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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (26 page)

BOOK: El Robot Completo
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—Así es.

—¿De seres humanos específicos?

—Correcto.

—¿Eso está basado también en los descubrimientos del agente Breckenridge?

—Sí. La evidencia no puede ser negada.

Lynn inclinó la cabeza pensativo por unos momentos. Luego dijo:

—Entonces diez hombres de los Estados Unidos no son hombres sino humanoides. Pero los originales tienen que haberse hallado disponibles para ellos. No pueden ser orientales, sería demasiado fácil descubrirles, de modo que tiene que tratarse de europeos orientales. Pero ¿cómo pudieron ser introducidos en este país? Con la red de radar rodeando todas nuestras fronteras en todo el mundo tan tensa como la piel de un tambor, ¿cómo pueden Ellos haber introducido a ningún individuo, humano o humanoide, sin que nosotros lo sepamos?

—Puede hacerse —dijo Macalaster, de Seguridad—. Hay algunos puntos de tránsito autorizados en las fronteras. Hombres de negocios, pilotos, incluso turistas, van de un lado para otro. Son controlados, por supuesto, en ambos lados. Sin embargo, diez de ellos pueden haber sido secuestrados y utilizados como modelos para los humanoides. Los humanoides deben de haber sido enviados de vuelta en su lugar. Puesto que se supone que nosotros no esperamos esa sustitución, nadie se dará cuenta del cambio. Siendo norteamericanos, nadie pondrá impedimentos en que vuelvan a entrar en el país. Es tan simple como eso.

—¿Y ni siquiera sus amigos y familia podrían notar la diferencia?

—Debemos suponer que no. Créanme, hemos estado esperando algún informe que pudiera implicar repentinos ataques de amnesia o cambios perturbadores de la personalidad. Hemos efectuado miles de comprobaciones.

Amberley, de Asuntos Científicos, se contempló la punta de los dedos.

—Creo que las medidas habituales no funcionarán. Debemos atacar el asunto desde la Oficina de Robótica, y yo confío en el jefe de esa oficina.

Los ojos se volvieron de nuevo, fijos y expectantes, hacia Lynn. Lynn sintió que su amargura aumentaba. Tenía la sensación de que él había sido convocado allí para un motivo muy concreto. Nada de lo que se había dicho allí no había sido dicho ya antes. Estaba seguro de ello. No había ninguna solución al problema, ninguna sugerencia viable. Aquella reunión era solamente para dejar constancia, para que quedara registrada, un instrumento por parte de unos hombres que temían enormemente la derrota y que deseaban que la responsabilidad recayera clara e inequívocamente sobre alguna otra persona.

Y sin embargo era de justicia. Era en robótica en donde Nosotros nos habíamos dormido en los laureles. Y Lynn no era solamente Lynn. Era Lynn el roboticista, y la responsabilidad tenía que ser suya.

—Haré lo que pueda —dijo.

Pasó toda la noche despierto, y se sentía agotado física y moralmente cuando a la mañana siguiente pidió y obtuvo otra entrevista con el ayudante del presidente Jeffreys. Breckenridge estaba allí, y aunque Lynn hubiera preferido una entrevista privada, tuvo que admitir lo lógico de la situación. Era obvio que Breckenridge había conseguido enorme influencia con el gobierno como resultado del éxito de su trabajo en Inteligencia. Bueno, ¿por qué no?

—Señor —dijo Lynn—, estoy considerando la posibilidad de que estemos bailando inútilmente al son de nuestros enemigos.

—¿En qué sentido?

—Estoy seguro de que, por muy impaciente que se ponga el público a veces, y aunque a veces los legisladores consideren más efectivo reunirse a deliberar, el gobierno al menos reconoce que la palabra equilibrio es beneficiosa. Ellos también deben reconocerlo. Diez humanoides con una bomba CT es una forma trivial de romper ese equilibrio.

—La destrucción de quince millones de seres humanos difícilmente puede clasificarse de trivial.

—Estoy examinando el asunto desde el punto de vista de una potencia que aspira a la supremacía mundial. El hecho no nos desmoralizaría tanto como para rendirnos, ni nos debilitaría tanto como para convencernos de que no íbamos a poder ganar. Conduciría únicamente a la misma antigua muerte planetaria que los dos lados han evitado con éxito desde hace tanto tiempo. Todo lo que Ellos conseguirían seria obligarnos a luchar con una ciudad menos. Eso no es suficiente.

—¿Qué es lo que sugiere usted? —dijo Jeffreys fríamente—. ¿Que Ellos no han situado a diez humanoides en nuestro país? ¿Que no existe ninguna bomba CT dispuesta a unirse para estallar?

—Admito que todo esto existe y está aquí, pero quizá por alguna razón más amplia que simplemente desatar la locura de las bombas.

—¿Como qué?

