El Robot Completo (28 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
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—Lo que dicho en otras palabras significa que el culpable no renunciará a ese derecho porque no puede permitirse el lujo de enfrentarse a un sondeo psíquico, y que el inocente renunciará enseguida. Ni siquiera tendrías que llevar a cabo e] sondeo, Daneel. 

—Las cosas no funcionan de esa manera, compañero Elijah. Renunciar a ese derecho en este caso equivale a aceptar una investigación llevada a cabo por profanos en la materia, y eso supondría aceptar un golpe muy serio a su prestigio profesional y correr el riesgo de que éste no se recuperara nunca. Los dos se niegan a renunciar a su derecho a un juicio especial. Es un asunto de orgullo profesional, y el problema de la culpabilidad o la inocencia se ha vuelto completamente secundario para ellos. 

—En ese caso olvídalo todo hasta que lleguéis a Aurora. En la conferencia de neurobiofísica habrá un gran número de colegas profesionales suyos, y entonces... 

—Eso significaría asestar un tremendo golpe a la ciencia, compañero Elijah. Ambos sufrirían las consecuencias de haber sido los instrumentos de un gran escándalo, e incluso el inocente sería culpado por haberse visto involucrado en tan desagradable situación. El problema debería ser resuelto de la forma más discreta posible. 

—De acuerdo. No he nacido en los Mundos Exteriores, pero intentaré imaginar que esa actitud tiene sentido. ¿Qué es lo que dicen los dos matemáticos en cuestión? 

—Humboldt está totalmente de acuerdo. Dice que si Sabbat admite haberle robado la idea y permite que él transmita el informe o deja que lo presente en la conferencia no presentará ninguna acusación. El delito de Sabbat será un secreto sólo conocido por él..., y naturalmente por el capitán, que es el único ser humano implicado en la disputa aparte de los dos matemáticos. 

—Pero supongo que el joven Sabbat no acepta esa solución, ¿verdad? 

—Al contrario, está de acuerdo con el doctor Humboldt hasta en el último detalle..., sólo que invirtiendo los nombres. De nuevo la imagen en el espejo, compañero Elijah. 

—Así que la cosa está en tablas y cada uno sigue sentado esperando que el otro dé su brazo a torcer, ¿no? 

—Creo que cada uno de ellos está esperando a que el otro haga un movimiento y admita su culpabilidad, compañero Elijah. 

—Bueno, entonces esperemos. 

—El capitán ha decidido que eso es imposible. Existen otras dos alternativas al esperar. La primera es que los dos sigan firmes en su actitud hasta que la nave espacial se pose en Aurora y se produzca el escándalo intelectual. El capitán es responsable de la administración de justicia a bordo de la nave y caerá en desgracia por no haber sido capaz de arreglar discretamente el asunto, y la alternativa le parece evidentemente inadmisible. 

—¿Y la segunda alternativa? 

—Es que uno de los dos matemáticos acabe admitiendo que ha obrado mal. Pero el que por fin confiese, ¿lo hará realmente abrumado por su culpabilidad o sólo por el noble deseo de evitar el escándalo? ¿Es correcto privar de la fama a una persona lo suficientemente ética para preferir perder esa fama antes que ver perjudicada a toda la disciplina científica a la que ha consagrado sus esfuerzos? O, por el contrario, ¿confesará la parte culpable en el último momento, de modo que haga parecer que actúa de esa forma por el bien de la ciencia escapando así al deshonor y arrojando la sombra de la duda sobre el otro? El capitán será la única persona que llegue a saberlo, pero no desea pasar el resto de su existencia preguntándose qué papel jugó en un terrible fracaso de la justicia. 

—Un jueguecito intelectual, ¿eh? ¿Quién se desmoronará primero mientras Aurora se va acercando un poco más a cada momento que pasa? ¿Es ésa toda la historia, Daneel? 

—Todavía no. Existen testigos. 

—¡Cielo santo! ¿Por qué no lo dijiste enseguida? ¿Qué testigos? 

—El sirviente personal del doctor Humboldt... 

—Un robot, supongo. 

—Sí, por supuesto. Se llama R. Preston. El sirviente estuvo presente durante la primera entrevista, y ha confirmado lo dicho por el doctor Humboldt hasta el último detalle. 

—Lo cual quiere decir que la idea se le ocurrió al doctor Humboldt; que el doctor Humboldt se la explicó al doctor Sabbat; que el doctor Sabbat alabó la idea y todo lo demás, ¿no? 

—Sí, en todos sus detalles. 

—Entiendo. ¿ y resuelve eso el problema o no? Es de suponer que no, ¿verdad? 

—Tiene toda la razón, compañero Elijah. No resuelve el problema porque existe un segundo testigo. El doctor Sabbat también tiene un sirviente personal, R. Idda, otro robot del mismo modelo que R. Preston que creo fue construido el mismo año en la misma fábrica; y ambos han permanecido en servicio el mismo período de tiempo. 

—Una coincidencia curiosa..., muy curiosa. 

