carne cruda y no con seres humanos, como ella esperaba), y pidió con insistencia y de manera perentoria ver "la ballena".

Los diversos museos contribuyeron también a llamar su atención, así como parques, playas y el acuario.

Llevaron a Gloria hasta medio curso del Hudson en un barco especialmente decorado, que evocaba el arcaísmo de los años veinte. Viajó por la estratosfera en una salida de exhibición y vio el cielo ponerse de color de púrpura, las estrellas destacar en el firmamento y la Tierra nebulosa tomar bajo ellos el aspecto de una gran taza cóncava. Una nave submarina de paredes transparentes le hizo visitar las aguas de Long Island y vio aquel mundo verde y tembloroso, y los monstruos marinos acercarse a ella y huir después atemorizados.

En un terreno más prosaico, Mrs. Weston la llevó a los grandes almacenes, donde pudo soñar de nuevo a su antojo.

En resumen, cuando el mes hubo casi transcurrido, los Weston estaban convencidos de haber hecho cuanto era humanamente posible para quitarle de la cabeza al desaparecido Robbie, pero no estaban muy seguros de haberlo conseguido.

El hecho cierto era que dondequiera que llevasen a Gloria, desplegaba el más vivo interés por todos los robots que se le ponían delante. Por muy interesante que fuese el espectáculo a que asistía, por nuevo que fuese a sus ojos infantiles, su mirada se fijaba implacablemente en cualquier parte donde viese un movimiento metálico.

La situación alcanzó su apogeo con el episodio del Museo de Ciencia y de Industria. El Museo había anunciado un "programa infantil" especial donde tenían que hacerse demostraciones de magia científica reducidas a la escala de la mentalidad infantil. Los Weston, desde luego, pusieron el espectáculo en la lista de "indispensables".

Los Weston estaban completamente absorbidos por los experimentos de un potente electroimán cuando Mrs. Weston se dio súbitamente cuenta de que Gloria no estaba con ellos. El pánico inicial se convirtió en metódica decisión y con la ayuda de tres empleados se comenzó una minuciosa búsqueda.

Gloria, por su parte, no era de esas chiquillas que rondan al azar. Para su edad, era inusitadamente decidida, saturada de idiosincrasia maternal, a este respecto. En el tercer piso había visto un gran cartel con una flecha y la indicación "Al Robot Parlante", y después de haberlo deletreado sola y observando que sus padres no parecían decididos a avanzar en aquella dirección, hizo lo que consideró indicado. Esperando un momento de distracción paterna, dio media vuelta y siguió la flecha.

El Robot Parlante era verdaderamente un "tour de force"; pero un artefacto totalmente inútil, sin más valor que el publicitario. Cada hora, un grupo de visitantes escoltados por un empleado se detenía delante del robot y hacía preguntas al ingeniero encargado del robot, con discretos susurros. Las que el ingeniero juzgaba aptas para ser contestadas por los circuitos del robot, le eran transmitidas.

Era una tontería. Puede ser muy interesante saber que el cuadrado de catorce es ciento noventa y seis, que la temperatura en este momento es de 28º centígrados, que la presión del aire acusa 750 mm de mercurio, y que el peso atómico del sodio es 23, pero para esto, en realidad, no se necesita un robot. No se necesita, en especial, una enorme masa inmóvil de alambres y espirales que ocupa veinticinco metros cuadrados.

Pocos eran los que hacían una segunda experiencia, pero una chiquilla de unos diez años estaba tranquilamente sentada en un banco esperando la tercera exhibición. Era la única persona que había en la sala cuando Gloria entró, pero no la miró. Para ella, en aquel momento otro ser humano era un ejemplar completamente despreciable. Consagraba su atención a aquel objeto lleno de ruedas dentadas

 

De momento, vaciló con cierto desaliento. Aquello no se parecía a ninguno de los robots que ella había visto. Cautelosamente, vacilando, levantó su débil voz.

—Por favor, Mr. Robot, perdone, ¿es usted el Robot Parlante? 

No estaba muy segura de ello, pero le parecía que un robot que hablaba merecía toda clase de consideraciones

(Por el delgado rostro de la muchacha de diez años pasó una mirada de intensa concentración. Sacó un carnet de notas del bolsillo y comenzó a escribir rápidamente).

Se oyó un girar de mecanismos bien engrasados y una voz metálica lanzó unas palabras que carecían de acento y entonación.

—Yo-soy-el-robot-parlante.

Gloria lo miró contrariada. "Hablaba", pero el sonido venía de dentro. No había rostro al cual hablar.

—¿Puede usted ayudarme, Mr. robot? —dijo.

El Robot Parlante estaba construido para contestar preguntas, pero sólo las preguntas que se podían hacer. Confiado en su capacidad, sin embargo, respondió: 

—Puedo-ayudarle.

—Gracias, Mr. Robot. ¿Ha visto usted a Robbie? 

—¿Quién-es-Robbie? 

—Un robot, Mr. Robot, señor —se puso de puntillas—. Es así de alto, pero más alto, y muy bueno. Tiene cabeza, sabe... Bueno, usted no tiene, pero él sí.

—¿Un robot?... —preguntó el Robot Parlante un poco perplejo.

—Sí, mister Robot. Un robot como usted, salvo que, naturalmente, no sabe hablar y que..., parece una persona de veras.

—¿Un-robot-como-yo?  

—Sí, mister Robot.

A lo cual el robot parlante sólo contestó con un ruido de engranajes y un sonido incoherente. Trató de ponerse lealmente a la altura de su misión y se fundieron media docena de bobinas. Zumbaron algunas señales de alarma.

(En aquel momento la muchacha de diez años se marchó. Tenía bastante para su primer artículo sobre "Aspectos Prácticos del Robotismo". Era el primero de los varios que tenía que escribir Susan Calvin sobre este tema).

Gloria permanecía de pie con mal disimulada impaciencia, esperando la respuesta del robot, cuando oyó un grito detrás de ella.

—¡Allí está! —Y en el acto reconoció la voz de su madre—. ¿Qué estás haciendo aquí, mala muchacha? —exclamó, su ansiedad transformándose en el acto en cólera—. ¿No sabes el miedo que has hecho pasar a papá y mamá? ¿Por qué te has escapado? 

El ingeniero del robot había aparecido también, mesándose los cabellos y preguntando quién diablos había estropeado la máquina.

—¿Es que no saben ustedes leer? ¿No saben que no tienen derecho a estar aquí sin ir acompañados? 

Gloria levantó su ofendida voz.

—He venido sólo a ver el Robot Parlante, mamá. Pensé que quizá sabría dónde estaba Robbie, puesto que los dos son robots. —Y al aparecer en su mente el recuerdo de Robbie, estalló en una tempestad de lágrimas—. ¡Tengo que encontrar a Robbie, mamá, tengo que encontrarlo!

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