—Es posible que la destrucción física resultante de los humanoides uniéndose no sea lo peor que pueda ocurrirnos. ¿Qué hay acerca de la destrucción moral e intelectual que se produce a causa de su sola presencia? Con todo el respeto debido al agente Breckenridge, ¿y si Ellos lo que pretendieran realmente fuera que nosotros descubriéramos lo de los humanoides? ¿Y si nunca se hubiera pretendido que los humanoides se unieran, sino que permanecieran simplemente separados a fin de procurarnos algo de lo que preocuparnos?

—¿Por qué?

—Dígame esto. ¿Qué medidas han sido tomadas ya contra los humanoides? Supongo que Seguridad está revisando los archivos en busca de todos los ciudadanos que es posible que hayan cruzado alguna vez nuestras fronteras o hayan llegado lo suficientemente cerca de ellos como para hacer posible un secuestro. Sé, puesto que Macalaster lo mencionó ayer, que están rastreando casos psiquiátricos sospechosos. ¿Qué más?

—Están siendo instalados pequeños dispositivos de rayos X en lugares clave de las grandes ciudades —dijo Jeffreys—. En los espectáculos de masas, por ejemplo…

—¿Allá donde diez humanoides pueden pasar desapercibidos entre los cien mil espectadores de un partido de fútbol o de air-polo?

—Exactamente

 —¿Y en las salas de conciertos y las iglesias?

—Debemos empezar por algún lugar. No podemos hacerlo todo a la vez.

—Particularmente cuando hay que evitar el pánico —dijo Lynn—. ¿No es así? No nos interesa que la gente sepa que en cualquier impredecible momento, cualquier impredecible ciudad y su contenido humano pueden dejar de existir repentinamente.

—Supongo que eso resulta obvio. ¿Adónde quiere ir a parar?

—A que una creciente fracción de nuestro esfuerzo nacional será desviada enteramente al preocupante problema de hallar lo que Amberley llamó una maldita pequeña aguja en un maldito gran pajar —dijo Lynn tensamente—. Estaremos persiguiendo alocadamente nuestra propia cola, mientras Ellos incrementan su investigación hasta el punto en que nosotros no podamos ya alcanzarles; hasta que tengamos que rendirnos sin posibilidad alguna de responder a sus ataques.

»Consideren ahora que esta noticia vaya infiltrándose más y más, y cada vez haya más gente implicada en nuestras contramedidas, y más gente empezando a sospechar lo que estamos haciendo. ¿Qué ocurrirá entonces? El pánico puede causarnos más daño que cualquier bomba CT.

—Por el amor de Dios —dijo el ayudante del presidente, irritado—, ¿qué es lo que sugiere entonces que hagamos?

—Nada —dijo Lynn—. Aceptar como tal su farol. Vivir como hemos vivido hasta ahora, y apostar a que Ellos no se atreverán a romper el equilibrio por el gusto de hacer estallar una sola bomba.

—¡Imposible! —dijo Jeffreys—. Completamente imposible. El bienestar de todos nosotros está en su mayor parte en mis manos, y no hacer nada es una cosa que no puedo permitirme. Es posible que esté de acuerdo con usted en lo referente a que las máquinas de rayos X en los grandes espectáculos es una especie de medida superficial que probablemente no resultará efectiva, pero tiene que hacerse a fin de que la gente, a posteriori, no llegue a la amarga conclusión de que dejamos que nuestro país fuera despedazado en beneficio de una sutil línea de razonamiento que conducía al no hacer nada. De hecho, nuestras contramedidas van a ser activadas inmediatamente.

—¿En qué sentido?

El ayudante del presidente Jeffreys miró a Breckenridge. El joven oficial de Seguridad, hasta entonces tranquilamente silencioso, dijo:

—No sirve de nada hablar de romper en un futuro el equilibrio cuando el equilibrio está ya roto en estos momentos. No importa el que esos humanoides estallen o no. Quizá tan sólo sean un cebo para que piquemos, como usted dice. Pero el hecho de que nos hallamos un cuarto de siglo por detrás de Ellos en robótica sigue siendo cierto, y eso puede ser fatal. ¿Qué otros adelantos en robótica tendrán para sorprendernos si se inicia la guerra? La única respuesta es desviar inmediatamente todas nuestras fuerzas, ahora, en un programa de choque de investigación robótica, y el primer problema es encontrar a los humanoides. Llámelo un ejercicio en robótica si así lo quiere, o llámelo prevención de la muerte de quince millones de hombres, mujeres y niños.

Lynn agitó impotente la cabeza.

—No puede. Si lo hace, se convertirá en un juguete en sus manos. Lo que Ellos quieren es que nos metamos en un callejón sin salida mientras Ellos quedan libres de seguir avanzando en todas las demás direcciones.

—Eso es lo que usted supone —dijo Jeffreys, impaciente—. Breckenridge ha hecho sus sugerencias a través de los canales adecuados, y el gobierno las ha aprobado, y vamos a celebrar una conferencia multidisciplinaria.

—¿Multidisciplinaria?

—Hemos llamado a todos los científicos más importantes de todas las ramas de las ciencias naturales —dijo Breckenridge—. Todos ellos irán a Cheyenne. Sólo habrá un punto en el orden del día: cómo avanzar en robótica. El punto concreto más importante será: cómo desarrollar un aparato receptor para los campos electromagnéticos del córtex cerebral que sea lo suficientemente delicado como para distinguir entre un cerebro humano protoplasmático y un cerebro humanoide positrónico.