—Un hecho que me temo hace muy difícil llegar a ningún juicio basado en obvias diferencias entre ambos sirvientes. 

—Así que R. Preston cuenta la misma historia que R. Idda, ¿eh? 

—Exactamente la misma, salvo por el detalle de la imagen en el espejo de los nombres. 

—Así pues R. Idda afirma que el joven Sabbat, que aún no tiene cincuenta años... —Lije Baley no pudo evitar del todo que en su voz hubiera un matiz sardónico, ya que él aún no había cumplido los cincuenta años y no se sentía precisamente joven—, tuvo la idea primero; que se la expuso al doctor Humboldt el cual la alabó entusiásticamente y todo lo demás, ¿no? 

—Sí, compañero Elijah. 

—Entonces uno de los dos robots está mintiendo. 

—Así parece. 

—Debería resultar sencillo averiguar cuál. Supongo que incluso un examen superficial llevado a cabo por un buen roboticista... 

—En este caso no basta con un roboticista, compañero Elijah. Sólo un robopsicólogo cualificado posee la experiencia y la autoridad suficientes para tomar una decisión en un caso de tanta importancia, y no hay ninguno lo bastante cualificado a bordo de la nave. Un examen de tales características sólo podrá realizarse cuando hayamos llegado a Aurora... 

—Y por aquel entonces ya será demasiado tarde. Bien, ahora estás en la Tierra, ¿no? Estoy seguro de que podremos encontrar algún robopsicólogo lo suficientemente cualificado, y también estoy casi seguro de que nada de cuanto ocurra en la Tierra llegará a saberse en Aurora y de que no habrá ningún escándalo. 

—El problema estriba en que ni el doctor Humboldt ni el doctor Sabbat están dispuestos a permitir que sus sirvientes sean examinados por un robopsicólogo de la Tierra. El terrestre tendría que... 

Hizo una pausa. 

—Tendría que tocar al robot —dijo Baley con voz impasible. 

—Son robots que llevan mucho tiempo a su servicio, y... 

—No pueden ser contaminados por el roce de un terrestre, ¿no? ¿Entonces qué es lo que quieres que haga, maldita sea? —Baley guardó silencio durante unos momentos y torció el gesto—. Lo siento, Daneel, pero no veo razón alguna por la que puedas querer implicarme en este asunto. 

—Yo me encontraba a bordo de la nave por una misión que no tiene nada que ver con el problema que nos ocupa ahora —dijo el robot—. El capitán se dirigió a mí porque necesitaba dirigirse a alguien. Debí de parecerle lo suficientemente humano como para poderme hablar de ello, y lo suficientemente robótico como para ser un receptor seguro de sus confidencias. Me contó toda la historia y me preguntó qué haría si estuviese en su lugar. Comprendí que nos encontrábamos lo bastante cerca de la Tierra para poder hacer una breve escala en ella, y le dije al capitán que aunque el problema de la imagen en un espejo me tenía tan confuso como a él había alguien en la Tierra que podía ayudarle a resolverlo. 

—¡Cielo santo! —murmuró Baley. 

—Compañero Elijah, piense que si consiguiera resolver este problema tanto su carrera como la Tierra saldrían considerablemente beneficiadas. El asunto no podría ser divulgado, por supuesto, pero el capitán es un hombre con ciertas influencias en su mundo natal y sabría mostrarse agradecido.

—Estás depositando un gran peso sobre mis hombros, Daneel. 

—Estoy totalmente seguro de que ya tiene alguna idea respecto a lo que hay que hacer —dijo R. Daneel con voz impasible. 

—¿De veras? Supongo que el paso más obvio es interrogar a los matemáticos..., uno de los cuales parece que es también un ladrón. 

—Me temo que ninguno de los dos querrá venir a la Ciudad, compañero Elijah..., y tampoco querrán que vaya a verles. 

—Y no hay forma de obligar a un espacial a que se ponga en contacto con ningún terrestre sea cual sea la emergencia. Sí, Daneel, lo comprendo..., pero yo estaba pensando en una entrevista mediante un circuito cerrado de televisión. 

—Tampoco es posible. No se dejarán interrogar por un terrestre. 

—¿Entonces qué es lo que quieren de mí? ¿Puedo hablar con los robots? 

—No permitirán que los robots vengan aquí. 

—Cielo santo, Daneel... ¡Tú has venido! 

—Fue decisión mía. Mientras me encuentre a bordo de una nave espacial me está permitido tomar decisiones de esa índole sin que ningún ser humano aparte del capitán pueda ponerme impedimento alguno..., y el capitán se mostró muy deseoso de que estableciera contacto con usted. Le conozco lo suficientemente bien como para decidir que el contacto por televisión era insuficiente, compañero Elijah, y además deseaba estrechar su mano. 

Lije Baley se ablandó un poco. 

—Aprecio lo que acabas de decir, Daneel, pero si quieres que te sea sincero sigo deseando que no hubieras pensado en mí para resolver este caso. ¿Puedo hablar con esos robots mediante el circuito cerrado de televisión? 

—Supongo que sería factible. 

—Bueno, algo es algo. Significa que tendré que hacer el trabajo de un robopsicólogo..., de la peor manera posible. 

—Pero usted es detective, no robopsicólogo. 

—Dejemos eso a un lado de momento y pensemos un poco antes de interrogar a los robots. ¿Es posible que ambos robots estén diciendo la verdad, Daneel? Puede que la conversación que mantuvieron los dos matemáticos fuese un tanto equívoca. Quizá se desarrolló de forma que cada robot está sinceramente convencido de que su dueño es el propietario original de la idea..., o quizá un robot sólo oyó una parte de la conversación y el otro otra parte, y cada uno pudo suponer que la idea había surgido de su dueño.

—Eso es completamente imposible, compañero Elijah. Ambos robots repiten la conversación de forma idéntica, y las dos repeticiones son básicamente completas. 

—¿Entonces no cabe ninguna duda de que uno de los dos robots está mintiendo? 

—Ninguna. 

—¿Podré ver la transcripción de todas las evidencias obtenidas hasta el momento..., en presencia del capitán si llegara a resultar necesario? 

—Pensé que podría pedírmelo, y he traído copias conmigo. 

—Estupendo. ¿Sabes si se confrontó a un robot con el otro, y en caso de que se hiciera si existe una transcripción del resultado ? 

—Los robots se limitaron a repetir sus declaraciones iniciales. La confrontación habría tenido que ser supervisada por un robopsicólogo. 

—¿O por mí? 

—Usted es detective, compañero Elijah, no... 

—De acuerdo, Daneel, de acuerdo... Intentaré guiarme por la psicología de los espaciales. Un detective puede hacerlo precisamente porque no es un robopsicólogo, ¿entiendes? Bien, sigamos pensando... En circunstancias normales un robot no mentirá, pero lo hará si es necesario para no infringir las Tres Leyes. Puede mentir para proteger su propia existencia de acuerdo con la Tercera Ley, y su capacidad para mentir aumenta considerablemente cuando lo hace siguiendo una orden dada por un ser humano en concordancia con la Segunda Ley; y esa capacidad de mentir aumenta todavía más si el objetivo de la mentira es salvar una vida humana o impedir que un ser humano sufra daños porque en ese caso está obedeciendo la Primera Ley. 

—Cierto. 

—Y en este caso cada robot podría estar defendiendo la reputación profesional de su dueño, y podría llegar a mentir si lo considerase necesario. Bajo estas circunstancias la reputación profesional puede ser algo equivalente a la vida, lo que equivaldría a una compulsión a mentir originada en la Primera Ley. 

—Pero con esa mentira cada sirviente estaría dañando la reputación profesional del otro matemático, compañero Elijah. 

—Así es, pero cada robot puede tener una concepción muy clara de lo que vale la reputación de su dueño y juzgar honestamente que es superior a la del otro matemático; y en tal caso supondría que su mentira produciría un daño menor que decir la verdad. 

Lije Baley permaneció inmóvil y en silencio durante unos momentos después de haber pronunciado aquellas palabras. 

—Bien —dijo por fin—, ¿podrías arreglar que pueda hablar un rato con cada robot? Creo que empezaré por R. Idda. 

—¿El robot del doctor Sabbat? 

—Sí —dijo secamente Baley—, el robot del jovencito. 

—Necesitaré unos minutos —dijo R. Daneel—. He traído conmigo un micro-receptor conectado a un proyector. Sólo preciso una pared lisa, y creo que ésa servirá si me permite retirar el montón de cintas que hay delante de ella. 

—Por supuesto. ¿He de hablar por un micrófono o algo parecido? 

—No, nada de eso. y ahora le ruego que me disculpe, compañero Elijah, pero he de ponerme en contacto con la nave y concertar la entrevista con R. Idda. 

—Si vas a tardar un rato en conseguirlo, ¿por qué no me das la transcripción para que le vaya echando una ojeada mientras ? 

Lije Baley encendió su pipa mientras R. Daneel preparaba el equipo, y hojeó el fajo de papeles que le había entregado el robot. 

Pasaron diez minutos. 

—Compañero Elijah, si está preparado R. Idda también lo está —dijo R. Daneel—. ¿O quizá prefiere dedicar unos minutos más al examen de la transcripción? 

—No —dijo Baley, y suspiró—. No he averiguado nada nuevo aparte de lo que ya me has contado. Establece la conexión, y asegúrate de que la entrevista quede grabada y sea transcrita. 

 

La proyección bidimensional que apareció sobre la pared hacía que R. Idda cobrara un aspecto un poco irreal. El robot era básicamente metálico, y tenía muy poco que ver con la criatura humanoide que era R. Daneel. Su cuerpo era alto pero robusto, y salvo algunos pequeños detalles estructurales había muy poco que lo distinguiera de los muchos robots que Baley había visto antes. 

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