—Esperamos que esté usted dispuesto a encargarse de la conferencia —dijo Jeffreys.

—No fui consultado sobre nada de esto.

—Obviamente andábamos escasos de tiempo, señor. ¿Acepta encargarse de ello?

Lynn sonrió brevemente. Era de nuevo un asunto de responsabilidad. La responsabilidad debía recaer claramente en Lynn, de Robótica. Tenía la sensación de que sería Breckenridge quien estaría realmente a cargo de todo. ¿Pero qué podía hacer?

—Acepto —dijo.

Breckenridge y Lynn regresaron juntos a Cheyenne, donde aquella tarde Laszlo escuchó con hosca desconfianza la descripción que le hizo Lynn sobre los acontecimientos inmediatos.

—Mientras usted estaba fuera, jefe —dijo Laszlo—, empecé a someter a cinco modelos experimentales de estructuras humanoides a las pruebas habituales. Nuestros hombres están trabajando veinticuatro horas al día, en tres turnos consecutivos. Si tenemos que preparar una conferencia, vamos a vernos abrumados de papeleo. Habrá que detener el trabajo.

—Será tan sólo algo temporal —dijo Breckenridge—. Ganarán mucho más de lo que pierdan.

Laszlo frunció el ceño.

—Un puñado de astrofísicos y de geoquímicos merodeando por los alrededores no van a ayudar una maldita cosa en robótica.

—Los puntos de vista de los especialistas en otros campos pueden ser muy útiles.

—¿Está usted seguro? ¿Cómo sabemos que hay alguna forma de detectar las ondas cerebrales, o aunque la haya, que existe alguna forma de diferenciar el esquema de esas ondas en humanas y humanoides? ¿Y quién puso en marcha ese proyecto, por cierto?

—Yo lo hice —dijo Breckenridge.

—¿Usted? ¿Acaso es usted un experto en robótica?

—He estudiado robótica —dijo el joven agente de Seguridad con gran calma.

—Eso no es lo mismo.

—He tenido acceso a textos relativos a la robótica rusa… en ruso. Material clasificado como alto secreto, mucho más avanzado que cualquier cosa que tengan ustedes aquí.

—Nos ha atrapado, Laszlo —dijo Lynn de mala gana.

—Fue sobre la base de ese material —prosiguió Breckenridge— que sugerí esta línea de investigación en particular. Es razonablemente cierto que copiar el esquema electromagnético de una mente humana específica en un cerebro positrónico específico no da como resultado un duplicado perfectamente exacto. Por una parte, el más complicado cerebro positrónico lo suficientemente pequeño como para encajar en un cráneo de tamaño humano es centenares de veces menos complejo que el cerebro humano. En consecuencia, no puede captar todos los armónicos, y tiene que existir alguna forma de tomar ventaja de este hecho.

Laszlo pareció impresionado pese a sí mismo, y Lynn sonrió hoscamente. Era fácil sentirse resentido por la presencia de Breckenridge y la próxima intrusión de varios centenares de científicos de especialidades no robóticas, pero el problema en sí mismo era intrigante. Aquello, al menos, era un consuelo.

Se el ocurrió de la forma más sencilla.

Lynn se encontró con que no tenía nada que hacer excepto sentarse a solas en su oficina, con un cargo ejecutivo que se había convertido en algo meramente titular. Eso le dio tiempo para pensar, para imaginar a los científicos creativos de medio mundo convergiendo en Cheyenne.

Era Breckenridge quien, con una fría eficiencia; estaba manejando los detalles de los preparativos. Había habido un asomo de suficiencia en la forma en que había dicho:

—Unámonos, y los desbordaremos.

Se le ocurrió de una forma tan sencilla que cualquiera que estuviera observando a Lynn en aquel momento hubiera podido verle parpadear lentamente dos veces…, pero seguramente nada más.

Hizo lo que tenía que hacer con un flotante desapego que mantuvo controlada su calma cuando sabía que, bajo aquellas circunstancias, hubiera tenido que volverse loco.

Buscó a Breckenridge en el improvisado cuartel general del otro. Breckenridge estaba solo, y frunció el ceño al verle.

—¿Ocurre algo, señor?

—Creo que todo está bien —dijo Lynn, cansadamente—. He establecido la ley marcial.

—¿Qué?

—Como jefe de una división puedo hacerlo, si creo que la situación lo exige. Puedo ser un dictador para mi división. Culpe de ello a las ventajas de la descentralización.

—Anule inmediatamente esa orden. —Breckenridge dio un paso adelante—. Cuando Washington oiga esto, su carrera va a verse arruinada.

—Está arruinada ya de todos modos. No piense que no me doy cuenta de que he sido elegido para el papel del mayor villano de toda la historia norteamericana: el hombre que permitió que Ellos rompieran el equilibrio. No tengo nada que perder…, y quizá tenga mucho que ganar.

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